Es difícil dar una definición exacta del término fantastique. El título hace pensar en el continente, en una atmósfera más marcada por el absurdo y lo extraño que el enfoque que se da a lo sobrenatural en el mundo anglosajón, y la irrealidad que parece estar a un paso de lo c9tidiano. El fantástico continental, especialmente vinculado a los países de habla francesa, y del cual jean Ray es el primer nombre que viene a la cabeza. Pero no es solo el autor de Malpertuis y La ciudad del miedo indecible, sino también Thomas Owen, Gerard Prevot, y también su contrapartida audiovisual durante los sesenta y setenta. Desde la surrealista adaptación de Malpertuis pasando por Le seuil du Vide, a una presencia más sutil como podía serlo la atmosfera de Providence o El año pasado en Marienbad de Resnais. O una producción belga, de nuevo, una de esas películas olvidadas y restauradas hace relativamente poco donde se mezcla lo extraño, el drama psicológico y lo más anodino.
En una mansión de algún lugar de Bélgica, una mujer embarazada se recupera de una crisis de amnesia. Tras ser encontrada en la calle, portando un cuadro del que no puede recordar su procedencia, continúa desde su hogar su trabajo como restauradora, sintiéndose cada vez más fascinada por ese lienzo encontrado, en el que un ave rapaz se posa sobre una mujer inconsciente. Al preocupación por su salud que muestran su marido y su madre aumenta cuando empieza a recordar lugares de esas horas perdidas e insiste, ante la incredulidad de su familia, en que en la desde la mansión abandonada que ve desde su casa, un hombre la observa día y noche.
Bajo el curioso título de Trampantojo, el guion se mueve entre el fantástico y el drama psicológico. El largometraje, únicamente interpretado por cinco actores, refleja un entorno opresivo para su protagonista, en la que se adivina desde el primer momento algún tipo de trastorno (o quizá esa sensibilidad de quien puede percibir otras realidades) favorecido por una situación familiar en ela que el personaje de la madre de esta sirve como reflejo de sus temores y rechazo al exterior. El esposo, interpretado por Max von Sidow (uno de los más prolíficos, sin duda, el más patilargo del cine europeo) se mueve entre la incapacidad de comprender, la compasión y el rechazo q que esta siente hacia él cada vez que muestra sus emociones, o intenta llevar la vida de un matrimonio normal. La personalidad de Anne, interpretada por Marie France Bonin, con su figura escuálida, en la que apenas se adivina el embarazo que el resto de personajes tienen que recordar al espectador, recuerda en su naturaleza paranoica y temerosa a la Mia Farrow de La semilla del diablo o Liv Ullman de La hora del lobo: alguien al borde de la locura, cuya actitud des ignorada pero que esconde cierto grado de certeza.
La caracterización de su protagonista sirve de excusa (así como para incluir un poco de drama realista por sin nos pasamos con lo fantástico) para la aparición de lo anómalo: la figura que la vigila, de cuya realidad el espectador está seguro al ser uno de los personajes secundarios quien lo ve por primera vez, pero se niega en todo momento lo lógico de su aparición ¿cómo va a haber nadie asomándose desde una casa deshabitada hace mucho? Es a partir de esta situación cuando la trama se mueve hacia lo extraño: el tema del cuadro que ha encontrado tiene tan poco sentido como lo que sucede a su alrededor, una de las pistas la lleva a una galería de arte, llamada irónicamente “Second Sight”, la persecución, casi ridícula por lo breve y por el escenario en que transcurre, que esta sufre en una calle completamente vacía. Un elemento que se repetirá en todo momento en la película: no hay ni un solo figurante ni extra, más allá de los cinco personajes. Las escasas cenas exteriores se desarrolla en calles pequeñas y vacías (además de filmar de una forma en la que la actriz parece superpuesta en una pantalla, sin encontrarse realmente en el exterior), así como los planos de la mansión familiar, una casa señorial que tiene su contrapartida en la vivienda deshabitada, ruinosa y llena hasta la bandera de libros y papeles, dando a los momentos previos al desenlace esa sensación de entrar en el terreno de lo onírico.
Es esta irrealidad la cualidad que se mantienen durante todo el metraje, y que hace que este, pese a lo escaso de su contenido, funcione. De un modo muy similar a Suspiria, el valor de este es eminentemente visual, tanto en las tomas del interior de la casa donde juegan con la composición de cámaras y espejos, como en las exteriores, así como su desenlace, una secuencia que no duda en aprovechar ese componente surrealista para cerrar la historia diciendo "mira, interprétalo como quieras”. Una atmósfera acompañada por un ritmo muy pausado en su primera parte, que acaba contrastando con un desenlace en comparación a la parte previa, más dinámico, sin que llegue a acelerarse, y que lo acompañan unas interpretaciones un tanto rígidas, como si las instrucciones proporcionadas por el director fueran “actuad como si estuvierais contrariados, pero estáis intentando que no se os note”.
Trompe-l´oeil, jugando con la superposición entre el drama real, el fantastique, la explicación propia del folletín y el surrealismo funciona, aún en su lentitud, por esa combinación de elementos y del peso de lo visual sobre el contenido, donde los tono opacos del exterior contrastan con la viveza de los rojos y azules de los decorados, restaurados en la versión de Arte TV y de los que resulta extraña esa nitidez y falta de grano setentero al que estamos acostumbrados en las películas de esa década.
El escenario, o la ausencia de este, puede convertirse en un elemento propio del mundo sobrenatural. Si hoy hemos incorporado la idea de los espacios liminales al imaginario popular moderno gracias a las backrooms, esta idea de lo cotidiano como concepto anómalo viene de mucho antes. El mundo de las hadas, el limbo, el purgatorio, y más adelante, con la incorporación de la ciencia como elemento fantástico, la cuarta dimensión daba nombre a ese espacio ajeno al nuestro convertido en lugar de paso entre realidades, o en una localización con sus propias reglas. Un lugar que en el mundo de la palabra escrita sería fácil de describir (o de no hacerlo, como buen espacio no sujeto a las normas de la lógica), pero que en un medio audiovisual parecía más difícil de plasmar de forma adecuada. Después de todo, ¿Cómo mostramos lo incomprensible? Una pregunta que una película de los setenta, hoy prácticamente, desconocida, conseguía responder en parte.
