Toda franquicia tiene un final, al menos, de la línea principal que la originó. El matrimonio de investigadores paranormales y cazadores de demonios a tiempo completo inspirado por la trayectoria de Ed y Lorraine Warren, también. Aunque los más de mil casos que aseguran haber estudiado daría para estirar mucho más el chicle. Cosa que sí se ha hecho a través de los spin offs que ha dado la saga principal. Pero esta, que James Wan iniciaría en 2013 con una película que disfrutó de un éxito inesperado termina tras cuatro entregas que, de forma un tanto irregular, repasa los caso más famosos de ambos personajes a la vez que mostraba distintos momentos de sus vidas. Unas vidas afectadas también por los peligros sobrenaturales a los que presuntamente se habían enfrentado.
A principios de los ochenta, para Ed y Lorraine queda lejos su época de mayor actividad. Retirados de la investigación desde que este sufriera un infarto, dedican su tiempo a impartir conferencias, lejos del interés que despertaban veinte años atrás, preparar su libro, y esperar la boda de su hija que se casará en pocos meses. Las pocas peticiones que el padre Gordon, quien los asistió durante su carrera, todavía se anima a transmitirles, son amablemente rechazadas al encontrarse ya retirados. Pero cuando este muere en circunstancias extrañas tras interesarse por el caso de la familia Smurl, quienes aseguran que en su casa hay una entidad paranormal, es Judy, la hija de ambos quien acude en su ayuda. Esta ha heredado los dotes psíquicos de su madre, y sabe que lo que sucede en casa de los Smurl está relacionado con el encuentro sobrenatural que hace veinte años estuvo a punto de acabar con sus padres y con ella misma.
Michael Chaves se encarga de dirigir las dos últimas entregas de la saga Warren. Tras Obligado por el diablo, que podría considerarse la más floja, esta supone una pequeña mejora, aunque muy lejos todavía de esas dos primeras películas donde conseguían mantener el equilibrio entre el suspense, el terror visual y la emotividad. Esta última transcurre durante los años de madurez de los Warren: alejados de la vida cativa, con una hija adulta que si bien no toma el relevo de forma directa, si participa en la trama y su papel sirve para cerrar ese último caso. En toda la saga está presente parte del trasfondo personal de los protagonista. Pero este se ha ido acentuando desde las primeras pinceladas que servían para humanizarlos y convertirlos en unos héroes cercanos a quienes pedían su ayuda, a tomar cada vez más importancia. Si en Obligado por el diablo el caso de Arne Johnson casi parecía algo secundario comparado con la trama de los Warren, en esta les corresponde más de la mitad de la historia.
La investigación en serio no comienza hasta pasada al menos una hora del metraje que dedican principalmente a la historia de amor entre la hija de los protagonista y su prometido, la boda e introducir referencia al miedo a afrontar el peligro que servirán de cierre para el caso sobrenatural de una familia que mientras tanto, aparece de cuando en cuando llevándose sustos para recordar que estamos en una franquicia de The Conjuring y el terror visual es marca de la casa. sustos que también se repiten en las escenas cotidianas de los protagonistas, en este caso, recurriendo a visiones muy poco originales, como esa ola de sangre que va a recordar sí sí a l ascensor de El resplandor, y la enésima aparición de la muñeca Annabelle…¿pero qué le ha visto todo el mundo a ese monicaco?
Aunque la película siguen manteniendo un buen ritmo, por lo que l las dos horas y diez no aburren pese a ofrecer menos suspense que en entregas anteriores, la trama sobrenatural recurre a trucos muy pobres para poder sostenerse. El comienzo, a partir de un espejo que es retirado de la casa para reaparecer en el desván sin más explicación que la de ser un objeto malvado (escondiéndose en el sitio donde más trabajo da bajarlo. Tal es el concepto de maldad de un mueble) llevan a uno de los enfrentamientos finales peor resuelto con el grupo protagonista peleándose con una aparatosa pieza de mobiliario. El intento de explicar los fenómenos sobrenaturales, que al igual que en la carrera de los Warren reales, siempre conllevan la aparición de un demonio, se resuelve con una explicación un tanto genérica en al que el número de fantasmas no queda claro porque al final poco importa, el tema es sacar al demonio cuanto antes porque se les ha pasado la hora desarrollando tramas familiares.
Todo lo relacionado con los Smurl, la familia víctima de los fenómenos paranormales es aquí muy genérico, no crea el mismo interés que pudo haber generado la amenaza que sufrieron los Perron o las niñas víctimas del poltergeist de Enfield. Al igual que pasó previamente con Obligado por el diablo, no hay aquí un antagonista como la Batsheba del primer caso, El hombre torcido de Enfield o incluso la monja de ese mismo caso, sino un fantasma con poco más que una sonrisa dentífrica que procura aparecerse de cuando en cuando.
Este último rito es más un cierre a la historia de los Warren que una secuela al nivel que mantenían las dos primeras. Ye n la que también se nota el paso del tiempo: Lorraine Warren, la inspiración directa junto a su marido Ed, falleció en 2019, y con esta llegaría el cierre de aquel peculiar museo, mitad trastero, mitad invención, en el sótano de su casa. además de una serie de desmentidos y descubrimientos acerca de la vida de ambos. Los Warren ya no eran esa estrafalaria pareja de ancianitos que veía demonios hasta debajo de la s piedras sino unos timadores en toda regla. La muñeca a Annabelle se convertía en una pieza de la cultura popular y en un chiste recurrente c cuando cada verano salía una noticia sobre que esta había “escapado” de su vitrina. Quizá por eso, es también conveniente quedarse con los Warren de la ficción como lo que son los protagonistas de una saga cinematográfica que habría merecido un cierre más brillante que el que ha tenido.
Ahora, con ese prólogo en el que aparecen unos jóvenes Ed y Lorraine interpretados por otros actores, cabe preguntarse si el número de casos que estos aseguran haber registrado dará para alguna precuela o película intermedia. Por no decir de los spin offs que vayan apareciendo. Dar a los Warren un merecido descanso parece difícil, pero quizá deberían dejar de sacar a Annabelle en cuanto tienen ocasión. Que esa muñeca, como decimos en Santander, se mueve más que Velarde.
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