Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

lunes, 31 de agosto de 2015

Obituario: Wes Craven


Si escribo Wes Craven, a muchos el nombre no les sonará de nada. Si escribo Pesadilla en Elm Street, o siendo más recientes, Scream, la cosa cambia. Lo que también cambia es que una de las primeras noticias de esta semana ha sido su fallecimiento hace unas horas.

 

Junto a John Carpenter y George A. Romero, fue uno de los directores que entre finales de los setenta y casi todos los ochenta, se encargó de diseñar gran parte del cine comercial de la década, para bien y para mal. Porque si bien es responsable de producciones tan duras como La última casa a la izquierda, o clásicos como La serpiente y el arcoiris, que hoy es un referente en cuanto al cine sobre los zombies haitianos, su personaje más emblemático Fred Krueger el asesino de los sueños, Freddy Krueger después, se convirtió a lo largo de los ochenta en casi una estrella de la comedia a ratos negra, a ratos absurda, que era en lo que con el tiempo, se convirtió su saga más famosa.


Por mucho que me cueste, también debería mencionar Scream. Y me cuesta porque el slasher o películas de asesinos es uno de los géneros que más aburrido me resulta. Pero esta, con sus cuatro entregas y una miniserie en camino, hizo que en los noventa se viviera un nuevo interés por el cine de terror dentro de esa vertiente. Una vertiente que aportaba un elemento nuevo: los guiños referenciales, la consciencia de los clichés del cine de terror y las secuelas y en cierto modo, el no tomarse aún menos en serio las películas de adolescentes asesinables. Unos años después este estilo se perfeccionaría mucho más de lo que él planteó, y películas como Cabin in The Woods le dan mil vueltas en ese tema, pero al menos hay que reconocerle el ser en cierto modo, el primero, y que consiguiera que durante un par de años, películas con premisas tan simples como el recuento de asesinatos volvieran a ser productos de interés para el público.

 
 


 
Eran otros tiempos, y perfectamente normal que los monstruos rapearan
 
Pero es imposible hablar de Craven sin dedicarle más tiempo a Pesadilla en Elm Street. Y más ahora que se habla, otra vez, de un nuevo remake, después del poco interés que despertó el del 2010. Él fue el creador de Freddy Krueger, primero un nuevo hombre del saco, y después, una especie de showman especializado en muertes todo lo creativas que le permitían los sueños, campo en el que este asesino de niños que buscaba venganza (al menos en la primera película. El resto debía ser ya por afición), asesinaba a los protagonistas, para los que la posibilidad de dormirse se convertía entonces en una muerte segura. Aunque hoy no me parezcan especialmente buenas sus secuelas, por ceder demasiado al humor un tanto payaso y precisamente, potenciar esta característica en su personaje principal, a su personaje sí le reconozco el haber sido todo un icono por meritos propios. Uno con mucha más astucia de la que podía tener, por ejemplo, el soso de Jason Vorhees, y más ingenio que El hombre alto de Phantasma (aunque este útlimo, por el contrario, tenga una naturaleza mucho más pesadillesca que este asesino de los sueños).

No fue una carrera redonda: tuvo películas buenas, algunas que se consideran clásicas, una temporada de menor actividad, otras producciones malas con avaricia, como La maldición, y otras en las que optaba por separarse del terror y acercarse al suspense, como en la curiosa Vuelo nocturno. Pero con todo ello, y aún siendo muy crítica con su carrera, solo puedo darle las gracias. Por el miedo, por el vudú, y sobre todo, por habernos tenido en vilo durante una década con las garras de cuchilla de Freddy Krueger.

 

jueves, 27 de agosto de 2015

Extinction (2015). Tres personas, cuatro zombies y una era glacial


Es muy raro que se me pase por alto el estreno de una película de zombies, y menos cuando su aspecto es lo bastante cuidado como para no parecer la típica historieta que han filmado mil veces. Será cosa de que hoy la ficción sobre zombies es casi un género propio y con tanto material, hay que seleccionar algo más, cosa para la que no siempre hay tiempo. Pero ahí me encontré, ante una película de la que no sabía nada: ni que estaba basada en …Y pese a todo, de Juan de Dios Garduño, ni que su director y coproducción fueran españoles. Pero, como alguna de las películas que más me han gustado me las he encontrado de una forma parecida, no me pareció un despiste grande, sino una posibilidad de encontrar alguna sorpresa.

 


Precisamente esto no saber nada es algo muy ligado al argumento de Extintction: la película empieza, como tantas otras, con una epidemia altamente contagiosa, cuyos infectados atacan a todos los seres vivos que encuentran, y con un grupo de soldados intentando conducir a los escasos supervivientes a un lugar seguro. Tampoco importa mucho, sino es para conocer a los dos protagonistas, de los cuales no se vuelve a saber hasta después de nueve años: uno de ellos vive con su hija pequeña. El otro, en una casa cercana, pero ninguno de ellos parece haber tenido contacto durante ese tiempo. Para Lou, la niña, solo es una parte más del paisaje, como lo puede ser la casa con alambrada, el invierno y la nieve que parecen haber durado años, y las historias de su padre sobre los monstruos que acabaron con el resto de la gente. Pero tras años sin ver a ningún infectado, comienzan a aparecer algunos de ellos. Y, al igual que a los protagonistas, estos también han cambiado con el tiempo: más rápidos, fuertes y con un aspecto menos humano y más parecido al de los monstruos  sobre los que habla el padre de Lou.



