Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 30 de marzo de 2023

Apaches. Los salvajes de París. Si vas a Paris, papá, cuidado con los apaches.

 


La canción de Celia Gamez, de la que solo conocía el estribillo (la  abuela era especialista en cantar únicamente una o dos frases de cuplés célebres) siempre me había desconcertado ¿ como habían llegado los indios a Parías?  Estos volverían a aparecer, descolocándome un poco menos, cuando Jules de Grandin los mencionaba como  parte de la fuerza bruta en alguna trama criminal pulp, o en las páginas de algún folletín. Y es que hubo una época en la que unos salvajes aterrorizaron a placer las calles de la ciudad de la luz.


Durante los años que se conocerían como la Belle Epoque, esas décadas  entre el final del siglo XIX y el comienzo de la Gran Guerra, una banda  sembró el terror  por las calles de París. Robos con violencia, asesinatos y crimen  organizado, pero también el comienzo de una cultura urbana propia y su transformación en entretenimiento casi teatral, para acabar  desapareciendo con el inicio del primer conflicto armado del siglo y la aparición de problemas mayores. En parte banda organizada, en parte una de las primeras tribus urbanas, los apaches se convertirían en una  presencia habitual en la prensa más alarmista, pero también en la ficción e incluso en el espectáculo. El libro de la Felguera  recorre los inicios de esta cultura, banda organizada o como  se quiera llamar, a través de recortes de prensa, fotos y fichas policiales, unidas por   texto redactado específicamente, bastante somero, en el que se da una cronología y se refieren los hechos más estacados en la historia apache: su nacimiento como subcultura y banda, sus organizaciones o falta de estas, códigos y uso de los tatuajes y vestuario distintivo, así como el desarrollo de sus armas improvisadas, señales…pero también su relación con el anarquismo, incidentes que pasarían a formar parte  de la cultura popular y convertirían a su s implicados en estrellas del entretenimiento, y una particular evolución de los apaches  hacia el espectáculo, al transformar  sus signos de identidad y bailes en un número al que los  ciudadanos respetables podían asistir en los cabarets.


Esto es una sinvergüencería, donde vamos a parar 

Si bien la parte informativa, algo necesario para poner en contexto, aporta los datos correspondientes, la más interesante es el aspecto visual del libro. Este reproduce grabados de la prensa, llenos de dramatismo a la hora de representar los altercados, fotos de fichas policiales, y sobre todo, los textos de prensa. Estos, alarmistas y con un estilo un tanto artificioso, describen la ola de crímenes que acecha a los  parisinos, advierte de los peligros de las técnicas de lucha callejera de esta peligrosa banda y su falta y apela al sentido común  con una total falta de objetividad periodística (¿eso existió algún día?) que resulta sospechosamente familiar. El dramatismo utilizado no es muy distinto del empleado actualmente por  cualquier programa de sucesos donde denuncian el uso de la burundanga, de la llave mataleones o de los ocupas que se meten en los pisos cuando sus residentes legítimos bajan a por el pan sin instalar una alarma de Securitas.


Esta no es la única similitud con cualquier situación contemporánea que puede encontrarse. El texto describe también la cultura desarrollada por los apaches, que si bien no llegaría a extenderse estéticamente entre el público, se transformaría en un espectáculo. La danza apache, caracteriza por la violencia e sus movimientos, pasaría de ejecutarse en sórdidas tabernas a escenificarse en cabarets, donde antiguos miembros de las bandas encontrarían una salida laboral más lucrativa como bailarines. Aparecerían también celebridades, como es el caso de Casque d´Or, protagonista de un triángulo amoroso dentro de unos de os grupos que la convertiría en una figura destacada en la crónica de sucesos pero también en una pequeña estrella del teatro de variedades y cuya vida sería adaptada en una producción cinematográfica.

La conclusión del libro coincide con la desaparición de la cultura apache. Esta, absorbida parcialmente por la ficción popular y el espectáculo, se ve abocada a desaparecer con el inicio dela primera Guerra Mundial. Se señala en este caso que, además de los reclutamientos necesarios para el esfuerzo de la guerra que el temor que había generado una de las primeras bandas organizadas del siglo palidecería entre las noticias que llegaban del frente.  Este, en cierto modo, empezaría con el asesinato de un archiduque y no con las primeras horas de 1900.
Lejos de querer ser un ensayo o un estudio exhaustivo, Apaches es casi una novela, pero una no ficticia: un reflejo de como la sociedad percibía una forma de delincuencia, una amenaza para el orden establecido, pero como también se sentía fascinado por ella.

