Durante mucho tiempo, lo que más aparecía en la sección de terror de cualquier librería eran tres nombres: Stephen King, a ser posible en grande, Dean Koontz, como secundarios, y más adelante, Anne Rice, aunque lo de esta última sería un poco cuestionable. Esto no quiere decir que no hubiera más variedad, al contrario, muchas editoriales más pequeñas conseguían hacerse con algún nombre menor pero con obras que resultan de lo más rescatable o incluso que se han convertido en pequeños clásicos, y cuando menos, Martinez Roca no dudaba en publicar toda antología que pillara por ahí. Estrategias que servían para que algunos escritores pudieran contar con la traducción de alguno de sus textos y quizá, más adelante, que fuera más sencillo acceder a sus libros. En este caso, serían un par de novelas cortas separadas entre sí por casi treinta años y que, de momento, no han tenido publicación en España. Con cosas como esta, el inglés no se nos oxida…
Thomas F. Monteleone. Night Train. Monteleone es uno de esos autores que han aparecido muy de cuando en cuando en España. Algún relato en antologías, y un par de novelas suyas en los tiempos de La Factoría de Ideas. Su carrera, en cambio, es mucho más amplia que eso, llegando a contar con el premio Bram Stoker que ganó por esta novela de terror ambientada en los túneles de metro de Nueva York. Unos subterráneos que ocultan una historia llena de accidentes durante su construcción, vagones perdidos, y otras leyendas que van más allá de la fundación de la ciudad y que implican la presencia de una orden de brujería, entradas a otra dimensión y criaturas prehumanas, cuya aparición intentan evitar a toda cosa un grupo formado por una reportera de televisión, un policía y un profesor de universidad experto en historia.
Escrito en 1984, es una de esas novelas que representa perfectamente el estilo de horror de esa década (además de una portada en la edición original que no desmerecería una entrada en Paperbacks from Hell), con unos personajes que en muchos casos rozan el tópico y donde desde el minuto uno, resulta predecible la trama romántica entre ambos protagonistas. No es precisamente la complejidad y profundidad la que le hizo ganar el premio en su momento, pero sí lo hizo, probablemente, un desarrollo muy pulp donde no faltan todo tipo de monstruosidades e incluso siniestros enanos encapuchados deambulando por las entrañas del metro. Hay que reconocerle que desde 1940, no esperaba encontrarme un subterráneo tan transitado, y que sigue manteniendo esa impresión de que el desborde de escenarios coloridos en el desenlace es una forma de suplir lo que entonces resultaba imposible de reproducir en un medio audiovisual.
Brian Evenson. Last Days. Si Monteleone aparecía poco, Evenson es prácticamente un desconocido: sus novelas cortas y recopilaciones de relatos, que podrían englobarse en la categoría de New Weird, permanecen en Estados Unidos pese a las críticas favorables que ha recibido de autores consagrados como Peter Straub. Tengo que reconocer que este hombre no me sonaba de nada hasta que Dilatando Mentes anunció que se encargaría de publicar una de sus novelas cortas aparecida ya en 2.009: Last Days, una historia de detectives en la que un antiguo policía es contactado por un grupo religioso con el fin de que este encuentre una reliquia perdida. El detective endurecido, la actitud casi fanática de sus empleadores, el entorno, un tanto intemporal en el que ambientan la narración…todo podría recordar un poco a un Halcón Maltés, si no fuera porque toma un giro un tanto retorcido. Sus contactos se hacen llamar a si mismos la Hermandad de la Mutilación, una secta que cree que la autoamputación de miembros los acerca más a la divinidad, y la elección de Kline, el policía retirado, responde a las circunstancias que supusieron su jubilación prematura: una pelea con un delincuente, un machete afilado, y la sangre fría suficiente como para que este, tras perder su mano, fuera capaz de cauterizar la herida y acabar con su agresor de un solo disparo. Algo que estos consideran una señal divina y que Kline deberá ayudarlos, quiera o no. Aunque para poder seguir avanzando en sus investigaciones sea necesario anestesia, bisturí y continuar perdiendo algún otro apéndice.
La historia cuenta en un principio con todos los elementos propios del noir, donde no faltan traiciones, pistas falsas, y un detective casi de manual. Pero este es poco más que un guiño para ofrecer en realidad una narración que podría considerarse, según el día, una comedia muy negra, a veces surrealista, donde los personajes lo mismo discuten acerca de lo que puntuaría más a la hora de ascender, más que hacia la santidad, en la jerarquía de la secta (¿Qué es más? ¿Perder los cinco dedos o una mano entera? Los secundarios, si los dejas, echan varios párrafos meditando sobre esto), o donde suceden pasajes tan perturbadores como un club de strip tease donde el número termina con la intérprete retirando todas sus prótesis ortopédicas entre los aplausos del público. Unos escenarios favorecidos también por tratarse de una novela corta, más bien un experimento donde lo importante es el humor negro y el jugar con las implicaciones que suponen una teoría religiosa llevada hasta el extremo. Y quizá, la impresión que produce en muchos casos en el lector, donde es imposible no reírse de lo macabramente absurdo de muchos pasajes.
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