En cierto modo, no se trata de una película de zombies, ni de infectados, sino de una sobre personas viviendo en un entorno hostil. Por eso gran parte de la información típica que se suele ofrecer en obras de este tipo, es inexistente: no hace falta explicar de dónde viene la infección, ni qué pasa con los gobiernos, si es algo que se ha visto miles de veces. Hasta el punto es que esta es toda una excepción: no hay  ningún tipo de prólogo aludiendo a noticias o pistas, y algunos elementos secundarios, como el tema de las estaciones, se deduce unicamente por una conversación que tienen los protagonistas. De algún modo, podría parecerse a los comics de Walking Dead, pero solo por preocuparse más de estos personajes y no de la acción: en tono del guión es mucho más pausado y quizá menos duro, donde el principal componente amenazador no es externo, sean infectados o humanos, sino lo claustrofóbico del escenario y el enfrentamiento no abierto entre los dos protagonistas, que va descubriéndose a medida que estos resuelven su conflicto.

 


El ritmo es muy pausado, y gran parte de la película se centra en escenas muy cotidianas, desde la vida de Jack y su hija, personajes muy ligados a un entorno cerrado como es la casa, a la de Patrick, el vecino quien en una salida al exterior es el primero en encontrar a una de las criaturas. Es bastante interesante el tratamiento de cada uno, presentando a los primeros con un carácter mucho más prudente, gracias a los cuales también se introduce una trama sobre el miedo, y la necesidad del riesgo como posibilidad de avanzar y encontrar algo mejor, frente al último, quien se presenta como un personaje más decidido pero también mucho más autodestructivo y tocado por el aislamiento. 

 


En este caso, se agradece que se trate de un largometraje y no una serie, porque es un componente que a la larga, acaba ralentizándose más de lo que debería, y haciendo que el ritmo lento se quede directamente estancado. Y con esto, también se pierden otros detalles que parecían tener una mayor importancia: en un momento se sugiere la posibilidad de la locura de uno de los personajes, cosa que un par de secuencias después se despacha de una forma muy acelerada, que contrasta mucho con el tono que mantenían hasta hace poco y que da la impresión de ser algo que quizá debió quedarse en la sala de montaje. La velocidad de la narración resulta todavía más chocante hacia el desenlace, donde después de tomarse mucho tiempo para crear el escenario, recordaran que estaban filmando una de zombies y decidieran meter el turbo y unos cuantos infectados para ofrecer un cierre más corrientes.

 


Como en la mayor parte del tiempo dependen de los personajes, y no de los efectos especiales (que, para ser una película de este nivel, en una secuencia de automóvil se les notó un poco el chroma), recae sobre el guión, y sobre los actores, la tarea de hacer que sus personajes sean creíbles y comprensibles para el público. Tarea que cumplen muy bien, especialmente en el caso de Jeffrey Donovan y Quinn McColgan como padre e hija, quienes son los que tienen mayor tiempo en pantalla. La cara más conocida es Matthew Fox, cuyo nombre era el que más sonó a la hora de hacer promoción y a quien al pobre debieron tener un par de meses a base de ensalada para conseguir el aspecto escuálido que necesitaba para el papel. La presencia de un cuarto personaje es más anecdótico que otra cosa, por su escasa aparición, pero la mayor curiosidad es que se trata de Clara Lago. Nombre que a mí no me decía nada pero que al parecer era la protagonista de Ocho apellidos vascos.

Aunque se la siga considerando como una película de zombies, pero sin zombies, Extinction sí ha sido la sorpresa que esperaba. La intención de mantener un tono muy lento y reflexivo juega un poco en su contra, al no manejarlo todo lo bien que deberían, pero como historia postapocalíptica, es una de las buenas. Y además, con el añadido a su favor de no tener segundas partes a la vista.

 

lunes, 24 de agosto de 2015

Obituario: Daniel Rabinovich

 


La semana pasada el mundo del humor recibió malas noticias: un día después al fallecimiento de Lina Morgan en España, Les Luthiers perdían a uno de sus miembros: Daniel Rabinovich, quien formó parte desde su fundación hace más de cuarenta años.

 


El funcionamiento de sus números cómicos podría ser similar al de otras formaciones que cuentan con canciones humorísticas en su repertorio, había algo en Les Luthiers que los hacía únicos en cierto modo: su nombre se refiere a quienes fabrican instrumentos musicales, algo que ellos llevaban a cabo. En sus espectáculos podían verse aparatos hechos con tubos y piezas que tenían cualquier otro uso menos el artístico y que sin embargo, eran capaces de tocar melodías completas que no envidiarían a un concierto clásico.

 


Unido a la música también estaba una concepción del humor muy propia: recurriendo principalmente a los juegos de palabras, la fonética, y en alguna ocasión, pero muy poca, al absurdo, su principal fuente de inspiración era lo que hoy se considera la cultura clásica, especialmente la ópera. Ellos crearon a Johann Sebastian Mastropiero, compositor que, en realidad, nunca fue interpretado por ningún miembro del grupo, sino que se limitaban a narrar su vida e interpretar alguna de las piezas. Autor que, según explicaban ellos mismos, ha vivido en todas las épocas, cultivado todos los estilos, y del que contaban su biografía, llena de descalabros, desfalcos, infidelidades y todo tipo de plagios a cada cual más descacharrante. Todo ello con una gravedad que no desentonaría en cualquier emisión de Radio Nacional Clásica.

 

No puedo hablar de Les Luthiers sin añadir algo propio: ¡una de vampiros!

