jueves, 26 de enero de 2023

Lecturas de la semana. Selección de horrores

 



Esta semana, con lo de terminar algunos libros que había ido comprando a lo largo del año (las librerías de segunda mano son como el Ikea o la droga: es difícil salir de ellas), acabé y empecé el año con dos antologías que compartían colección, editor...y una tendencia hacia los fotomontajes horribles. bajo el título Selección horror, Bruguera publica una serie de colecciones de relatos tirando a breves, no más de doscientas páginas con aquel papel de estraza indestructible que caracterizaba a los LIbro Amigo, y en su mayoría recopilada por Kurt Singer, o en alguno de los números, por Forrest J. Ackerman. En el caso de estos dos, ambas de Singer, no tienen en cómún más que su editor, y como mucho, cierta temática en cada tomo, manteniéndose estos muy variados. 



Horror 8. Bajo el título de Kurt Singer Ghost Omnibus, se incluyen siete relatos de los que solo hay fantasmas en la mitad de ellos: comienza con El guardián de la llave, de August Derleth, uno de los capítulos de El rastro de Cthulhu, y termina con La máscara  de Robert W Chambers, uno de los pocos cuentos  conocidos del autor que no está relacionado con El rey Amarillo. El resto de la selección se corresponde con un cuento de Bloch, ligeramente relacionado con los Mitos de Cthulhu (en este caso, los ghouls), dos relatos de fantasmas que desconocía, un texto de Jospeh  Conrad y La caja oblonga de POe, quizá para llegar al número mínimo de página y porque POe siempre puede cubrir un hueco en cualquier seleccion terrorífica. 


Al resultado, hoy estando más acostumbrada a unas colecciones  orientadas hacia lo temático, hay que reconocerle que es una lectura muy divertida. Hacia años que no había vuelto a releer a Derleth (es de esas cosas que se quedan en la adolescencia, y bien escondidas), siendo lo mas parecido a una partida novelada de La llamada de Cthulhu. Y a una un poco tópica, hay que reconocerlo, pero con su punto de placer culpable. Bloch tiene  un regusto a comic d ela EC  de los más divertidos, los relato de Lawler  Mildred Johnson narran venganzas sobrenaturales que nos recuerdan que la codicia nunca queda impune, al menos si hay un espectro implicado, y el relato de Conrad, pese a ser abiertamente realista, cuenta con una cualidad macabra como solo pueden tenerlo esas historias en las que se reflejan lugares poco conocidos y la parte más oscura de los humanos. 



Horror 4. Kurt Singer repite como editor esta vez con unos cuentos en los que  es más fácil encontrar algo en común: el pulp. desde las civilizaciones perdidas en las profundidad de la selva de Hamilton,  los no muertos ocultos en el medio oeste de Greye la Spina, los zombies pioneros de Hyatt Verryll, una canción que embruja una emisora de radio hasta una aventura de Jules de Grandin, donde los cultos asesinos de la India amenazan  las calles de Occidente, en el libro, como podía haber pasado en un número de Astounding Stories, hay de todo. si el relato de Hamilton es el más típico, con ese explorador convertido a gran salvador blanco en medio de una lukcha de series extradimensionales, Greye la Spina es de esas escritoras de las que una se pregunta por qué no la están recuperando , como pasó con C. L. Moore. El relato de Calder, con esa maldición transmitida a través de la ondas de radio, se adelanta varias décadas a la sugerida en Ringu, y La plaga de a muerte viviente es un clásico del género zombie sorprendentemente moderno, y con un punto gore que no desentonaría en ninguna de las entregas de Re Animator (aunque  el mad doctor ya podía parar de experimentar con gatos y conejitos ¿es que en esa isla no había promotores inmobiliarios a los que trocear?). 

la historia que cierra la colección, un caso de Jules de Grandin, además de ser una buena conclusión, me recuerda una vez más mi tarea pendiente de leer algo más de Seabury Quinn y por qué el pulp es un género capaz de despertar esa curiosa nostalgia de lo que el lector no ha vivido: de cuando el mundo  era un lugar peligroso, pero lleno de cosas por descubrir, y la ciencia servía para imaginar lo imposible. 

