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jueves, 10 de diciembre de 2020

Cena en el palacio de la discordia de Tim Powers (1985). Duelo al sol poniente (posnuclear)

 


Pese a dedicar bastantes horas a la lectura, especialmente al género fantástico, acaba habiendo algún escritor reconocido, con obras más que buenas, que acabo dejando olvidado. Bien porque más que la fantasía o la ciencia ficción, me atraiga el terror, o bien porque la primera lectura de un autor recomendado no me haya parecido tan buena, quedan relegados como poco más que la obligación cumplida de leer a alguien que cuenta con una buena carrera y el apoyo de sus lectores. Fue el caso de Tim Powers, de quien Esencia oscura no llegó a parecerme algo extraordinario. Esta era por lo visto una obra menor, y pasarían años antes de que volviera a leer algo de Powers. Curiosamente, otra obra menor y con el añadido de ser un género al que apenas me acerco, como es la ciencia ficción.




Cena en el palacio de la discordia es el título, dramático y que anuncia de buenas a primeras lo que sucederá en el desenlace, de la última redención llevada a cabo por Gregorio Rivas. En un futuro tras una guerra nuclear, olvidada hace mucho, donde la humanidad se ha adaptado a vivir entre radiaciones y desierto, Rivas fue uno de los mejores redentores que el dinero podría conseguir: un mercenario especializado en rescatar y reeducar a todos aquellos que habían caído en la secta de Norton Jaybush, un mesías cuyos seguidores destacan por su fanatismo ciego gracias al uso de una potente droga, conocida como el Sacramento. Retirado, y dedicado a su carrera más o menos estable como músico, debe regresar a su anterior trabajo para llevar a cabo una redención muy personal: el rescate de Urania Barrows, la única mujer que ha tenido peso en su vida. Con la promesa de varias tarjetas de quintos de licor, la que se ha convertido en la moneda corriente, y acompañado por su pelícano (el instrumento musical con el que se ha mostrado más que  hábil) Rivas regresa al desierto, a ciudades que visitó hace mucho y a las comunas de seguidores de Jaybush que pueden encontrarse en cualquier lugar. Y a lo lejos, entre los canales tóxicos de Venecia, el Palacio de la Discordia se erige, como un misterioso club nocturno rodeado de rumores y leyendas.




Comparado con el resto de sus libros más conocidos, como Las puertas de Anubis o En costas extrañas, no es raro que este se considere una obra menor: es mucho más breve, se aleja del género que cultiva habitualmente, y sobre todo, de aspectos que lo caracterizan como son la fantasía  y las referencias históricas muy hiladas. Aquí abandonadas para entrar dentro de la ciencia ficción y de una vertiente que en ningún caso pretende conseguir un atisbo de realismo o de cercanía: es imposible encontrar una referencia temporal en el mundo del Palacio de la discordia, salvo las menciones a ruinas y radiación, el resto ha sido sustituido por la invención pura, desde un calendario propio hasta un sistema monetario, pasando por objetos cotidianos como los instrumentos musicales. En realidad, nada de esto importa porque no es más que un escenario de fondo, quizá uno enloquecido, para lo importante, que sería la narración. Aspectos como la descripción de partes de alguna ciudad, de sus habitantes, y especialmente, menciones casi aleatorias a mutantes o mutaciones, suponen momentos tan desconcertantes como las siluetas montadas en zancos que podían verse en un plano de Mad Max: están ahí, el lector no van a saber más de ellos pero es una parte más de la vida de sus personajes. Una a la que no les dan importancia porque no tiene relevancia para la narración.

Esta, siendo lo más importante, podría resumirse en poco menos de diez días, que tanto para su protagonista para el lector parecen volverse toda una vida, y que, también por el tipo de escenario podrían recordar a un western: un héroe crepuscular, un desierto interminable, unos personajes de moral un tanto ambigua y un enfrentamiento final que acaba recordando a un duelo entre un bueno que no lo es tanto, o que se ha ido encontrando por el camino, y un villano irredimible. Sin que falten los que parecen ser los rasgos más conocidos de Powers, como es el gusto por la aventura, las tramas un tanto enloquecidas, y sobre todo, que sus protagonistas, bastante de vuelta de todo ellos, estén recibiendo palos desde la página diez hasta el final: Rivas empieza con una herida de cuchillo y a partir de ahí, es un milagro que pueda llegar vivo a la última página…a veces, de una forma un tanto arbitraria, y parece que si lo ha conseguido, no es por la narración, sino porque el autor ha decidido meter mano con un deus ex machina.

Su protagonista es también uno de los puntos  más flojos. Con una trama caracterizada por lo alocado, sería fácil ser consciente de no poder exigir unos personajes profundos o coherentes, pero el trasfondo de este no parece más que una colección de rasgos que Powers se empeña en insistir: se supone que este ha sido el viaje del héroe, donde un personaje insensible y carente de empatía conoce la compasión y se reconcilia con su pasado, pero esta parece limitarse a las veces en las que se insiste en que Rivas es orgulloso, independiente y no conecta con otros seres humanos. En un mundo como el que describe en sus páginas, más que alguien frío, parece la forma de ser más lógica y esta no resulta distinta de otros personajes que encuentra por el camino. Es más, lo más despiadado que parece haber hecho en su pasado es no querer volver a hablar con sus exnovias, y lo de su redención como personaje hay que creérselo a base de las veces en que Tim Powers incide en ello.

Cena en el Palacio de la Discordia seguirá siendo una obra menor de Powers, relativamente lejos de varios de los temas que lo caracterizan y con un punto quizá más alocado que sus novelas principales. Pero  esta ha servido para dos cosas: una buena novela de aventuras enloquecidas y volver a despertar interés por el autor de Las puertas de Anubis. Bueno, y para recordar que las ilustraciones de las  portadas de Gran Super Ficción eran de las más vistosas y bonitas que tenía  la editorial. Lástima que el resto de sus colecciones se recordaran por sus cubiertas francamente..ehm…llamativas.

 

3 comentarios:

Beatriz Infantil dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Kaoru dijo...

¡Hola y "feliz" (o más feliz que el anterior) año! La verdad es que, con que recuperemos parte de la salud mental, creo que ya irá bien.
Me ha gustado leer una reseña de Tim Powers, estoy un poco en crisis con el autor porque las primeras obras que leí me gustaron mucho, pero llevo un par de lecturas que me han resultado algo desafortunadas de él, en especial La fuerza de su mirada (teniendo muchas cosas buenísimas, pero uff). A lo mejor también me animo a volver a leer algo de él pronto.
¡Saludos!

Renaissance dijo...

¡Feliz, o por lo menos, no demasiado raro, año!
Más que crisis, me había olvidado de él por completo hasta que me encontré por ahí con esta novela, y anteriormente, con un ejemplar de Las puertas de Anubis que tengo pendiente por leer. De momento El palacio de la discordia sí me ha gustado como para seguir con lo que ha escrito Powers, aunque este no me hubiera llegado a parecer una novela redonda (por más que nos insista que su protagonista es frío y calculador, no nos lo vamos a creer), al menos ha sido divertida.
Y no quiero ser muy agorera pero solo estamos a enero y ya tengo el temor racional y fundado que la nochevieja la pasamos en el Palacio de la discordia o en un desierto nuclear XD.

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