Wanda Leibowitz es una joven pintora que tras despedirse de su amante, seguramente para siempre, emprende un viaje de Estrasburgo a París con la intención de continuar su carrera artística. En un golpe de suerte, una anciana de aspecto amable le informa de una habitación disponible en su casa. un cuarto en una mansión antigua, pero con un precio irrisorio y lo bastante amplio y céntrico como para trabajar allí. Este, como muchas casas señoriales venidas a menos, tiene una puerta cerrada, cuyo uso Wanda desconoce, pero la advertencia de su casera es tajante: siempre ha estado cerrada, y debe permanecer así. Una advertencia que Wanda desobedece pronto, para descubrir que al otro lado de esa puerta hay un espacio sumido en la oscuridad, sin coordenadas ni dimensiones medibles, hacia el que esta se siente atraída. Pero en mundo real se vuelve también más extraño cuando, tras visitar a un médico, amigo de su familia, encuentra la foto de una mujer cuyos rasgos guardan un extraordinario parecido con los suyos.
La película adapta la novela del mismo nombre de Kurt Steiner, seudónimo de André Ruellan y publicada en los años cincuenta por Fleuve Noir. Un detalle de interés al tratarse de una colección de títulos populares, donde cabían el policiaco, el fantastique y el suspense y de un autor que fue traducido al español un par de veces: el escritor de La llama y la sombra ya planteaba en esta novela corta la idea sobre la irrupción de lo irreal como una fuerza incomprensible en la vida de sus personajes, sin lógica aparente ni desenlaces felices. No he podido encontrar la novela en la que se inspira este Umbral del vacío, y una lástima porque me hubiera gustado conocer cual era el tono y la explicación a la trama que Steiner planteó inicialmente aunque de todas formas también colaboró en el guion). En todo caso, tanto el formato del libro como el estilo del autor da una idea previa de que la ejecución de su versión cinematográfica será similar: la torpeza y lo irreal acaban haciendo que funcione.
Aunque en su momento contó a un premio a la interpretación principal en un festival de cine, esta es hoy tan desconocida como ese galardón que recibió. No hay acaras destacadas, su director haría carrera posteriormente en el cine para adultos, el de dos rombos, no el de subtítulos en el cineclub) e incluso la realización de esta es muy irregular. Con una duración de una hora y cuarto, esta tiene un desarrollo muy lento, haciendo que los primeros veinte minutos parezcan interminables y la última media hora, comience a resolver todo de forma precipitada. Las interpretaciones, y de ahí lo chocante de ese premio, parecen forzadas y artificiales. Primeros planos mirando a cámara, diálogos forzados donde los pronuncian sus líneas en el momento que la trama necesita que algo pase…incluso una situación como la conversación casual entre la protagonista y un camarero tiene esa actitud forzada, de recitar algo de forma expresa porque será necesaria más adelante. No faltan secuencias donde los figurantes miran a la protagonista fijamente sin motivo aparente ¿por qué? Bueno, cosa del cine europeo, que es mucho de planos fijos para reflejar alguna cosa…o que involuntariamente, consiguen reflejar ese progresivo enrarecimiento de la atmósfera que rodea a la protagonista. Casi una aproximación, dentro de sus limitaciones, a La semilla del diablo o El quimérico inquilino, de una manera un tanto patosa pero en la que refleja ese malestar.
Sospecho que La Femme ha visto esta película
La lentitud, la evidente torpeza en el ritmo, las interpretaciones recitadas, funcionan por esa feliz coincidencia que también hacía funcionar las películas de Lucio Fulci: porque lo que se cuenta es anomalía, es una historia de pesadilla, y las pesadillas no tienen sentido. Es precisamente por esa sencillez por lo que, el momento en el que lo sobrenatural hace su entrada, funcione. Este elemento es bastante evidente, aunque en un momento dado el guion parece querer jugar con la ambigüedad entre la locura de la protagonista y la existencia de una amenaza real, descartándose rápidamente 8º igual de atropellado que su desenlace) a favor del enfoque fantástico. Y en el que en una película sin apenas medios, consigue utilizar estos a su favor para recrear ese espacio ilógico in más recursos que la oscuridad, la imposibilidad de hallar referencias espaciales en el lugar, un juego de luces y una secuencia filmada en negativo, mediante escenarios pintados y en la que deliberadamente se nota su falsedad. Un limbo recreado de forma artesanal, ciertamente falso, pero que resulta igual de aterrador y digno de recordar que escenas tan poco realista como el desenlace de El más allá o la aparición final de el Viyi, y cuyos elementos visuales serían utilizados posteriormente en otras producciones: ahora, el limbo sumido en la oscuridad que mostraron en Insidious, no parece tan novedoso como sus predecesores.
Le seuil du vide es una de esas escasas muestras de cine fantástico francés de una época en la que este no destacaba ni por calidad, ni por la consideración que se le tenía. Sin embargo, la aparente torpeza, lo forzado de las interpretaciones y la ejecución de una trama en espacios cerrados de forma casi teatral hace que se convierta en una curiosidad, una escasa hora y cuarto que merece la pena conocer, aunque solo sea por descubrir una historia inquietante, muy propia del fantastique francófono, y en la que juega de forma inesperadamente hábil, que no innovadora, con temas como el temor a envejecer, la locura, el paso del tiempo, existencia de espacios entre realidades…y que los rentistas son una gente tan poco de fiar como en nuestro siglo.
El retrato del mundo infantil puede ser el reflejo de la pura nostalgia, de la inocencia y de una época donde todo era más sencillo, o de algo mucho más oscuro. Algunas de las mejores narrativas de terror muestran ese aspecto más siniestro, de indefensión, incredulidad por parte de los adultos, aislamiento, y sorprendentemente, de la capacidad de adaptación a un entorno hostil de los más jóvenes. A menudo, retratado también como el paso de una infancia que es preferible dejar atrás a una madurez bien merecida. Si Stephen King, tanto en su novela como en las dos adaptaciones audiovisuales de It es el ejemplo más conocido con su club de los perdedores, no solo capaces de superar el peor escenario en el que podían haber vivido sino de acabar con un mal primigenio, sería su hijo, Joe Hill, quien en uno de sus relatos cortos lleva a cabo esta aproximación del terror a la infancia, sin bien una mucho más real e inquietante, que también será adaptada al cine.
