Un insecto, relativamente pequeño, cuyas mayores cualidades son dar mucho asco, desplazarse a velocidades de vértigo y pasar a mejor vida con un sonoro “sploch” cuando tenemos la pala fortuna de pisar uno, es capaz de provocar más repulsión e inquietud que cualquier otro de sus parientes del reino invertebrado. Las cucarachas, cuya capacidad de adaptación y supervivencia a todo tipo de entornos, las hace invulnerables y probablemente el sustituto (igual de poco agradable, en mi oiinio´n9, de la humanidad en caso de catástrofe, es el ejemplo de esa simbiosis incómoda, de las criaturas casi parasitarias que se desarrollan exponencialmente a expensas de nuestros residuos. Un bicho, cuya aparente inocuidad (bueno, y si nos ponemos estrictos, encima propagan enfermedades), lo convierte en un candidato a convertirse en una criatura monstruosa, un protagonista idóneo para cualquier historia sobre insectos que crecen más de lo que deberían. Papel que tuvieron en una película de 1997 que donde, además de producir la reacción esperada, también le provocaban algo parecido, además de muchos dolores de cabeza, a Guillermo del toro, entonces recién llegado al cine estadounidense.
La ciudad de Nueva York vive una epidemia devastadora: una enfermedad, que se transmite a través de las cucarachas, se ceba en los niños matándolos o dejándolos inválidos. Es el trabajo de la entomóloga Susan Taylor, quien desarrolla una nueva especie de insecto modificado genéticamente, capaz de acabar con la población de cucarachas local, gracias al cual la epidemia deja de propagarse. Tres años después, la vida sonríe a la doctora: la enfermedad es solo un recuerdo y se plantea formar una familia con su marido, a quien conoció durante su trabajo para encontrar una forma de frenar la expansión de la plaga. Pero en la zona más pobre de la ciudad, cerca de las entradas a subterráneos y antiguas bocas de metro, empiezan a desaparecer personas. Delincuentes, víctimas de la trata y gente que nadie echará de menos hasta que un descubrimiento fortuito destapa la existencia de algo que se mueve entre esos callejones y el subsuelo. Una criatura que parece humana, o al menos, es capaz de pasar por una. Pero cuyos movimientos lo delatan como algo muy distinto.
Guillermo del Toro sorprendió al público con Cronos, haría lo mismo dirigiendo una secuela de la franquicia de Blade y Desarrollaría una carrera muy personal donde demostraba ser capaz de reinterpretar el cuento de fantasmas con el espinazo del diablo, el de hadas, con El laberinto del fauno e incluso un género tan alejado de la cultura popular occidental como es el Kaiju y Pacific Rim. En cambio, esta película, entre el terror y la ciencia ficción, no solo resulta la más impersonal, sin la producción peor considerada por él mismo. Esta parece el resultado del choque entre lo que hubiera querido hacer y las injerencias de los productores. Esta, en manos de los Weinstein, un nombre que casi 30 años después resulta chocante encontrar en los créditos de infinidad de películas, supone un resultado confuso en el que a ratos si puede apreciarse la estética usual de Del Toro, y a otro, especialmente en la última hora de metraje, se convierte en un Thriller con monstruos infográficos bastante rutinarios. Los créditos, con una estética sucia muy propia de los noventa, dan paso a una secuencia, casi fuera de lugar en comparación al resto, donde un hospital improvisado se convierte en un escenario fantasmagórico, de tonos cálidos y decorado con telas similares a sudarios. Una estética más personal que vuelve a aparecer brevemente en otras escenas como la iglesia convertida en un taller macabro o los primeros escenarios de un metro de aspecto anacrónico. Atmósfera que parece olvidarse tan rápido como esa primera excusa que era la plaga transmitida por cucarachas, para perderse con la parte más rutinaria de la producción: cualquier aspecto mínimamente dotado de personalidad es sustituido por los más genéricos. Tenemos una pareja protagonista en busca de familia, un niño en camino y un desenlace en la que no se muere ningún héroe ni a tiros, y. no hay tensión ni drama. Estos escapan en el último momento de la criatura mutante, de las explosiones y de lo que haga falta. Hay siempre una explicación para saber lo que hacen los personaje y de donde viene cada reacción de los monstruos.
El diseño de estos sufre el exceso de CGI de la década, realmente mal envejecidos y donde se nota la limitación presupuestaria, que solo funciona cuando los personajes ven de lejos esa silueta que imita a la especie humana a la que hace referencia al título. Una ejecución rutinaria en la que entre ese aspecto de película genérica con monstruos se asoma de cuando en cuanto elementos con potencial, como esos detalles visuales descartados rápidamente o el lugar la cata de romper la norma de no mostrar muertes infantiles, en una e las mejores secuencias de la película.
Esta consigue ir funcionando como un buen ritmo narrativo, a lo que ayuda la presencia de actores como una Mira Sorvino que venía de un Oscar por Poderosa Afrodita, o de un jovencísimo Josh Brolin, quienes suplen como pueden la falta de profundidad de sus personajes. Del mismo modo, parecen quedar abandonadas a medio camino ideas potencialmente interesantes de un primer borrador: la epidemia despachada en dos minutos, la referencia a los ángeles negros como uno de los supervivientes se refiere a las criaturas o la capacidad de imitación de los sonidos de estas que el niño protagonista es capaz de emular. Este último, en el resultado final, sin más incidencia que la de incluir a un personaje desvalido y por extensión, a más personajes en complicaciones que de otro modo no podrían justificar argumentalmente.
Mimic pese a todo, o quizá por su desarrollo final como cinta de terror, ciencia ficción y bichos gigantes, daría posteriormente dos secuelas. Su primera entrega, descrita por Del toro como una experiencia peor que el secuestro de su padre, es una película irregular, quizá muy poco personal y en la que no termina de quedar claro si el enfoque es el de una de mutantes del estilo de The Relic o Deep Rising o una historia centrada en la atmósfera. Pero al menos, es una de monstruos medianamente resultones, una muestra de lo que del toro tendría que cumplir ante de poder hacer lo que le diera la gana…y la prueba de que, independientemente del tamaño o la modificación genética, las cucarachas dan mucho asco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario