Laird Barron fue posiblemente el mejor
descubrimiento con el que cerré el año pasado. Un libro fue
suficiente para que su particular mezcla de pulp, género negro y
terror sobrenatural me convenciera para continuar con quien se le
puede considerar como un autor lovecraftiano de pleno derecho. Y al
que por el momento, es difícil encontrar en un idioma distinto al
inglés, porque en España solo se tradujo su segunda novela. Que por
otro lado, es una muestra de su hacer tan buena, e incluso más
redonda, de lo que supuso su primera novela.
El rito es una relato fragmentado. Algo
que el lector casi tiene que hilar a partir de un prólogo, donde se
revela la verdad sobre el cuento de Rumpelstinskin, de las historias
que traen consigo cada uno de los conocidos de la familia Miller, un
matrimonio formado por un geólogo y una antropóloga, y sobre todo,
por lo que el propio Donald Miller ha olvidado a lo largo de su vida
o le han hecho olvidar. Concretamente lo que sucedió durante un
viaje a México con su esposa en los años sesenta, cuando esta
desapareció sin dejar rastro durante varias horas. A partir de
entonces, determinados momentos de su vida lo pondrán en contacto
con una realidad insospechada: una conspiración iniciada hace
milenios por criaturas desconocidas que su entorno insinúa conocer
desde hace tiempo. A la que algunos de sus antepasados se enfrentaron
y le advirtieron, y que parece estar estrechamente relacionada la
familia de su esposa. Y que, en algún momento determinado, llegó a
presenciar sin que en su mente quedara más rastro que la de una
pesadilla y, quizá a modo de advertencia, el miedo a acercarse a
determinados lugares.
Barron llevaba varios años escribiendo
relatos antes de comenzar con las novelas, pero sigue notándose que
el formato más breve es donde se encuentra más comodo. Ninguna de
las dos escritas son especialmente extensas, lo que es un acierto
porque solo serviría para hacer más evidentes algunos de sus
defectos: y es que es bastante difícil que llegue a narrar una trama
de forma lineal sin irse por las ramas con un flashback o explicando
los antecedentes de determinados personajes. Algo que se hace muy
presente en esta novela, donde más que una linea principal, existe
una trama deslabazada, casi compuesta por retazos que, en algunos
casos, sirven para componer un mosaico completo y hacer que el
lector, junto al protagonista, que se pasa medio libro con su memoria
hecha unos zorros, tenga una visión de conjunto de lo que ha
sucedido..y de a donde quería llegar la histora. Al menos, es para
lo que sirven una parte de estas. Porque el resto en realidad casi
son historias independientes sobre personajes que van y vienen, de
los que podría saberse meno o nada sin que la narración se
resintiera. Pero, que por su brevedad, se acaban disfrutando esos
incisos donde se conocen a personajes tan particulares como un tipo
con la nariz de cobre, o donde apenas se llegan a intuir las posibles
aventuras que el abuelo del protagonista vivió y que no llegó a
contarle. En cierto modo, es una forma de narrar muy errática, donde
la salva principalmente la brevedad del libro y que, salvo por
tratarse de una historia escrita, es muy similar a cómo podría
contarla alguien en una taberna: con unas situaciones que casi
parecen imposibles, y muchas divagaciones que no van a ninguna parte
hasta que el narrador decide volver a su relato inicial.
La tradición habla de la serpiente Uróboros. En España tenemos la pescadilla que se muerde la cola y Laird Barron, la Hermandad de la vieja sanguijuela
Sería injusto decir que Barron es un
escritor lovecraftiano como único aspecto positivo. Él tiene su
propio estilo, y en muchos aspectos, muy alejado de los protagonistas
pasivos y angustiados de Lovecraft. Tiene en común con él una
visión del horror donde el ser humano apenas está de paso en un
universo poblado de seres para los que estos no son nada. Pero
mientras el primero insistía en que Cthulhu apenas se enteraba de la
presencia de los humanos, los Hijos de la Vieja Sanguijuela creados
por Barron disfrutan de lo lindo atormentando a aquellos que tienen
la desgracia de encontrarlos. En cierto modo, son la versión en
matón de los Primigenios, y no dudan en marear a los protagonistas,
e incluso explicar su presencia de una forma mucho más sencilla.
Lejos de adjetivos y términos vagos, se recurre a una explicación
un poco más de campo, pero tan evocadora como “esconderse en las
profundidades de la tierra y en los confines de la realidad” y en
la que se sirve de manera muy hábil de la tradición oral y la
mitología para explicar su presencia a lo largo de los siglos.
El rito es una novela con los pies un
poco más en la tierra, y mejor ejecutada, de lo que lo fue la
primera (que sigue pareciéndome la mar de excesiva y divertida),
donde a veces la estructura de la narración hace que sea un poco
difícil seguir el hilo, convirtiéndose esto bien en un defecto
propio, o en una característica típica de su autor. Pero sin que
esto impida que Barron se muestre como un narrador muy válido y con
una visión del fantástico que no se encuentra a menudo.
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