El mundo de la música no fue el único objeto de sus sketches. Desde la filosofía hasta el canto religioso, acabaron por hacer referencias a casi toda la cultura general. Incluso la menos estirada, por así decirlo, porque llegaron a atreverse, con éxito, a hacer toda una parodia de determinados formatos televisivos, de la música popular, e incluso en los últimos años, de la política, donde sin mencionar a nadie, reflejaban de una forma muy irónica todos y cada uno de los defectos y tópicos de los políticos populistas.

 


Aunque Mastropiero nunca apareciera como tal, ni tuvieran personajes fijos, cada integrante solía interpretar papeles con rasgos específicos. Si unos, como Marcos Mundstock era la voz y biógrafo del compositor imaginario, o Jorge Maronna, solía dar bien a la hora de papeles eclesiásticos, Daniel Rabinovich se encargaba, en general, de los momentos en los que un diálogo rompía la aparente seriedad del sketch. Era el personaje algo despistado, en alguna ocasión, el simple, y en más de una, el más pícaro. Características que era capaz de mantener magistralmente, para, en cualquier otro momento, saltar a un registro distinto e interpretar, dentro de su personaje, a otro nuevo: un tenor, otro músico, un profesor, o de nuevo, un miembro de Les Luthier.

 

Como a tantos otros, hoy quedan, por suerte, muchas de sus actuaciones grabadas y remasterizadas. De las cuales, la que mejor podría despedirlo, y resumir su vis cómica, sería papel como Daniel el Seductor en la ópera La hija de Escipión. De Johann Sebastian Mastropiero, claro ¿ha habido alguna vez algún otro compositor?
 

jueves, 20 de agosto de 2015

Batman: la máscara del Fantasma (1993). Cuando “dibujos para todos los públicos” no significa “solo para niños”.



Cuando los dibujos animados todavía formaban parte de la programación de las cadenas de tv, uno de mis favoritos era Las aventuras de Batman. No era fan del personaje, ni de ningún otro superhéroe entonces, pero me gustaba más que La patrulla X, al tener un carácter episódico mucho más sencillo de seguir, e incluso entonces notaba en ella una calidad que no había en otros dibujos: junto de su nivel técnico, estos no parecían pensados unicamente para vender juguetes. Incluso parecían más reales que otro, y la lo más evidente de esto era que ¡usaban balas! No esos láseres apuntados al cielo tipicos de los dibujos que evitaban la violencia, sino que eran disparos de verdad, independientemente que las muertes sucedieran fuera de plano. Bueno, en realidad lo que más me gustaba, además de lo fácil de seguir que me resultaba era que era muy macabra. Los edificios de Gotham city, villanos grotescos y ese manicomio del terror que era el Asilo Arkham (durante años me pregunté si tendría algo que ver con H. P. Lovecraft).

 


No debía ser una opinión aislada, porque tras su primera temporada, la Warner realizó una película derivada de la serie, que en España se estrenó en vídeo y de la que hasta Telecinco, que emitía los dibujos, no dudó en anunciar todo lo posible. Y, La máscara del Fantasma, sin tener el  nivel de una producción animada destinada a cine, sí superaba todas las expectativas llegando a mejorar una animación que ya inicialmente, tenía un nivel muy alto. Esta primera película es una mezcla bastante curiosa entre el episodio anecdótico, con un antagonista que no era uno de los villanos habituales, los primeros pasos de Batman como héroe y lo seguro, con la presencia del Joker como elemento secundario. En ella, un personaje desconocido acecha a varios criminales. Pero, a diferencia de Batman, no duda en asesinarlos. Mientras la prensa sospecha de este último, una antigua conocida de Bruce Wayne vuelve a Gotham, alguien que también conoce su secreto y fue testigo de sus primeros intentos por combatir el crimen.



La animación y los diseños son una de las cosas más recordadas y que en cierto modo, influyeron en los dibujos de DC posteriores: los escenarios de la ciudad son muy deudores de la estética noir de los años cincuenta (y en algún momento, a Metropolis), unos paisajes muy lisos, pero que casi parecen tridimensionales. Esta estética se mantiene en todo momento mezclada con elementos recientes, haciendo que sea propio de Gotham ese aspecto anacrónico, donde los coches de gangsters y los policías con sombrero y traje pueden convivir con tecnología de los noventa. Al igual que los personajes: estos se han dibujado con una línea muy clara y detalles breves, muy sencillos de animar y en cierto modo, muy cercanos a las tiras de comic de la época y en el caso de algunos diseños femeninos, a las figuras de las pin up, pero mucho más sutiles y adecuadas a una cinta de animación. Cada uno de ellos, único, distinto de los diseños de otros secundarios y capaz de mostrar distintas expresiones. Esto último, por suerte, se ha vuelto algo habitual y requisito mínimo de calidad en cualquier cinta de dibujos.

 


En este caso, la estética tirando a macabra se aprovecha al máximo gracias al guión: el antagonista lleva una máscara de calavera, se desplaza entre niebla, y, teniendo en cuenta parte de la trama, una gran parte de los escenarios consisten en escenarios e incluso un parque temático abandonado, lleno de atracciones oxidadas y con todos los elementos propios de los lugares ruinosos. Quizá por eso resulte un poco curioso que el diseño de Batman sea el clásico, con el traje gris y el cinturón amarillo que hace pensar más en Adam West que en el Caballero Oscuro de Nolan. Una buena prueba de que es posible mejorar algo clásico y asociado a lo camp.

