De todo lo que suelo leer, lo menos habitual son autores
españoles. En los últimos años esto ha cambiado bastante y ahora asoman más de
lo que lo hacían al principio. Lo segundo sería narrativa humorística…bueno,
técnicamente el puesto se lo llevaría el género romántico, con una novela
(Cumbres borrascosas, para más señas) en ocho años del blog. Pero el humor
tampoco es que salga mucho. Quizá porque este va mezclado con otros temas, o
porque las comedias al uso no terminaban de hacerme gracia, pero lo más cerca
que estaba de un texto cómico era gracias a Terry Pratchett. Otra costumbre que
va cambiando muy poco a poco, y que esta vez se debe precisamente a dos
escritores españoles que abordan el
género de forma muy distinta: uno desde el puro absurdo y otro, desde una
aproximación mucho más ácida.
Eduardo Mendoza. Sin noticias de Gurb. Mendoza perfectamente
podía sonar gracias a La verdad sobre el caso Savolta (o sufrir sudores fríos
recordando su bachillerato según el plan de lecturas que le tocara), aunque
Gurb abandona el género policiaco e incluso la narración más complicada a favor
de una muy particular: el diario de un extraterrestre, recién llegado a la
tierra, que en un intento de contactar con los terrícolas pierde a Gurb, su
compañero. A partir de ese momento, tendrá que salir a buscarlo, cruzando todos
los lugares que solo podían encontrarse en la Barcelona previa a la celebración
de los Juegos Olímpicos: obras interminables, alquileres disparados, tascas de
toda la vida que conviven con discotecas de lo más moderno…y unos habitantes
entre los que el protagonista intentará camuflarse gracias a su avanzada
tecnología y bastante desconocimiento del concepto del concepto de discreción.
O quizá no. Porque la gente de una ciudad grande está demasiado enfrascada en
sus asuntos como para fijarse en que acaban de cruzarse con el Conde Duque de
Olivares.
La novela comenzó casi como una broma, un experimento de
ciencia ficción escrita por entregas para un periódico, por lo que la
estructura de diario es bastante útil: no hay separación específica de
capítulos, sino que cada pasaje se numera por días u horas, sirviendo para
delimitar el tiempo transcurrido en la historia y haciendo que la lectura, como
columna o incluso recopilada en libro, sea muy sencilla y muy rápida. Y que
también case muy bien con el tipo de humor que mantiene, que además de tirar
hacia el total absurdo, recuerda mucho a los sketches de Faemino y Cansado o a las
viñetas de Mortadelo y Filemón: los momentos en los que el protagonista recurre
a los disfraces, completamente fuera de lugar e inútiles, son muy deudores de
los trucos a los que el personaje de Ibáñez utilizaba en sus historietas.
Además de cierto punto ácido donde se hace mención a la picaresca y a la
chapuza que aparecen en toda la ciudad.
Pero el que más abunda es el toque absurdo, el de jugar con
las palabras y buscar lo más chocante y fuera de lugar que pueda conseguirse en
un párrafo: Los primeros momentos disfrazado de Conde Duque de Olivares, el
convertirse en un momento dado, y porque sí, en Gilbert Becaud disfrazado de
ninja o el describir con la mayor
naturalidad como un alienígena realiza tareas tan anodinas como ponerse el
pijama se apoyan mucho en el surrealismo de esas situaciones para conseguir la
comicidad, que funciona para cualquiera que tenga debilidad por este tipo de
humor y que ha aguantado muy bien el paso del tiempo. No ha sido el caso de las
referencias temporales, que son muy concretas y, con dos décadas de diferencia,
habrá un público más joven que se quede un poco perdido al hablarle de Marta
Sanchez, de la locura que supusieron las olimpiadas en Barcelona o de los
locales que entonces se consideraban modernos. Aunque en cierto modo, el paso
del tiempo también hace que estas se vean hoy de una forma mucho más irónica y
con una perspectiva distinta.
El estilo que usa la narración es muy anticuado, recordando mucho al de las novelas populares de misterio y del que Molina se sirve para caracterizar a unos personajes muy anacrónicos y que, en el caso del protagonista, parecen fuera de lugar respecto del escenario en el que se mueven: Quesada, un solterón que vive con su madre en Magina, parece sacado directamente de un pueblo de los años cincuenta, con la intención de que este no sea consciente del cambio de década (ni de sistema político en más de una ocasión). Su actitud en Madrid es casi una parodia de la de Paco Martinez Soria en La ciudad no es para mí, pero una muy ácida, cambiando el lado más amable por el aspecto más amenazador y siniestro de la ciudad. Su candidez también lo convierte en un personaje muy entrañable, alguien muy perdido y del que se hace muy evidente su posterior evolución. La caracterización de los secundarios es mucho más crítica, estos son más ambiciosos, hipócritas, e incluso hace alguna referencia muy bien traída a determinadas figuras intocables: sus guiños a personajes que no pueden nombrarse por afectar a determinados estratos sociales sigue siendo hoy perfectamente válido.
La descripción de estas situaciones, desde el punto de vista más sarcástico, se complementa con algunos momentos y antagonistas sacados directamente de una película de espías o de un folletín: peligrosos asesinos asiáticos, secuestros, el robo de una reliquia que roza lo ridículo e incluso un villano con un afán de coleccionismo que hace que el trasfondo se convierta, de forma intencionada, en una farsa, en una situación demasiado novelesca para ser cierta y tratada con cierta comicidad, que acaba sirviendo para rebajar un poco el cinismo con el que se retrata al resto de personajes.
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