Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 25 de marzo de 2021

Batman (1989) ¿Has bailado con el demonio a medianoche?

 


El pasado viernes tuvo lugar el estreno del montaje definitivo de La Liga de la Justicia. Cuatro horas de largometraje, disponible para el público en servicio de streaming en lugar de una pantalla grande…Un cambio importante, no solo en la forma de distribución audiovisual, sino en el género de los superhéroes. Como también lo supuso hace tres décadas, que un estudio decidiera adaptar, por primera vez en muchos años, las aventuras del hombre murciélago, de una forma muy distinta a la que el público había conocido.


Batman es el apodo con el que se conoce al misterioso vigilante que ha comenzado a limpiar las calles de Gotham de delincuentes. Un personaje ataviado con un traje de murciélago que atrae la atención de los periodistas y en concreto, de la fotógrafa Vicky Vale, quien acude a la ciudad con intención de obtener una exclusiva. En su intento de obtener el reportaje de su vida se cruza una relación con Bruce Wayne, el millonario y filántropo de la ciudad que parece esconder un secreto, y la aparición de un grotesco personaje, que se hace llamar Joker que bajo la pretensión de mostrar el verdadero rostro de la ciudad ha comenzado a distribuir un gas nervioso en los productos cosméticos. Y que además, ha adquirido un interés malsano en el trabajo de la periodista.

En sus inicios el proyecto pretendía acercarse a las versiones más oscuras y mejor consideradas del personaje, próxima a La broma asesina y a El caballero oscuro en lugar de la serie cómica de Adam West. El director elegido, Tim Burton, parecía el adecuado para aportar una visión un tanto siniestra, no exenta de humor negro, a un Batman cuya elección inicial desconcertó bastante: la carrera de Michael Keaton parecía más orientada hacia la comedia que hacia la acción, y mucho menos, hacia un género que todavía estaba en pañales. Con el tiempo se demostraría que este no fue la decisión más extraña dentro de esta primera etapa del héroe, aunque sí una de las más acertadas al ofrecer una versión del personaje muy comedida, que se acerca más a la de un recluso que a la de un filántropo acostumbrado a las reuniones sociales, y en el que se percibe de forma más sencilla la doble naturaleza de este. Completaban el reparto Kim Basinger y, como estrella destacada, Jack Nicholson en el papel de Joker. Que, además de otorgar cierta seriedad al proyecto, daba posteriormente rienda suelta a su registro más histriónico para caracterizar a un villano muy cercano al "payaso" que había sido interpretado por Cesar Romero en televisión, pero con un aspecto más siniestro y mortífero, donde va estableciéndose el arquetipo ligado a la anarquía por el que se le conocería a partir de entonces.

Como adaptación de un personaje de comic, es muy libre. Las bases están ahí, establecidas de forma muy rápida, concisa, y que poco tienen que ver con las historias de origen que serían habituales años después. Pero tan libre que hoy se habla del Batman de Tim Burton como algo aparte dentro de la franquicia, una visión muy peculiar en la que se encuentran elementos que serán una parte básica de la visión del personaje, el tono oscuro y poco humorístico del protagonista, y sobre todo, el diseño de Gotham City como una ciudad en la que se junta una arquitectura gótica casi ficticia, con catedrales abandonadas y edificios  monumentales, con los callejones estrechos y construcciones desvencijadas pobladas por delincuentes comunes. Además de aportar una estética propia muy particular: los decorados y vestuarios se mueven entre lo arcaico y lo contemporáneo, no evitan la presencia de tecnología moderna pero el vestuario parece sacado de una película noir (y donde por algún motivo, destaca entre la ambientación la particular elección de vestidos blancos en el personaje de Vicky Vale), ofreciendo un entorno un tanto atemporal y cuya franja cronológica que parece moverse entre 1945 y 1995 se utilizaría como referencia años después de la serie de Gotham.
La estética seguramente sea lo más recordado frente a un guion donde se trata de forma muy libre el enfrentamiento entre el superhéroe y a su enemigo por antonomasia, al que se le presta más atención que al propio Batman: al Joker de Nicholson se le da un origen (tan arbitrario como cualquier otro, pero, como él mismo dijo de la mano de Alan Moore: si ha de tener un pasado, que pueda elegirlo entre varias opciones), un plan ridículo en apariencia, pero que parece el reverso macabro de las coloridas tramas de la serie de los sesenta, e incluso, desde su percepción distorsionada, un interés romántico. La trama no es tanto la presentación del héroe si no la detención y caída de su archienemigo, al que, de forma contraria a toda la mitología posterior, parece morir definitivamente. Aunque en Gotham hay suficientes personajes estrafalarios como para que su protector esté lo bastante ocupado.
La primera aparición de Batman, tal y como lo conocemos, en el cine, vino acompañado por dudas iniciales, después expectación, y finalmente, por un éxito demoledor que le garantizaría una secuela, donde Burton decide ponerse de parte de los villanos, más otras dos que supondrían enterrar al personaje por una década, hasta que Christian Bale y Nolan hicieran su aparición. Un superhéroe adaptado de forma muy libre, más propio de Tim Burton que de DC, pero que supuso un antes y un después en un género y en una forma de entender el cine mediante sagas y personajes.