 


Aunque visto hoy el guión pueda no parecer de los más redondos, especialmente comparado con las animaciones que produjo Warner después, es uno de los mejores que pudieron producirse en la época. Si bien comienza como algo anecdótico, introduciendo al personaje de El fantasma (aquí reconozco hablar un poco de memoria, porque apenas conozco nada de Batman si no es a los villanos más famosos), sirve también como enlace con la serie: los flashbacks de Bruce Wayne ocupan una buena parte del guión, para ir desarrollando una narración sobre venganzas familiares, corrupción y mafiosos alejados de los supervillanos habituales, también muy deudora del noir y de los relatos de detectives. La aparición más inesperada es la del Joker, quien en cierto modo, parece salir unicamente para recordar a uno de los personajes más famosos de la serie, y que si bien no termina de ser necesario para esta trama, es aquí y en la propia serie uno de los villanos más inquietantes. El Joker de Bruce Timm, el guionista, y de Mark Hamill, quien se encargó de su doblaje, parece a ratos un payaso tirando a cómico y enloquecido, pero en el que se aprecia en todo momento algo peligroso, un carácter psicópata en el que se confirma que este no tiene que gustar a los fans, sino darles miedo.

Como película, La máscara del fantasma puede quedarse como algo anecdótico, al no formar parte de ninguna saga oficial sino ser una historia independiente. Pero es una muy buena, donde no solo se explota el éxito de Las aventuras de Batman sino se son capaces de ofrecer una película de dibujos para todos. Para los niños que empezaban a seguir al superhéroe y para los adultos que podían ver en el guión los detalles que a los espectadores más jóvenes de momento, aún se les escapaban.

lunes, 17 de agosto de 2015

My Name is Bruce (2007). Campbell, el héroe a su pesar


Bruce Campbell se ha convertido en un personaje. O al menos, en parte: además de sus trabajos en tv más serios, está su imagen ficticia. Una imagen muy ligada al personaje de Ash en Evil dead, el héroe un tanto torpe, no muy espabilado, pero asombrosamente bocazas y capaz de acabar con un ejército de zombies gracias a una motosierra y una frase ingeniosa. Papel que, tanto por el carisma del personaje como los rasgos del propio actor, entre el tupé y su famosa barbilla (que recuerda un montón a las ilustraciones de los héroes pulp), no duda en explotar en otras películas de corte más cómico o paródico. Donde lo mismo es capaz de interpretar a un Elvis Presley anciano enfrentándose a una momia en Bubba Ho Tep y que semejante invento funcione, a directamente, interpretarse a si mismo y salvar a un pueblo de los monstruos como hizo tantas veces en el cine.

 

En My Name is Bruce, Campbell interpreta a Bruce Campbell…pero uno muy distinto del Ash que le dio fama: vive en una caravana y sus  trabajos consisten en películas de serie Z. Cuando un chico aficionado al cine de terror le pide que libere a su pueblo de un espectro, este acepta creyendo que se trata de otra película de segunda. Pero esta vez los cementerios, las maldiciones y los fantasmones sí son reales, aunque para desgracia de Bruce, el héroe Ash es solo un personaje.



Lo primero que salta a la vista es que es una película unicamente para los fans de Ash y Bruce Campbell: todos los chistes giran en torno a sus personaje, el creado para la historia, y sobre el cine de serie B y Z. Encima, él es también director y productor, con lo que el título le va bastante mejor que el Posesión Demencial que tradujeron para España.

 


Esto hace que el guión, en realidad, sea un conjunto de chistes hilados, de una forma bastante fluida, pero chistes sueltos a fin de cuentas: no es una parodia del cine de terror en general, ni de una saga concreta, sino sobre los fans, aunque de una forma un poco absurda, y sobre todo, de las capacidades de su protagonista para poner muecas y hacer gags muy gestuales. El referente más cercano sería el de Army of Darkness, la tercera de Posesión infernal que se reconoce al momento en secuencias como las del protagonista saliendo por piernas al mayor peligro para después volver y cumplir como héroe. Y especialmente, por la cantidad de diálogos que citan a la mínima oportunidad. El resto del guión tiene muy poco contenido, porque todo lo relativo a la narración, o a que tenga un poco de coherencia, ha quedado algo olvidado a favor del componente cómico. Aunque el comienzo es bastante bueno, con un número musical sacado de la manga que ya hace pensar que la película no es otra cosa que una broma para los fans, el desenlace queda bastante confuso. Y eso es un fallo bastante grande en una producción con tan pocas pretensiones: a última hora se marcan dos giros repentinos de los que no se sabe si querían ser un guiño referencial, o si directamente, no sabían como terminar la película y el chascarrillo.

 


En cambio, otros aspectos están bastante más cuidados: uno de los más visibles es todo el atrezzo y el vestuario de los personajes, que se reconoce enseguida como los detalles típicos de las películas de bajo presupuesto. El aspecto del pueblo y el cementerio, con esa pinta de decorado de exteriores (bueno, seguramente ayudó que el presupuesto fueran cuatro perras) y el monstruo que sirve de punto de partida es practicamente un tío con una careta, que se limita a salir muy de cuando en cuando entre diálogos de otros secundarios. Y sobre todo, los vestuarios de los extras, donde todo parece bastante pasado de moda  y muy parecido a la ropa que podrían llevar los actores de una película de finales de los ochenta o principios de los noventa. Aunque, esta vez, el papel de adolescente realmente lo interpreta alguien de no más de 16 años, en lugar de un tipo de 21 con camiseta de Evil Dead.