jueves, 19 de enero de 2023

Willow (2022). No es serie para viejos


Cuando en 2020 Disney lanzó su plataforma de streaming, tenía a su favor el contar con los derechos de dos de las licencias de entretenimiento más populares (bueno, y el que todos estuvieran metidos en casa sin más que hacer que hornear bizcochos y ver la tele). Tres años más tarde, mientras continúan sacando rentabilidad a Marvel y Star Wars, amplían la oferta, quizá tirando de la nostalgia, y estrenan una serie que continuaba lo narrado en una película de Ron Howard, no tan exitosa e en su momento pero que con el tiempo se convertiría en parte de la memoria colectiva de los niños de los ochenta. La historia de cómo Willow, el aprendiz de hechicero que, junto a un ladrón ambicioso, pero de buen corazón, conseguían salvar el reino y al bebé que, según la profecía, provocaría la caída de la reina bruja Bavmorda, volvía, treinta y cuatro años después, para contar qué había sido de Willow Ufgood, de Madmartigan y Sorsha, quienes habían asumido el papel de reyes de Tir Asleen y padres adoptivos de Elora Danan. Y, sobre todo, cuál sería el futuro de una niña cuyo destino estaba marcado por la magia.

Han pasado más de 15 años   desde entonces. Tir Asleen vive en un periodo de paz, si bien aislado de otros reinos, pero el tiempo ha cambiado muchas cosas: Sorsha, la que fuera hija de la reina Bavmorda, gobierna sola en ausencia de su esposo, desaparecido hace años.  Sus hijos, los mellizos Kit y Airk, son unos jóvenes cuyo comportamiento le provoca más de un quebradero de cabeza. Y Elora Danan, la niña de la profecía, ha desaparecido sin que nadie sepa nada más allá de su posible regreso. Pero la paz se ve alterado cuando, la noche en la que debe acordarse el matrimonio entre Kit y el príncipe Graydon, unas criaturas monstruosas irrumpen en el castillo secuestrando al príncipe Airk. Sorsha decide enviar en su búsqueda a un grupo formado por su hija, Jade, una joven espadachina, Graydon, el cazador de tesoros Boorman, que asegura haber conocido a Madmartigan y, sin que estos lo sepan al comienzo de su viaje, junto a Broomhilda, una moza de cocinas que se ha propuesto rescatar al príncipe. Aunque, como les descubre Willow, poco después de pedir su ayuda, esta joven puede no ser quien ellos creen.



Teniendo el soporte de una plataforma como Disney, no es ninguna sorpresa que el apartado técnico cumpla de sobra. Tampoco es difícil reproducir o superar los efectos que Willow, mezclando los tradicionales  con los inicios de la infografía, había logrado en el ochenta y ocho. Además supone la vuelta de los protagonistas originales, por lo que el público  se encontrará de nuevo con el personaje de Warwick Davis, ahora convertido en Hechicero, y Joanne Whelley, quien había interpretado a Sorsha, descubriendo qué ha sido de ellos tras su primera aventura…aunque por motivos obvios, no ha  habido en esta temporada rastro de Madmartigan sino es como referencia a su desaparición hace años. El cambio  de década que trae consigo la historia supone también la a parición de personajes nuevos que  serán los protagonistas junto a un Elora Danan ya convertida en adolescente. Pero también su pone que la serie no haya resultado lo que se esperaba de ella.