Finney Shaw es la última víctima del secuestrador que mantiene en vilo a una ciudad de Colorado, durante los años 70. Cuatro niños desaparecidos sin dejar rastro, ahora Finney se encuentra en el mismo lugar que ellos: un sótano, un jergón y un siniestro personaje enmascarado que asegura no querer hacerle daño aunque parece más preocupado de esperar a que este intente escapar o desobedecerle que por mantenerlo con vida. En el sótano, un viejo teléfono desconectado de la línea comienza a sonar, y unas voces, que reconoce como las de los niños desaparecido, le cuentan lo que ellos descubrieron para que él pueda ser quien sobreviva. Mientras, la policía continua su investigación sin éxito, salvo pro la ayuda de la hermana de Finney, quien en sus sueños percibe distintas pistas acerca del paradero de su hermano.
La película de Scott Derrickson, director de Sinister (una buena película de terror moderna a la que no le faltó su secuela sin sentido) y producida por Blumhouse, la productora que durante la década pasada demostró que podían hacer tanto películas de terror destacables, buenas o regulares, pero que funcionaran bien, adapta este relato de Hill como un thriller sobrenatural: lo espectral estará presente desde el principio, así como la videncia, elementos que lo alejan del realismo estricto, pero el aspecto más importante de la trama es esa amenaza real encarnada en el secuestrador de niños, del que no conoceos ni pasado ni motivaciones, pero sí su caracterización de aparente normalidad, dotándolo de un entorno que acentúa esa sensación de que al igual que en la realidad, el asesino siempre saluda en el rellano de la escalera. Y que la violencia puede estar muy cerca, aunque parezca, en su discreción, indetectable.
Es precisamente esta violencia cotidiana uno de los temas principales de la película . en la vida de los protagonistas es una parte más, tanto en su hogar, conviviendo con un padre alcohólico que recurre a castigos físicos (del que es un acierto dotarlo de una mayor complejidad y presentarlo como alguien igual de sumido en esa espiral, no un maltratador de libro), como en ese entorno escolar en el que las agresiones físicas entre alumnos están a la orden del día. Finney es una víctima del bullying, siendo el arquetipo de chico tímido y silencioso. Las escenas en las que aparece esa violencia, tanto el maltrato doméstico como las peleas escolares, resultan brutales en su realismo. Un escenario lleno de agresividad que no impide que las muestras de afecto y amistad sean igual de genuinas y conmovedoras. El amigo del protagonista, que emplea esa misma violencia como herramienta de defensa y protección, el chico que felicita al protagonista tras un partido o la relación con su hermana, un personaje mucho más activo y quizá adaptado al medio que su hermano mayor, aunque es a ambos actores, Mason Thomas y Madeline McGraw a quienes hay que reconocer que su interpretación está a la altura.
Ambientada en los setenta, ese final del sueño americano, donde ya es imposible sentir nostalgia de ese pasado idealizado, a nivel visual la película busca reflejar la estética de esa época con tonos apagados, una fotografía fría y un metraje mate que busca recordar el grano setentero (si una película tiene ese aspecto de grano, sabemos que muy alegare no va a ser). Junto a una trama que busca llevar de forma paralela es a violencia real con el aspecto sobrenatural de la historia. En este, los fantasmas son algo real, convirtiéndose en n un relato de venganza sobrenatural en el que las anteriores víctimas comparten ese conocimiento con el protagonista. La caracterización de los espectros se corresponde con la idea tradicional de alma en pena: estos se comportan más como un eco de su naturaleza cuando estaban vivos, habiendo olvidado su identidad y conservando solo retazos y memorias que únicamente pueden comunicar durante un periodo muy breve. El comportamiento de estos completa la estructura de rompecabezas en la parte final del guion, en el que cada diálogo y secuencia previa sirve para la salvación del protagonista. Una decisión que aunque forzada (todo tiene que estar pensado para combinarse) refuerza esa sensación de relato de justicia sobrenatural.
Sin embargo, la acumulación de elementos sobrenaturales acaba suponiendo un lastre: el papel de los fantasmas como guía del protagonista tienen su sentido en la trama. Los poderes psíquicos de su hermana parecen un añadido para recordar que todo tiene que tener un significado fantástico, y aunque parece pensada para acentuar la hostilidad y aislamiento que sufren los protagonistas, así como la ineptitud e la policía, esta podría haberse resuelto sin la ayuda paranormal de último momento.
Es curioso que una de las películas que tuvieron un estreno en condiciones después de un par de años entre encierros y mascarillas trate, precisamente, de un encierro, un asesino enmascarado y la capacidad de los más pequeños a adaptarse a situaciones anómalas. Una producción que adapta la historia original convirtiéndola en una trama inquietante, llena de tensión y a la que de forma inesperada, le ha salido una secuela este año convirtiendo a su antagonista en una entidad sobrenatural. Solo hay dos cosas infinitas en el cine: las ganas de hacer caja y la capacidad de los guionistas de estirar el chicle como sea.
Se dice que en periodos de crisis, las películas que mejor funcionan son las comedias y las de terror. Quizá una forma de evadirse de manera directa, o en el segundo caso, de canalizar aquello que nos preocupa transformándolo en algo que se puede comprender o controlar. En todo caso, esta última tendencia puede ser cierta teniendo en cuenta que han surgido algunas producciones del género muy originales inquietantes y que de algún modo consiguen reflejar mediante varios recursos el malestar de un mundo que resulta cada vez más hostil y en el que no parece quedar ningún lugar seguro. Fue Zach Cregger quien hace un par de años lanzaba una película, no de las más populares incluso un tanto irregular, donde utilizaba escenarios y trasfondos como el deterioro de las ciudades, la violencia a puerta cerrada y la especulación inmobiliaria en Barbarian. y que este año, antes de dar el salto a un proyecto algo más domesticado como ese remake de Resident Evil, vuelve a esos mismos escenarios urbanos, quizá más favorecidos que aquella casa en la desvencijada Barbary Street, Detroit, pero tan llena de secretos y a punto de estallar como esa.
