jueves, 27 de junio de 2019

Aladdin (2019). Tu pon la película, que las canciones nos las sabemos


Hace más de veinte años, los niños hacían cola cada Navidad para ver la última película de dibujos de Disney. Dos décadas después, los mismos niños, ya crecidos, hacen lo mismo. Para ver las mismas películas, en imagen real y sin tener que esperar a las vacaciones. Porque este año se han estrenado nada menos que tres remakes de algunos de los clásicos animados de la productora.


Aladdin es el segundo de estos estrenos, del que no hace falta decir mucho porque es también uno de los cuentos más conocidos de las mil y una noches: en un reino imaginario del lejano oriente, existe un joven ladrón, enamorado de una princesa, que encuentra una vieja lámpara de aceite, y con ella, un genio que le concederá tres deseos. Hasta ahí, todo es bastante parecido al cuento que hemos leído mil y una veces. Disney aportaría después a un genio más moderno y divertido del que podría esperarse encontrar en una lámpara, a Jafar, el malvado visir que quiere ser sultán en lugar del sultán, y, en esta nueva versión de imagen real, e infografía, unas cuantas novedades respecto de la animación de los noventa.





Todos los remakes de Disney cuentan con los mismos problemas: el trasladar unos guiones claramente destinados al público infantil, y sobre todo, el intentar que los personajes creados con infografía resulten igual de expresivos que sus contrapartidas animadas. Pasó en La bella y la bestia con los objetos del castillo, demasiado extraños frente a sus contrapartidas anteriores, y pasó cuando aparecieron las primeras imágenes de "ill Smith convertido en genio. El actor, renderizado e infográfico, seguía sin hacer justicia a lo que debería ser su personaje, salvo por la decisión tomada posteriormente: hacer que tome aspecto humano para moverse entre el resto de actores, evitando el exceso de efectos digitales que todavía quedan muy lejos de reflejar la textura y expresión real.






Al igual que en La bella y la bestia, la historia, más que un reboot es un remake de la original, o más bien, el mismo guión rodado de nuevo: la trama principal es la misma, del mismo modo que unas canciones que el público todavía recuerda y que suenan en los mismos momentos d ela historia. Hay algunas variaciones, algunas propias del cambio de década y mentalidad, como el de dar un papel más importante y mayor independencia a la princesa Yasmin, ahora con una función más amplia que la de casarse con un príncipe (aunque al final el fondo sea el mismo), o el tener un sultán de mayor peso que un vejete un tanto bufón. Otra, propia del cambio de formato y registro, como el reducir el papel de los animales inteligentes. Entre otras cosas, porque el Abú digital todavía chirría un poco, y porque el villano Jafar es adecuado en su papel amenazador sin la necesidad de un loro parlanchín como alivio cómico.



El Aladdin original también está muy presente en cuanto a comparaciones. Especialmente con el genio, doblado entonces por Robin Williams a quien parecía difícil de superar. Y, en este caso, por Will Smith, que consigue estar a la altura con su propio estilo, sin tener que imitar otros registros. No importan mucho los papeles de Aladdin y Yasmin, que acaban siendo casi secundarios frente a los números del genio y la presencia del antagonista.

Pese a que es una producción de alto presupuesto, los escenarios interiores producen una impresión muy curiosa: las calles y los colores abigarrados de los figurantes parecen decorados y atrezzo, muy poco reales y menos grandiosos frente a los efectos digitales, y en lugar de resultar llamativos, dan más la sensación de ser un espectáculo de Disneylandia. Uno bueno y cuidado, pero poco integrado en el resto de escenarios y demasiado chillón en comparación con la versión animada, que aportó secuencias realmente bonitas jugando únicamente con tonos dorados y azul marino.

