Como indica el título, volvemos a mi segundo país favorito a
la hora de sacar lecturas. Aunque últimamente me había dedicado más a los clásicos
para todos los públicos, como el pequeño Nicolás o incluso alguno de Bob
Morane, echaba de menos un par de autores un poco dispares, tanto en calidad
como a la hora de reflejar su sentido del humor.
Daniel Pennac. La petite marchande de prose. En la tercera
entrega de la saga Malaussène, donde Benjamín sigue sacando adelante a sus
hermanos gracias a su trabajo como chivo expiatorio (vamos, echarse la culpa de
todos los fallos con cara de pena, y evitar que presenten demandas), ha habido algunos
cambios en su vida: un policía retirado se ha convertido en el abuelo no
oficial de la familia y niñera de Verdún, la hermana más joven. También se
encuentra cada vez más harto de su trabajo en las ediciones Talión, pero sobre
todo, no es muy feliz con la boda de su hermana menor, Clara. Su futuro cuñado
triplica la edad de su prometida, y además, es director de prisión. De prisión
modelo, pero prisión al fin y al cabo, cosa que tanto a Benjamín como a sus
amigos de Belleville no les termina de convencer. Además, su jefa pretende que
se haga pasar por un conocido autor de best sellers. Y cuando su hermana Therèse
le asegura que él no morirá hasta los noventa años, su esperanza de vida
empieza a parecerle demasiado larga.
La serie de Pennac siempre se caracterizó por el humor y por
una subtrama de carácter policiaco, muy llevada al extremo: o bien una serie de
atentados, o bien de asesinatos, y en este último caso, el del director de la prisión. En cambio, esta vez se plantea
como algo muy segundario, donde el protagonista ya no es sospechoso habitual (más
que nada, porque los policías saben que tiene más madera de víctima que de
culpable) y acaba siendo arrastrado por todo tipo de circunstancias adversas…hasta
el punto de acabar la mitad de la novela comatoso. Sirve más como una excusa para poner en marcha
las aventuras de los Malaussène, y como elemento para retorcer al máximo todas
las situaciones absurdas posibles. Si la coincidencia y el realismo fantástico
tenían una presencia importante en las dos anteriores novelas, aquí se convierten
en lo principal, formando parte una de la otra. También es cierto que esta
sensación de absurdo perjudica un poco el conjunto: se pierde capacidad de
sorpresa, al saber que tarde o temprano, todo va a encontrar su solución y que
su personaje principal va a salir sano y salvo, muy a su pesar. Aún así, uno de
los aspectos más divertidos es su retrato del mundo editorial con todo lo que
ello conlleva: a los autores espectáculo, el plagio y las campañas de
publicidad mayoritaria les sienta muy bien ese retrato un tanto grotesco con el
que aparecen.
San-Antonio. Les anges se font plumer. El comisario San Antonio es, como SAS, uno de esos personajes de literatura de kiosco: con un número de aventuras casi interminable, avanzando a lo largo de las décadas sin envejecer, se convierten en parte de la cultura popular. En el caso del personaje de Frédéric Dard, todavía sigue en activo, gracias al trabajo de su hijo Patrice (el de Dard. No el de San-Antonio, que es un personaje de ficción. por suerte).
A San-Antonio se les puede considerar un James Bond francés.
Es agente del servicio secreto, participa en todo tipo de misiones peligrosas y
las mujeres lo encuentran irresistible…y ahí acaba la comparación, porque el
tipo visto hoy, podría verse como un Torrente en toda regla: es machista, homófobo
y reúne el solito casi todos los defectos del francés medio en los años
cincuenta y sesenta. Pero también cuenta con un sentido del humor libre de
prejuicios, es un agente competente y que adora a su madre Felicie, hasta el
punto de llevársela (o más bien, por orden de su jefe, como coartada), a un
hotel de playa en Italia donde, en Les anges se font plumer, debe detener a una
banda de traficantes de armas.
Con una serie que abarca cinco décadas, la evolución del
personaje y del estilo de narración es bastante evidente. En el caso de Les
anges se font plumer, es más cercano al policiaco o a las novelas de espías tradicionales,
con elementos propios como el tráfico de armas o los secuestros. Pero el
sentido del humor del personaje empezaba a hacerse patente, de modo que sus
apreciaciones y su manera de narrar. Especialmente, sus apreciaciones sin eso
que hoy llaman corrección política.
Para saber más sobre San- Antonio, Béru y Frédéric Dard, aquí mismo
No hay comentarios:
Publicar un comentario