Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 30 de abril de 2020

Godzilla, rey de los monstruos (2.019). La belleza en los monstruos y poco más


El monstruo más conocido de la cinematografía japonesa no ha sido un extraño en las pantallas occidentales. Desde las primeras versiones orientadas al público global, donde se incluía un actor conocido para poder hacerlo más atractivo en los cines fuera de Japón, el primer intento de remake llevado a cabo por Roland Emmerich donde convertía al enorme pero regordete lagarto en una especie de tiranosaurio cabreado, hasta uno filmado en 2.014 donde por fin parecían captar el trasfondo que acompañaban los cincuenta años largos de kaiju. Detrás de este parecía encontrarse la misma idea que la de su productora original: si funciona, irían apareciendo secuelas y nuevas criaturas que formarían parte de un Monsterverse, como planeaban llamarlo. E incluso, hacer formar parte de este al propio King Kong, como se sugirió en La isla de la Calavera, intentando convertirla de una forma muy libre en una precuela.  


El rey de los monstruos es en realidad la secuela directa de ese primer Godzilla: no solo los mismos monstruos, sino los mismos personajes que deben lidiar con las consecuencias de la primera aparición de unos titanes de los que no queda muy claro su papel en el mundo, si protectores o amenaza. El matrimonio Russell mantiene una separación que dura ya varios años desde la muerte de su hijo mayor, otra de tantas víctimas de la lucha entre gigantes. Aislado uno, obsesionada otra con el desarrollo de una máquina que permita interferir en el radar de los titanes y neutralizar el carácter destructor de algunos de ellos, esta es robada por un grupo terrorista decidido a liberar a todos los titanes y que estos reestablezcan un orden natural que ha sido alterado por los humanos. La máquina funciona, pero no el plan, dado que uno de los titanes, similar a un dragón con tres cabezas, no parece responder de la misma manera que el resto y su presencia supone la posibilidad de la destrucción total de la humanidad. Y, pese a la reticencia de muchos, quienes veían una amenaza en todos los titanes, quizá recaiga en un uno de ellos, al que llaman Godzilla, una posibilidad de detenerlo y devolverlos a su hogar en el interior de la tierra.  


De esta reunión de monstruos puede decirse una cosa a su favor: visualmente, es preciosa. Algo muy difícil tratándose de unas dos horas de gigantes hechos por ordenador peleándose y destrozando ciudades, pero han conseguido que la presencia de estos, manteniendo sus diseños desde los sesenta y setenta, resulten llamativos y tengan su coherencia dentro de la historia: los colores, marcados de forma distinta para cada uno de ellos, su aparición entre brumas y los contornos desdibujados de muchos de ellos, dando una mayor impresión de algo masivo, pero también intangible, van parejos a una mitología que se van desarrollando en los diálogos de los personajes, donde la naturaleza de estos es inexplicable y se pierde en ideas propias de las primeras novelas fantásticas, la tierra hueca, y en una explicación tan sencilla como la de explicar su presencia en la mitología por haber sido tomados por dioses en la antigüedad. Si, salen monstruos como una polilla gigante y un dragón de tres cabezas que sueltan radiactividad, pero eso es algo que estaba implícito en una película cuando lleva el título Godzilla, y no impide que los doten de un trasfondo curioso, y menos arriesgado que cualquier cliché de ciencia ficción.



En la mayoría de estas películas, la batalla entre criaturas gigantes suele ir paralela a la trama de los personajes humanos. Que en este caso, es lo que la convierte en algo muy flojo: sencillamente, el drama familiar de Vera Farmiga como ecoterrorista y Millie Bobby Brown intentando encontrar a su padre no llega a resultar interesante, y la presencia de los terroristas liderados por Charles Dance, a los que despachan hacia el desenlace, parece más destinada a contar con unos villanos humanos saca monstruos en la posible franquicia que en ofrecer una explicación más allá de cuatro clichés nihilistas. Aunque la clave sean los efectos especiales, el montaje, y sobre todo, la fotografía, unos buenos personajes y que estos cuenten con una buena trama es algo necesario, tanto en una de monstruos sin más como para aquellos que no somos especialmente seguidores de los Kaijus, pero que pudimos divertirnos con Pacific Rim (salvando las diferencias dentro del género), gracias a contar con estos y no solo con los gigantes.



