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jueves, 26 de marzo de 2015

La espada de los cincuenta años. Venganza y espectros, según Mark Danielewski



Los libros no tienen por qué servirse solo de la palabra escrita para contar algo. Pero tampoco tienen que recurrir al apoyo visual de las ilustraciones. Las palabras, las frases e incluso el orden de los párrafos, pueden utilizarse para crear algo que pueda verse y  no leerse. Las imágenes tampoco están obligadas a servirse unicamente de la tinta: la tela y las costuras pueden sustituirlas perfectamente. Pero…¿Qué pasa cuando todo esto se junta en un libro, hasta el punto que estas forman parte de la historia?

 

Algo así se le ocurrió a Mark Danielewski en La espada de los cincuenta años. Este ha demostrado ser  un autor muy particular cuya primera novela, La casa de hojas, llegaba a manejar varias líneas narrativas al mismo tiempo y  se servía de la disposición de los textos como parte de estas. Técnica que ha mantenido en este libro, mucho más breve que La casa de hojas, y en el que las palabras llegan a tener más peso a la hora de crear dibujos que por su propio significado. Las frases se cortan de forma brusca para continuar en la siguiente línea, aparecen impresas en colores distintos y se distribuyen en cada espacio de las páginas de forma aleatoria. Esto no se ha quedado solo en la parte escrita, sino que las ilustraciones que acompañan a cada página no son nada tradicionales: estas reproducen los dibujos que unos hilos forman en una tela. Pero lejos de reproducir un bordado o un tapiz, estos son esquemáticos, compuestos de puntadas desiguales, zurcidos y cortes en la tela que de una forma muy sutil, crean un paisaje tan extraño como el que reproducen las palabras que acompañan a cada una de ellas.

 


Danielewski no sería Danielewski sin su sombrero y su gato

¿Y por qué esa fijación con los colores, la presentación de la frase, y sobre todo, los hilos? Porque estos forman parte de la historia que quiere contarnos. O más bien, un cuento, debido a su brevedad y a la naturaleza del argumento. El escenario es tan extraño como una fiesta de cumpleaños organizada en un hogar para niños huérfanos. Chintana, una costurera cuya historia sirve de hilo conductor, acude a esta sin muchas ganas: la anfitriona es la última persona a la que le gustaría ver , y los niños están demasiado inquietos a la espera del cuentacuentos que les han prometido. Pero este no parece el entretenimiento más adecuado para unos pequeños: el cuento prometido es el de un viaje a través de paisajes imposibles, al final del cual su protagonista conseguirá una espada que puede matar todo aquello que cumpla cincuenta años. Chintana quiere creer que este solo se trata de una fábula.  Pero la caja  que el cuentacuentos trae consigo hace pensar que esto puede no tratarse de una fantasía.

 


Los textos dibujados, o caligramas, no son algo nuevo: solo hace falta ver los textos de  Apollinaire. Pero es algo que quedó más ligado a la poesía, y más concretamente, a una corriente artística determinada, que a lo que podría esperarse en un libro del 2005. Además, técnicamente no se trata solo de caligramas sino de dibujos cosidos…algo que, evidentemente, en las ediciones impresas tienen que quedarse como reproducciones fotográficas. Esto no le resta nada de validez a lo creativo de esos dibujos, porque en ellas se aprecia fácilmente lo que son en un principio: puntadas y telas rasgadas. Y es solo junto al texto que tienen a su izquierda cuando estas se convierten en algo distinto: no son hilos y nudos, sino montañas, bosques, tormentas…e incluso una colección de espadas de todo tipo. Nunca me hubiera imaginado que alguien podía inventar una espada que matara el color verde, o las olas del mar, y en cambio, ha sido esa técnica de ilustración tan peculiar la que ha podido prestarles una imagen. Y, aunque no fuera posible reproducir estas imágenes tal cual, la edición sí incluye en su portada una referencia a este elemento: esta está llena de puntitos, o más bien, de agujeros muy pequeños…como los que podrían hacerse con una aguja de coser.

Al igual que en estas ilustraciones, en este cuento los sucesos van encontrando su lógica y su lugar de una forma muy sutil: es la vida de la protagonista, y lo que va sabiéndose de ella, lo que sirve para enlazar la trama del cuentacuentos y algo tan fantástico como las espadas que va describiendo en cada página. A menudo se describe La espada de los cincuenta años como una historia de fantasmas con forma de libro para niños. Esto último es muy acertado: la importancia de la parte visual, y especialmente, un estilo narrativo muy conciso, es muy útil para dotarlo de una estructura similar a la de una fábula. Lo primero, no tanto: el componente sobrenatural es muy importante, pero también lo es el del drama, la melancolía del personaje principal, lo poético de sus escenarios y la trama sobre la venganza que va tomando forma hasta el desenlace.

Este puede ser un libro muy corto, especialmente hacia las últimas páginas, donde muchas de ellas cuenta solo con una o dos palabras. Pero no sencillo: su contenido, su aspecto, los colores con los que se imprimieron las palabras y las líneas de hilo que forman las ilustraciones exige mucha atención y cuidado. Atención que es capaz de captar a partir de sus primeras frases.

Además, también cuenta con una versión escénica: como buena historia de fantasmas, cada 31 de octubre suele hacerse una lectura en directo, contando con música y algunos efectos de luces.
 

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