Si tecleas en google cat y tv, salen a patadas
Otra bendita tarde de sofá y estufa, mal que me pese: el que estemos en la primera tarde de carnavales no ayuda gran cosa: ¿ponerme a buscar un disfraz (aunque solo sea ponerme un par de orejas de zorro para salir a la calle gritando “¡Chaos Reigns!”) y esquivar las tracas que los críos aprovechan para hacer explotar a tu paso, o seguir en casa al abrigo de toda pólvora? Prefiero lo segundo gracias.
Lo que no contaba es con que hay veces en las que el universo conspira para que en unos cuarenta canales de la tele por cable no echen nada de nada. Empezamos bien…
Consulto el disco duro: no me queda ningún capítulo pendiente, pero sí algunas películas. Algo es algo. Era esto, o empezar a ver la enésima narración de la II Guerra Mundial en el Canal de Historia.
Consiga identificar todos los nombres que salen en el cartel y gane un premio
La comedia de los terrores. Si alguien necesita preguntar quienes son Vincent Price, Peter Lorre, Boris Karloff o Basil Rathbone, que escoja cualquiera de las siguientes opciones:
- Ser lapidado con adoquines de Zaragoza.
- Presentarse voluntario a un Auto de Fé.
Junto con la obligatoriedad de abandonar cualquier visionado de Lost hasta haberse visto todas las películas del ciclo Poe de Roger Corman.
Sin extenderme en más castigos, diré que se trata de una comedia negra de los 60, en la que aparecen las estrellas del género terrorífico más conocidas y queridas de la época, al menos, en Estados Unidos: Vincent Price es el poco escrupuloso dueño de una funeraria, Boris Karloff es su suegro, y Peter Lorre es su empleado. La historia parte de cualquier situación marcada por el humor negro que pudiera darse en una funeraria propia de la época victoriana (ya que solían ser los decorados más a mano que la productora de Corman podía aprovechar): tenemos sombreros de copa, viejos achacosos, ladrones de cuerpos, enterrados prematuramente y un humor muy gestual gracias al patilargo Price y la expresión un poco besuguil de Peter Lorre. Ah, y un gato que pasea tranquilamente por los decorados y que no hace gran cosa, exceptuando lo típico de su especie: ronronear y estar tumbado en cualquier alto. Pero ya se sabe que en Barrilete nos gustan los gatos.
La avitaminosis escorbútica os saluda
La carretera. He aquí una película que podría bajarle la moral a todo freak del género postapocalíptico. Un padre y un hijo intentan llegar al mar en un mundo devastado por una catástrofe nuclear. Y cuando digo devastado, digo Devastado con mayúsculas, porque ahí no hay nada de nada: ni centros comerciales para refugiarse y coger comida, ni mansiones, ni la posibilidad de comenzar a cultivar la tierra, ya que el color que predomina durante toda la película es el gris requemao. Pero ojo, eso no quiere decir que no me haya gustado, porque al menos ya tenía más diálogo que el libro en que se basa (¿vale?). Eso sí, es muy dura y pesimista, se llega a agradecer que hagan elipsis en determinadas escenas o que, directamente, no se detengan en ellas (la bodega de prisioneros mutilados..¡eecs!). Tanto el libro como la película intentan ser una metáfora de cómo se busca mantener la integridad en un mundo caótico. Lo que no contaban es que la película acabara resultando algo así como la hermana mayor y cabrona de Mad Max.
No puedo quejarme, o, bueno, sí: ¡en ninguna de estas películas sale Eric Roberts en horas bajas ni unas modelos haciendo demostraciones de artes marciales! ¿¡qué clase de selección de películas para el sábado es esta!?
2 comentarios:
Los adoquines los pongo yo que se donde los venden "grandecicos" para que hagan daño.
The Road es desasosegante y dura pero no puedes apartar la vista de la pantalla para saber como sobreviven estos dos grandes personajes manteniendo el fuego.
Que mala es DOA madre del amor hermoso.
Una vez tuve el honor de probar un adoquín. Estaba bueno (era de limón) pero el tamaño me dejó una boca similar a la de Sembei Norimaki.
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