Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 23 de diciembre de 2021

Lecturas de la semana. Criando malvas




 De algún modo, los últimos libros que he terminado tratan sobre la muerte. Más que como algo inevitable, como la consecuencia de un acto violento, o bien como un lugar de descanso. Después de todo, el silencio que es posible imaginar en un campo de batalla devastado y un cementerio con siglos a sus espaldas es bastante similar.



Alexander Lernet-Holenia. Marte en Aries. Cuando el teniente Wallmoden es llamado de nuevo para incorporarse a filas en unos ejercicios militares de rutina, , no sospechaba que ese sería el comienzo de la invasión de Polonia, y el final de unos años de paz que el propio Lernet definiría como un interludio. La novela, además de no hacerle ninguna gracia a Goebbels, es capaz de describir la guerra con toda la crudeza que merece para sumir a sus personajes en un entorno fantasmagórico donde  no queda nada claro  cuál es la frontera entre la realidad y lo fantástico.  El protagonista acompaña su avance en el ejército con la búsqueda de una misteriosa mujer con la que puede, o no, volver a reunirse en algún momento. Aunque él mismo aquejado de un estado físico que un médico define como “un estado de consciencia alterado”, no parece un narrador muy fiable.

Aunque la definición más habitual de una guerra sea la del infierno, el frente descrito por Lernet-Holenia es más cercano a un purgatorio: un escenario desolado, de personas huyendo, mansiones vacías y caminos cubiertos de polvo que envuelven todo, incluso a los soldados. Este entorno viene acompañado por diálogos entre sus protagonistas donde se plantean la naturaleza real de lo vivido, o el haber podido sobrevivir a lugares donde la posibilidad de esto era tan remota como el salir vivo de una trinchera.

A medio camino entre la narrativa bélica y el fantástico, el mejor resumen que puede ofrecer este, es precisamente, la conversación entre Wallmoden y el capitán von Sodoma:

-        Aún así, quizá los relatos más auténticos sean aquellos que no son del todo fantásticos ni del todo lógicos (..). porque toda nuestravida transcurre precisamente en ese interregno.




Mariana Enriquez. Alguien camina sobre tu tumba. Enriquez se define a sí misma, con sorna, como “necrófila”, dado su amor por los cementerios de los que es visitante habitual y dedica un libro a aquellos que ha conocido personalmente en los últimos años. Lugares tan dispares como Cuba, Perú, Savannah, Perth o sitios con solera como los de Genova o Los Inocentes de París, el libro, más que una guía exhaustiva (en realidad los datos están disponibles en cualquier web), es una recopilación de sus impresiones y lo que significa para ella cada lugar. Unos lugares donde la vida y la muerte están muy mezcladas y  donde cada visita viene acompañada por detalles sobre su estancia, anfitriones y gente que conoce durante sus viajes, a veces tan extraña y peculiar como la que podría encontrarse en sus relatos, o incluso a la vuelta de cualquier esquina: a veces, el mundo de los vivos es tan desconcertante como el ficticio.

La colección de visitas se cierra con un entierro, en el cementerio de Buenos Aires, de una de las víctimas de la dictadura y una lista de los lugares que le gustaría visitar en el futuro. Lejos de considerarse una guía, o como no ficción, acaba siendo un viaje donde la narración y lo verdadero se convierte en algo difuso, tanto como cualquiera de sus narraciones ¿qué pudo pasar con el joven que conoció en las calles de Genova? ¿Realmente un hueso de los Inocentes vive ahora, feliz, en su casa, entre calacas y otras ofrendas? Aunque quizá esto último sea un reflejo de lo que a muchos nos gustaría atrevernos en una visita a un cementerio ilustre.

jueves, 16 de diciembre de 2021

El sirviente (1963). Upstairs, Downstairs

 


El orden establecido en una sociedad es el entorno menos estático y fiable cualquiera que sea el lado del que haya correspondido vivir. Las cosas, para unos, están bien y son así por algo. Para otros, generalmente  los que tiene la porción más pequeña del pastel, considera  que es injusta y  debe cambiar. Esto se ha reflejado de muchas manearas en la ficción, bien como algo esperanzador o como un giro de 360 grados en el que todo sigue igual. Otras aproximaciones emplean esta situación para presentar una visión mucho más retorcida, muy vinculada a la psicología de los personajes, haciendo que la comedia, negra, el suspense o el drama psicológico tomen un matiz mucho más complejo. Y que, si bien hace unos años Parásitos llevó a los Oscars lo que cualquiera está dispuesto a hacer  para ascender el escalafón, una novela de Robert Maugham trasladada al cine en los 60 y guionizada por Harold Pinter, abordaba el mismo tema.