Una noche, a las 2.17 de la madrugada, diecisiete niños desaparecen sin dejar rastro. estos abandonan sus casas para adentrarse corriendo hacia la oscuridad, como guiados por una fuerza invisible tal y como atestiguan las grabaciones que las cámaras de seguridad instaladas en algunas casas, pudieron captar. Desconociendo el cómo, el por qué o hacia donde, el único punto en común de la desaparición es el aula de Justine Gandy, a cuya clase acudían todos los niños desaparecidos salvo Alex, quien parece haber no escapado. los interrogatorios a la maestra y su alumno no arrojan ninguna luz sobre el asunto y pronto Justine se convierte en el chivo expiatorio para unos padres que quieren recuperar a sus hijos o al menos, encontrar un culpable. esta, convertida en el centro de todas las miradas , sospecha que Alex puede saber algo de lo sucedido, y que su comportamiento reciente puede tener algo que ver con ello. Uno de los padres, quien ha decidido comenzar una explicación por su cuenta, descubre de forma accidental que las sospechas de Justine pueden ser ciertas, y que lo que quiera que haya pasado, puede estar relacionado con la casa de Alex.
Mediante un punto de partida mucho más llamativo que Barbarian, Cregger desarrolla una trama basada en principio en el golpe de efecto, con esa primera desaparición, dentro de un escenario cotidiano: los niños corriendo como autómatas dirigidos hacia un lugar concreto sirve de referencia a un título que juega bastante con lo que irá sucediendo con los personajes.
De nuevo, una parte de la trama serán las referencias a situaciones reales, especialmente, a la idea de la caza de brujas literal y los juicios públicos donde el objetivo es buscar un culpable ante todo (algo que en España sucedió con un par de casos de crónica negra). Pero también, de nuevo, a la idea de la violencia intrafamiliar y la imposibilidad de saber lo que sucede a puertas cerrada si alguien no es lo bastante observador o muestra un mínimo de preocupación. La idea de ese juicio público, de la exposición del faso culpable, se lleva a cabo a través de unos personajes imperfectos: la protagonista, Justine, no es una persona intachable. Su problema con el alcohol se acentuará una vez el pueblo la tome con ella, no es la mejor de las compañías para su ex novio, quien parece tener también un historial del alcoholismo...pero es una buena docente, observadora y preocupada por ese alumno que últimamente se muestra taciturno. El resto de personajes se caracterizan de manera similar: un policía adúltero, poco ético y sobrepasado, un director más preocupado por la gestión de un conflicto que por la profesora que está sufriendo, un padre al que solo le importa recuperar a su hijo...incluso este último chaval es mostrado, al menos en parte, como el matón del colegio o alguien poco agradable. Nadie es inocente, pero ninguno es un monstruo.
Es precisamente esta última la figura desconocida hasta la mitad de la trama. Un elemento externo, cuya presencia no se desvela hasta la investigación improvisada. La tía Gladys, alguien que se mueve en el terreno de lo sobrenatural, a ratos grotesca y a ratos amenazadora, cuya intrusión tiene similitudes con el cuco (es curioso que Cregger no hubiera a provechado esta referencia) y cuya naturaleza y poderes la convierten en algo ajeno a su entorno, pero claramente la amenaza que nadie había esperado. Es este giro hacia lo sobrenatural más clásico lo que supone una sorpresa en la trama: un monstruo clásico que parecía desplazado en el terror moderno y que es recuperado en su aspecto más tradicional, convirtiéndolo en algo imposible de creer, en una anomalía tanto para los personajes como para un espectador que poco necesita saber para comprender los actos de un antagonista que hablan por si solos, y de la que no es necesario conocer nada más. Algo que deberían tener en cuenta ahora que se habla de una precuela sobre esta. No , no me interesa saber quien es ni de donde viene Tia Gladys. Es suficiente saber que un día, en un pueblo, llegó una bruja. Y que quizá, igual que ella, pueda haber otras en otros lugares.
De nuevo la premisa, y este uso, muy directo, del giro de guion que tiene lugar hacia la mitad de la trama, tiene que compensar uno de los mayores problemas de Weapons. Todavía es una pelicula irregular. Y si bien a nivel formal el componer la historia mediante varios puntos de vista en el mismo periodo de tiempo es interesante, y refuerza esa idea de que nadie es completamente inocente, sobran nada menos que dos de esas perspectivas, que aportan muy poco a lo que podemos ver a través de los tres protagonistas, y hacen que esa narrativa desarrollada como un mosaico resulte repetitiva cuando nos cuentan lo mismo dos veces más de lo necesario.
Lejos de ser la mejor película de terror del año (ninguna lo es en realidad, pero parece que cualquier cosa que destaque se considera así en estos tiempos de hype), Weapons es una propuesta interesante, un regreso a un monstruo tradicional , concebido de nuevo como lo anómalo y lo incomprensible en un entorno moderno. Uno en el que la apariencia de seguridad está tan cogida con pinzas que solo hace falta una chispa para que todos salgan a la calle a empezar una nueva caza de brujas.
Los fantasmas, si son un elemento que ha aparecido en la narración fantástica desde el principio de esta, el probar su existencia también se convirtió en un objetivo desde que en la era de la razón (sea cual sea esa) muchos de los fenómenos entonces atribuidos a las hadas, al manas en pena y otros seres sobrenaturales encontraran una explicación racional basada en la ciencia. Los fantasmas, como el enigma de lo que pasa después de morir, serian estudiados por quienes querían probar su existencia, bien como un fenómeno físico todavía no explicado, o como la prueba de que quedaba de nosotros algo más que una esquela.
En muchos ensayos se intentaba encontrar esta posible explicación, o la prueba definitiva sobre lo incorpóreo. No so lo reflejaban la manera de pensar de su autor sino también su enfoque de la ciencia según los conocimientos recientes. Estudios donde se e defiende el éter como un elemento, o la electricidad como mayor descubrimiento científico y la apertura de un mundo de posibilidades pueden leerse c hoy con la misma sensación de inocencia y optimismo que las novelas de John Carter de Marte.
Para otros, la figura del fantasma se queda en una curiosidad un mero interés personal mediante el cual recopilar relatos ligados a las leyendas familiares y a los lugares, más una forma de imaginar que pudieran ser reales y de disfrutar de una velada junto al fuego. Dos enfoques distintos, en dos libros que tiene en común la nacionalidad de sus autores: un reputado astrónomo y un escritor de ciencia ficción, franceses ambos, que en un momento de su carrera, decidieron escribir sobre una faceta distinta de lo inexplicable.
Camille Flammarion. Les Maisons Hantées. A través de los testimonios remitidos a Flammarion y mediante el análisis de estos, el astrónomo francés defiende la existencia del alma como entidad separada del cuerpo, así como la permanencia de esta. Distintos fenómenos como la aparición a kilómetros de distancia ante sus seres queridos de aquellos que están a punto de morir, fenómenos extraños en castillos y hogares, poltergeist, personas altamente sensitivas a los fenómenos ultraterrenos e incluso posibles posesiones espirituales son recogidas en un ensayo a través del cual intenta dar una explicación que justifique la veracidad de fenómenos tan improbables y subjetivos como espectros de recién fallecidos que anuncian su muerte, que se aparecen para denunciar agravios e incluso sucesos físicos como ruidos inesperados y objetos lanzados desde la nada.
La carrera de Flammarion como astrónomo y divulgador científico brilla por su ausencia en este ensayo centrado exclusivamente en sus creencias espiritistas, que defiende a capa y espada con poco o ningún argumento c científico más allá de exponer que hay fenómenos que todavía no comprendemos, que el magnetismo es una fuerza física a tener en cuenta en esta clase de sucesos, así como la electricidad fenómeno al que no duda en recurrir a la hora de argumentar en cuanto a hechos inexplicables y descubrimientos recientes (menos mal que no vivió para ver la fisión del átomo. Hubiera alucinado mucho pero no en el buen sentido). Una serie de explicaciones que poco sustento tendrían como argumentos científicos más allá de justificar los testimonios enviados por sus servidores y transcritos e a lo largo del texto. Porque si una señora asegura que un antiguo no vio se presentó en forma astral para despedirse antes de morir, un señor explica que en su casa llovían misteriosamente céntimos belgas o en unas cas a de Coimbra, en un castillo de Calvados o en una habitación de la Auvernia tenían lugar todo tipo de fenómenos extraños, tienen que ser total y absolutamente cierto. No hay ni un solo ápice de escepticismo, ni contraste de los hechos, solo esos testimonios y un profundo a fan de seguir creyendo en lo que expone.
No puedo ver a la tierra lusa como hogar de espectros sino como el de la música pimba
No es un libro para ser tomado como ensayo científico, sino como una lectura bastante amena durante la cual, lo más interesante son esos casos de poltergeist y fenómenos atribuidos a fantasmas. Estos abarcan varios lugares de Francia, siendo uno de los más antiguos hacia 1880 y el más reciente, durante el abandono de París en la Gran Guerra. Otros aportan casos más recientes y en lugares incluso más lejanos, no solo en Portugal sino en ciudades coloniales de Asia. Estos nunca llegan a ser completamente teatrales: ruidos, golpes, objetos que se mueven cuando convenientemente no hay nadie, que sirven de fundamento a eses intento de Flammarion de justificar sus creencias. Una lecturas curiosa, con el mismo valor probatorio que un programa sobre fenómenos extraños emitido por la radio de madrugada pero con la misma validez que este: no son tanto las pretensiones científicas, ni ese tono de divulgación un tanto obsoleto, que lo convierte ya en ficción, sino ese momento de suspensión de la realidad que la lectura de estos casos produce. Además de ciertos momentos involuntariamente cómicos derivados de una mentalidad muy distinta a la actual: para el sufrido testigo de un poltergeist en Indochina, lo peor no ha sido el susto, sino que su asistente salió por patas ¡Con lo bien que cocinaba!
George Langelaan. Diez fantasmas. Langelaan, el escritor anglofrancés conocido por La mosca e Historias del Antimundo (menudo miedo me dio en su día La dama de ninguna parte) se consideraba también un cazador de fantasmas. Pero lejos de buscar estos mediante evidencias, solo aspiraba da conseguir todo tipo de historias sobre ellos, tarea que este libro lleva a cabo recopilando distintas narraciones de Escocia, Irlanda, Inglaterra y Bretaña. Comenzando por una primera anécdota de su infancia, narrada con mucho sentido del humor, en la que su abuelo quitaba hierro a una aparición en el baño de su casa, porque “solo era un fantasma”, los relatos escritos por Langelaan a partir de las historias narradas por conocidos y amigos recogen la figura del fantasma en su acepción mas clásica. Un eco de un suceso traumático que ha marcado un lugar para siempre. Estos, como crímenes pasionales, suicidios, ejecuciones, venganza y duelos a muerte, son las historias recibida en el libro. Muchas, caracterizadas por ese componente tráfico, como todas las leyenda locales. Algunas, no exentas de cierto humor e incluso con la aparición de algún falso espectro.
La primera curiosidad de este libro es el cambio realizado por la edición española: Noguer redujo los Treize Fantômes originales a diez, sin saber a donde han ido los otros tres (¿estarán en el éter?¿los habrá exorcizado un editor?). Una pérdida un tanto fastidiosa cuando no se puede encontrar la edición francesa. Al menos, los diez relatos de los que disponemos compensan esta desaparición. Ya el prólogo, con ese humor, sirve para que Langelaan exponga el comienzo de su interés por lo sobrenatural. No como algo verídico sino por la fascinación que despiertan a todos los que nos gusta que nos cuenten historias. Los relatos siguientes, desde la tragedia romántica en una aldea de pescadores bretona, los fantasmas que habitan todo castillo que se precie o uno sobre salteadores de caminos, cuyo desenlace es muy similar a la leyenda del cazador, la loba y la esposa del castellano. Y en los que es posible ver aspectos comunes según el origen de estos: los fantasma irlandeses son los que sin duda tienen un componente más trágico y fatalista, más marcado por l o pasional y lo inevitable. Escocia será el ligar dela nobleza, las traiciones y los duelos. Pero todos siguen eses estilo informal, donde presentan el escenario, a su narrador, generalmente un a anfitrión y esa historia ligada al lugar o a la familia.
