Inglaterra está, a los ojos de sus vecinos continentales, ligada de forma inseparable a las historias de fantasmas clásicas, el humor fino y elegante, a l origen de la fantasía que sería canon años después e incluso a los primeros clásicos de la ciencia ficción. Pero también a las sombras, más que a las luces, de la época victoriana, de las brutales políticas coloniales y el Tatcherismo. Y con ellos, su respuesta cultural: Londres bajo la vigilancia del Gran Hermano, bajo la felicidad programada de Ford, la máscara de Guy Fawkes que amenaza el régimen dictatorial que la mantiene unida…y también el estrafalario linaje de los Groan y lo vacío de sus tradiciones. Su literatura refleja la historia de la misma forma en que lo hacen en el resto de países, pero quizá con esa mayor presencia derivada de ser el idioma y cultura anglosajones los que tienen mayor peso en comparación al los demás. Y en el caso de Gran Bretaña, con esa particularidad suya de ser europeos, pero no como el resto del continente, con esa sensación de saberse al margen de gran parte de los conflictos que tuvieron lugar en tierra, y un poco, con cierta sensación de identidad propia, separada de los demás. Esta percepción concentrada en lo propio, de cierto individualismo, se percibe también en unos años en los que, mientras sus vecinos se preparaban para el próximo conflicto, el país se recuperaba de la Gran Depresión volviendo a una imagen idílica y un tanto cómica de los estereotipos locales.
El libro es el primero de la saga del mismo nombre que la granja, del que solo se ha traducido este al castellano. Publicado en 1933, este tiene un componente muy sardónico, del que hace pensar precisamente en el concepto de ironía inglesa y humor británico. Este toma como punto de partida situaciones clásicas de la tradición narrativa más oscura para darle la vuelta de una forma abiertamente paródica: Flora no es ninguna jovencita desvalida sino una mujer en la veintena que tras varios intentos de apalancarse en la casa de distintos familiares 8quienes le dan convenientemente el esquinazo) acaba instalada en una granja con un nombre muy poco esperanzador. Los miembros de la familia Starkadder llevan sus obsesiones hasta el absurdo, con esa cabeza de familia que solo se asoma pare decir ominosamente p “solo era una chiquilla, pero vi algo sucio en la leñera”, una de los hijos va declamando su desprecio a las mujeres mientras que otro de los residentes en la granja anuncia con el mismo dramatismo su próximo matrimonio con la más joven, mientras que otro de los hermanos atormenta a todo el que se le ponga a tiro con su fanatismo religioso. Un escenario tremebundo que sirve que la protagonista adivine, en las primeras páginas, que detrás de este entorno claustrofóbico hay gente con aspiraciones tan corrientes y anodinas como adorar al cine, ser un buen administrador de la granja, o simplemente, necesitar salir a que les de el aire y modernizarse un poco. Este descubrimiento de quienes son, y la misión de arreglar sus vidas, sea asumida por la heroína que se ve a si misma como una suerte de figura capaz de poner orden, muy similar a los personajes de jane Austen con quien también se compara de forma indirecta.
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