En este caso, el mayor cambio, más que los personajes principales y el hacer pasar a Willow a un papel secundario, es el tono de la serie. Esta  es un producto abiertamente juvenil, que incorpora una gran cantidad  de clichés del género Young adult y que lo convierte en un producto muy de nicho, orientado  en su totalidad a un público menor de veinticinco y apelando a este  con un lenguaje audiovisual y recursos propios de su generación , pero que lo aísla de otros espectadores potenciales. Sobre todo, los que fueran  su público en el momento del estreno. No se trata en este caso de haberles arrebatado su película sino que  la serie parece excluirlos: el Willow original  era una producción  para todos los públicos, y como tal, su historia podía ser disfrutada tanto por niños como por jóvenes o adultos. La serie opta por utilizar un estilo tan específico que lo aleja de cualquier otro grupo, pero que poco o nada  tiene que ver con el material que continúa.


Este ha sido quizá el principal error: Willow era una cinta de fantasía, que se valía de las convenciones de este género para funcionar. La serie del mismo nombre parece querer reírse de estas normas, ser más autoconsciente y moderna, haciendo que todo el rato, incluso  en los momentos menos adecuados, los personajes se  comporten como si se dieran cuenta de estar en un escenario fantástico que no se toman en serio. La aparición de cualquier monstruo se trata como broma, las batallas se vuelven situaciones  secundarias durante las discusiones de unos personajes que en todo momento representan  el cliché de adolescentes egocéntricos, e incluso la banda sonora convive con piezas de pop que, además de no tener nada que ver con el estilo del escenario, recuerdan más a una de esas listas de reproducción tituladas “canciones para sentirse como un villano poderoso” que a una melodía que reflejara el dramatismo o lo épico de una situación.

General Kael, baja y llévatelo

El tono juvenil, un tanto forzado, y esa tendencia a desdramatizar cualquier situación, viene acompañado por unos diálogos que, en la versión original, no desentonarían en una cafetería pero sí lo hacen en un reino imaginario: el abuso de las coletilla “like”, “guys”, “whatever” en cada conversación (si me hubiera tomado un chupito por cada vez que alguien dice “uhm..like..”, habría escrito esto con una resaca monumental) solo parecen adecuados para  el tipo de protagonistas que han utilizado:  adolescentes que se consideran incomprendidos, más listos que nadie, y que  ven a los adultos como poco más que idiotas o vejestorios gruñones, como es el papel de los que secundarios que los acompañan. Boorman, el guerrero que por cuya caracterización  parece ser el sustituto de Madmartigan, es poco más que un chiste con patas, una especie de alivio cómico llevado al extremo incapaz de transmitir algo más que  vergüenza ajena  por cada bravata que el actor que lo interpreta se ve obligado a declamar. Willow, lejos de ser el hechicero  en que se había convertido hace años, se dedica a mangonear a una Elora Danan que poco tiene que ver  con la heroína en que debería haberse convertido (y cuyo  trasfondo, donde sus padres adoptivos la ocultan como cocinera del castillo para protegerla, resulta bastante incoherente respecto del desenlace de la película). Un supuesto viaje de la heroína que tiene tan poco desarrollo como sus acompañantes, que no hacen más que enfurruñarse y creerse más listos que el resto. Es una suerte que la trama opte por desarrollar una historia y un enemigo nuevo, porque si la reina Bavmorda viera a los nietos que le han salido, se estaría revolviendo en su tumba.




Aunque el episodio final se asegura una posible continuación, Willow ha resultado  una serie decepcionante y confusa. La historia, una trama de fantasía que en el mejor de los casos podría considerarse correcta, no tiene nada que ver en cuanto atmósfera y  diálogos con la original. La decisión de utilizar clichés actuales es cuando menos, extraña: a los que conocieron  la película siendo niños, los confundirá y les producirá rechazo. Los jóvenes que se acerquen a la serie, de  poco les sonarán esos personajes que usan tangencialmente. Lo que pretendían con estos ocho episodios queda tan poco claro  como las leñadoras que, sin saber como, aparecen en el capítulo tres, o como esas referencias los Mitos de Cthulhu que de cuando en cuando, van  remezclando la mitología que intentan desarrollar.

lunes, 9 de enero de 2023

14º Aniversario de Barrilete. Qué pasara, qué misterio habrá, puede ser otro año

 

La sobrepoblación, explicada con gaticos

Hoy cumplimos catorce años. Una entrada que desde hace un par de temporadas ya, escribo pensando “ay dios, a ver con que nos encontramos esta vez”. Una pandemia, una crisis de suministros, escasez de papel, un conato de guerra nuclear y una recesión económica. La maldición dice “Ojalá vivas tiempos interesantes”. Yo me limito a decir que estos locos años veinte están siendo conflictivos a la par que cutres.


