Todos los años acaba apareciendo algún
estreno anunciado como la película de terror. Del año o de la
historia, pero siempre la más aterradora, la que revoluciona a un
público cada vez más curado de espantos o la que lanza o relanza la
carrera de un actor. No me quejo de este sistema porque eso solo
significa la competencia que hay en el género, y como mucho,
seleccionar mejor lo que quiero ver (o acabar arriesgándome a ver un
truño. O disfrutándolo, dependiendo del nivel de cutrez). Durante
la primera mitad de este año se han dado los dos casos: mientras Un
lugar tranquilo era el estreno silencioso de la temporada, mientras
que Hereditary llega precedido por críticas muy positivas y algunas
menciones a lo terrorífico de la película.
La historia comienza con una muerte...o
más bien, con una esquela: el obituario de la matriarca de la
familia Graham cuya hija, esposo y nietos asisten al funeral leyendo
un discurso de despedida donde es descrita como alguien difícil,
pero buena y querida. Decía mi abuela que no hay como morirse para
ser bueno, algo que se perfila cierto en las palabras que su hija le
dedica: en las primeras escenas algo parece no estar bien en una
familia donde la enfermedad mental es algo hereditario y las
consecuencias de esta se hacen sentir en los Graham. La sombra de la
madre muerta, cuyo trastorno afectó a sus vidas, donde Annie
canaliza sus emociones a través del arte, Peter pasa desapercibido
en casa y el colegio y Charlie, la menor, parece haber sufrido en
mayor medida la influencia de su abuela. Una niña enfermiza,
extraña, y que poco después fallece en un trágico accidente. Es a
partir de este cuando Annie, intentando lidiar con la pérdida y una
relación con su familia cada vez más deteriorada, empieza a
percibir algo en la casa. Siluetas que identifica con sus seres
queridos perdidos, ruidos, y quizá, pero solo quizá, la sospecha de
haber heredado la misma locura que se llevó a sus parientes.
La película está planteada intentando
huir un poco de los clichés típicos del género y centrándose en
aspectos que son más importantes. El terror como tal, el de los
sustos a los que el público se acostumbró en Insidious, brillan por
su ausencia. Puede haber sombras que se deslizan al final del plano,
o siluetas que los personajes entreven, pero que aparecen con toda
sencillez, sin subidas de música, ni planos violentos, estas
aparecen unicamente acompañadas por una banda sonora muy poco
melódica, hecha con sintetizadores y con más intención de ser
atmosférica que de ofrecer un tema reconocible. Y que acompaña el
escenario donde los personajes se mueven: una casa de madera, aislada
en medio de un bosque, con habitaciones innumerables, y un aspecto,
más que intemporal, un tanto anacrónico que provoca que los
personajes parezcan atrapados en un entorno cerrado y aislado del
resto del mundo.
Del mismo modo, el horror aquí se
manifiesta desde una perspectiva adulta. La trama sobrenatural va
introduciéndose de modo muy paulatino y podría decirse que muy
lento: la película, con dos horas, parece contar mucho menos de lo
que podría en ese tiempo, que invierte en realidad para presentar
mediante imágenes a unos personajes muy complejos y a su entorno. Y
aunque cuente con un peso importante en la historia, lo que la
acompaña en todo momento es la presencia de la enfermedad mental
como algo real y que afecta a las vidas de los protagonistas hasta un
punto de no retorno. Un tema que los personajes evitan y que solo se
pone de manifiesto en un momento concreto, presentando de forma
directa la posibilidad de una explicación racional a lo que el guión
narra. Y que podría comprenderse a través del personaje del padre,
al que Gabriel Byrne presenta como alguien casi invisible: la
historia, contada desde la perspectiva de los descendientes de la
matriarca Graham, ofrece la posibilidad de una interpretación
racional, pero igual de horrible, a través de ese marido que
permanece ignorado por la trama y del que se puede adivinar que
aguanta, por pura impotencia y amor a su familia en un entorno
opresivo. Es en realidad Tony Colette, en el papel de Annie, quien
lleva mayor peso en la película, y quien aprovecha su registro más
excesivo. Aunque no le sirva demasiado a la hora de ser recordada,
porque en este caso, la estrella ha sido Milly Shapiro. La actriz,
cuyo aspecto está muy lejos de una Maisie Williams o una Billie
Bobby Brown, ofrece, entre una caracterización y maquillaje con
aspecto un tanto macilento, una interpretación inquietante que, pese
a que los trailers la anuncien como principal reclamo, su presencia
es muy escasa en comparación al resto de protagonistas.
Entre otras, a Hereditary lo anuncian
como el estreno más terrorífico del año, El exorcista de nuestra
época y unas cuantas frases más muy llamativas. Solo una parte es
cierta: la película trata de horror, pero de una forma muy cercana y
casi realista, enfrentando al público a miedos reales sin pretender
arrancarles gritos. La otra, solo puede decirlo el tiempo, aunque con
un poco de suerte podrá ser recordada como se recuerda a La semilla
del diablo o El exorcista.
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