jueves, 23 de marzo de 2023

Lecturas de la semana. Hasta el ciberespacio, y más allá

 



Hoy toca ciencia ficción. En concreto, un género que acertó menos cosas de las que le hubieran querido sus autores pero  trajo con el toda una estética y recursos que se convertiría en en una referencia más, especialmente en los últimos años: el cyberpunk, donde  era posible reflejar de una manera exagerada los excesos del capitalismo y de la entrada de las corporaciones en la gestión del estado, que  enrocarse con el uso de la realidad virtual y el concepto de ciberespacio  como lugar al que acceder mediante conexión ( mira, igual que el pesado de Zuckerberg esta temporada) o estar convencidos que Japón sería la potencia y cultura dominante. Esa mezcla de ideas y tecnología se convertiría e con el tiempo en un escenario retrofuturista  al que es posible ver como un reflejo distorsionado de nuestra realidad y que William Gibson dedicó varias colecciones de relatos y trilogías durante los ochenta y noventa. Y del  podemos decir que es una s suerte que no haya acertado en lo de la guerra nuclear. Al menos, de momento. 



Luz virtual. Primer libro de la Trilogía del Puente, apelativo por el que se conocen una serie de construcciones improvisadas en las ruinas del puente de San Francisco en un futuro no muy lejano. Una joven mensajera comete el error de robar algo tan anodino como una gafas de sol a uno de los invitados de una fiesta a la que debe hacer una entrega. Un antiguo policía se gana la vida como puede en una empresa de seguridad privada. Un cronista visita a uno de los residente más conocidos del puente con el fin de registrar de primera mano la transformación de ese núcleo de supervivientes y chabolistas. Y en un momento, los caminos de estos se cruzan cuando una  corporación es informada que un dispositivo que tiene información vital para sus próximas operaciones, ha sido robado. 

La novela es más cercana al noir y la acción de lo que podría haberlo sido sus predecesoras. Esta, a partir de un macguffin como son esas gafas de luz virtual, que dan el título, robadas y repletas de información valiosa, sirve para presentar a una serie de personajes al límite de la sociedad, una completamente polarizada y donde la sola idea de la clase media ha desaparecido. Estos solo pueden acceder al contacto con el sector más privilegiado  por pura suerte, o por moverse entre ambas clases como el caso de los asesinos a sueldo que hacen su aparición en determinado momento. El ritmo de la narración, es, mas que rápido, acelerado, especialmente en los capítulos de la mensajera Chevette donde parece que todo es tan apresurado como sus carreras en bicicleta a través de la ciudad. Más interesante que la trama, que resulta bastante sencilla, es el trasfondo desarrollado por Gibson. Entre personajes obligados a subsistir, huir o pelear, se describen escenas como la vida cotidiana en el Puente, de una manera casi costumbrista y que sirven para desarrollar el lore de ese mundo sin que resulte intrusivo con el desarrollo de la acción. Este sería el papel principal de Yamazaki, el estudiante de sociología existencial que recoge la historia de sus habitantes. O los retazos del mundo leídos a través de los diálogos entre el agente Rydell y su compañero: los primeros pasos del ciberespacio que llegaría después, comunidades religiosas que creen en la manifestación de Dios en películas antiguas, la erradicación del sida como eventos histórico. Un mundo tan extraño, absurdo y posible como los personajes que se mueven por el. 



Idoru. Segundo tomo de la trilogía, aunque independiente en su contenido: al igual que en el ciclo del Sprawl, lo que tienen en común cada historia es su escenario y determinados personajes que reaparecen. Esta no podía parecer más alejada de la anterior: los fans del grupo musical Lo Rez asisten atónitos a la decisión de su cantante de contraer matrimonio con Rei Toei, vocalista de éxito en Japón y una Idoru, una creación de software cuya existencia es únicamente virtual. Chia Mackenzie, representante del club de fans de Seattle, es enviada a Tokio a investigar sobre la veracidad de esa información, del mismo modo que Laney, contratado por la seguridad de Rez para averiguar  lo que sucede mediante la capacidad de este para analizar puntos de información. La tarea de ambos  no será fácil cuando Chia es utilizada por una contrabandista para introducir un objeto en el país, relacionado con Rez, y el que la mafia rusa intenta apoderarse. Mientras, Laney es perseguido por su antigua compañía, especializada en fabricar y destruir ídolos de acuerdo   a lo que necesite el mercado. 