Soy el de delante, pero sin bigote

No han habido demasiados cambios. Lo que , a la vista de lo anterior, es una suerte. La mía es, como decía Brindavoine, la apasionante vida del chupatintas, y lo mas llamativo ha sido que a la afición de Narnia por tirar libros se le une la de su hermana A´Tuin a subirse encima de mis hombros como si fuera un loro pirata.

He leído mucho, visto mucho cine y algo más que el anterior, en pantalla grande, alguna serie y aunque pocos comics, cosa que, gracias a los últimos Reyes Magos, seguramente se solucione dentro de poco.




Los libros de 2022 han sido los de la casa interminable de Piranesi, habitada por el y esa familia de albatros que planea sobre un mar lleno de estatuas destruida. Del Ikea (perdón, Orsk) embrujado descrito por Grady Hendrix, del mundo de entreguerra que, entre lo terrorífico y el humor negro narra Ewers en La araña y otros cuentos (también conocidos como “los años veinte menos malos”). Pero también los de la saga de Le Commandeur y el final de los doce libros de Nightside, que había empezado ya hacía seis años, a ratos muertos. A ver si hago alguna reseña si consigo dejar la vergüenza ajena que provocan esos libritos de lado.



Madurar es pa la fruta

Empecé 2022 con Day of the Dead, otro intento de Syfy de hacer una serie de zombies, actualmente sin noticias de renovación y aunque aunque no llega a al nivel de locura de Z Nation, el punto humorístico y de serie B se le acerca mucho. No le ha ido tan bien a Residen Evil, otra de las cancelaciones de Netflix pero que, en este caso, esta versión del videojuego mitad young adult, mitad futurista, nadie echará de menos. Los fines de semana han sido para ir viendo en algún momento Seinfield, Las chicas de oro ( después de verla de niña hace muchos años junto a la abuela, hoy al menos pillo los chistes) e incluso Gárgolas. Estas han envejecido más que bien, aunque Betty White fuera, junto con Angela Lansbury, uno de los obituarios del año que termina.




No se si se podría considerar comic, o más bien, libro ilustrado, a las reediciones de la Biblioteca de lo desconocido que Diabolo ha sacado, en concreto, los dos primeros números. Pero si puedo decir que fue una sorpresa el reencontrarme con mi época de cazadora de fantasmas preescolar.




Y el cine. Porque ha habido cine a montones y muy variado. Bueno, variado en años, porque si no hay algo dando sustos, es difícil que lo viera salvo que tuviera su punto extraño (el dia que suba una entrada sobre una comedia romántica, llamad a la guardia civil, he sido secuestrada). Ha habido clásicos de los cuarenta, spaguetti western con Franco Nero arrastrando un ataud por el desierto, algún blockbuster, algo de marvel, ya muy poco, los ochenta no han faltado y el grano setentero va abriéndose camino en la tele. También el fantástico español. Desde la torpeza de los profundos gallegos de la Fantastic Factory hasta éxitos exportables como Rec, las ancianas malvadas de La abuela, los trece exorcismos o los venecianos cabreados de Alex de la Iglesia. Porque aunque no lo reconozcamos, todos hemos sido turistas.


Ha sido un año más, por suerte, ni mejor ni peor que los anteriores. Los virus evolucionan más que un pokemon, la inflación sube, nos amenazan con una guerra nuclear que se eterniza y el cambio climático es una realidad. Nos hemos acostumbrado a una permanente sensación de que todo va mal. Pero, una vez más, Billy Joel ya lo dijo: We didn´t start the fire.