El rey de los monstruos es una buena película de monstruos, pero sin más: batallas apocalípticas, diseños bonitos, puesta en escena cuidada y una mitología que resulta interesante e incluso sirve como broma final al mostrar la narrativa potencial que supone la presencia, una vez desvelada, de toda esta colección de criaturas. Pero, que, cada vez que la cámara se separa de los kaijus para mostrar lo que hace el reparto, cae en el aburrimiento.  

jueves, 23 de abril de 2020

Obituario: el biógrafo de Mastropiero


El miércoles por la tarde la noticia de un fallecimiento aparecía, oculta entre otras similares en unos días en los que estas se han convertido en algo similar y en un entorno en el que tomarse cualquier cosa con humor es cada vez un poco más difícil. Sentido del humor que ha sufrido una vez más un golpe con la partida de Marcos Mundstock. 



Mundstock era la cara más reconocible, o más bien, la voz cantante de Les Luthiers, un quinteto dedicado a la música humorística y hasta la fecha, únicos biógrafos y defensores de la obra de Johann Sebastian Mastropiero. Ese compositor nunca bien ponderado que desarrolló todas las corrientes musicales habidas en la historia (es probable que también haya vivido en todas ellas, su biografía no es clara al respecto), plagió descaradamente alguna de sus obras más famosas e incluso recicló la melodía de estas para distintas piezas. Fue gracias a grave voz de Mundstock, y su capacidad de presentar e interpretar varias de las piezas del compositor de referencia de Les Luthiers, la estrafalaria vida de un músico inventado por ellos y que no era si no una parodia de esa faceta más culta y estirada dentro del múndo de la música donde demostraron que era posible no solo inventar los instrumentos musicales más estrafalarios, sino que nada era intocable, que en un recital era posible pasar de la cantata al blues y que la epistemología no estaba reñida con la cumbia ¿No habíamos dicho que Mastropiero era un compositor (y plagiador) de múltiples talentos?



La pérdida de Daniel Rabinovich, en 2.015 supuso ya un golpe para la formación de músicos, del que todavía se repuso y fue capaz de continuar con su carrera y espectáculos. Pero, si Rabinovich era la parte más cómica, la pícara y a veces la más atontada, Mundstock era, además del presentador y actor principal en muchos casos, su contrapartida severa, formando en más de una ocasión una versión muy particular del dúo cómico de listo serio y tonto gracioso, aunque como podía verse, el primer adjetivo no era siempre cierto.

Con la partida de Marcos Mundstock puede darse por terminada ya la aportación de Les Luthiers tal y como se la conocía. Esta, durante su carrera, había sufrido alguna que otra variación, pero siempre había mantenido sus cinco caras y personajes principales que sus integrantes llevaron a cabo durante más de cuatro décadas. Ahora es al público, a los que pasamos horas con los recitales de Mastropiero, con las canciones traducidas de forma anárquica del inglés, del francés e incluso del alemán, y también con la crítica a los trucos políticos más populistas: muchas gracias de nada.



jueves, 16 de abril de 2020

Lecturas de la semana. “Lo que hice en mis vacaciones”



Si hay algo que estos días ha dado tiempo de hacer es leer. Como hacía a menudo, seguido...bueno, en realidad igual que ahora, pero con la diferencia de haber reunido libros o antologías lo bastante breves como para poder terminar algunos en menos de una semana, o que estos sean tan dispares entre ellos como para poder pasar del terror a la fantasía de espada y brujería de un momento a otro.



Michael Moorcock. El caballero de las espadas. Primera entrega de una de las trilogías de Corum, que más adelante sería también un avatar del Campeón Eterno (el héroe creado por Moorcock en distintos planos de su multiverso y que vendría a ser distintas facetas de los héroes de sus sagas). Y, en este caso, un reverso del primero que conocí del autor, Elric: al igual que este, Corum es el último de los Vandhagh, una estirpe de seres longevos y un poco decadentes en los que termina toda similitud con los melniboneses. Mientras estos eran el paradigmo del sadismo y del arquetipo de raza decadente, los personajes de El caballero de las espadas son unas gentes pacíficas, centradas en las artes y un tanto indiferentes a las civilizaciones humanas que empiezan a asentarse en el mundo. Esta actitud pacífica supone también su perdición y el comienzo de la saga: aniquilados por una de estas tribus, Corum, ahora mutilado, busca venganza, pero también salvar a la mujer que ama de un semidios del caos que ha decidido servirse de él como peón en su juego. Y si este giro de narración parece un poco abrupto así escrito, en realidad lo es, porque uno de los rasgos de Moorcock a la hora de escribir fantasía solía estar definida por una caracterización de personajes bastante nula, que aparecían a menudo al servicio de la trama. Que, lo mismo pasaba de una venganza por el exterminio de una raza que a una historia romántica surgida con un personaje aparecido hace dos páginas. Pero también, por una imaginación desbordante y un buen ritmo, cuando estaba inspirado, a la hora de narrar aventuras y describir entornos fantásticos. Gran parte de sus textos son fallo o acierto, sin muchas posibilidades en medio, y estos venían dados por una completa falta de límites a la hora de describir ambientes en una trama que, en el fondo, no difiere mucho de las bases de Orfeo o las gestas de caballería: el héroe debe superar una serie de pruebas para recuperar a su amada. Aunque estas implican un extraño viaje a través del mar, naves voladoras, enemigos y aliados que desaparecen tan rápido como desaparecen y un descenso a los infiernos como solo sabe describirlo Michael Moorcock.