 


Pese a apoyarse principalmente en las secuencias cómicas, estas son un poco irregulares. No llega a ser una comedia buena dentro de lo friki, pero sin duda es mejor que cualquier cosa que saquen los hermanos Wayans. Durante la primera parte se basa en todos los gags posibles sobre la idea de un actor venido a menos: las películas de tercera, los fanboys, los delirios de grandeza del protagonista, todo muy exagerado y sin faltar ni una de estas situaciones. La comedia de tortazos está bastante presente, cosa que también era muy propia de Army of Darkness, pero situaciones de humor absurdo, como los cantantes del principio y el intermedio, o detalles como el que el monstruo sea el Dios de la Guerra y Protector del Tofu. Gran parte de estos gags cuentan con la aparición de Ted Raimi, que aquí se harta de hacer cameos de todo tipo: de manager, de pintor italiano porque sí, de chino y hasta de director de cine. Cosa que en realidad, no tienen sentido, pero en el fondo, tienen gracia, aunque sea de un modo un poco tonto. Como la mayor parte de la película. 

 

My Name is Bruce es en realidad, una broma. Un guiño a los seguidores de Posesión Infernal y la personalidad exagerada de su protagonista, pero que en realidad se queda un poco en un chascarrillo puntual, algo para ir haciendo boca de cara al estreno de Ash vs. The Evil Dead. Aunque, gracias a un diálogo puntual, aciertan de pleno en una cosa: Bubba Ho Tep es una película mucho mejor.

jueves, 13 de agosto de 2015

Zombies. Una BD sobre muertos vivientes


Los muertos vivientes de Robert Kirkman es el referente en cuanto a comics de zombies más longevo. Pero otros autores se han animado a avanzar los guiones más allá de los primeros escenarios, al ser este un medio sin las restricciones de estilo que puede tener el cine o la televisión, y porque, para qué negarlo, escenarios como las primeras apariciones de los zombies y los centros comerciales han quedado ya muy trillado. O al menos, lo han quedado aquellos que el público ha visto miles de veces en la ficción situada en Estados Unidos, porque en cambio, cualquier escenario en otro país resulta siempre más novedoso.



Este es el caso de Zombies, cuyo título confirma que su guionista, Olivier Peru, no se ha complicado la vida a la hora de bautizar su comic (en cambio, en el nombre de cada capítulo, se pone más solemne). Este comienza como tantas otras, con un virus que provoca la resurrección de los cadáveres . El protagonista ha visto esto muchas veces por motivos de trabajo, un actor de serie B venido a menos que, mientras intenta salir como puede de un San Petersburgo infestado de cadáveres, se da cuenta de lo distintas que son sus reacciones frente a las de los personajes que interpreta. Sin embargo, todos sus papeles como héroe han servido de algo, ya que él acaba siendo uno de los responsables de poner a salvo a un numeroso grupo de supervivientes.  Pero, a diferencia de sus películas, estos cuentan también con una inesperada ventaja: algunos de ellos son inmunes al virus y a las mordeduras de los zombies.

Al igual que el título, la forma de plantear la trama es muy directa: en el mundo de los personajes los zombies son una parte más del cine de entretenimiento, y lejos de buscar otros apelativos, es como se refieren a los infectados. Incluso algunos de los tópicos de este género son mencionados en las primeras páginas, donde el protagonista sabe que un espacio abarrotado de gente es un peligro e incluso bromea sobre no encontrarse encerrado en un centro comercial. Pero al tratarse de una historia de terror con un estilo serio, estos se utilizan unicamente como contraste, mencionando a menudo lo que podría pasar en una película frente a lo que hacen los personajes en realidad. Parece que la intención del guionista era un poco hacer una historia de zombies pero sin los clichés propios, porque parte de los dos primeros tomos se dedican a caracterizar a los protagonistas como gente que no duda en salir por piernas mientras al resto se los comen los zombies.

 


No sería mala idea en principio, sobre todo al incluir en el punto de partida el mundo de la serie B y sus tópicos, pero esto termina por no funcionar: los protagonistas pasan la primera mitad del tomo conflictuados por ser unos cobardes, para, de forma bastante imprevista, pasar a ser unos héroes y arriesgar sus vidas, de forma que el guión acaba yendo por el camino del que pretendía separarse.

En cambio, desde el momento en que se olvida un poco de las reflexiones filosóficas, es cuando empieza a funcionar mucho mejor: la trama es mucho más ligera de lo que podría ser, precisamente, Walking Dead: hay distintos grupos de supervivientes, algunos de los cuales se salvan de las formas más imprevistas, y sobre todo, elementos más propios de la ciencia ficción tales como la trama sobre la inmunidad al virus o una máquina de ultrasonidos que provoca un tsunami de zombies. Cosas que pudieron verse en tv en Z Nation pero que aquí se plantean desde una narración más dramática. Aunque es curioso que el guión dedicara tanto tiempo a mencionar la serie B y los heroísmos ridículos para que, su mayor baza sean precisamente estos elementos tan propios del género.

 


En cambio, el dibujo es uno de los puntos fuertes: con gran detalle, muy colorido, donde no falla nada a la hora de ilustrar paisajes y viñetas abarrotadas de zombies. Que, pese a ese detalle, no es nada cercano al gore: habiendo muertos vivientes de por medio, va a haber mordiscos, pero no se exceden con la casquería ni con la violencia, donde las situaciones que podrían resultar más gráficas se quedan fuera de la narración.

