De los estrenos de los últimos años
no me puedo quejar: el número de películas de terror disponibles (o
más bien, que una parte razonable de estas tengan un mínimo de
calidad). Y parece que siempre vaya a haber una o dos películas,
distribuidas sin demasiado bombo, que se conviertan en la sorpresa de
la temporada. Insidious, Expediente Warren, Get Out o La bruja
supusieron en su momento una revelación...Con una frecuencia que
casi podíamos esperar sin demasiada sorpresa al sleeper de cada año.
Una tendencia, que, si bien parece que el público espera al sleeper
de la temporada, garantiza al menos una película que no venga
acompañada por una campaña promocional previa o de la que, como
mucho, se haya visto un trailer.
Un lugar tranquilo es una muestra de
como estrenar una película sin hacer ruido. Bueno, esto, casi
literalmente, porque la trama gira entorno al silencio como algo que
puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte: unas
criaturas, de las que no llega a saberse su origen ni motivos, son
capaces de detectar el más mínimo sonido y destrozar a aquello que
lo provoque. En algo más de un año, no queda nada de la
civilización más que ciudades vacías y los últimos periódicos
impresos donde avisan sobre las características de esos seres. Una
familia, quizá de los pocos supervivientes que queden, ha conseguido
adaptarse al silencio como algo necesario: vigilando el ruido de cada
paso, comunicándose por lengua de signos, algo necesario hasta
entonces para conversar con su hija sordomuda, sin calzado, viviendo
en un hogar donde las alfombras amortiguan cada paso, se limitan a
vivir día a día mientras reúnen lo necesario para el nacimiento de
su próximo hijo. O más bien, para asegurarse que el llanto de un
bebé no los ponga en peligro. Salvo que, cuando el accidente más
leve puede desencadenar un sonido, desde un grito hasta algo cayendo
en el suelo, ningún lugar resulta seguro.
La historia en este caso se ha visto
reducida a su expresión más mínima: una familia de cuatro miembros
intentando sobrevivir. El qué son las criaturas, la existencia de
otros supervivientes o el poder eliminarlas no es algo prioritario,
sino que estas se emplean como una amenaza tan básica como pudieron
serla los zombies en sus primeros momentos: un elemento, ajeno a lo
cotidiano, que pone patas arriba lo conocido hasta entonces,
implicando la necesidad de adaptarse a un entorno hostil. En este
caso, un silencio obligatorio que no se limita a los diálogos, sino
a cada uno de los aspectos más comunes: ahogar un grito al hacerse
daño de forma inesperada, evitar que un objeto haga ruido al caerse
e incluso convirtiendo al que en principio supone un factor en
contra, como es el sonido, en algo necesario para la supervivencia.
En este caso, determina que en un principio uno de los protagonistas,
debido a su sordera, sea el que corra más riesgos al carecer de un
sentido que le indique el ruido que esta puede hacer, o la proximidad
de alguna de las criaturas.
El enfoque por el que han optado es uno
más emotivo que de acción o terror. Si bien durante el desenlace
los protagonistas acaban corriendo por sus vidas, una gran parte de
sus preocupaciones son el pasado y el futuro: marcados por la muerte
de uno de sus hijos al comienzo de la historia, convive con ellos un
poso de culpabilidad que se acaba resolviendo durante el desenlace. Y
una parte de la trama gira entorno a lo que podrá pasar: la llegada
de un bebé, la preocupación de unos padres por cómo podrán
defenderse sus hijos en un entorno donde la sociedad no existe, y
quizá, de forma sutil, qué pasará con ellos cuando envejezcan. En
este caso, el peso dramático lo llevan los personajes femeninos, con
una Emily Blunt en el papel de madre a la que le corresponden las
secuencias más angustiosas y Millicent Simmonds como su hija, que
desarrolla a su personaje sin más herramientas que su expresión
facial y corporal.
Los escenarios son muy básicos, sin
más necesidad que un bosque, una casa desvencijada y un vestuario
con aspecto de haber visto mejores tiempos (norma que en Walking Dead
nunca fueron capaces de cumplir y aún varios años después el
reparto luce un elegante estilo grunge) y las secuencias nocturnas
necesarias para poder sugerir, más que mostrar, a las criaturas.
Que, aunque no sean protagonistas, cuentan al menos con su momento de
gloria donde, quizá para justificar un poco la temática de
monstruos, se muestra con más detalle la anatomía de estos, donde
precisamente no escatiman mostrar con más calma su diseño en todo
lo relacionado con aquello que supone su arma principal: el sentido
del oído.
Las claves del éxito de Un lugar tranquilo fueron seguramente la brevedad, siendo una de esas escasas películas que se mantiene en la frontera de los noventa minutos, y la sencillez. No quieren contar otra cosa que la historia de una familia, en un entorno anómalo y en un momento clave de sus vidas, sin que lo que haya pasado antes o después tenga mayor importancia. Quizá por eso, pese a recurrir al giro final de descubrir el punto débil de los monstruos de forma inesperada, el uso que puedan darle queda cortado de forma tan abrupta como el comienzo de la película.
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