Lo de no juzgar un libro por la
portada, si se toma en sentido literal, es una de las frases más
ciertas que puede haber. Algunos realmente buenos han tenido que
sobrellevar unas cubiertas atroces, y si me hubiera fiado de ellas,
me habría quedado sin descubrir algunas novelas excelentes de la
colección Super Terror de Martinez Roca o las aventuras de Harry
Dickson (bueno, en ese caso, decidí empezarlas para descubrir que
albergaban aquellos horrendos fotomontajes). En otros casos, no es
así, y la ilustración que los presenta puede variar entre lo
simple, lo elaborado, ser lo suficientemente llamativo o
directamente, el adecuado para la historia que esconde en sus tapas.
La oscuridad innombrable, de T. E.
Grau, fue uno de esos casos. Esta se limita a dibujar una figura
cadavérica en un fondo oscuro, al igual que la edición
estadounidense, algo muy adecuado y enigmático para un título de
los que hace pensar “aquí tiene que haber algo lovecraftiano sí,
o sí”. No es una sorpresa, porque H. P. L. es uno de los
referentes directos de la recopilación de relatos de este autor, que
abarca el terror en distintas facetas: los entornos urbanos, lo
sobrenatural, el humor negro, muy presente, y sobre todo, el horror
cósmico que en mayor o menor medida, está presente en cada uno de
los cuentos. De hecho, estos han sido previamente publicados en otras
antologías de carácter temático, y en casi en su totalidad estas
están relacionadas con Los Mitos de Cthulhu.
Precisamente lo que caracteriza a la mayoría de sus cuentos es el tono de homenaje: H. P. L. parece haberse convertido en marca de la casa, pero también es fácil reconocer situaciones con las que Robert E. Howard se habría sentido cómodo, los giros de los cómics de la E. C. e incluso a autores de culto más recientes como Thomas Ligotti o Laird Barron. En ese sentido, Grau no inventa nada: la mayoría de sus cuentos acaban recordando a algo leído previamente, bien por estilo o bien por los elementos que usa. Algo que el autor no esconde y en el apéndice final incluye una lista de escritores, situaciones y elementos de la cultura popular que le sirvieron de referencia a la hora de escribir.
El parecerse a un montón de cosas que
han aparecido hace tiempo no parece una buena carta de presentación.
A veces da un poco la impresión de que todo está inventado y que no
queda otra que limitarse a los homenajes o dar vueltas sobre temas
que se han convertido en habituales dentro del fantástico. Pero en
este caso, no pretende ser algo fuera de lo común ni venir como
solían poner a menudo en las contraportadas de las novelas de los
ochenta, a revolucionar el género. Grau cuenta historias, teniendo
muy presente lo que lo ha influenciado a la hora de escribirlas, y lo
que es más importante, las cuenta bien. Es un narrador con un estilo
muy atractivo, que es capaz de crear una atmósfera inquietante, algo
muy necesario para el tipo de relatos de su libro, y con una
sorprendente habilidad a la hora de sugerir situaciones en las que el
horror es algo real sin hacer una sola mención directa: en El gran
chapuzón de Gordinflón se sirve de la mirada de un niño para
describir una ciudad y a unos personajes miserables. Limpieza, el
segundo relato, describe la forma de actuar (y por suerte, el destino
que le espera) a un pederasta de manual, y, en un escenario
completamente distinto, recrear un cuento de hadas gótico en Señor
Lobo.
Si sobre La oscuridad innombrable empezaba hablando de portadas e ilustraciones es porque, al menos en la edición española, este supone un factor importante: uno de los formatos que menos me gustan en el mundo editorial es la rústica con solapas (¿qué eres? ¿Un libro con sobrecubiertas? ¿Una edición de bolsillo? ¡Decídete por uno y no te quedes con la encuadernación y el precio de ambos!), y fue el le tocó al libro de Grau. Pero que se ve compensado por una edición muy cuidada: el tamaño bolsillo sin ser bolsillo se ve compensado por las láminas de Odilon Redon que acompañan a cada relato, y por nada menos que una banda sonora, en forma de playlist de youtube incluida en la primera página. Desde luego, no se me habría ocurrido escuchar a Florence and the Machine leyendo una antología de relatos lovecraftianos.
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