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jueves, 18 de marzo de 2021

The Empty Man (2020). Todo es relativo

 



2020 fue un año complicado para el cine. Además de relegar al público al sofá de su casa y distribuir los estrenos más esperados mediante plataformas digitales, también vino acompañado de la compra de Fox por parte de Disney, por lo que hubo producciones que se enfrentaron a retrasos, estrenos en el peor momento posible, y una distribución un tanto precaria. Los nuevos mutantes sufrió esta suerte, además de ser no solo la última entrega de X Men bajo los derechos de Fox, sino por acercarse al mundo de los superhéroes desde un género tan distinto como podía serlo el terror. Si un estreno avalado por el tema superheróico sufrió estas circunstancias, no es difícil imaginar lo que le podría pasar a la adaptación de un cómic independiente cuyo título y temática, sin conocer nada más, hacía pensar en aproximaciones tan flojas como pudo serlo la versión cinematográfica de Slenderman





El hombre vacío ofrecía algo muy distinto: James Lasombra (si hay por aquí algún jugador de Vampiro La Mascarada, es probable que ahora esté levantando la ceja), un policía retirado, investiga la desaparición de una joven y una serie de suicidios producidos en el entorno de esta. Su única pista apunta a la leyenda del Hombre Vacío, una entidad cuya naturaleza es tan vaga como la de cualquier otro mito urbano, y la presencia del Instituto Pontifex, cuyas conferencias acerca del conocimiento y lo relativo de la percepción humana hacen sospechar que se trata de una secta peligrosa, y muy relacionada con el destino de la joven y sus amigos.


Pese a sus problemas iniciales, y ciertos reparos causados por estrenos previos de temática parecida, la película es un ejemplo de lo que suele denominarse horror adulto. Una etiqueta un poco difícil para referirse a todo aquello que trata temas de mayor complejidad y alejados de los formatos tradicionales del terror. En este caso, quizá sería más adecuado hablar de horror cósmico, dado que la trama gira entorno a conceptos como la relatividad de la presencia humana y la percepción de la realidad, cuyo, enfoque, más que a H. P. Lovecraft, podría ser más cercano a la indiferencia y la filosofía de Thomas Ligotti. Y es que, cuando a los pocos minutos del metraje aparecen de refilón conceptos como “tulpa” es fácil saber hacia donde derivará.



Aunque estén presentes referencias literarias como Lovecraft, Chambers  y el propio Ligotti, tiene mucho mayor peso la mitología moderna: tras un prólogo desconcertante en comparación al resto de la película, esta se basa en una mitología mucho más moderna: el creepypasta y los mitos urbanos donde una serie de normas e instrucciones sugieren un desafío y la invocación de una criatura que puede, o no, ser real. El ritual, aparentemente absurdo, de soplar una botella encontrada en un puente, es una mutación de Bloody Mary, de Verónica y de muchos otros juegos macabros, mientras que los efectos que llevarlo a cabo, y la presencia que puede verse en algunos momentos del metraje, recuerdan a las apariciones y efectos de Slenderman. El desarrollo y resolución posterior de la historia hace pensar, también, que tratándose de un guion original, resume la naturaleza de esta mitología de forma mucho más efectiva de la que lo hizo su versión oficial hace tres años.

 



Al no conocer el material original que adapta, no puedo hablar de la fidelidad de este o su calidad como versión cinematográfica, sino de cómo se desarrolla el guión. Este parece dividido en tres segmentos que, al menos en el primer caso, cambian completamente el tono entre sí: un prólogo, que casi podría haber constituido una película por su cuenta, de haberse desarrollado más, a una parte central que evoluciona, de thriller de investigación con tintes sobrenaturales, a una trama de horror cósmico. Y donde, dada la escasa presencia de efectos especiales e incluso de la criatura que da título a la historia, puede decirse que los momentos en los que se muestra responden más a la necesidad de justificar una aparición monstruosa que a que esta sea necesaria en el tono de la historia.

El hombre vacío es una película que ha tenido que hacerse un hueco por sus propios medios, y donde una aproximación siniestra y nihilista a la mitología compensa algunas de las irregularidades del guion. Y es que, salvo que demos el salto al cómic, nos quedaremos con gana de saber algo más del Instituto Pontifex y de esa criatura, oculta en una montaña, y deudora del Flautista de Beksinski.



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