Zombies es uno de esos casos en los que parte de su atractivo viene dado por la calidad del ilustrador, y con un guión mucho más cercano al fantástico y al entretenimiento que a los aspectos más psicológicos que puede ofrecer su planteamiento. Aunque quizá su mayor defecto sea esa manía de aportar una profundidad que ni termina de funcionar, ni le hace falta. Porque, hasta que no empieza a arrancar, esta parece una historia de serie B empeñada en no serlo.

lunes, 10 de agosto de 2015

Van Helsing (2004). La parada de los monstruos. Infográficos



El término “monstruos de la Universal” hace referencia no solo a los personajes, sino a un estilo y época muy específicos a la hora de presentarlos. Drácula, el hombre lobo, Frankenstein o la momia fueron durante años los elementos más populares dentro del fantástico y en el estudio que produjo sus películas. Tanto, que esta productora todavía parece conservarlos como parte de su archivo y como inspiración para nuevos guiones. Pero los tiempos cambian, y las producciones intentan ante todo adaptarse a los gustos del nuevo público. Y lo que empezó considerándose como un remake de La momia acabó siendo una cinta de aventuras para toda la familia, donde no se escatimaban los efectos digitales que empezaban a ser la norma en el cine. El cambio de género tuvo éxito y dio lugar a una secuela, además de una nueva posibilidad: recuperar a todos estos monstruos clásicos adaptándolos a un tono y un estilo más cercano a la fantasía y la acción que al terror.

 


En su día, las reuniones de varios de ellos en una sola película había sido un recurso habitual, algo que tuvieron en cuenta además de optar por lo más seguro en cuanto a realización y reparto. Stephen Sommers había dirigido La momia, Hugh Jackman se había lucido como Lobezno en X Men y Kate Beckinsale venía de interpretar a una vampiro en Underworld. El resto incluía acción, la estética más oscura y gótica que había caracterizado esa película de fantasía urbana, y a los monstruos más populares teniendo al menos una secuencia. Así nacía Van Helsing, la historia del héroe al servicio de una sociedad secreta, que debe viajar a una Transilvania perdida en algún momento del siglo XIX. Allí sus habitantes son amenazados por los hombres lobo que deambulan por el bosque, la criatura resucitada por un científico, y por Drácula y sus vampiras que no dudan en alimentarse de los lugareños.



Si la momia era una producción mucho más luminosa, cercana al género de aventuras, y quizá al pulp, aunque descafeinado, Van Helsing opta por una vertiente más fantástica, con una ambientación más similar a Underworld y en principio, menos humor, o algo más negro, que sus predecesoras. Esta recurre a ideas muy generales de la época victoriana, y en las novelas de época que transcurrían en algún lugar de Centroeuropa, donde una secuencia en un tren de vapor puede convivir perfectamente con otra tan clásica como la de unos campesinos asustados blandiendo horcas, algo también muy popular en las películas clásicas de la universal. Pero, sobre todo, la tendencia era darle un aire mucho más fantástico e irreal, sin que ninguno de estos elementos perteneciera a una época o lugar reconocible. Algo que ayudaría mucho a que funcionara una situación tan improbable como que un grupo concreto de monstruos coincidiera en el mismo sitio.

 
 

 


Pero en realidad, ni termina de ayudar, ni funciona. Entre otras cosas, porque el guión parece tener el mismo problema que el de décadas anteriores. No he visto las reuniones de monstruos que la productora hizo en los años cuarenta, pero por lo visto, a menudo hilaban lo justo para que aparecieran todos estos en el título, y aquí  pasa lo mismo: todo parece una gran excusa para que tengan que salir el hombre lobo, Frankenstein y Drácula en el mismo sitio, y al menos, uno de estos podría no aparecer en el guión y este funcionar igual. En segundo lugar, lo de funcionar es un decir, porque no tiene ni pies ni cabeza: a grandes rasgos, podría resumirse en “Van Helsing debe evitar que Drácula utilice al monstruo de Frankenstein, que es eléctrico, como batería para insuflar vida a los huevos que sus vampiras han puesto a lo largo de los siglos” (a día de hoy sigo pensando en ella como “esa película que va sobre los huevos de Drácula” y pegándome la risa floja cada vez que sale en la tv). Y si lo de los vampiros reproduciéndose como aves de corral no fuera poco, estos explotan entre baba verde para aportar algún momento de humor grueso.

 

Es imposible tomarse en serio una premisa así, y menos tal y como ha sido filmada. La idea original parecía querer ser una aproximación algo más seria, pero el guión incluye bastantes guiños a la época clásica de los monstruos, como las aldeas, el castillo del vampiro, e incluso la figura del Igor que no le puede faltar a cualquier científico loco. Los diálogos pretenden tener chispa y humor pero acaban resultando tan chocantes como el guión y la mayoría de secuencias, llenas de acción, persecuciones típicas de blockbuster fantástico y de efectos digitales que, a día de hoy, han envejecido bastante mal. Y su antagonista principal, el conde Drácula, es poco menos que una caricatura, muy teatral y exagerado. Con una mezcla así de elementos, la mejor opción habría sido tomarse la producción con más humor, más consciente de ser una remezcla de monstruos y de situaciones que a veces parecen una parodia. Pero optan porque los personajes se comporten de una forma seria en medio de situaciones en las que los trasfondos  dramáticos con los que los han caracterizado, resultan bastante imposibles de creer.

