El término caza de brujas se utiliza actualmente para definir cualquier persecución infundada por motivos ideológicos, políticos o religiosos. Su significado implica cierta irracionalidad y odio ciego al objeto de esta, similar a la idea sugerida en buscar algo que evidentemente, no existe. Sin embargo, durante finales de los setenta y principios de los ochenta tuvo lugar una ola de pánico muy similar a esta. Aunque se extendería posteriormente a Estados Unidos (que, si no se buscan enemigos imaginarios, se aburren), esta, conocida como el Satanic Panic, tuvo su origen en la localidad canadiense de Victoria, cuando un psiquiatra, en una sesión de terapia regresiva practicada a una de sus pacientes, descubre que esta fue víctima en su infancia de todo tipo de maltrato por parte de …nada menos que una secta satánica que actuaba con impunidad en la ciudad.
Michelle recuerda, escrito por Lawrende Pazder en colaboración con su paciente Michelle Smith, recopila estas sesiones en las que Michelle rememora la ordalía (definida así por su psiquiatra) a la que fue sometida durante una año de su infancia. Los recuerdos reprimidos salen a la luz y Michelle, a través de la terapia regresiva, recrea como fue entregada por su madre a una secta satánica oculta en la ciudad de Victoria, como fue víctima y testigo de sus rituales donde eran sacrificados por igual niños y animales, para ser finalmente repudiada por el culto y devuelta a su familia. Este periodo es desenterrado por el doctor de la mano del subconsciente de Michelle, que regresando a los cinco años, describe las sesiones que presenció.
El libro, todo un éxito de ventas, tiene hoy el dudoso honor de haber sido el instigador de la ola de pánico moral que sacudiría Norteamérica, y su valor actual es únicamente el ser el reflejo de esa paranoia compartida. Porque el contenido, en realidad, podría resumirse en una colección de despropósitos en los que cada página el lector actual encontrará una situación que, o bien no tiene sentido, o en la que el psiquiatra titular sobrepasa descaradamente los límites de la relación entre paciente y terapeuta…no sorprende descubrir que posteriormente ambos abandonarían a sus respectivas parejas para irse juntos. A lo largo de este, se describe como las sesiones se desarrollan con la paciente apoyando la cabeza sobre el hombro de su doctor “por su comodidad”, como este, conmovido ante el sufrimiento de esta, recita una oración o se la lleva a la iglesia, recomendando bautizarla, y como las sesiones van ocupando cada vez más tiempo en su vida diaria de una forma en la que empieza a verse un poco esa especie de delirio compartido y excusa para mantenerse juntos el mayor tiempo posible.
A medida que avanza la narración de la terapia, por llamarla de algún modo, esta acaba por abandonar cualquier pretensión de credibilidad para lanzarse de cabeza a un escenario que parece sacado de una serie B. Desde la foto, incluida en el libro, donde presuntamente aparece la Virgen y el niño al lado de una hoguera donde queman un símbolo satánico, o el enfrentamiento final de la, ahora sí, protagonista, contra el mismo Lucifer, que se manifiesta en una misa negra y en la que de nuevo, participa también Jesús y la Virgen. Además de un ritual que entre sacrificio y sacrificio, se dedican a recitar una serie de canciones sobre el mal y la oscuridad que parecen sacadas de un libro de poemas para niños.
Con este contenido, salvo el factor de comedia involuntaria que pueda encontrar el lector, resulta muy difícil comprender como alguien pudo tomárselo en serio, e incluso a que al Doctor Pazder se le consultara en temas de ocultismo y sectas. Ya entonces muchas voces señalaban las incongruencias del testimonio de Michelle, y no solo por el desvarío final, sino por los registros disponibles: no constan ausencias escolares durante el año que esta fue presuntamente víctima de la secta, ni registros del accidente de tráfico que esta asegura haber sufrido (porque ser satanista no está reñido con tener vehículo propio) o la total omisión a sus hermanos, con los que actualmente, no tiene contacto. Todo termina de poner en evidencia un libro que, salvo su papel en una de las olas de pánico moral recientes más influyentes de la cultura popular, carece de valor. El estilo es básico, no es una obra de divulgación ni una, al menos intencionadamente, de ficción. La transcripción de los testimonios de la paciente, que en sus supuesta regresión habla como una niña de cinco años, resultan repetitivos y su desenlace cae en el ridículo más absoluto. Ayuda en su lectura su vocación de texto para todos, que hace que su lectura sea rápida. Pero no es un libro recomendable para nadie salvo que esté muy interesando en el satanic pánic tenga el sentido del humor necesario para afrontar todos esos capítulos como una curiosidad.
Sin más propósito que este, Michelle recuerda es una curiosidad macabra, un reflejo de que la histeria colectiva solo necesita una pequeña chispa para encenderse y una buen complemento a la hora de acercarse al contexto del documental Satan Wants you, pendiente de estreno y donde se describe el caso, o para conocer un poco más las raíces de las olas de histeria colectiva que, de la mano de Q anon y del Pizzagate, llegarían décadas después.
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