jueves, 18 de marzo de 2021

The Empty Man (2020). Todo es relativo

 



2020 fue un año complicado para el cine. Además de relegar al público al sofá de su casa y distribuir los estrenos más esperados mediante plataformas digitales, también vino acompañado de la compra de Fox por parte de Disney, por lo que hubo producciones que se enfrentaron a retrasos, estrenos en el peor momento posible, y una distribución un tanto precaria. Los nuevos mutantes sufrió esta suerte, además de ser no solo la última entrega de X Men bajo los derechos de Fox, sino por acercarse al mundo de los superhéroes desde un género tan distinto como podía serlo el terror. Si un estreno avalado por el tema superheróico sufrió estas circunstancias, no es difícil imaginar lo que le podría pasar a la adaptación de un cómic independiente cuyo título y temática, sin conocer nada más, hacía pensar en aproximaciones tan flojas como pudo serlo la versión cinematográfica de Slenderman





El hombre vacío ofrecía algo muy distinto: James Lasombra (si hay por aquí algún jugador de Vampiro La Mascarada, es probable que ahora esté levantando la ceja), un policía retirado, investiga la desaparición de una joven y una serie de suicidios producidos en el entorno de esta. Su única pista apunta a la leyenda del Hombre Vacío, una entidad cuya naturaleza es tan vaga como la de cualquier otro mito urbano, y la presencia del Instituto Pontifex, cuyas conferencias acerca del conocimiento y lo relativo de la percepción humana hacen sospechar que se trata de una secta peligrosa, y muy relacionada con el destino de la joven y sus amigos.


Pese a sus problemas iniciales, y ciertos reparos causados por estrenos previos de temática parecida, la película es un ejemplo de lo que suele denominarse horror adulto. Una etiqueta un poco difícil para referirse a todo aquello que trata temas de mayor complejidad y alejados de los formatos tradicionales del terror. En este caso, quizá sería más adecuado hablar de horror cósmico, dado que la trama gira entorno a conceptos como la relatividad de la presencia humana y la percepción de la realidad, cuyo, enfoque, más que a H. P. Lovecraft, podría ser más cercano a la indiferencia y la filosofía de Thomas Ligotti. Y es que, cuando a los pocos minutos del metraje aparecen de refilón conceptos como “tulpa” es fácil saber hacia donde derivará.



Aunque estén presentes referencias literarias como Lovecraft, Chambers  y el propio Ligotti, tiene mucho mayor peso la mitología moderna: tras un prólogo desconcertante en comparación al resto de la película, esta se basa en una mitología mucho más moderna: el creepypasta y los mitos urbanos donde una serie de normas e instrucciones sugieren un desafío y la invocación de una criatura que puede, o no, ser real. El ritual, aparentemente absurdo, de soplar una botella encontrada en un puente, es una mutación de Bloody Mary, de Verónica y de muchos otros juegos macabros, mientras que los efectos que llevarlo a cabo, y la presencia que puede verse en algunos momentos del metraje, recuerdan a las apariciones y efectos de Slenderman. El desarrollo y resolución posterior de la historia hace pensar, también, que tratándose de un guion original, resume la naturaleza de esta mitología de forma mucho más efectiva de la que lo hizo su versión oficial hace tres años.

 



Al no conocer el material original que adapta, no puedo hablar de la fidelidad de este o su calidad como versión cinematográfica, sino de cómo se desarrolla el guión. Este parece dividido en tres segmentos que, al menos en el primer caso, cambian completamente el tono entre sí: un prólogo, que casi podría haber constituido una película por su cuenta, de haberse desarrollado más, a una parte central que evoluciona, de thriller de investigación con tintes sobrenaturales, a una trama de horror cósmico. Y donde, dada la escasa presencia de efectos especiales e incluso de la criatura que da título a la historia, puede decirse que los momentos en los que se muestra responden más a la necesidad de justificar una aparición monstruosa que a que esta sea necesaria en el tono de la historia.

