Los libros no tienen por qué servirse solo de la palabra
escrita para contar algo. Pero tampoco tienen que recurrir al apoyo visual de
las ilustraciones. Las palabras, las frases e incluso el orden de los párrafos,
pueden utilizarse para crear algo que pueda verse y no leerse. Las imágenes tampoco están
obligadas a servirse unicamente de la tinta: la tela y las costuras pueden
sustituirlas perfectamente. Pero…¿Qué pasa cuando todo esto se junta en un
libro, hasta el punto que estas forman parte de la historia?
Algo así se le ocurrió a Mark Danielewski en La espada de
los cincuenta años. Este ha demostrado ser
un autor muy particular cuya primera novela, La casa de hojas, llegaba a
manejar varias líneas narrativas al mismo tiempo y se servía de la disposición de los textos como
parte de estas. Técnica que ha mantenido en este libro, mucho más breve que La casa de hojas, y en el que las palabras llegan a tener más peso a la hora de
crear dibujos que por su propio significado. Las frases se cortan de forma
brusca para continuar en la siguiente línea, aparecen impresas en colores
distintos y se distribuyen en cada espacio de las páginas de forma aleatoria.
Esto no se ha quedado solo en la parte escrita, sino que las ilustraciones que
acompañan a cada página no son nada tradicionales: estas reproducen los dibujos
que unos hilos forman en una tela. Pero lejos de reproducir un bordado o un
tapiz, estos son esquemáticos, compuestos de puntadas desiguales, zurcidos y
cortes en la tela que de una forma muy sutil, crean un paisaje tan extraño como
el que reproducen las palabras que acompañan a cada una de ellas.
Danielewski no sería Danielewski sin su sombrero y su gato
¿Y por qué esa fijación con los colores, la presentación de
la frase, y sobre todo, los hilos? Porque estos forman parte de la historia que
quiere contarnos. O más bien, un cuento, debido a su brevedad y a la naturaleza
del argumento. El escenario es tan extraño como una fiesta de cumpleaños
organizada en un hogar para niños huérfanos. Chintana, una costurera cuya
historia sirve de hilo conductor, acude a esta sin muchas ganas: la anfitriona
es la última persona a la que le gustaría ver , y los niños están demasiado
inquietos a la espera del cuentacuentos que les han prometido. Pero este no
parece el entretenimiento más adecuado para unos pequeños: el cuento prometido
es el de un viaje a través de paisajes imposibles, al final del cual su
protagonista conseguirá una espada que puede matar todo aquello que cumpla
cincuenta años. Chintana quiere creer que este solo se trata de una fábula. Pero la caja
que el cuentacuentos trae consigo hace pensar que esto puede no tratarse
de una fantasía.
Los textos dibujados, o caligramas, no son algo nuevo: solo
hace falta ver los textos de Apollinaire.
Pero es algo que quedó más ligado a la poesía, y más concretamente, a una
corriente artística determinada, que a lo que podría esperarse en un libro del
2005. Además, técnicamente no se trata solo de caligramas sino de dibujos
cosidos…algo que, evidentemente, en las ediciones impresas tienen que quedarse
como reproducciones fotográficas. Esto no le resta nada de validez a lo
creativo de esos dibujos, porque en ellas se aprecia fácilmente lo que son en
un principio: puntadas y telas rasgadas. Y es solo junto al texto que tienen a
su izquierda cuando estas se convierten en algo distinto: no son hilos y nudos,
sino montañas, bosques, tormentas…e incluso una colección de espadas de todo
tipo. Nunca me hubiera imaginado que alguien podía inventar una espada que
matara el color verde, o las olas del mar, y en cambio, ha sido esa técnica de
ilustración tan peculiar la que ha podido prestarles una imagen. Y, aunque no
fuera posible reproducir estas imágenes tal cual, la edición sí incluye en su
portada una referencia a este elemento: esta está llena de puntitos, o más
bien, de agujeros muy pequeños…como los que podrían hacerse con una aguja de
coser.
Al igual que en estas ilustraciones, en este cuento los
sucesos van encontrando su lógica y su lugar de una forma muy sutil: es la vida
de la protagonista, y lo que va sabiéndose de ella, lo que sirve para enlazar
la trama del cuentacuentos y algo tan fantástico como las espadas que va
describiendo en cada página. A menudo se describe La espada de los cincuenta
años como una historia de fantasmas con forma de libro para niños. Esto último
es muy acertado: la importancia de la parte visual, y especialmente, un estilo
narrativo muy conciso, es muy útil para dotarlo de una estructura similar a la
de una fábula. Lo primero, no tanto: el componente sobrenatural es muy
importante, pero también lo es el del drama, la melancolía del personaje
principal, lo poético de sus escenarios y la trama sobre la venganza que va
tomando forma hasta el desenlace.
Este puede ser un libro muy corto, especialmente hacia las últimas
páginas, donde muchas de ellas cuenta solo con una o dos palabras. Pero no
sencillo: su contenido, su aspecto, los colores con los que se imprimieron las
palabras y las líneas de hilo que forman las ilustraciones exige mucha atención
y cuidado. Atención que es capaz de captar a partir de sus primeras frases.
Además, también cuenta con una versión escénica: como buena
historia de fantasmas, cada 31 de octubre suele hacerse una lectura en directo,
contando con música y algunos efectos de luces.
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