Aladdin, al igual que el resto, se queda en un remake más de los clásicos Disney: no es otra cosa que la misma historia con otro formato. En este caso, con algunos aciertos nuevos, como el interés romántico del genio que, sorprendentemente, no molesta. Otros, algo más chocantes, como el seguir manteniendo aspectos de cuento en una historia que han modernizado (¿a estas alturas aún se sigue usando el matrimonio obligado del malo como giro argumental?). Tenemos también los originales muy cerca en el tiempo, estos son lo bastante memorables como para recordarlas todavía…aunque resulta un poco inevitable que nos acerquemos a ver, una vez más, el mismo cuento con distinto entorno.


jueves, 20 de junio de 2019

Paperbacks from Hell. Grady Hendrix y un cajón de novelas de saldo




Hubo un tiempo en la que fui una gran observadora de cubiertas. De cubiertas, sobrecubiertas y carátulas de todos aquellos libros y películas para las que todavía era demasiado joven, pero cuyas ilustraciones resultaban fascinantes y facilitaban el que una niña se imaginara qué tipo de historias ocultaban aquellos dibujos de mansiones decrépitas, espectros y cadáveres revenidos. Después me hice mayor, tuve la comprensión lectora suficiente para poder encadenar frases en letra minúscula y libros sin ilustraciones, para alquilar películas, y comprobé que en muchos casos, la calidad o el interés poco tenía que ver con los dibujos que lo anunciaban. Pero algo estaba claro: que aquella labor de ilustrar obras de ficción con dibujos sugerentes y colores chillones como reclamo funcionaba, y probablemente habría muchos lectores cuyos primeros libros de terror hubieran sido adquiridos gracias a estos.



Grady Hendrix era uno de ellos, y decidió llevar a cabo un ensayo sobre la edición de literatura terrorífica durante los setenta y ochenta, en el mercado anglosajón donde cada ilustración de portada destacaba por ser la más sugerente, la más terrorífica o la más chillona, y también la más elaborada, empleándose el trabajo de sus dibujantes para acompañar a autores cuya calidad no llegaría a la de un bolsilibro, o cuyo momento de superventas ha pasado hoy al olvido, pero también para escritores de renombre: donde Graham Masterton o los testimonios de los horrores de Amitivylle compartían edición económica con Richard Matheson y Shirley Jackson. Más de veinte años de historia donde su recopilador habla de publicaciones, clasifica en subgéneros como casas embrujadas, pueblos malvados, mutaciones, experimentos médicos, la posterior derivación hacia los asesinos en serie, y también bastante humor, algo necesario a la hora de enfrentar una tarea que implica recopilar un montón de portadas a veces recargadas, a veces grotescas, un poco hilarantes…y una cantidad de novelas que hacen pensar cómo es posible que existan tantas formas de adorar al maligno y tantas sectas satánicas por metro cuadrado.




El libro, en conjunto, no es tanto un análisis de las tendencias artísticas en el mundo de la ilustración popular como un repaso al de la narrativa que podíamos calificar como Serie B. Autores que, sin llegar al nivel de superventas como King, desarrollaron una carrera estable en el mundo de la literatura de bolsillo. James Herbert, TED Klein y nombres que posteriormente se harían tan conocidos como la saga vampírica de Anne Rice. Y otros, que en España tuvieron una publicación de relleno, como Shaun Hutson, o inexistente, como el caso de William F. Johnstone. Que hasta entonces no tenía ni idea de su existencia pero tras el resumen proporcionado por Grady Hendrix, me limité a pensar que a alguna gente la publicaban porque el papel iba barato y su editor estaba de resaca.



El trabajo realizado por Grady es muy conciso, ciñéndose exclusivamente a esa edad de oro de la narrativa de bolsillo, aportando información muy curiosa sobre las tendencias editoriales, su agotamiento, y su sustitución posterior por los thrillers a raíz de El silencio de los corderos, así como la renovación del terror y la llegada del weird. Pese a su limitación al mundo anglosajón, es una lectura aprovechable para cualquier lector, especialmente aquellos que conocimos muchas novelas y antologías que aquí mencionan de la mano de Martinez Roca y Timun Mas. Además de descubrir un poco una tendencia editorial que aquí era menos conocida: la ilustración artesana y un poco chillona de esos "paperbacks" aquí se vio prácticamente representada por las cubiertas de los bolsilibros, porque en su mayoría, el resto de editoriales parecían fascinadas con los fotomontajes que podían verse en las colecciones de Selección Horror de Bruguera o las portadas de Harry Dickson de Júcar.