Algo así como una guía de viajes de lugares reales y hechos imaginario, sonde la existencia o no de los fantasmas no es importante: estos serán reales en la medida en que su historia siga siendo narrada y escuchada.
Como compradora habitual de
libros demenos de cuatro euros y más de
cuarenta años,he comprobado que no solo
de Brugueravivíala literatura de terror asequible. Otras editoriales,
máspequeñas, publicaban títulos bajo la
etiqueta de terror,con ediciones más o
menosde bolsillo y que hoyson difíciles de encontrar. En este caso, la
editorialGeasa, bajo el sello “Relatos
terror”, publicó a finales de los setentavarias novelas cortas, seguramentecompradas en bloque a la editorial propietaria ycon un criterioa la hora de promocionarlascuando menos curioso: “best sellers europeos”
e insistiendo en cada numero que además de los criterios de calidad,interés de la trama o fama del autor, también
lo era el número de ventas…¡nada menos que500.000 ejemplares! Ante todo, que quedara claro que aquí solo había
superventas.No parece fácil que hubiera
tanto francés para cada novela. Porque estos libros eran en realidad números de la colección
Angoisse de Fleuve Noir, una editorial que solía publicar novelas de terror,
suspense o ciencia ficciónde autores
patrios en los que la calidadera
variable. Fue El retorno, de Alphonse
Brutsche, un seudónimo de Jean Pierre Andrevon,el primer número que encontré de la colección. Una historia de
aparecidos muy macabra del estilo de Aterrados de Rugna.El asesino está en casa, de JoséMichel, era másbien un thriller claustrofóbico que terror.
Estos dos números son los últimos
que he podido encontrar hasta la fecha, en la librería que suelo visitar cuando
vuelvo por vacaciones y dondehay que
reconocerle que he encontrado auténticas rarezas y frikadas vintage.
Kurt Steiner. La llama y la
sombra. En un pequeño pueblo cerca de Edimburgo, durante una
atención rutinaria, el médico local comete un error que cuesta l vida a una paciente. Tras ocultar el
error que condujo a esta situación, este
sospecha que algo extraño sucede: desde
el primer momento supo que su
medicación había sido la correcta. Pero también, uno de sus vecinos ha
desaparecido, no solo del pueblo, sino también
de la memoria de sus habitantes, para ser sustituido por una enigmática
joven que vive junto a su padre
alcohólico. Cambios en la realidad, percibíos
únicamente por él, quien presencia como
cada uno de ellos parece destinado a provocar
su ruina o llevarlo a la muerte.
La novela juega mucho con esa
característica del fantastique que es
esa a falta de lógica, convertida en una
ventaja: poco importa el porqué, sino lo
extraño de la situación. En este caso, el motivo de estos cambios en la
realidad, las criaturas que lo provocan, ni el motivo por el que él protagonista
ha sido elegido como víctima, son desconocidos.
Steiner, un seudónimo de André
Ruellan, recurre a un entorno tan
vinculado a las historias sobrenaturales como es Gran Bretaña, además de alejar la narración de un público al que
seguramente, le parecería Edimburgo un entorno más exótico. O cando meno, tan detallado como le permitió
la guía de viaje con la que seguramente escribió el primer capítulo: mientras
el escenario principal se limita a ser un simple pueblo con casas y árboles, el
autor enumera todas las calles principales de la ciudad: la
Royal Mile, Princess Street, Greyfriars…un
intento o bien de dar veracidad, o de
ir rellenando el número mínimo de páginas, aunque para los lectores que ya
disponemos de Google Maps, tiene su
gracia el descubrir al momento que es lo que hay en el número 12 de Candlemaker Row, donde debería
estar la tienda de fotos que menciona la historia.
El resultado es un poco
irregular, no llega a provocar esa sensación de extrañeza que le sentaría muy bien a una narración
sobre falsas realidades y fuerzas
ocultas, pero tiene esa velocidad de
lectura y sencillez en l ejecución que
lo convierte en una curiosidad de otra época.
Jean Murelli. El órgano del horror. Tras el fracaso de la última sesión de un reputado mentalista, el periodista encargado de hacer el reportaje desaparece misteriosamente. Lejos de tener algo que ver con ello como parte de una venganza, el mago advierte a su compañero que algo ha sucedido. La última pista de su paradero lo conduce a un pequeño pueblo de la campiña francesa. Los únicos visitantes han sido, precisamente, un periodista al que nadie ha visto, pero también un misterioso científico y su esposa. Este es solo una de varias personas que han desaparecido en el pueblo durante las últimas noches, precedidas por los acordes de un órgano.
Si la colección de Fleuve Noir tiene como los bolsilibros Bruguera, un poco de todo, después de tres números con historias bien planteadas dentro de su sencillez y limitaciones, esta es una de las más flojas. Su desarrollo es un batiburrillo de tópico del terror de los sesenta, donde hay médiums, pueblos siniestros, brujería, posesiones demoniacas, m ad doctors, secuaces siniestros y silenciosos y hasta viajes astrales. Es que no queda ni un palo por tocar, y ninguno sale bien.
La trama comienza con los periodistas genéricos, el veterano descreído y el más joven, quizá más respetuoso con las fuerzas que no comprende. Continúa con un viaje a un pueblo siniestro que no es tanto, presenta al interés romántico, una femme fatale que quiere dejar de serlo (en este caso, una bruja obligada a cumplir los deseos de su amo demonio y científico loco) y un antagonista de orígenes exóticos, que no contengo con intentar acercarse a la trama de la explicación racional también incluye características sobrenaturales y n final abierto intentando dar una sensación ominosa que, bueno, más que final no feliz para su protagonista, tampoco hace gran cosa.