Una mañana a comienzos de invierno en Londres, un hombre acude a una mansión, lujosa pero todavía sin habitar, dispuesto a presentarse al puesto de servicio ofrecido por Rony, un joven rico y con intenciones de aumentar su fortuna mediante una operación especulativa de la que no duda en hablar en todo momento. Hubo Barrett, su nuevo sirviente, se encargará desde ese momento de todas las cuestiones relacionadas con la casa. Desde su decoración inicial hasta las tareas domésticas…incluso entender a su jefe durante un resfriad. Poco después se incorporará su hermana Vera como parte del servicio, pese a las protestas de Susan, a novia del propietario. Esta considera que hay algo inquietante en un solícito criado que parece seguirles a todas partes y del que Tony se ha vuelto excesivamente dependiente.



La historia, limitada en gran parte por los escenarios de una mansión gigantesca, quizá excesiva para un solo habitante pero que refleja su personalidad, y en menor medida, por escenarios reducidos, como un pub o un restaurante, así como su carga psicológica, ha hecho que resultara sencillo adaptarla a obra de teatro, un montaje que se hace patente en la película: esta parece irse componiendo de diversas escenas, que conducen a un segundo acto donde se pone de manifiesto la brusquedad del cambio en los personajes, en el que el lapso de tiempo se intuye por el público a partir de los cambios en el mobiliario (donde parece que este ha sido retirado o vendido) y por las referencias al exterior  donde la nieve da paso a la lluvia. Un entorno  inclemente donde el único resguardo consiste en un lugar cerrado, que lejos de convertirse en claustrofóbico, sirve para que los personajes se desplacen con cierta libertad y se aprecie como su personalidad se transforma.





El cambio entre ambos protagonistas constituye la trama principal. El personaje de Hugo Barret resulta perturbador desde su llegada, frente a la indolencia y actitud caprichosa  de su jefe. Alguien que parece esconder algo sin que esto quede claro (como se muestra en el drástico cambio de actitud frente a las jóvenes que interrumpen su llamada telefónica) y cuyo  desarrollo va transformándose desde un plan con tintes ambiciosos o un posible chantaje a una relación cuyo matiz sentimental, un tanto malsano, se convierte en la principal dinámica entre patrón y sirviente. El blanco y negro sin apenas escala de grises con el que se filma esta convivencia, y más evidente hacia la segunda parte, llega a recordar los escaso momentos de camaradería que Robert Pattinson y Willem Dafoe mantenían en El faro.




El retrato del resto de personajes tampoco muestra una visión favorable: Susan, la novia relegada a l segundo plano. Vera, como parte del plan de Hugo y una extraña mezcla entre vulgaridad y falsa inocencia. Las conversaciones que se escuchan de pasada en un restaurante o la expresión desolada de los clientes habituales del pub, que jugarán un papel en el desenlace. Y sobre todo, el retrato breve pero despiadado de una clase alta estancada, cómoda con la situación y ajena a todo lo que n o les interesa o beneficia. Un diálogo, corto y absurdo sobre la confusión entre una prenda  y los vaqueros de la pampa complementan  el entorno donde los personajes se mueven.

Entre el suspense, y a veces, muy poco, lo irreal, la mejor forma de definir el sirviente es como drama psicológico: no hay en ningún momento, un objetivo claro a las maquinaciones de Barrett ni las aspiraciones de Tony, sino una extraña inversión del orden establecido





jueves, 9 de diciembre de 2021

Lecturas de la semana. Vampiros, aniversarios y portadas horribles

 


Desde que hice como en aquella película, dejé de preocuparme y aprendí a amar la bomb…digo.., a volver a visitar librerías de segunda mano sin miedo a llevarme de allí lo que me gustara o lo que me llamara la atención. Olvidándose de cuestiones de espacio y otras preocupaciones, me ha servido para encontrar algunas cosas que, o bien en su momento se me escaparon, o que entonces estaban muy lejos de lo que me interesaba.



