Hoy vamos a hablar de humor idiota. Por
aquí ha pasado la comedia involuntaria, el humor negro, el absurdo e
incluso alguno bastante grueso, pero faltaban aquellos chistes que de
tan simples, elementales y llevados de una forma tan aleatoria,
entran en la categoría de lo tonto. Una que también tiene su arte
el llevarla a cabo, y sobre todo, encontrar con el público la
sintonía necesaria para pasar de ser un fracaso de crítica a una
pieza de culto y una pequeña franquicia. En este caso, solo hizo
falta una parodia de las películas de ciencia ficción de los
cincuenta y....unas verduras. O frutas, que todavía no está claro.
El ataque de los tomates asesinos
cuenta, además de con una canción introductoria de lo más
pegadiza, con un punto de partida en el que los lagartos, hormigas y
cualquier otro ser vivo susceptible de alcanzar una altura
desproporcionada respecto a su naturaleza, son sustituidos por algo
tan anodino como un vegetal. Sin motivo aparente, los tomates
empiezan a volverse agresivos, móviles y a atacar a los humanos de
forma inesperada mientras van aumentando su tamaño hasta
dimensiones, que, como intenta excusar el gabinete de prensa del
gobierno, solo pueden significar unas pizzas mucho más grandes. Solo
un equipo liderado por Mason Dixon del e, e integrado por un experto
submarinista (aunque no haya ni una sola playa en toda la pelicula),
un maestro del disfraz aunque estos no sean los adecuados según el
momento, una nadadora olímpica de Europa del Este y un valiente
paracaídista, que no se separa de su sable y equipo de
supervivencia, son los únicos capaces de detener una amenaza que
poco a poco, va asolando las principales ciudades de Estados Unidos.
Todo ello aderezado con entretenidos números musicales y con el hit
musical del momento, Puberty Love, del jovencísimo debutante Ronny
Desmond.
Concebida como una parodia del cine de
animales gigantes, en gran parte esta se desarrolla, como tal,
imitando varios de los clichés de ese género: las primeras escenas
de la amenaza, reuniones de politicos y militares, la presentación
de los protagonistas y la resolución de una trama romántica que
aparece de la nada de forma igual de absurda que muchas de sus
situaciones. El aspecto paródico se resuelve la mayor parte de las
veces con un humor gestual tan simple que funciona: desde la comedia
gestual de la primera reunión de expertos, en un diminuto cuarto
digno del camarote de los hermanos Marx, al comité nacional que no
tiene muy claro sobre qué se está discutiendo. A estos se le suman
algunas referencias comprensibles dentro del contexto temporal de la
película, como el dotar de siglas a todo tipo de planes de
contingencia, o la presencia de un gabinete de prensa para suavizar
el impacto del problema que, entre lo tontorrón del resto de
chistes, sorprende que se les ocurriera meter algo de humor crítico,
aunque a su manera un poco torpe.
Pero, en realidad, para tratarse de una
parodia de la ciencia ficción, choca la evidente falta de medios,
incluso de los más básicos. Ya algo como un tomate no es que dé
para mucho más que rodar y para sacar el lado cómico, pero la
producción contó con un presupuesto ínfimo, un reparto con
habilidades artísticas tan limitadas que roza lo amateur (el que
varios de ellos no volvieran a hacer una película da la impresión
que esto fue poco más que una anécdota en sus vidas) y sobre todo,
con una estructura de escenas aisladas en las que cada una podía ser
el sketch de una situación concreta. La aparición de cada
personaje, las persecuciones, los planos de distintas ciudades en las
que deambulan minúsculos tomatitos rodando, viene acompañada con un
estilo de humor que en la mayor parte de los casos, es tan blanco que
roza lo inocente, y en otros, sería difícil que hoy pasara un
corte: lo mismo en una escena un buzo se sumerge en una fuente
pública, que se marcan un chiste sobre el consumo de esteroides y
los deportistas del bloque soviético.
El humor, entre ridículo, inocente y a
veces descarado, acaba recordando a algunos de los gags más extraños
de la hora chanante y a otros, a un chiste de los que da vergüenza
ajena. No es de extrañar que se considerara una de las peores
películas de la historia, junto con Plan 9 del espacio exterior, y
que la crítica la machacara en su día. Sin embargo, algo tuvo.
Quizá fue suerte o esa conexión con el público para que acabara
disfrutando de sus efectos inexistentes e interpretaciones pobres,
pero también de momentos más cuidados como el componer sus propias
canciones o que su desenlace fuera tomado prestado por Tim Burton en
Marte ataca. Y que quizá hiciera que no solo se convirtiera en una
producción de culto, sino también que contara con tres secuelas y
una serie de dibujos animados. Formato al que su estilo de humor le
sentaba muy bien, aunque si se llegaron a hacer versiones animadas de
Rambo y Robocop, cualquier cosa es posible.
Como todas las películas malas, no
tanto de forma deliberada, sino porque parece que les acabó saliendo
así, o se aman o se odian. Pero los tomates asesinos parece contar
con una cualidad entrañable, quizá por optar por parodiar un género
de los cincuenta en el momento en que esa década podía despertar
nostalgia. O por ese estilo de humor tonto en su mayoría, un poco
crítico en algunas ocasiones, pero que parece resultar más
auténtico que muchas producciones deliberadamente mal hechas como
forma de parodia. Además, su secuela, titulada adecuadamente El
regreso de los tomates asesinos, cuenta con un joven George Clooney
en uno de sus primeros papeles, que, seguramente, desearía que nadie
lo reconociera. Aunque este, y Abierto hasta el amanecer, siguen
pareciéndome sus mejores películas.
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