El hombre vacío es una película que ha tenido que hacerse un hueco por sus propios medios, y donde una aproximación siniestra y nihilista a la mitología compensa algunas de las irregularidades del guion. Y es que, salvo que demos el salto al cómic, nos quedaremos con gana de saber algo más del Instituto Pontifex y de esa criatura, oculta en una montaña, y deudora del Flautista de Beksinski.



jueves, 11 de marzo de 2021

Lecturas de la semana. Fantasías y héroes variados

 


Después de pasarme unos quince días con la trilogía de Fionavar, y reconociendo un poco el nivel de saturación que supone una saga tan ceñida a los tópicos fantásticos, seguimos con el mismo género, y en cierto modo, con los mismos arquetipos. Aunque en este caso, con libros mucho más breves y con una visión un poco distinta.


Stephen King. Los ojos del dragón. Durante la época dorada como rey del terror, King no dudó en escribir piezas que podrían considerarse menores o donde se alejaba un poco de sus temas habituales (las malas lenguas dirían que también de los mamotretos para calzar mesas) o donde narraba por puro divertimento. Este relato, concebido como una historia de fantasía, o casi como un cuento para ir a dormir, sería uno de estos casos.

Un país imaginario, un rey benévolo o que en el mejor de los casos, no molesta mucho, una reina compasiva, dos príncipes y un mago traidor son los componentes de una narración en la que se ciñe a arquetipos muy básicos de buenos, malos y traición, en el que la intención prevalece pero donde no parece ser capaz de trabajar bien con la estructura y características que esta ficción necesitaría: aunque la intención de establecer la moralidad de sus protagonistas está clara, esta acaba jugando en su contra con un personaje principal que más que bueno, roza la perfección, un secundario al que no se le da ninguna oportunidad de desarrollarse ni más que la redención final, y un desarrollo que no parece demasiado equilibrado: la primera parte, donde se establecen a los personajes y sus primeros años, se alarga en la manera típica de King para llegar a una parte media que se estanca, sin casi pasar nada, y un desenlace que, comparado con los capítulos anteriores, se impone de forma atropellada, como si su autor recordara que esto es una pieza breve y que no puede seguir explayándose. Dada su brevedad, y la claridad de no pretender ser otra cosa que una fábula, esta se queda en una curiosidad de King, en una lectura de una tarde, aunque con una sensación general de que hemos leído sobre servilletas más de lo que nos hubiera gustado.



Peter S. Beagle. El último unicornio. Un pequeño clásico de la fantasía conocido en parte por su adaptación animada, y que aunque el argumento pueda resumirse en la búsqueda de un unicornio, acompañado por un mago incapaz de comprender sus poderes y una joven que ha perdido la esperanza, su trasfondo tiene más carácter de fábula que de narración de fantasía heroica.

Hay un viaje, antagonistas diversos y una búsqueda que se completa, pero en ellos puede verse claramente  un trasfondo sobre la ambición, la esperanza, o la búsqueda de la felicidad, y donde los personajes se caracterizan de una forma más compleja, y con ironía: protagonistas como Schmendrick, cuyos hechizos funcionan en el momento más inesperados, Molly Grue, que quiso ser un trasunto de Lady Marian y su destino parece limitado al de criada en un castillo, o el propio unicornio, una criatura a la que se la describe como alguien ajeno a lo que se puede comprender: Beagle no se esfuerza en humanizarla ni de dotarla de empatía, sino en describir a una criatura inmortal, con su dosis de vanidad y de egoísmo, y cuya existencia parece estar profundamente ligada a las creencias y percepción de los seres humanos: el último unicornio quizá existe porque estos creen que en un momento fueron reales.

Pese a un tono un tanto crepuscular (a fin de cuentas, la trama gira en torno a la última de las criaturas míticas y como la ambición de un monarca es capaz de consumir la esperanza de todo un reino), los diálogos muestran mucho sentido del humor con los tópicos de la fantasía tradicional, e incluso se atreven, de forma inesperada, a romper la cuarta pared y reconocer su naturaleza ficticia. Desde luego, el último unicornio no supondrá una saga llena de tomos, pero sí una visión del género fantástico a la que es recomendable acercarse.

jueves, 4 de marzo de 2021

El tapiz de Fionavar (Guy Gavriel Kay). La sombra de Tolkien es alargada



Una de las mayores críticas hacia el género fantástico durante un par de décadas fue su carácter derivativo. la trilogía de Tolkien había supuesto las bases definitivas de cualquier entorno fantástico que se repetiría hasta la saciedad, desde obras originales hasta franquicias derivadas de juegos. En el pirmero de los casos, todo autor tenía su trilogía correspondiente. . algunos más originales, otros más simples, esta época se caracterizó  por una serie de sagas que por su estructura, influencia, y sobre todo, ambición, parecían querer ser El señor de los anillos de la siguiente generación. algunos escritores con una buena carrera a sus espaldas cuentan también  en sus inicios con obras cuyo principal defecto es este. Es el caso de Guy Gavriel Kay, quien hoy es más recordado por Tigana, pero que en sus inicios, su primera trilogía venía en la contraportada avalada por haber colaborado con Christopher Tokien en la edición del Silmarillion.