 
 
La cara de Drácula es un poema


El intento de convertir a Van Helsing en el comienzo de una franquicia se quedó en esta sola producción, donde todas las intenciones de crear un serio cazador de monstruos con pasado desconocido acabaron un poco perdidas en una película con momentos verdaderamente absurdos y cuyo guión parecía bocetado para sacarse rapidamente una nueva saga de fantasía y terror. No fue hasta diez años después cuando la Universal intentó probar suerte de nuevo con su vampiro más famoso en Drácula Untold, con una película bastante mejor pero algo más cauta en las expectativas, viendo que el remake de La momia que tenía planeado ha vuelto a retrasarse. 

jueves, 6 de agosto de 2015

Asmodexia (2014). Milenarismo, posesiones y diálogos forzados



Durante una temporada, los exorcismos y las posesiones fueron sustituyendo a los zombies en el cine de terror. Y aunque es un tema que, menos en El exorcista, por su carácter de clásico, no suele interesarme, acabé viendo alguna que otra, bien por buenas referencias, como Deliver us from Evil. O directamente a ciegas, como Asmodexia. De ella solo sabía que era una producción española, que su título era bastante desconcertante y que, como otras del género como Los sin nombre o Darkness me habían gustado, podría no ir desencaminada.

 


Pese a tener estas dos como referentes, Asmodexia no es una película que cuente con el mismo acabado y recursos que las anteriores. Pero sí tiene ciertos elementos similares, como la presencia en la trama de cultos, lo ambiguo de sus intenciones, y el aprovechar este desconocimiento del espectador para poder retorcer el guión. Este sigue los pasos, literalmente, de Eloy y Alba, un predicador o sacerdote y su nieta que deambulan por las carreteras de Barcelona realizando exorcismos. Estos parecen ser conocidos de antemano y respetados entre quienes piden su ayuda, gente que asegura haber sido atrapados en un lugar por algo desconocido y que aguardan que algo suceda. Y algo debe pasar, porque, en medio de una ola de calor que arrasa España en pleno invierno, los internos de un manicomio están cada vez más inquietos.  Una de las cuales parece haber estado relacionada en el pasado con Eloy y Alba.  



El mayor punto a favor de la película es recurrir a una ambientación de forma muy sencilla: las menciones al revuelo del 2012, el año donde transcurre la historia, juegan como un elemento fortuíto, algo que nadie se llegó a tomar en serio si no era por la situación económica y social, y como un guiño indirecto a lo que esperan, o quieren llevar a cabo los personajes. Esto se añade a las continuas referencias a una ola de calor, todos los exteriores aparecen filmados en colores tierra, y cualquier otro que pueda hacer pensar en un entorno extremadamente seco. Unido a unos escenarios muy puntuales, desde carreteras a centros de ocio y mansiones abandonadas, hace que en todo momento se mantenga una atmósfera de desolación y de encontrarse un poco al margen de lo que puede suceder en un entorno real. También se juega en alguna ocasión con decorados irreales: si bien se trata de una fecha reciente y muy concreta, algunos de estos parecen bastante intemporales, tanto en los edificios abandonados como en el manicomio donde transcurre parte de la trama. Este, en muchos casos, no responde tanto a lo que sería un centro moderno como a la idea que se tiene en la cultura popular: pasillos interminables, bañeras e incluso personal con uniforme anacrónico, consiguen una ambientación muy extraña y agobiante, pero sin resultar exagerada.

 


Aunque el guión depende bastante del giro final, consigue defenderse bastante bien e ir aportando los detalles necesarios hasta la llegada de este. Si la trama gira entorno a los cultos religiosos, las posesiones y los exorcismos, no dudan en jugar con ellos de forma que todo vaya quedando en el aire: los personajes hablan de dios y mencionan citas bíblicas, realizan exorcismos de una forma bastante sui géneris y todo lo que puede ser habitual en los predicadores  o los fanáticos, sin que mencionen durante esas secuencias el carácter del culto que estos siguen, hasta el desenlace.

 


Lo malo de los exorcismo es que lo ponen todo perdido

En general, la manera en que usan estos elementos es bastante modesta, de forma que podría haber resultado una buena película de terror…si no fuera por contar con un guión muy mal pulido. Los diálogos son en su mayor parte muy forzados, especialmente en lo que se refiere al personaje de Alba: mientras la niña se mantiene callada mirando de forma inexpresiva, tal y como han caracterizado a su personaje, todo va bien…hasta que abre la boca y empieza a hablar de forma en la que más que actuar, recita sus líneas de forma muy artificial. Si en la mayor parte de los casos esto chirría bastante, cualquier intento de conseguir seriedad salta por los aires tras la aparición de un secundario que, si cabe, dialoga con ella de forma todavía más ridícula. El reparto adulto es algo más solvente, especialmente el personaje de Eloy a quien un vocabulario teatral le resulta adecuado, pero en muchos casos estos parecen un poco desorientados por unas líneas de diálogos que no les resultan propias, resoluciones de trama a base de flashbacks puestos para la ocasión y en general, todo tipo de trucos para intentar cerrar los flecos que le fueron quedando al guión por el camino.

 


Estas ganas de hacer algo algo más tremendo de lo que se había planteado al principio acaban perjudicando bastante. No solo en lo relativo al guión y los diálogos, sino a detalles menores como la propia ambientación: si bien el tema de las posesiones es una parte minoritaria de la trama, acaban recurriendo a ella de una forma exagerada, al menos en su aspecto externo, que sería el de los maquillajes y caracterizaciones. De golpe y porrazo empiezan a aparecer por ahí unos semblantes blanquecinos, ojeras por todas partes a las que se les nota en exceso el no ser otra cosa que maquillaje, y uno más propio de un pasaje del terror que el de una película profesional.

