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jueves, 24 de mayo de 2018

Un lugar tranquilo (2018). Niño, no hagas ruido que atraes a los extraterrestres


De los estrenos de los últimos años no me puedo quejar: el número de películas de terror disponibles (o más bien, que una parte razonable de estas tengan un mínimo de calidad). Y parece que siempre vaya a haber una o dos películas, distribuidas sin demasiado bombo, que se conviertan en la sorpresa de la temporada. Insidious, Expediente Warren, Get Out o La bruja supusieron en su momento una revelación...Con una frecuencia que casi podíamos esperar sin demasiada sorpresa al sleeper de cada año. Una tendencia, que, si bien parece que el público espera al sleeper de la temporada, garantiza al menos una película que no venga acompañada por una campaña promocional previa o de la que, como mucho, se haya visto un trailer.



Un lugar tranquilo es una muestra de como estrenar una película sin hacer ruido. Bueno, esto, casi literalmente, porque la trama gira entorno al silencio como algo que puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte: unas criaturas, de las que no llega a saberse su origen ni motivos, son capaces de detectar el más mínimo sonido y destrozar a aquello que lo provoque. En algo más de un año, no queda nada de la civilización más que ciudades vacías y los últimos periódicos impresos donde avisan sobre las características de esos seres. Una familia, quizá de los pocos supervivientes que queden, ha conseguido adaptarse al silencio como algo necesario: vigilando el ruido de cada paso, comunicándose por lengua de signos, algo necesario hasta entonces para conversar con su hija sordomuda, sin calzado, viviendo en un hogar donde las alfombras amortiguan cada paso, se limitan a vivir día a día mientras reúnen lo necesario para el nacimiento de su próximo hijo. O más bien, para asegurarse que el llanto de un bebé no los ponga en peligro. Salvo que, cuando el accidente más leve puede desencadenar un sonido, desde un grito hasta algo cayendo en el suelo, ningún lugar resulta seguro.


La historia en este caso se ha visto reducida a su expresión más mínima: una familia de cuatro miembros intentando sobrevivir. El qué son las criaturas, la existencia de otros supervivientes o el poder eliminarlas no es algo prioritario, sino que estas se emplean como una amenaza tan básica como pudieron serla los zombies en sus primeros momentos: un elemento, ajeno a lo cotidiano, que pone patas arriba lo conocido hasta entonces, implicando la necesidad de adaptarse a un entorno hostil. En este caso, un silencio obligatorio que no se limita a los diálogos, sino a cada uno de los aspectos más comunes: ahogar un grito al hacerse daño de forma inesperada, evitar que un objeto haga ruido al caerse e incluso convirtiendo al que en principio supone un factor en contra, como es el sonido, en algo necesario para la supervivencia. En este caso, determina que en un principio uno de los protagonistas, debido a su sordera, sea el que corra más riesgos al carecer de un sentido que le indique el ruido que esta puede hacer, o la proximidad de alguna de las criaturas.



El enfoque por el que han optado es uno más emotivo que de acción o terror. Si bien durante el desenlace los protagonistas acaban corriendo por sus vidas, una gran parte de sus preocupaciones son el pasado y el futuro: marcados por la muerte de uno de sus hijos al comienzo de la historia, convive con ellos un poso de culpabilidad que se acaba resolviendo durante el desenlace. Y una parte de la trama gira entorno a lo que podrá pasar: la llegada de un bebé, la preocupación de unos padres por cómo podrán defenderse sus hijos en un entorno donde la sociedad no existe, y quizá, de forma sutil, qué pasará con ellos cuando envejezcan. En este caso, el peso dramático lo llevan los personajes femeninos, con una Emily Blunt en el papel de madre a la que le corresponden las secuencias más angustiosas y Millicent Simmonds como su hija, que desarrolla a su personaje sin más herramientas que su expresión facial y corporal.



Los escenarios son muy básicos, sin más necesidad que un bosque, una casa desvencijada y un vestuario con aspecto de haber visto mejores tiempos (norma que en Walking Dead nunca fueron capaces de cumplir y aún varios años después el reparto luce un elegante estilo grunge) y las secuencias nocturnas necesarias para poder sugerir, más que mostrar, a las criaturas. Que, aunque no sean protagonistas, cuentan al menos con su momento de gloria donde, quizá para justificar un poco la temática de monstruos, se muestra con más detalle la anatomía de estos, donde precisamente no escatiman mostrar con más calma su diseño en todo lo relacionado con aquello que supone su arma principal: el sentido del oído.


Las claves del éxito de Un lugar tranquilo fueron seguramente la brevedad, siendo una de esas escasas películas que se mantiene en la frontera de los noventa minutos, y la sencillez. No quieren contar otra cosa que la historia de una familia, en un entorno anómalo y en un momento clave de sus vidas, sin que lo que haya pasado antes o después tenga mayor importancia. Quizá por eso, pese a recurrir al giro final de descubrir el punto débil de los monstruos de forma inesperada, el uso que puedan darle queda cortado de forma tan abrupta como el comienzo de la película.




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