Al igual que las anteriores, esta es breve, casi con una longitud que parece establecida en las 200 páginas de la colección lo que hace que como lectura no de tiempo de abandonarla. Una curiosidad, d las flojas, dentro de una colección casi desconocida. Aunque me gustaría pode r encontrar alguno más de los ocho o diez libros que publicó Geasa.
Puede que no salgan en la
listadelos más vendidos durante el veranooen los libros que uno se llevaría
a la playa, pero p ara las vacaciones siempre acaba cayendo alguna antología de
Bruguera o similaresgracias a las
visitas por la tienda de segunda mano: ocupan poco,muchos de los relatosincluidosson desconocidos y tienen un papel que las hace indestructibles (no se
puede decir lo mismo del encolado. Lo mismo aguanta un segundo Chernobil, que
se ha quedado seco y se desintegra).En
este caso, la Selección Horror de la editorial,con unos volúmenes más pequeñosqueotros publicados con carácter
temático, comoHistorias sobrenaturales
o Siniestras,son una mezcla entrecuentos leídos hasta la saciedad yotros que ni se conocían,y unacompleta
falta de fidelidad al material original.
Es precisamente en la primera
entrega de esta selección dondepuede
verse referenciados las fuentes originales de los cuentos publicados: varias
antologías de distintos títulos, desderelatos selectos de terror, algún ómnibus sin hilo conductor aparente,
que solo teníanen común haber sido
compiladas por Kurt Steiner, a quien sí que se menciona en cada uno de los
números de lacolección. Colección de la
queesta vez, a base de ir encontrando
ejemplares de forma aleatoria, heconseguido los dos primeros.
Horror 1. Tras un breve prólogo de
menos de una página, en la que se habla de forma genérica acerca del
terror y la fascinación que este
ejerce, ocho relatos sin ninguna
conexión entre sí ni por temática, autor o época, narran distintas situaciones: desde el Ultimo
amanecer recorre de manera desoladora,
pero también muy naif a nivel científico, la os últimos días de la
tierra por un cataclismo espacial,
pasando por clásicos inevitables como Los hechos de M Valdemar o El
horla, así como narraciones de la época pulp como El lienzo de la locura de
Seabury Quinn.
Quizá en este caso lo más llamativo sea la antigüedad de algunas
narraciones que seguramente no hayan vuelto a ser publicadas desde entonces. Si
las más recientes son la venganza muy
propia de los comics EC narrada en El lienzo de la locura, o ese hipotético episodio sobrenatural en la
vida de Somerset Maughan, ya en los sesenta, hay relatos de 1902, o de 1916 que sorprenden tanto por lo poco
conocidos y lo original de sus tratamientos.
Si El buque fantasma de
Middleton puede ser relativamente
recordado por su ironía a la hora de
narra la vida cotidiana de un pueblo que convive con sus espectros, la
descripción del fin del mundo de El
ultimo amanecer combina la inocencia
propia de ese desconocimiento del espacio con una situación tan devastadora como la descrita en La nube púrpura de Shiel. Casi inmortal, de
Austin Hall, es un cuento sobre
vampirismo, magia negra y un villano que se adelanta al menos una década al
pulp. Una selección sorprendente que termina con un reato más clásico como el de Dickens y
Juicio por asesinato, pero que
resume un poco el tono general de la colección: te puedes encontrar
cualquier cosa.
Horror 2. De nuevo, tras un prólogo, ocho relatos
en los que los clásicos son algo menos vistos que en otros números: el
fantasma inexperto de H. G. Wells, una historia con bastante ironía acerca de
las normas que rigen a los habitantes
del mas allá y por qué estas no deben
ser imitadas por un mortal. Schalcken el pintor, de Le Fanu, guarda en común con el anterior la
descripción de lo que sucede cuando los vivos y los muertos ocupan lugares que
no les corresponden.
En este tomo hay bastanteas nombres conocidos:
Bradbury destaca con un relato inquietante acerca de enfermedades infantiles y su contagio. Además de dos nombres que
sonarán por el círculo de Lovecraft:
Frank Belknap Long y Robert Bloch, años después de sus aportaciones a los
Mitos, y ya con narraciones muy distintas.
Una aventura pulp espacial en el caso de Long, y una vuelta con mucho humor negro al tema de los
objetos malditos, en los que no falta una referencia al Vermiis Mysteriis inventado por Bloch.
Los cuentos menos conocidos, una venganza de
unltratumba de Robert Barbour
Johnson en la Ultramuerte de
Thaddeus Warde, Gardner
F. Fox y su revisión de las vidas pasadas con giro final en Vete, lluvia, vete,
y la versión moderna de un cuento
popular tan siniestro como El flautista de Hamelin, de Eric
Frank Russell terminan un tomo igual de variado en el que incluso los
cuentos más antiguos y con más posibilidades de haber aparecido en otras antologías todavía no
están lo bastante trillados.
Visto que los años veinte de este siglo siguen en ese escenario incierto tras el Covid, he decidido volver a la década de los Veinte buena, la del siglo pasado. Las del desengaño, el expresionismo, la creatividad y el autoengaño de “no, no, en otra guerra no nos metemos”. Y la época de esos señores que reflejaban muy bien ese fantástico desasosegante, mucho más perturbador que el anglosajón y sus relatos clásicos de fantasmas (aunque a M. R. James lo quiero mucho y siempre será el referente de terror cozy). En los que también se percibía acierta violencia, menos sutil de la que podíamos esperar hace un siglo y también, inquietud hacia el futuro. No es necesario centrarse únicamente en esos extraños veinte, sino que un poco antes, tanto en Checoslovaquia poco después de la Gran Guerra como en Alemania, años antes de esta, a parecían los primeros textos que servían como predecesores.
Jaroslav Hasek. El comisario rojo. Esta es la historia, a través de relatos breves, de la llegada del nuevo comisario Gashek al pueblo de Bugulma, durante la revolución rusa. En su estancia, este hará cumplir como puede las normas dictadas por lo soviets, se encargará de mantener el orden en el pueblo y de denunciar a los posibles traidores. Tarea que chocará con la de Yerokhimov, comandante de un regimiento revolucionario que intentará por todos los medios encarcelar al actual comisario. El motivo será lo de manos, dando lugar a las situaciones más peregrinas en las que ambos acabarán en un juego de persecuciones, ordenes contradictorias intentos por salvar su pellejo ante los que los habitantes de las propia Bugulma y el regimiento de chuvaques encargados de escoltar a Gashek no les queda más remedio que cumplir con resignación por absurdas que resulten.