Mucho más orienta da a la ciencia ficción que la anterior, esta presenta personajes muy distintos: miembros  del mundo corporativo y de clases acomodadas, así como traficantes que se mueven entre ambos, y Tokio como escenario lleno de opulencia, donde la frontera entre el mundo real y el virtual se hace más difusa. Donde una creación informática puede convertirse en un ídolo de masas, los clubs de moda desaparecen de la noche a la mañana, o donde una pieza de material informático puede despertar tanta fascinación y parecer tan bella cómo una obra de arte. En palabras de uno de los personajes: la luz se cuela por todas partes, incluso al cerrar los ojos. 

La importancia del ciberespacio y la inteligencia artificial  es aquí mucho mayor, siendo las situaciones decisivas aquellas en las que los personajes pueden o no pueden conectarse a la red o establecer contacto con la Idoru. La separación entre el espacio físico y virtual hace que el desenlace transcurra en un entorno cerrado y aislado (en este caso, algo tan hermético como la habitación de un Love Hotel) en el que los personajes principales acceden haciendo una última aportación a la resolución. 

Si en Luz virtual  el personaje más  llamativo era la mensajera Chevette, habitante del Puente, en este caso lo es Chia Mckenzie, una niña de catorce años en una situación tan extraña como la de tener que llevar a cabo una investigación para su club de fans o capaz de emprender un viaje transoceánico sin que nadie repare en ella. Hay, también, una separación entre mundos, esta vez entre la vida de los adolescentes y unos adultos que parecen ajenos a ella. la libertada con la que empieza un viaje o  se queda en casa de una de las fans de japón, explicando esta a sus padres que se trata de una alumna de intercambio, pone de manifiesto ese desconocimiento o indiferencia entre ambas generaciones. y hace que, en cierto modo, la trama de Chia sea una suerte  de aprendizaje, donde esta madura y pasa a interpretar el mundo que conocía con otros ojos. 



jueves, 9 de marzo de 2023

Clive Barker. El corazón condenado. Auge y caida de la Configuración del Lamento

 


En 1984, se publicaba la primera colección de relatos de un joven británico. bajo el sugerente título de Libros de sangre, Clive Barker recorría lugares comunes y nuevos dentro del terror  con un enfoque como no se había visto; espectros, cambiaformas y la naturaleza mas oscura del ser humano deambulaban por caserones y bosques, pero también por  entornos urbanos hostiles, vagones de metro, urbanizaciones anodinas. Esta aproximación moderna venía también acompañada por su falta de reparos a la hora de llegar al límite. La modificación del cuerpo, la sangre, la transformación y la violencia eran una parte importante de esta narrativa pero tratados con una originalidad y cierta inventiva que la alejaba de lo que podría escribir un Shaun Hudson u otros autores aficionados a la casquería si sus libros de sangre supusieron un antes y un después  en esa década, también lo sería su novela corta que publicaría tres años más tarde y se convertiría en una obra de culto. No tanto  su versión impresa como  por la adaptación que el propio Barker llevó a cabo asumiendo el papel de director. 



El corazón condenado es esa primera narración que serviría de base para Hellraiser y posteriormente a una mitología explotada y modificada por su autor, pero también por los estudios cinematográficos que durante años tendrían los derechos de la obra. Esta es una historia de regresos de ultratumba, mujeres fatales, triángulos amorosos y romances malsanos. Temas que no constituyen una novedad pero si lo hace en la trama desarrollada por Barker: Rory y Julia, una pareja de recién casados, se muda a la casa familiar que este había heredado junto a su hermano Frank, desaparecido hace más de un año. Nadie ha dado importancia a esta circunstancia dada la fama de crápula de su hermano, pero Julia, todavía fascinada por ese hombre violento y seductor, tan alejado de su esposo, descubre que Frank se encuentra en la misma casa en la que ellos viven; convertido en una criatura  putrefacta, reconstruida a base de retazos de carne y traído de vuelta por la sangre que su hermano ha derramado por accidente, este explica a su antigua amante que ha podido escapar de sus captores con los que había hecho un trato: los cenobitas, unos series de los que se dicen que pueden proporcionar los deseos  que ansían quienes los invocan. Salvo que  la concepción de estos sobre el placer y el sufrimiento es muy distinta a la de la humanidad. Convertido ahora en  algo que no pertenece a ninguno de los mundos, necesita para recuperar su apariencia humana cuerpos frescos que Julia accederá a proporcionarle. Mientras, Rory sospecha que algo le sucede a su esposa, y decide pedir ayuda a Kristy, una amiga de la familia, para saber que es lo que está pasando. Esta, movida por la atracción  no correspondida que siente por Rory, accede a ayudarle, temiendo descubrir una infidelidad. Lo que en cierto modo, es así. pero mucho más retorcida de lo que ella hubiera podido imaginar. 

