¡Retrospecter!
Cuando he necesitado unos veintes días para poder terminarme un libro (no por pesado, que era de los de Harry Dresden, sino por falta de tiempo), es muy difícil juntar los dos o tres libros que podía terminar en ese mismo tiempo y dedicarles una entrada. Ya la última vez empecé a acordarme de cosas que había leído antes de que esto se convirtiera en una afición fija, y que en cierto modo, es un poco extraño que se queden en la memoria libros que no llegan al nivel de “clásicos” como muchos que sí recordamos todos, o que hoy no sea posible volver a echarles un vistazo por encontrarse en sitios tan poco disponibles como la biblioteca de un colegio.
Para mi alegría y contento, he encontrado la portada del primer libro que leí
Richmal Crompton. Las aventuras de Guillermo. Hay por el mundo miles de historias protagonizadas por niños. En España tuvimos a Celia, a la posterior y un poco más domesticada Antoñita la fantástica, y hoy a Manolito Gafotas. Francia tuvo al Pequeño Nicolás y Gran Bretaña tuvo, de los que pudiéramos leer, a unos cuantos, como los Cinco y otros más creados por Enid Blyton, y, practicamente en la misma época, a William Brown. El personaje de Crompton es mucho más cercano a un Daniel el Travieso que a los Cinco o a los Siete Secretos que muchos recordamos (y seguramente, todavía tengamos por casa), y por lo que veo, un poco menos conocido. Guillermo es un chaval de once años que vive en algún pueblo de Inglaterra, lo suficientemente cerca de Londres como para poder visitar a algunos de sus familiares allí, y lo suficientemente lejos como para poder pasarse el tiempo que no está en clase haciendo trastadas en el campo o reuniéndose con su pandilla de amigos, que se hacen llamar Los proscritos, en un viejo granero.
El chaval es un poco la piel del diablo, frente a su familia y hermanos que son un poco más pijeras, y la mayoría de sus historietas consiste en hacer unas cuantas trastadas, debido a la forma de ver el mundo que solo un niño aficionado a los libros de aventuras puede tener, y unas cuantas, mucho más ácidas, en las que la autora no deja títere con cabeza respecto a algunas tendencias de la época: a través del protagonista, un poco salvaje, espontáneo y que, a sus once años, considera que los adultos son completamente incomprensibles, presenta situaciones como las sociedades de apadrinamiento de “negritos”, las vacaciones de beneficencia para las familias trabajadoras de la ciudad, e incluso las novelas pedagógicas que se escribían en la época. Se nota que Richmal Crompton escribía en muchas ocasiones pensando en los adultos, y sus libros tenían cierto humo ácido que no pasaba desapercibido.
A Guillermo lo descubrí en la biblioteca del colegio, o más bien, a la estantería con libros que había en clase y que la profesora llamaba, siendo muy generosa, biblioteca”. En realidad el funcionamiento era similar: los alumnos nos llevábamos un libro que la profesora anotaba en un cuaderno, teníamos quince días para leerlo, y después lo devolvíamos. Gracias a eso, tengo relativamente pocos libros infantiles en casa, porque por esa época practicamente me estaba llevando uno de allí por semana, y los libros de Crompton no tardaron en llamarme la atención: bastante gordos para lo que solía ser una publicación infantil (era la época pre-Harry Potter. Cualquier cosa mayor de 200 páginas nos parecía Guerra y Paz), un aspecto un tanto gastado, y sobre todo, unas portadas con un fondo color rojo muy vivo y un dibujo, bastante vintage, de un chaval de pinta desaliñada que llamaron mi atención…Se ve que ya entonces la cabra tiraba al monte, y durante esos meses me leí, uno tras otro, los siete u ocho libros que había en aquella estantería. No sé si todavía estarán por ahí, pero en ese caso, me pregunto qué pensarán los chavales de primaria de hoy de esas historias en las que un crío escapaba alegremente a los castigos y cuya autora no tenía ningún remordimiento a la hora de burlarse abiertamente de muchos personajes respetables.
Graham Dunstan Martin. Doneval. Otro libro sorprendentemente grueso para la literatura entonces (bueno, este también tenía una letra bastante grande) en el que se cuenta una historia fantástica que, recordándola a día de hoy, me parece bastante mejor que mucho de lo que se está publicando hoy en el género. Un país imaginario cualquiera, durante una terrible sequía. Un chaval llega a la capital del reino, y sin darle un respiro, unos guardias lo llevan ante el mago de la corte que explica que él es el Elegido que liberará al reino de la maldición. Para ello, solo tiene que cruzar un laberinto…pero su destino tiene trampa, y la interpretación de la profecía que él protagoniza, implica que no debe llegar vivo al otro lado del laberinto. Él escapa, y gracias a los personajes que irá encontrando, podrá salvar al reino no solo de la maldición, sino de sus supuestos salvadores.
Además de su historia, muy bien tratada y que sí es atractiva para todos los públicos, lo más atractivo es la traducción de los nombres, que además de identificar un poco a los personajes con su carácter, es algo que hoy no suele verse: el mago Falsario, el Nigromante Maldeseo o Doble, el noble idéntico al protagonista y a la vez, doble malvado de este. Y si es una novela “juvenil”, es porque no se extiende en complicados dilemas psicológicos ni en tramas más extensas (o peor, más sórdidas, típicas de las novelas para mayores), sino que los personajes, buenos o malos, se caracterizan como tal, pero estos pueden ser engañosos y a lo largo del libro se irán revelando sus intenciones. O más bien, de los libros, porque Doneval tiene una segunda parte titulada Favila, en la que se cierra la historia del reino y del destino del protagonista.
Doneval debió ser también uno de los primeros libros de saldo que conseguí, nada menos que en uno de los primeros Todo a 100 que se abrieron, cuando el término era una novedad y todavía no se les apodaba Chinos a estos negocios. En un viaje a comprar unas cuantas tarteras, habían traído una enorme pila de libros de la colección Austral Juvenil, de la que también hay que decir que debe tener uno de los mejores catálogos de narrativa infantil de autores no españoles. Y encima de ellos, estaba aquel libro que entonces me parecía enorme. También es cierto que entonces me costó un montón terminarlo, porque la fantasía no era lo que más me gustaba, pero fue una de esos libros que sí recordé con más cariño con los años y que seguramente, debería leer en algún momento. Fijo que esta vez no me parece tan largo.
2 comentarios:
De Guillermo aun me lei alguno.
Yo, practicamente todos los que había en la estantería. Aunque ahora me pregunto qué tendrán en su lugar XD.
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