jueves, 11 de mayo de 2017

Laird Barron: El rito. Tradición oral, horrores cósmicos y pérdidas de memoria a corto plazo


Laird Barron fue posiblemente el mejor descubrimiento con el que cerré el año pasado. Un libro fue suficiente para que su particular mezcla de pulp, género negro y terror sobrenatural me convenciera para continuar con quien se le puede considerar como un autor lovecraftiano de pleno derecho. Y al que por el momento, es difícil encontrar en un idioma distinto al inglés, porque en España solo se tradujo su segunda novela. Que por otro lado, es una muestra de su hacer tan buena, e incluso más redonda, de lo que supuso su primera novela.



El rito es una relato fragmentado. Algo que el lector casi tiene que hilar a partir de un prólogo, donde se revela la verdad sobre el cuento de Rumpelstinskin, de las historias que traen consigo cada uno de los conocidos de la familia Miller, un matrimonio formado por un geólogo y una antropóloga, y sobre todo, por lo que el propio Donald Miller ha olvidado a lo largo de su vida o le han hecho olvidar. Concretamente lo que sucedió durante un viaje a México con su esposa en los años sesenta, cuando esta desapareció sin dejar rastro durante varias horas. A partir de entonces, determinados momentos de su vida lo pondrán en contacto con una realidad insospechada: una conspiración iniciada hace milenios por criaturas desconocidas que su entorno insinúa conocer desde hace tiempo. A la que algunos de sus antepasados se enfrentaron y le advirtieron, y que parece estar estrechamente relacionada la familia de su esposa. Y que, en algún momento determinado, llegó a presenciar sin que en su mente quedara más rastro que la de una pesadilla y, quizá a modo de advertencia, el miedo a acercarse a determinados lugares.



Barron llevaba varios años escribiendo relatos antes de comenzar con las novelas, pero sigue notándose que el formato más breve es donde se encuentra más comodo. Ninguna de las dos escritas son especialmente extensas, lo que es un acierto porque solo serviría para hacer más evidentes algunos de sus defectos: y es que es bastante difícil que llegue a narrar una trama de forma lineal sin irse por las ramas con un flashback o explicando los antecedentes de determinados personajes. Algo que se hace muy presente en esta novela, donde más que una linea principal, existe una trama deslabazada, casi compuesta por retazos que, en algunos casos, sirven para componer un mosaico completo y hacer que el lector, junto al protagonista, que se pasa medio libro con su memoria hecha unos zorros, tenga una visión de conjunto de lo que ha sucedido..y de a donde quería llegar la histora. Al menos, es para lo que sirven una parte de estas. Porque el resto en realidad casi son historias independientes sobre personajes que van y vienen, de los que podría saberse meno o nada sin que la narración se resintiera. Pero, que por su brevedad, se acaban disfrutando esos incisos donde se conocen a personajes tan particulares como un tipo con la nariz de cobre, o donde apenas se llegan a intuir las posibles aventuras que el abuelo del protagonista vivió y que no llegó a contarle. En cierto modo, es una forma de narrar muy errática, donde la salva principalmente la brevedad del libro y que, salvo por tratarse de una historia escrita, es muy similar a cómo podría contarla alguien en una taberna: con unas situaciones que casi parecen imposibles, y muchas divagaciones que no van a ninguna parte hasta que el narrador decide volver a su relato inicial.


La tradición habla de la serpiente Uróboros. En España tenemos la pescadilla que se muerde la cola y Laird Barron, la Hermandad de la vieja sanguijuela

Sería injusto decir que Barron es un escritor lovecraftiano como único aspecto positivo. Él tiene su propio estilo, y en muchos aspectos, muy alejado de los protagonistas pasivos y angustiados de Lovecraft. Tiene en común con él una visión del horror donde el ser humano apenas está de paso en un universo poblado de seres para los que estos no son nada. Pero mientras el primero insistía en que Cthulhu apenas se enteraba de la presencia de los humanos, los Hijos de la Vieja Sanguijuela creados por Barron disfrutan de lo lindo atormentando a aquellos que tienen la desgracia de encontrarlos. En cierto modo, son la versión en matón de los Primigenios, y no dudan en marear a los protagonistas, e incluso explicar su presencia de una forma mucho más sencilla. Lejos de adjetivos y términos vagos, se recurre a una explicación un poco más de campo, pero tan evocadora como “esconderse en las profundidades de la tierra y en los confines de la realidad” y en la que se sirve de manera muy hábil de la tradición oral y la mitología para explicar su presencia a lo largo de los siglos.



El rito es una novela con los pies un poco más en la tierra, y mejor ejecutada, de lo que lo fue la primera (que sigue pareciéndome la mar de excesiva y divertida), donde a veces la estructura de la narración hace que sea un poco difícil seguir el hilo, convirtiéndose esto bien en un defecto propio, o en una característica típica de su autor. Pero sin que esto impida que Barron se muestre como un narrador muy válido y con una visión del fantástico que no se encuentra a menudo.

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