 

Si bien esto es un detalle bastante más pequeño, es en realidad todo el tema de los diálogos, esos elementos pillados por los pelos y algunas interpretaciones muy flojas las que hacen que una película con elementos originales se quede en una producción más mediocre de lo que debería haber sido.

lunes, 3 de agosto de 2015

Jeff Kinney y el Diario de Greg. El mundo de los niños, visto por un tirillas


A la hora de escribir novelas cómicas, uno de los recursos más útiles es el contar con un protagonista un poco sobrado. Alguien que se crea único y un genio incomprendido ante un mundo que, en general, suele tener más razón y sentido común que él. Estos, como personajes principales,  también están muy presentes en la literatura juvenil, especialmente en la que narra situaciones cotidianas, al hacerse mucho más evidentes sus características en contraste con un entorno tan específico como es la familia, el colegio, y la vida diaria de un niño. Este tipo de historias también está bastante ligado a un estilo determinado, en primera persona, y a menudo, en forma del diario del protagonista, que acentúa mucho más la subjetividad con la que se narran las situaciones y la forma de describir al resto de personajes.

 


Hasta hace poco, el primer ejemplo que me venía a la cabeza eran los diarios de Adrian Mole, de  Sue Towshend, pero hoy los libros de Jeff Kinney son quizá los más populares. Estos son en realidad los cuadernos de Greg Heffley (que no diarios. Los diarios son para chicas), un chico de doce años que se considera todo un genio incomprendido por las circunstancias: a él le ha correspondido ser el hermano de en medio, entre un primogénito contra quien pierde todas las peleas, y un benjamín a quien sus padres miman de forma que sus otros dos hermanos no habrían imaginado. Su madre no duda en recurrir a técnicas pedagógicas para corregir su comportamiento, sin mucho éxito. Su mejor amigo, Rowley, no es demasiado brillante, pero en más de una ocasión llega a conseguir todo el reconocimiento entre los niños que a Grez le gustaría. Y el colegio es todo lo que podría esperarse para un chico un tanto enclenque y sin ningún interés en los deportes ni las actividades escolares que no puedan proporcionarle fama o algún beneficio.

 


En general, el argumento de los libros es muy corriente, basado en todas las situaciones cotidianas con las que los lectores pueden o pudieron encontrarse: estos son en su mayor parte, muy episódicos, separando cada capítulo o cada historieta por las fechas del diario, y como mucho pueden referirse a lo que sucede durante un curso lectivo, unas vacaciones, o un período más breve de tiempo. No hay un argumento concreto, como mucho, algún detalle que se establece como hilo conductor en el título de cada entrega. El primer tomo es el más general, donde sirve un poco de prueba para el personaje, mientras que  los siguientes lo mismo se refieren a momentos como viajes familiares, o una racha de mala suerte del protagonistas, sirven en realidad como introducción para ir contando el resto de anécdotas.

 


Tanto estas como el planteamiento de los libros son abiertamente cómicas, marcadas por la forma de ser del personaje. Al tratarse de un diario, todos los secundarios se caracterizan a través del protagonista, y es ahí donde el autor demuestra su maña: él puede presentar a alguien tal y como lo ve su protagonista, pero entre líneas es fácil hacerse una idea de cómo es en realidad y no cómo lo ve Greg. También de este, a través de su forma de escribir, es fácil hacerse una idea de cómo es: su carácter de hermano mediano está muy presente, junto a una forma de ser un poco egocéntrica que hace que gran parte de su comportamiento resulte bastante cómico en comparación con los resultados que obtiene. Precisamente este detalle hace pensar, no en un libro, pero sí en una serie, Malcolm in the Middle, cuyo protagonista tenía unas características similares. Pero las comparaciones terminan ahí: estos, a fin de cuentas, están pensados para un público más joven que la serie, y ni los personajes ni las situaciones llegan a los extremos enloquecidos que esta alcanzaba. Esto no quiere decir que los libros de Kinney sean mucho más amables, porque, dentro de esos límites, tampoco se corta a la hora de presentar algunos personajes tan reconocibles como el típico niño raro del colegio, con el que no se corta a la hora de caracterizarlo con un comportamiento un poco asquerosillo, y es perfectamente capaz de desarrollar una situación bastante cargada de humor negro, a partir de un familiar con demencia senil.

 


Dentro de las anécdotas que componen cada libro, las que le han dado éxito a su autor entre lectores de todas las edades son las relativas al colegio: aún refiriéndose a un sistema educativo especifico, la edad del protagonista hace que ese entorno sea perfectamente reconocible. Puede ser una middle school estadounidense, primero de la ESO o sexto de EGB,  pero en los distintos grupos  y la mitología que los niños van creando a lo largo de los años en el colegio  es fácil ver la comicidad de estos y en cierto modo, recordar situaciones muy similares…o incluso más absurdas que las que puede inventarse Jeff Kinney.

Es relativamente fácil construir una historia alrededor de un personaje como este, sobre todo recurriendo al humor y al sarcasmo en algunos casos. Pero los diarios de Greg cuentan con un elemento que los distingue del resto: las ilustraciones. En realidad no son ilustraciones como tal, como añadido al texto. Estas son toda una marca de la casa, compuestas por monigotes muy simples, y además forman parte del propio texto, complementando a menudo partes de la historia o explicando detalles concretos.

 

No podría decirse que sea un cómic, o quizá una novela gráfica, pero sí una donde los elementos gráficos también tienen una gran importancia, aportando bastante dinamismo y frescura a la historia. Y haciendo que su lectura se haga también mucho más rápida para los lectores más mayores que, en algún momento, echen un vistazo a sus páginas recordando, con algo de sarcasmo, todos esos detalles que eran parte de la vida escolar. Algo que también podría verse en las películas, porque la serie ha sido adaptada al cine en tres ocasiones. Aunque, precisamente cuando la gracia del libro se encuentra en su subjectividad y en sus ilustraciones, estas han acabado siendo también una parte de la película.

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