Hay alimentos que son un peligro. No me refiero al
colesterol, al mercurio ni al aceite de palma, sino a aquellos que, pese a
saber que son el equivalente a inyectarse la grasa de una churrería en vena,
una porción “tira” de la otra. Sean patatas fritas, o el peor de todos ¡la
nocilla! La única explicación viable es que haya una inteligencia exterior anulando la
voluntad de su consumidor. Podría dar al menos para una comedia de ciencia
ficción pero a Larry Cohen se le ocurrió la idea hace unos treinta años.
The Stuff pasó por el mercado de habla española por un par
de títulos: Innatural en España, y Sustancia maldita para Hispanoamérica. En su
idioma original, hace referencia a material, de forma genérica, cosa, de manera
informal, y quizá, por similitud con “stuffed”, relleno. En todo caso, es el
nombre que dan a una misteriosa sustancia, de buen sabor, y que sin conocer
poco más deciden ponerla a la venta con un éxito arrollador: llamada sin más
Stuff, se vende como rosquillas debido a su sabor y quizá a cierto punto
adictivo que hace que sus consumidores pidan cada vez más. Pero esta tiene un
efecto secundario peor que el colesterol o el aceite de palma: convierte a sus
usuarios en zombies, rellenos de una sustancia blanquecina, que harán lo que
sea por seguir consumiéndola.
Concebida como una serie B de ciencia ficción, con comedia
negra y mucha crítica social, gran parte de la comedia parece involuntaria. El
punto de partida, con una adictiva sustancia intraterrenal (John Scalzi habría
escrito un guión sobre un yogur megalómano para Love, Death and Robots, pero no
inventó nada nuevo) y un protagonista a sueldo del cártel repostero intentando
descubrir el orígen de la sustancia, hace que la cosa parezca que no la han
tomado en serio desde un principio. Pero los diálogos pretendidamente
ingeniosos resultan lo contrario, los personajes rozan un absurdo propio de El
ataque de los tomates asesinos, y en general, el guión acaba más cerca de esta
que del Están vivos de Carpenter.
Aunque la limitación presupuestaria está presente desde el
principio, la película no se defiende precisamente bien con sus medios:un
montaje brusco, donde casi parece que las escenas han sido editadas a cuchilla,
y ochenta minutos que dan para presentar a un espía industrial muy sobrado, una
especialista en marketing, un niño y hasta una milicia que se desplaza en taxi,
por citar solo algunos de los momentos más destacables que no incluyan
toneladas de yogur en chroma persiguiendo a los protagonistas. Lo más
recordado, y quizá rodado con más arte (comparado con los efectos especiales,
al menos), son los spots publicitarios sobre el stuff que aparecen durante el
metraje. A estos consiguen cogerle el punto del estilo publicitario de la
década, chillón y excesivo, donde la
invitación al consumo brillaba por todas partes. Tan clavado, que más que como
una crítica, es más sencillo entenderlo como una parodia muy acertada, parte de
un guión en el que no queda claro si
querían ser este tipo de comedia o si les salió así.
Es difícil decir que Innatural sea una mala película…bueno,
es mala como ella sola. Pero también es breve, divertida y enloquecida como
solo consiguieron algunas producciones de esa época y que los de Asylum
intentan, pero ya no es lo mismo. Es un guión para hacer doblete con el bebé
mutante de Estoy vivo, también de Larry Cohen, que no contento con los infantes
monstruosos, se metió con la repostería industrial, con los alienígenas de
Night of the Creeps o, si ya lo que queremos es ver algo sin pies ni cabeza,
con el monstruazo viscoso de Terrorvisión. Un tipo de películas que se ven por
pura diversión, por pasar el rato, y por qué no, por un poco de nostalgia menos
matizada que la que ofrecen producciones recientes.
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