Los zombies, como todo monstruo, empezaron sin otra
intención que la de dar miedo. Después, como tantas cosas que asustan, fueron
recurso en muchas parodias del cine de terror. Y de ahí, saltaron a otros
géneros: a la comedia, a la ciencia ficción y hasta se atrevieron con la
comedia romántica, que ya tiene mérito. El drama, en cambio, siempre se mantuvo
aparte. En parte porque muchas producciones primaba la acción, y en parte
porque en obras que se toman más en serio, como Los muertos vivientes de Robert
Kirkman, donde la tragedia y la muerte de los personajes está tan a la orden
del día como los disparos. Por eso el hacer una película centrada únicamente en
el drama de ver como un ser querido es infectado era toda una novedad. Y el que
contara con Arnold Schwarzenegger como protagonista, hacía que la propuesta
fuera bastante desconcertante.
Maggie es una chica que ha sido infectada por un virus
incurable que, como muchos otros afectados, espera en una zona de cuarentena el
desenlace de su enfermedad. Sin más esperanza que la de la eutanasia antes de convertirse en un ser
irracional y devorador de carne, su padre regresa con ella a su hogar donde
transcurren las últimas semanas. Durante estas convivirá con los últimos días
de su enfermedad, su familia, sus amigos, algunos de los cuales han sido
infectados, pero también con el recelo de sus vecinos quienes creen que alguien
infectado es un peligro para la comunidad.
De todo lo que se ha visto últimamente en el cine de
zombies, esta es una de las propuestas más originales. No solo por ofrecer una
visión intimista y muy alejada de los elementos típicos como los tiroteos y las
multitudes de zombies, sino también por el propio planteamiento del escenario.
Porque aquí zombies hay, y alguno aparece, pero Apocalipsis y caída de la
civilización, ninguna. La historia comienza en realidad con una epidemia que
empieza a ser controlada por las autoridades, sin que esta llegara a alcanzar
las proporciones catastróficas habituales en el género. Esta queda muy bien
representada al recurrir a los medios de comunicación donde los personajes y el
público escucha todas las noticias relativas a las características del virus,
la situación de la epidemia, cuarentenas y toques de queda. Algo que en
realidad, es poco más que un trasfondo, porque la trama transcurre en una
comunidad agrícola, por lo que cualquier situación violenta propia de un
entorno urbano queda obviada a favor del drama entre los personajes
principales.
El ritmo es muy lento, algo que no es extraño en un drama,
pero sí puede exasperar a quien esperara una de zombies al uso. Más parecido a
lo que fue Extinction en cuanto a la cercanía de los personajes, y con un
trasfondo en el que en realidad, el tema del virus y los infectados no es más
que un punto de partida fantástico que se usa para contar una historia
realista, como tantas veces ha pasado en la ciencia ficción y la fantasía.
Obviando los efectos de la enfermedad, la trama en realidad es la de enfrentar
la enfermedad de un ser querido, aceptar lo inevitable, los finales dignos, e
incluso el miedo al contagio: en algunos momentos, muy efectivos, da la
impresión que si esta película se hubiera filmado hace 25 años, perfectamente
podría ser una metáfora sobre el SIDA. Algo que el guión cuenta de una forma
muy concisa, centrándose mucho en las escenas cotidianas de la protagonista y
en unas secuencias con escenarios en tonos muy grises y mustios, que en cierto
modo, reflejan el estado de ánimo de los personajes y de la situación en
general. Pero precisamente el querer recurrir al planteamiento fantástico hace
que intente mantener la brevedad de estas en todo momento, sin explayarse en
planos fijos interminables como los que pude ver en muchas proyecciones
similares, pero destinadas a cineclub.
El mayor giro que ofrece la película es la presencia de
Arnold Schwarzenegger. Alguien de quien en realidad muchos esperábamos que se
subiera al carro de los zombies como estrella de acción, entre explosiones,
frases lapidarias y quizá algo de comedia, pero que en realidad, ofrece un
papel completamente distinto: el de un padre, muy taciturno, e incluso mucho
más breve de lo que se esperaría al contar con su nombre entre los créditos
principales. Gran parte del metraje, centrado en la vida cotidiana de la
protagonista, recae sobre Abigail Breslin. La presencia del actor es algo más
secundaria, pero muy correcta y que sorprende para bien. No es que de golpe se
haya convertido en un actorazo, pero resulta mucho más satisfactoria y
demuestra que no tiene que seguir encasillado como actor de películas de tiros
muchísimo más de lo que lo hicieron las comedias que protagonizó en los
noventa.
Maggie no es lo que muchos esperaban como película de zombies.
Pero tampoco ha sido un desastre, sino al contrario: es una película pequeña,
poco ambiciosa, emotiva, y sobre todo, uno de esos casos en los que todos los
clichés sobre epidemias e infectados pueden ofrecer algo distinto.
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