John Steakley. Vampiros. Más conocido por la versión al cine que llevó a cabo Carpenter en 1999, esta novela de 1990 tiene poco que ver con el guion que se desarrollaría, salvo su punto de partida: un grupo de seguridad privado, avalados por la iglesia católica, realiza tareas de eliminación de los distintos grupos de vampiros que se extienden por los lugares recónditos del interior de Estados Unidos. El rupo, liderado por Jack Crow y dirigido por Annabele, a la que sus trabajadores dedican una devoción casi filial, es consdiente de los peligros de su trabajo y que muchos de ellos no saldrán de la próxima misión. Pero esta se complica cuando, tras perder a varios de sus mejores hombres, descubren que uno de los vampiros conoce el nombre e identidad de Crow, convirtiéndolo en un blanco para el resto de no muertos y sus siervos. 

El estilo del libro es más cercano al de una novela de cazarrecompensas que a una de terror, dedicando mucho tiempo, más que a caracterizar, a describir la  vida de unos personajes de los que en todo momento  se habla de la necesidad de ser duros y encallecidos. Tanto, que a veces parece que va a salir la testosterona de entre las páginas. Estos, con su sentido del deber y su insólita caballerosidad con los personajes femeninos (dos, en realidad), recuerda mucho a los héroes del western clásico. Que, el autor parece haber tenido en cuenta a la hora de narra, porque la parte sobrenatural, además de en comparación, más escasa, es lo más rutinario y los vampiros que describe no parece tenerlos muy claros: a ratos son criaturas hambrientas e irracionales que se ocultan en edificios vacíos, y a otros, genios del mal y el hipnotismo. 

En este caso, la versión cinematográfica sí que se aproxima más al terror, aunque no se esté completamente de acuerdo con los cambios realizados y la mitología de aportación propia llevados a cabo. En cambio, estos Vampiros de John Steakley son una lectura entretenida, al menos alejada de la tendencia romántica que imperaba  cuando se editó (en España andábamos por el quinto o sexto libro de Lestat) pero que se queda en algo anecdótico y que pudo ser editado gracias a contar con un poster cinematográfico que poner en la portada. O peor, uno de los fotogramas más feos que se utilizaron como cubierta en una de las ediciones.



Robert E. Weinberg y Martin H. Greenberg. El legado de Lovecraft. Aunque la presencia de los mitos de Cthulhu y las antologías de esta temática no fueran algo raro (ahí están los primeros cuentos de Campbell y la antología Horror 6 de Bruguera), el libro publicado en la colección Gran Super Terror de Martínez Roca tenía algo especial. No solo ser de los pocos de esta línea que no llevara a Stephen King en mayúsculas, ni el haberle tocado una de las portadas menos horribles, sino el tratarse de una recopilación editada en 1990, en el centenario del nacimiento de H. P. L. la idea consistía en pedir a los autores que aportaran un relato en el que se pusiera de manifiesto su influencia, o si se pudiera hablar de deuda, que estos pudieran tener con Lovecraft, bien como su primera lectura fantástica, o bien como referente.

El resultado, pese a lo señalado de la fecha, es bastante desigual: hay relatos buenos, pero que tienen más cercano el pulp que el horror cósmico, otros son un pastiche de Poe y Loveraft, otros hacen su interpretación de los mitos con su particular estilo, como hace Brian Lumley (aunque después de la locura de Titus Crow o Necroscope, su cuento El gran C es hasta discreto), y otros, como Ray Garton, poco pintan  sino es por el cheque que les psieron, a partir del cual seguramente decidió meterle un par de tentáculos a algún relato que tenía en el cajón.

Aunque las aportaciones de Gene Wolfe o Gahan Wilson sean las mejores, por su calidad, atmósfera, o en el último caso, por hacer un homenaje más sentido a la figura del autor, el conjunto se queda en una antología correcta, pero que no parece estar a la altura de la fecha que intentaban conmemorara. Hay colecciones posteriores con propuestas más acertadas, y…bueno, cuando años después es posible leer algunos cuentos cortos de Laird Barron, o El Tsalal de Thomas Ligotti, hace pensar que no hace falta ninguna fecha para celebrar el legado de Lovecraft.

jueves, 2 de diciembre de 2021

Nosferatu (1979). Bajo el aleteo de un murciélago


 

Aunque la base literaria  de determinadas películas esté más que reconocida, estas cuentan con una identidad propia, hasta el punto de que muchos cineastas se propongan   hacer un remake, y no una nueva adaptación del material original. Se llegó a hacer, fotograma a fotograma, un rodaje nuevo de Psicosis, y no de la novela de Bloch. Se habla de un remake de El cuervo de Proyas, y no del comic de James O´Barr...y a finales de los setenta Werner Herzog decidió hacer su propia versión no de vampiro creado por Bram Stoker, sino  de la película de Murnau que en 1922 había adaptado la historia del no muerto al que, por motivos de unos derechos de autor todavía vigentes, no podían nombrar. Una visión tan personal  e influyente en el fantástico y el cine que era inevitable que  se le quisiera rendir homenaje. 