Los años mozos

Pese a la aparente falta de novedad en la temática de la que parte, la novela corta está impregnada de una atmósfera malsana y la amoralidad a la hora de describir a las criaturas sobrenaturales que aparecen. No se trata de demonios ni seres abiertamente malvados (concepto que la película abrazaría abiertamente, en una de sus líneas más conocidas: "ángeles para unos, demonios para otros"), sino que tienen una concepción de los sentidos distinta a la de los humanos. Transformados mediante escarificaciones y metal, estos parecen carecer de humanidad y a pesar de traficar con los instintos, se rigen por una lógica interna muy similar a la de los pactos con el diableo de la tradición popular: se les llama, acuden y reclaman su parte. Pero se puede negociar con ellos siempre s que e cumplan las reglas a las que están sujetos. Carecen, sin embargo, de la ironía y capacidad de improvisar de sus predecesores, convirtiéndolos en unos secundarios fríos, habitantes de un lugar incomprensible, que solo vienen a hacer el trabajo que se les ha encomendado. Con esta caracterización, no es de extrañar que años después, en alguna reseña anglosajona, se les hubiera definido como "civil servants from Hell". Estos, junto  con su trasfondo, quedan ambiguos más allá de las deformaciones autoinfligidas, y mejor así: si bien Barker tiene una gran imaginación, n i las descripciones ni la mitología coherente han sido lo suyo. 

La irracionalidad y la obsesión es algo que la trama reserva para los personajes humanos. Estos se mueven por el hedonismo, la pasión o en más de una ocasión,  por no saber lo que está sucediendo. Aunque Frank es sin duda el más interesante por su condición  de condenado, cuya obsesión lo lleva a cometer las mayores atrocidades, el resto, y esto es habitual en Barker, no tiene mucho que hacer: parece que solo sabe describir dos arquetipos, el degenerado y el pavisoso, y por suerte, al menos a fecha de publicación de la novela, a los primeros no los había explotado lo suficiente cómo para que Frank y Julia Cotton resulten memorables. 

Tu cuota diferencial de IRPF será legendaria, incluso en el Infierno

El corazón condenado es una novela original e inquietante, pese a sus limitaciones, pero algunas de estas se verían mejoradas en su adaptación cinematográfica. Hellraiser, con su estética sucia y deudora del sadomasoquismo más extremo, modifica levemente los personajes, envejeciéndolos y haciendo que la heroína, Kristy, sea en realidad la hija de Rory. Y convirtiéndola de este modo en una protagonista  mucho más vulnerable, pero también decidida y con mayor capacidad de supervivencia que Kristy la amiga pagafantas. Superando en fama a esta, daría lugar a una franquicia, primero de la mano de Barker, y después de la productora que iría en caída libre con cada secuela. No es esto únicamente  culpa de los ejecutivos porque el propio autor se encargaría , a través de comics y material autorizado, revisitar esta narración una y otra vez alejándola de su amoralidad inicial, convirtiendo a sus criaturas en una parte más del infierno judeocristiano, enfrentándolos con las Razas de noche e incluso dando un final a esta mitología, ya desprovista de su interés inicial, en Los evangelios Escarlata, donde decide montarse una especie de Barkerverso mezclando el infierno, los cenobitas, al detective Harry D´amour y lo que tuviera a mano en una novela que poco tiene que ver con el escritor que sorprendió en los ochenta. Incluso la secuela intermedia, The Toll ,no traducida al castellano, es en  realidad obra de Mark Allan Miller, "a partir de un resumen" de Barker, que obvia la novela corta original y toma como referencia lo narrado en la película. Sus creaciones, sus reglas y puede hacer lo que quiera con ellas. Pero eso no quiere decir que sus lectores vayan a tener el mismo criterio. 

jueves, 2 de marzo de 2023

La pasajera (2021). El color que cayó sobre el Blablacar

 


Cuando se piensa en un medio de transporte como escenario para una película de terror, o de ciencia ficción, uno de los referentes, acaba siendo, sorprendentemente, el w3estern. La diligencia, con su disparidad de personajes y el equilibrio entre el estudio de estos y la tensión de un viaje por un entorno hostil, supone un punto de partida extrapolable a situaciones tan lejanas en el tiempo como una n nave espacial…o un servicio de vehículos compartidos. Junto a los alquileres por estancias o las reuniones por zoom, los viajes a pachas suponen posibilidades nuevas, pero con suficiente credibilidad como para plantear una historia en la que personajes uy distintos acaben compartiendo desventuras juntos. Una situación que Raúl Cerezo y Fernando González emplean para hacer su propia versión de un encuentro con un alienígena hostil. En la estepa castellana. Y en el peor momento posible para evitar la ruta con peaje.