Esta es la parte principal de una selección de relatos variados de Hasek, completada por varios capítulos de escenas de carácter costumbrista en la Praga de principios de siglo XX, a en entornos rurales como las lagunas de Razice, así como varios textos de la creación más famosa de Hasek, el soldado Svejk. Estos se caracterizan por un fuerte carácter autobiográfico: todos los escenarios están relacionado con momentos de su vida, siendo ese pequeño pueblo de la Rusia revolucionaria una parte. Hasek aprovechó la guerra para desaparecer, precisamente, como comisario bolchevique, situación que lao llevaría a empezar una nueva vida…incluso con una nueva esposa. Lo que hace pensar que su biografía sea incluso más divertida y difícil de creer que sus narraciones. Estas reflejan de forma paródica la organización soviet, la paranoia en tiempo de revolución, las traiciones y alianzas, así como a la gente de a pie, que se limita a seguir con su vida y que seguramente están pensando que poco importa un jefe u otro. Estas llevan al absurdo la cadena de mando, sus contrasentido y la planificación. Pero en la que sorprende que su visión cómica sea mucho más amable y menos ácida que la empleada con la jerarquía austro húngara, como puede verse n los relatos de Svejk que cierran el libro.
Este componente autobiográfico también está presente en los Relatos de una vieja farmacia, donde estuvo de aprendiz y el desfile de personajes (boticario, su esposa, los empleados y los vecinos del edificio) son pura comedia costumbrista con un punto que incluso puede recordar un poco a las viñetas de 13 Rue de Percebe. Este costumbrismo también está presente en los textos de La atalaya del alguacil, inspirado en el trabajo desempeñado por su abuelo. Pero la ironía, el reflejo ácido del presente, del absurdo y de las mezquindades de la política, tendrá n mucho más peso en la sección de miscelánea, donde abogados, jueces e incluso la hacienda pública sale más que mal parada. Y sobre todo, en el reflejo de su andadura política: las narraciones que recogen su camino en el Partido del Progreso Moderado recoge discusiones, reuniones y un programa electoral que constituye un reflejo hilarante de todos los personajes con aspiraciones políticas elevadas…y un programa electoral que hoy daría el pego en cualquier campaña.
Karl Strobl. Elagabal Kuperus. En la parte antigua de una ciudad de Alemania, cerca de la catedral, se encuentra la mansión de Elagabal Kuperus. Ermitaño, al igual que su amigo el encargado de las campanas de la catedral, temido por sus vecinos quienes cuentan historias sobre sus poderes y posible mago auténtico, capaz de conservar cuerpos como si albergaran vida, este lleva una existencia apartada del mundo mientras el millonario, Thomas Bezug planea, previa propuesta de uno de sus empleados, hacerse con el oxígeno de la tierra y comercializarlo como un bien más…después de todo, si nadie lo ha hecho antes, y no está prohibido, es una oportunidad empresarial para cualquier emprendedor. Esta es solo uno de los planes de Bezug, dueño de todo lo que desea, incluso de un ser humano si se lo propone. Pero es solo un personaje más en una historia en la que poetas, artistas, mujeres fatales, inventores e incluso el fin del mundo tienen, aunque solo por un momento, y como pieza de algo mayor, un papel asignado.
Olvidado voluntariamente durante años, al igual de Ewers, Strobl es actualmente más conocido pro sus relatos cortos publicados durante la década de los veinte y de los qque Valdemar presentó una selección en la antología Lemuria. Es precisamente uno de ellos en los que aparecía este Elagabal Kuperus, ese mago barbudo y de grotescos colmillo que constituían sus rasgos distintivos, y que en la novela de su mismo nombre, más que un protagonista, es un hilo conductor. Esta, escrita en 1900, queda todavía un poco lejos de nuestra “entreguerra”, pero el desarrollo de la perversión de la jerarquía familiar, la figura del oligarca de los primeros años del capitalismo como alguien implacable capaz de destruir a todo al que se le oponga, el retrato sobre la degeneración y vicios de las clases acomodadas, así como ese momento previo al desenlace, con un apocalipsis recibido con desesperación y orgias, le acerca mucho en estilo y temática a los relatos que publicaría en El jardín de las orquídeas.
Con una trama inclasificable y casi imposible de resumir, esta tiene como hilo conductor el enfrentamiento entre los dos personajes, que parecen representar el enfoque material y el espiritual. Enfrentamiento que no llega a tener lugar porque estos encontrarán su destino de forma muy distinta. Pero que sirven de nexo para los personajes que irán apareciendo, todos y cada uno de los cuales con un papel, por pequeño que sea, en la historia. Una en la que sorprendentemente, no falta una trama amorosa en la que los jóvenes amantes triunfan frente a sus antagonistas a una serie de situaciones cada vez más enloquecidas.
El punto de partida, ese proyecto para hacerse con el oxigeno del planeta, casi concebido como una parodia de la ambición de los primeros magnates, pasa a un último plano para centrarse en os conflictos entre personajes, desaparecer de un plumazo y ser sustituida por un aviso marciano sobre un inminente choque planetario, la desaparición de la tierra…que evidentemente, en el último momento no tiene lugar pero sirve para que la trama alcance cotas de locura insuperables.
El texto, un pdf traducido al inglés sacado de archive.org, me hace sospechar que esta no ha sido la mejor ni la traducción más coherente, pero por el momento, es la única disponible de una novela extraña, entre la tragedia, la ciencia ficción, el ocultismo y el fantástico, en la que por un momento, su cantidad de personajes y el papel de cada uno roza lo excesivo y donde no faltarán los Deus ex Machina. Pero que por todo eso, resulta fascinante y desconcertante…y incluso, cuenta con su propia película: nada menos que una versión cinematográfica de 1920, en a que Conrad Veidt tiene un papel. Hoy, desafortunadamente perdida.