jueves, 5 de julio de 2018

Hereditary (2018). El diablo está en los detalles


Todos los años acaba apareciendo algún estreno anunciado como la película de terror. Del año o de la historia, pero siempre la más aterradora, la que revoluciona a un público cada vez más curado de espantos o la que lanza o relanza la carrera de un actor. No me quejo de este sistema porque eso solo significa la competencia que hay en el género, y como mucho, seleccionar mejor lo que quiero ver (o acabar arriesgándome a ver un truño. O disfrutándolo, dependiendo del nivel de cutrez). Durante la primera mitad de este año se han dado los dos casos: mientras Un lugar tranquilo era el estreno silencioso de la temporada, mientras que Hereditary llega precedido por críticas muy positivas y algunas menciones a lo terrorífico de la película.



La historia comienza con una muerte...o más bien, con una esquela: el obituario de la matriarca de la familia Graham cuya hija, esposo y nietos asisten al funeral leyendo un discurso de despedida donde es descrita como alguien difícil, pero buena y querida. Decía mi abuela que no hay como morirse para ser bueno, algo que se perfila cierto en las palabras que su hija le dedica: en las primeras escenas algo parece no estar bien en una familia donde la enfermedad mental es algo hereditario y las consecuencias de esta se hacen sentir en los Graham. La sombra de la madre muerta, cuyo trastorno afectó a sus vidas, donde Annie canaliza sus emociones a través del arte, Peter pasa desapercibido en casa y el colegio y Charlie, la menor, parece haber sufrido en mayor medida la influencia de su abuela. Una niña enfermiza, extraña, y que poco después fallece en un trágico accidente. Es a partir de este cuando Annie, intentando lidiar con la pérdida y una relación con su familia cada vez más deteriorada, empieza a percibir algo en la casa. Siluetas que identifica con sus seres queridos perdidos, ruidos, y quizá, pero solo quizá, la sospecha de haber heredado la misma locura que se llevó a sus parientes.



La película está planteada intentando huir un poco de los clichés típicos del género y centrándose en aspectos que son más importantes. El terror como tal, el de los sustos a los que el público se acostumbró en Insidious, brillan por su ausencia. Puede haber sombras que se deslizan al final del plano, o siluetas que los personajes entreven, pero que aparecen con toda sencillez, sin subidas de música, ni planos violentos, estas aparecen unicamente acompañadas por una banda sonora muy poco melódica, hecha con sintetizadores y con más intención de ser atmosférica que de ofrecer un tema reconocible. Y que acompaña el escenario donde los personajes se mueven: una casa de madera, aislada en medio de un bosque, con habitaciones innumerables, y un aspecto, más que intemporal, un tanto anacrónico que provoca que los personajes parezcan atrapados en un entorno cerrado y aislado del resto del mundo.



Del mismo modo, el horror aquí se manifiesta desde una perspectiva adulta. La trama sobrenatural va introduciéndose de modo muy paulatino y podría decirse que muy lento: la película, con dos horas, parece contar mucho menos de lo que podría en ese tiempo, que invierte en realidad para presentar mediante imágenes a unos personajes muy complejos y a su entorno. Y aunque cuente con un peso importante en la historia, lo que la acompaña en todo momento es la presencia de la enfermedad mental como algo real y que afecta a las vidas de los protagonistas hasta un punto de no retorno. Un tema que los personajes evitan y que solo se pone de manifiesto en un momento concreto, presentando de forma directa la posibilidad de una explicación racional a lo que el guión narra. Y que podría comprenderse a través del personaje del padre, al que Gabriel Byrne presenta como alguien casi invisible: la historia, contada desde la perspectiva de los descendientes de la matriarca Graham, ofrece la posibilidad de una interpretación racional, pero igual de horrible, a través de ese marido que permanece ignorado por la trama y del que se puede adivinar que aguanta, por pura impotencia y amor a su familia en un entorno opresivo. Es en realidad Tony Colette, en el papel de Annie, quien lleva mayor peso en la película, y quien aprovecha su registro más excesivo. Aunque no le sirva demasiado a la hora de ser recordada, porque en este caso, la estrella ha sido Milly Shapiro. La actriz, cuyo aspecto está muy lejos de una Maisie Williams o una Billie Bobby Brown, ofrece, entre una caracterización y maquillaje con aspecto un tanto macilento, una interpretación inquietante que, pese a que los trailers la anuncien como principal reclamo, su presencia es muy escasa en comparación al resto de protagonistas.



Entre otras, a Hereditary lo anuncian como el estreno más terrorífico del año, El exorcista de nuestra época y unas cuantas frases más muy llamativas. Solo una parte es cierta: la película trata de horror, pero de una forma muy cercana y casi realista, enfrentando al público a miedos reales sin pretender arrancarles gritos. La otra, solo puede decirlo el tiempo, aunque con un poco de suerte podrá ser recordada como se recuerda a La semilla del diablo o El exorcista.

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