Los tres libros agrupados bajo el título de el tapiz de Fionavar narraba la llegada de cinco jóvenes a dicho reino, conocido como el primero de varios mundos, y cuya visita formaría parte de los acontecimientos que supondrían el fin de una era: la liberación de Rakoth Maugrim, el Desenmarañador, la guerra en la que humanos, enanos y lios alfar se unirán para evitar la destrucción de Fionavar y por extensión, del resto de mundos, pero también como Kim, Jennifer, Kevin, Paul y Dave tendrán un papel importante en ella y cómo encontrarán el destino que había sido tejido para ellos.

La intención de la trilogía parece estar clara: constituir Fantasía con mayúsculas, tan profunda como lo fue la Tierra Media pero también que aportara algo original y propio. Dado el argumento y desarrollo, es fácil suponer que no lo consigue. Pese al tono ambicioso, a querer recurrir a fuentes más antiguas, como utilizar la acepción nórdica de lios alfar en lugar de elfos, de querer crear una pieza compleja donde confluya la fantasía y la mitología celta y artúrica, todo se queda en la impresión de haber sido leído previamente. a los habitantes de Fionavar es fácil encontrarles su contrapartida con Legolas, Gandalf, Saruman y Sauron, con una guerra que debe ser finalizada y a medida que avanza, incluso con el Multiverso de Moorcock, donde el rey Arturo  campa a sus anchas cual campeón eterno y por aquello de tocar todos los palos, hasta está por ahí la Cacería Salvaje dándose un garbeo.

Veo difícil quejarme de que cuenten la misma historia una y otra vez siempre que esta esté bien narrada, pero a lo largo de los tres libros esta se limita a ser una sucesión de eventos donde ya al comienzo resulta difícil obtener la credibilidad necesaria como para aceptar que un mago aparezca en Canadá invite a cinco chavales a visitar un mundo fantástico como quien organiza una escape room...solo porque sea la festividad del reino. El que después estos acaben convertidos en videntes, guerreros, la reencarnación de ginebra o la madre del salvador del Reino, hace pensar que más que una desafortunada coincidencia, en la elección de visitantes de Gandalf..digo...de Loren Manto de Plata debía haber algo de mala fe.




Estos protagonistas, más allá de aceptar con total sencillez el convertirse en el arquetipo que proceda, tienen pocos rasgos más allá de algún que otro trauma de base, una actitud quejica o  la impresión de estar ahí en el momento apropiado para que suceda algo y avance la trama. Un grupo de cinco que, entre su origen, caracterización y habilidades finales, casi podrían ser  los jugadores de una aventura de Dungeons and Dragons o los protagonistas de los dibujos animados del mismo nombre. : un tanto desdibujados, a veces irritantes y siempre con una misión concreta.

Con muchos defectos en contra la saga, a día de hoy, se defiende gracias a su estilo: la narración se sigue sien problemas y por suerte, no cae en el defecto actual de producir auténticos tomos llenos de páginas. Lo que tiene que contar, lo hace en entregas de menos de 400 páginas, y quizá esto sea lo que la convierte en una lectura a la que es fácil recurrir si se quiere disfrutar de una historia de fantasía nostálgica, a lo que se podría haber disfrutado con 14 años sin tener que rebuscar entre los tomos de la Dragonlance.. Y a lo que es muy fácil encontrar los defectos propios de una obra primeriza: influencias con demasiado peso, querer ceñirse a unos cánones muy concretos y cierto exceso de ambición, también promovido por la edición, donde la palabra Tolkien y Silmarillion  aparecen demasiado.

Una obra primeriza de tantas y que de nuevo, si se es consciente de lo que se está leyendo, no resulta tan patosa  como pudieron serla otras que disfrutaron de exceso de publicidad aprovechando la estela de alguna tendencia. Después de todo, con el toque un poco dramático de El tapiz de Fionavar, me acabé divirtiendo, me acordé de los tomos de Timun Mas y lo variado de su catálogo y de cuando era posible sorprenderse con todo. Con los retelling de tópicos fantásticos de los últimos treinta años que supusieron Eragon o Cazadores de sombras, no tanto.

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