Paperbacks from Hell, por desgracia, no cuenta de momento con traducción al castellano. Y, a menudo hace referencia a tendencias y subgéneros que tampoco tuvieron demasiada repercusión en España, si no era por las miguitas que alguna editorial más pequeña podía raspar en cuanto a publicar nombres anglosajones que no jugaban en la misma división que un King o un Koontz en cuanto a ventas. En cambio, con un objetivo tan claro como el de hacer un recorrido por la literatura de kiosko de dos o tres décadas clave para la ficción fantástica popular, el libro resulta un ensayo divertidísimo, además de todo un éxito: además de ediciones especiales recuperando las portadas de los ochenta de algunos libros que se habían quedado en un fondo editorial hasta ahora, Hendrix prepara un segundo volumen, dedicado, en este caso, a la literatura juvenil. Que, por el adelanto, promete ser un ensayo tanto o más desconcertante que el dedicado a sus hermanos mayores.



jueves, 13 de junio de 2019

Obituario: Chicho Ibáñez Serrador


El pasado viernes se anunciaba el fallecimiento de Narciso Ibañez Serrador. Aunque retirado desde hacía varios años del mundo de la televisión y de las apariciones públicas por motivos de salud, fue uno de los nombres más memorables dentro de la televisión en España. El interminable Un, dos, tres, las tardes con Waku Waku, la severidad de Hablemos de sexo y la más olvidada El semáforo, salvo por el descubrimiento de Cañíta Brava. Pero, sobre todo, y para los aficionados al fantástico, Historias para no dormir.






Para alguien posterior a los setenta, conocer a Chicho Ibañez era hacerlo a través de referencias. Es imposible no haber visto, en algún momento, una de las distintas temporadas de Un, dos, tres. Pero en alguna conversación, cuando todavía era imposible hablar de manera informal e incluso con pasión sobre series de televisión, era probable que alguien dijera "hace mucho había un programa de terror…se llamaba Historias para no dormir. Te hubiera gustado…"era probable que sí, en las escasas ocasiones en que esta, o Mis terrores favoritos tenían un segundo pase en la televisión o en algún canal secundario de TVE (todavía echo en falta el canal Nostalgia en su época de emisión por satélite). A menudo, más que las historias que se retransmitían en el programa, era más recordada la introducción de Chicho, dotada siempre con un gran sentido del humor negro. y de nuevo, gracias a los paseos por librerías de segunda mano, era posible encontrar la revista editada con la misma cabecera, y que contenía relatos cortos de terror, desde clásicos anglosajones hasta algún guión adaptado, y tiras cómicas protagonizadas por enterradores o vampiros. Junto a una curiosa decisión de incluir únicamente publicidad de medicamentos, por lo que entre relato de Clark Ashton Smith e ilustración, era posible encontrar anuncios de vasodilatadores, ansiolíticos y antieméticos.










Hablar de Narciso Ibañez es hablar de una parte de la televisión española, e incluso del cine fantástico nacional, habiendo dirigido La residencia o Quien puede matar a un niño. Pero sobre todo, por su afición al terror, al fantástico, su imaginación y esa capacidad de reírse un poco de lo que al principio nos asustaba.




jueves, 6 de junio de 2019

Las mejores historias cortas de Mortadelo y Filemon. Lo bueno si breve..

Muchos lectores empezamos como tal gracias a los tebeos. O, si el adulto que los mencionaba tenía más de setenta años, los “cuentos”. Entonces términos como comics, manga o novela gráfica quedaban muy lejos, pero la sucesión de viñetas con dibujos caricaturescos (¡lo del estilo realista todavía nos resultaba muy difícil!) fueron a menudo las primeras letras que pudimos juntar, con bastante dificultad y ayuda de las imágenes, y a menudo, sin comprender los chistes más allá de los porrazos.