La pasajera no comienza con una, sino con tres: las tres mujeres que comparten un viaje en  Charlacar (esa app de transporte que seguramente exista en el miso universo de las tiendas de muebles Orsk) con el que podría ser el peor conductor posible. Blasco, el propietario de la vieja furgoneta Ebro en la que se trasladan, es un tipo aficionado a los toros, al pasodoble, de los que no cree en el machismo ni en el feminismo…un señoro de manual para desgracia de Mariela, la enfermera mexicana que sufre el viaje junto a Lidia y su hija Marta, cuya mala relación es más que evidente y hará que esta, pese a ser una adolescente deslenguada trame una amistad un tanto irónica con Blasco para disgusto de su madre. El viaje, bastante incómodo para todos, es interrumpido cuando atropellan accidentalmente a una mujer que deambula por la carretera. Mientras intentan llevarla al hospital más cercano, descubren que algo anda algo mal con la mujer herida: horriblemente desfigurada, esta ataca a una de las pasajeras, transmitiendo algo similar a un parásito que la transforma en un ser monstruoso, y obligando al retro a huir en el medio de la anoche de una criatura que no parece ser de este mundo.


La película es una aproximación al género de los alienígenas hostiles con los que se las tendrán que ver los protagonistas: no es tanto una invasión sino que todo comienza con un misterioso objeto que cae del cielo, como sería en Night of the Creeps, conociéndose muy poco de lo que sucede más alá de esa carretera vacía por la que conducen, y centrándose específicamente en este grupo. En concreto, de sus intentos por escapar y encontrar ayuda. Lejos de buscar referencias en el cine anglosajon (aunque su punto de serie B de los ochenta lo tiene), opta por abrazar los elementos de la cultura popular patria, con mucho humor, y convertir   en antihéroe a ese  conductor que podría definirse como la pesadilla de cualquier usuario de Blablacar: Blasco es descortés, machista y un tanto grimoso en sus primeros y breves tonteos con el personaje de Marta, pero se acaba convirtiendo en héroe a su pesar, preocupándose por p poner a  salvo a la única superviviente del viaje. Y además, le gustan los gatos. Una versión quizá muy pasada de vueltas y más reconocible que los protagonistas imaginados por John Carpenter, y Ramiro  Blas caracteriza perfectamente a este  personaje, incluso luchando con un acento que podría tomarse como de cualquier lugar de la meseta.



Junto a Blas, hay caras conocidas en el reparto, pero no demasiado famosas. A paula Gallego  se la recuerda todavía de Cuentamente, aunque se  papel es muy distinto al de la serie interminable  y se defiende bien como final girl. Un grupo de actores competentes que   se mueven por una película muy consciente de sus limitaciones, especialmente las técnicas:  en más de una toma se nota la superposición de lo as actores delante del chroma, los maquillajes son normales (teniendo que recurrir a la infografía en muchos casos) y  a planos cortos con efectos tradicionales…que  se resumen en un tentáculo de goma g cubierto de babas moviéndose por ahí. Pero es precisamente esta consciencia de lo que hay  lo que la hace funcionar: no pretenden e excederse ni con el aspecto más estereotipado de los personajes, al menos hasta el final, donde   desembocan en un enfrentamiento final  con una tauromaquia  que parece un poco fuera del lugar. En cambio, el guiño a  uno de los diálogos previos sobre la anterior profesión de su protagonista, resulta mucho más ingenioso.



Pese a esta tendencia a aprovechar alguno de los tópicos, la presentación de los personajes es efectiva:  no tanto  por los diálogos sino porque todos ellos, a partir de sus primeras apariciones, se consideran marcados por algo que los hace sentir aislados. Bien por su actitud y convicciones reaccionarias, por la enfermedad terminal de una, la culpabilidad de sentir que abandona un hijo  o las cicatrices que marcan el rostro del personaje más joven, todos  parecen creer que algo está mal con ellos, aunque sea precisamente  una situación anómalo que lo que haga que saquen lo mejor de ellos mismos.

La pasajera es una película  que, sin ofrecer nada nuevo, y llegando a tirar un poco la toalla hacia el desenlace,  con  un cierre en el que parece que ya no saben que hacer con los protagonistas supervivientes, consigue funcionar gracias a conocer su s limitaciones, moverse bien con estas y aprovechar a unos personajes que consiguen  tener sus correspondientes momentos de gloria y a hacerse mucho más memorables  que esa naves espacial que provoca el peor viaje en blablacar que se ha visto en el cine.

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