A muchos la idea pasar una semana en la nieve con el
colegio, en pleno curso lectivo, nos parece un poco extraña ...o, en mi caso,
poco atractiva: ¡pocas ganas habría tenido yo de tener que verle el careto a
mis compañeros en pleno monte! Pero este no es el caso de Francia. Según me
explica la Wikipedia, alumnos y profesores acuden, una o dos semanas a la
montaña donde las clases habituales se alternan con actividades lúdicas, como
senderismo o cursos de esquí. Esta
costumbre se encuentra presente en varios libros infantiles o didácticos y
algunos comics. Pero es Emmanuel Carrère el que utiliza el concepto para una
novela adulta.
La clase de nieve empieza con el viaje de Nicolás y su padre
al chalet donde tendrá lugar la semana blanca de su clase. Pese a contar con el
autobús con el que el resto de niños se había desplazado, el padre, bastante
aprensivo, desconfía del estado de las carreteras. La llegada será igual de
accidentada, cuando este olvida entregar la maleta de Nicolás quedándose este
ante sus compañeros sin una sola prenda de nieve. Esta situación no ayuda a un
niño introspectivo y enfermizo, con una
imaginación hiperactiva, a quien su padre ha inculcado todo tipo de
miedos sobre secuestradores y asesinos. Pese a su acercamiento a Hodkann, el
chico más respetado de la clase, y a Patrick, el monitor, estos terrores
servirán para fabular todo tipo de pesadillas, ensoñaciones diurnas e incluso historias,
durante la estancia. Historias que acabarán entrelazándose con una realidad
donde estos miedos tendrán un lugar importante.
La novela está contada desde el punto de vista de su
protagonista, un niño que pese a compartir nombre con el personaje de Goscinni,
viene a ser todo lo contrario. Este representa la parte más aterradora de la
infancia, la de las dificultades para integrarse, los miedos irracionales y el
mundo como un lugar extraño e incomprensible. Detalles como la lectura a
escondidas de un libro llamado “historias espantosas” (donde aparecen, por
referencias, La pata de mono de Jacobs e incluso Vinum Sabbati de Arthur
Machen) describen muy bien esa realidad infantil donde algunas de las cosas más
nimias pueden convertirse en algo aterrador durante meses…vamos, lo que hoy le
llaman nightmare fuel y antes se le decía “no poder dormir con el miedo”. Esta
realidad se completa con las historias que el padre de Nicolás añade: las
advertencias sobre accidentes de tráfico, secuestradores y contrabandos de
órganos, que en los noventa eran parte advertencia, parte leyenda urbana para
fomentar la cautela en los niños, se convierten aquí en parte de las
imaginaciones e invenciones de su protagonista. Además de acabar tomando un
papel muy importante en la trama.
Esta forma de narrar hace que el resto de personajes se
caractericen de una forma un poco sesgada. El personaje de Hodkann es una
excepción, al caracterizarlo de una forma tan contradictoria como solo puede
serlo un matón al que todos admiran pero temen. En realidad, para el resto, es
muy adecuado ese planteamiento, porque contribuye mucho a esa impresión de
visión infantil y confusa que se aporta con el protagonista. Pero esta también va transformándose, y lo que
antes parecía algo contado desde la perspectiva de un niño, se vuelve, de una
forma muy sutil, en algo más real. Durante los primeros capítulos se va
sabiendo de la familia del protagonista, formada por un padre viajante, su
madre, y un hermano pequeño. Los primeros no pasarían de ser una pareja
preocupada por la seguridad de su hijo si no fuera por la aparición de los
otros secundarios: los monitores o la maestra resultan por comparación
personajes mucho más normales y positivos, frente a unos padres que van
volviéndose cada vez más neuróticos y extraños.
Sutileza a la hora de interpretar la visión del protagonista
se mantiene también en el resto de elementos. En todo el libro las cosas no se
cuentan, sino que se intuyen, mediante lo que este puede ver o escuchar en
algún momento. Si la intención era que el lector interpretara lo que ha
sucedido a través de lo que un niño presencia, pero no comprende, Carrere lo ha
logrado. Al igual que el transmitir en todo momento una sensación de
claustrofobia y soledad en un lugar tan opuesto como un paisaje nevado lleno de
niños.
Su brevedad, para tratarse de una novela de adultos, es tan
sorprendente como el resultado que ha obtenido: con 150 páginas ha conseguido
narrar una historia que, sin llegar a exponer nada abiertamente, sí ofrece un
escenario lleno de claustrofobia. Además de un retrato muy poco entrañable,
pero sí muy inquietante, de la infancia. Del que, por cierto, también hay película:
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