Mortadelo, con sus disfraces inacabables, sus persecuciones finales, y su estructura serializada en las aventuras largas, fue no solo uno de los primeros responsables si no un personaje al que sí podría considerarse que nos acompaña toda una vida. Desde una copia casi indestructible, arrugada hasta extremos imposibles, de Los invasores, que comparte estantería con otra igualmente maltrecha de un tomo de los Especial Disney, pasando por los ejemplares, que recopilaban aventuras de forma aleatoria, de Super Humor, hasta la edición, más lujosa y cuidada, de Lo mejor de las historias cortas de Mortadelo y Filemón.




La mayoría conocimos a Mortadelo en su etapa de álbumes de 48 páginas, bien publicados de forma independiente, o por episodios, junto a otras tiras, de Super Mortadelo y Mortadelo Especial. Las aventuras independientes, de una o cuatro páginas a lo sumo, se quedaban para rellenar los álbumes largos o recopiladas en tebeos independientes bajo títulos genéricos como “los reyes de la risa” o “porrazos a mogollón”. Grijalbo, aprovechando el catálogo de Bruguera y tras la recopilación de 13 Rue del Percebe y Rompetechos, publica una antología donde se recogen estas historietas cortas, por una vez, en orden cronológico. Pero las más de mil planchas publicadas hace que la labor completa supusiera varios tomos, por lo que la decisión, por el momento, es la de hacer una selección con las más destacadas de cada época, y, si funciona, quizá poder disponer de entregas posteriores completando la labor. La decisión, además de responder a criterios de sentido común en cuanto a edición y costes, es también bastante adecuada de cara a los lectores: los primeros números, en blanco y negro, presentan a un Mortadelo muy distinto del que una gran mayoría de su público conoció en los kioskos: El Filemón de 1957, ataviado con un gorro de Sherlock, y su ayudante Mortadelo, que ocultaba sus disfraces en una chistera. Estas, reducidas a una sola página, dan paso a la evolución del personaje que se va acercando al que se haría famoso. Se aprecia, en el tomo, el cambio del blanco y negro al color, del número de páginas por aventura, la evolución del dibujo, de las características de los personajes y la aparición de los secundarios, porque en las primeras aventuras, La TIA, el Superintendente Vicente, el Profesor Bacterio y la Señorita Ofelia todavía quedaban muy lejos.


Las primeras páginas, en blanco y negro o bicolor como portada de Pulgarcito, también pueden resultar ajenas al lector que esperaba encontrar las viñetas que recordaba de la colección Olé. Estas llegarán un  poco después, hacia los setenta,  y la lectura de estas aventuras previas da la impresión de encontrarse con un “clásico”, y también con un personaje anterior al de la lectura nostálgica. Es, en cambio, uno de los aspectos más interesantes de la recopilación, ya que pese a existir muchísimos tomos con varios álbumes, la selección de estos era aleatoria en la mayoría de los casos, por temática (especialmente mundiales y olimpiadas) en las últimas, y el recurrir al orden cronológico era algo que todavía quedaba muy lejos, pero que muchos queríamos poder ver en papel.

Lo mejor de las aventuras Cortas de Mortadelo y Filemón acaba convirtiéndose en una compra que, al igual que los integrales de Rompetechos y 13 Rue del Percebe, los lectores del personaje acabamos viendo como necesaria: quizá esas primeras aventuras resulten desconocidas, pero las siguientes sí que cuentan con esa familiaridad que se buscaba, y quizá, con el personaje que se recordaba, mucho más centrado en el humor, en el golpe final que puede aportar una historieta de cuatro o cinco páginas, y sobre todo, mucho más intemporales, sin buscar las referencias a la situación actual que, en los álbumes de los últimos años, se han convertido en norma.