Han pasado los suficientes años para que el Nosferatu de esta película sea llamado Conde Drácula, el joven abogado  que acude a Transilvania  a cerrar una venta sea Jonathan Harker e incluso para que el profesor Van Helsing haga una aparición en la trama que ya conocemos: Harker se quedará atrapado en el casillo mientras el Conde inicia un viaje hacia la Europa civilizada, llevando consigo la enfermedad, la muerte, y movido por una extraña obsesión por la esposa de Harker, en cuyas manos quizá esté el poder de detener al vampiro .Pero también como para que los elementos de la película de 1922 estén presentes: Renfield será el abogado qeu envía a Harker a su perdición, el destino del vampiro no es Londres, sino la Europa continental (Bremen o Delft) y en este caso no es Mina, sino Lucy Harker. 

El resultado tiene tan poco que ver con el Drácula de Bram Stoker como con el Nosferatu de Murnau, y sin embargo, sería imposible entender la película sin la existencia de la que versiona. Esta parece querer optar a veces a un estilo muy similar a su original muda, con largos planos sin diálogo, interpretaciones forzadas y un tanto extrañas (especialmente la teatralidad y expresión hierática de Isabelle Adjani), o utilizando directamente frases empleadas en el guión original. Otras, en su gran mayoría, prefiere una aproximación nueva, y un enfoque surrealista que acompaña a toda la película. Se habla de Bremen, Wismar y Transilvania, pero gran parte de la acción transcurre en Delft y los créditos se abren con una hipnótica secuencia de las momias de Guanajuato. A las referencia a los escenas antiguas y los escasos diálogos los acompañan frases aportación propia, como "me vendrá bien salir de esta ciudad surcada por canales, siempre en círculos, sin llegar a ninguna parte", o la pronunciada por Dracula: "la ausencia de amor es el dolor más intenso" (ahí lo siento, pero le da mil vueltas a los océanos de tiempo). Estas son solo una muestra en una producción donde el vampiro es algo secundario ante la atmósfera y los escenarios: éstos recorren unos exteriores donde los figurantes caracterizados  dan más la sensación de una recreación que de una película realista, y donde la amenaza del no muerto se convierte en  la llegada de una plaga que diezma a una ciudad ya de por si irrealmente vacía. Y que sirve para desarrollar una secuencia que evoca la idea de las danzas de la muerte a través de los ataúdes llevados en medio de la plaza, junto a grupo de bailarines e incluso una última cena rodeados por una colonia de roedores. 




Aunque los rostros más recordados sean los de Isabelle Adjani y Klaus Kinski, es interesante el enfoque del resto de papeles principales. Roland Topor poniendo cara a Renfield es una aparición menor en comparación, pero lo más destacable es el Harker de Bruno Ganz: frente a la interpretación en otros casos de víctima involuntaria, salvador en último momento, y un tanto pelele en comparación a Mina o Lucy Harker, aquí se le dota de un matiz distinto, mucho más oscuro e incluso con un atisbo de humor negro  en su tarea final de sustituir al Conde, haciendo que su primer diálogo acerca de abandonar la ciudad tenga un matiz premonitorio. 


..Y los años que me quedan todavía para poder jubilarme...


Y sobre todo, la figura del conde Drácula. Con todo lo que supone contar con un actor tan excesivo como Kinski, este poco tiene que ver con el Drácula elegante e incluso con el Orlok original: la similitud termina en su caracterización, y este sea aleja del aspecto de cadáver amenazador de Shreck para adoptar una actitud que roza el patetismo: este Drácula parece arrastrarse, mendigar y suplicar sustento de forma similar a un yonki, parece costarle dar cada paso en sus interacciones con los vivos y sin embargo, sigue resultando igual de peligroso. 

Nosferatu, el vampiro de la noche, como se tituló originalmente, es a partir de un remake de la película de Murnau, una visión del vampiro a través de una estética fantasmagórica con la que el público  no va asustarse, pero sí asistirá a su desarrollo con la extrañeza con la que se ve un producto fuera de su tiempo. 

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