Hechizo no es convertirlo en rana, ¡es ponerle el traje y que esté quieto!Seguramente todos los que crecimos a principios de los noventa tenemos asociados la navidad con las películas de Disney: desde La Sirenita, no había un invierno sin dibujos de primera calidad, números musicales y animales parlantes, al menos en España, claro. Porque los cambios de estreno hacían que muchas películas de verano acabaran en los cines españoles por estas fechas. El tema empezó a decaer al cabo de unos años, cuando las versiones de Pocahontas y El jorobado de Notre-Dame no funcionaron como esperaba. A mí Mulan me sigue gustando un montonazo, pero no soy quien de llevarles la contraria a los directivos. Ahora, derecho a la pataleta, tengo todo el que quiera: yo os maldigo, High School Musical y Camp Rock. A vosotros y a vuestra descendencia.
Aunque hubiera otras cositas por en medio, como Atlantis (que con su argumento y estilo a lo Rider Hagard no parece Disney), o El Emperador y sus locuras, que fue la última que me hizo reir, su estreno quedó para el verano por lo que están fuera de las películas navideñas de dibujos que había visto hasta entonces. Y con esto acabaron pasando varios años en los que daba la impresión de faltar estrenos sonados como los anteriores.
Al menos, hasta el 2009, cuando la compañía decidió retomar lo que mejor había hecho hasta entonces: dibujos animados de los que todos conocíamos, y adaptar un cuento clásico a una película de hora y media. En este caso, le tocó el turno a La princesa y la rana, una historia más simple que el mecanismo de un chupete, al menos, en la versión que conozco: una princesa encuentra una rana, le da un besico, y se convierte en príncipe. Ahí es nada. Con un esquema tan básico, los guionistas podían hacer lo que quisieran, y se decidieron por una visión más marchosa, ambientada en el Nueva Orleans de los años 20, con sus números de jazz y desfiles de carnavales. Como tampoco son tiempos para princesas Disney, en lugar de una remilgada aristócrata, presentan a Tiana, una chica negra que se esfuerza en trabajar para conseguir algún día su propio restaurante. Y por el otro lado, el príncipe de algún recóndico país europeo que busca esposa para poder tener derecho a herencia y vidorrio (más o menos, como Urdangarín, pero sin fraudes fiscales que se sepan). El muchacho tiene la mala suerte de cruzarse con un brujo vudú, que lo convierte en rana y...bueno, el resto se imagina: los protagonistas, convertidos en batracios, deben atravesar el pantano para encontrar ayuda. En el viaje conocen a otros animales parlantes y llegan al final feliz consiguiendo lo que querían y de paso, descubriendo alguna moraleja.
Para ser un príncipe europeo, está más negro que LegráEl argumento, a grandes rasgos, ha variado determinados personajes, sobre todo comparado con las películas clásicas: el criado del príncipe no es todo lo noble que uno podía esperar, y la amiga rica de la protagonista, al margen de ser un poco tontaina, tiene buen fondo y no duda en ayudarla. Claro que a mitad de la historia, una empieza a plantearse por qué no le financió un crédito en lugar de dejar que se dejara las pestañas trabajando de sol a sol, pero en ese caso, nos quedábamos sin película.
Lo mejor, al final, ha sido la fórmula típica que hasta hace poco, no falló nunca: porque si algo se le daba bien a Disney, al menos, a la que yo recordaba, era, además de la animación, el crear personajes marchosos y números musicales. Y en Tiana y el sapo hay números de jazz a puntapala, de los que recuerdan a las canciones de El libro de la selva: un cocodrilo que toca la trompeta, una luciérnaga cajun...y hasta la aparición de tres rednecks patosos que intentan cazar ranas. Destaca sobre todo el brujo vudú, que aunque como malo se quede un poco descafeinado, tiene las mejores canciones.
En otra época, podría haber sido doblado por Screamin´Jay HawkinsSi esta película me ha gustado, ha sido sobre todo por el estilo un poco nostálgico que mantuvo: en lugar de animación en tres dimensiones, o estilos de dibujo un poco alternativos, recurrieron a fórmulas que no les fallaban, y que muchos seguimos recordando con cariño.
3 comentarios:
A mí con estar situada en Nueva Orleans me tenía comprado, la verdad es que ese estilo retro y sus canciones me conquistaron.
Estoy de acuerdo con Satrian! Nueva Orleans parece un lugar lleno de un romanticismo decadente que me atrae muchísimo. Y todo lo vintage me encanta. No la he visto, pero lo haré junto a mi hija. Gracias por recomendarla!
El gatico una vez más me enamora. jajaja tienes toda la razón, debió ser una hazaña el ponerle el trajecito.
Ah, me encantaría saber si vas a regalar libros esta Navidad!! Me apasiona saber los título que se regalan y los que se leen! He leído tu entrada anterior y me parece que yo no me voy a apuntar a los libros electrónicos. Por supuesto los apruebo para los libros de texto de los niños que van cargadísimos, pero para leer literatura, poesía, teatro en casa o cuando viajo no. Parte del placer para mí de la lectura está en sostener un libro de papel entre las manos. Hacerle anotaciones e incluso dibujitos en los márgenes, subrayar las frases que me gustan. Me entusiasma el olor, el tacto... Buscarlos en librerías de viejo, aunque el polvo me haga estornudar. Me encantan mis paredes llenos de ellos. Me apunto a la mayoría de las nuevas tecnologías, las aplaudo y me parecen un avance importantísimo. Pero a la de los libros electrónicos no me apunto y lo digo encantada. Nunca podría leer a Baudelaire en un libro electrónico. Es más, creo que el poeta maldito me saldría venido del Parnaso para mostrarme su absoluta desaprobación. Eso sí, respeto el que otros lo hagan, faltaría más. Lo importante al fin es leer y el texto al fin y al cabo será el mismo. Ah, claro, y esos libros que ya es imposible encontrar en papel, pues entonces, claro, si no hay otro remedio...
Besos y Feliz Navidad!!
Ana.
Satrian: la ambientación en Nueva Orleans fue de lo más divertido. Me recordó a las películas de los buenos tiempos en las que adaptaban libros e historias en plan marchoso.
La Minomalice: yo creo que Tiana es una buena elección para una niña (mientras se le dice "mira, esto es lo que hacía Disney hace siglos..").
Sobre el ebook, tengo bastante claro el uso que le corresponde. Mientras pueda sacar un libro de la biblioteca y leerlo con calma, no recurro a su versión digital. Está muy bien para irse leyendo novelas de Harry Dresden, o incluso, acceder a desconocidos novelones góticos de principios de siglo que hoy sobreviven gracias a proyectos para conservación de libros en formato digital (libres de derechos y sin que la Sinde nos eche los perros). Pero, ¿¡como me voy a leer en digital Soy un gato, de Natsume Soseki, con la monada de portada que tiene la versión impresa!?
Y por mi parte, he regalado libros, en concreto, un manual de rol basado en las novelas de Michael Moorcock, y el tercer volumen de Añoranzas y Pesares, en inglés: a los británicos se le da muy bien hacer ediciones populares de novelas de fantasía, y para los que hablan el idioma, lo prefiero a la versión española.
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