Richard Matheson. Pesadilla a 20.000 pies y otros relatos. Debo avisar previamente que, salvo algún relato suelto, no había leído nada de Matheson. Pero las cuarentenas dan para mucho, sea para poder llenar huecos lectores (como terminar por fin Drácula) o para que dos gatas domésticas empiecen a mirarte como si fueras una especie de huesped que ha sobrepasado los límites de duración de toda visita. En este caso, dedicarle tiempo a un autor que, entre referencias a episodios de Twilight Zone, gags de los Simpson y reconocimiento de escritores consagrados, se le debe una parte muy importante de la cultura popular de los últimos sesenta años.
Pesadilla a 20,000 pies da título al primero de los relatos, uno de sobra conocido como es la presencia de una criatura, ocupada en destrozar las piezas de un avión en pleno vuelo, percibida por un solo pasajero quien es consciente de su presencia y lo que esta supone. Una imagen tan popular como otros relatos que pueden aparecer en la recopilación, pero que también muestra los elementos comunes en varios de ellos: la irrupción de lo irreal, a veces absurdo, otras aterrador, y siempre inexplicable, en un entorno cotidiano, el efecto de esta situación en los personajes, hasta ahora, gente de a pie que se ve frente a lo extraño, y como este acaba siendo percibido por el entorno: ¿Pudo ese hombre haber salvado el vuelo durante la tormenta, o era un loco que pretendía suicidarse? ¿La casa de ese profesor realmente estaba intentando matarlo, o solo había sido víctima de su fracaso como escritor?
En gran parte de estos cuentos siempre queda esta duda. También en su mayoría, vienen marcados por un giro final, o más bien, por una frase que cierra la historia con un golpe de efecto que sería imitada en muchos formatos con posterioridad (incluso en algunos tan lejanos en estilo y tiempo como los creepypastas) y que, por su carácter pionero en la época, los convierten en algo inolvidable para los lectores. Dada la brevedad de los cuentos escogidos, la presencia de esos giros es algo habitual, pero también sirve para poder apreciar de una forma rápida el estilo del autor de Soy Leyenda, y que sería adaptado en muchas ocasiones a cine y televisión: muy rapido, al menos en el formato de cuento corto, con muy pocas florituras y recurriendo a menudo a la narración en tiempo presente, como si fuera un guión, y novedoso en medio de un género que todavía se debatía entre los últimos coletazos del pulp. Algunos de ellos pueden considerarse hoy cultura popular, otros siguen sorprendiendo, y seguramente, durante los años cincuenta, estos habrían asombrado a muchos y escandalizado a más de uno.

jueves, 9 de abril de 2020

Doctor Sueño (2.019). Y ahora, algo completamente diferente


Esta es una de esas honrosas producciones que cuentan con la presencia de un gatico

El Resplandor pasó a la historia como una de las películas más conocidas de Stanley Kubrick, una de las mejores producciones de terror de la historia, y una de las adaptaciones de la obra de Stephen King que menos le gusta a su autor. Le repatee o no, el guión tiene el suficiente peso como para que, cuando se llevó a cabo la versión cinematográfica de su secuela, esta lo fuera más bien de la película de 1980, que difería del libro en muchos aspectos, y no de lo que se narraba en el papel.  


Doctor Sueño es el apodo que recibe Danny Torrance, el pequeño superviviente del hotel Overlook,en su trabajo como conserje en una residencia de ancianos. Tras años de intentar apagar su don en alcohol, y huyendo de los fantasmas que, a veces pedían su ayuda, y a veces continuaban persiguiéndolo desde el Overlook, ha conseguido rehacer su vida y utilizar su capacidad para acompañar a aquellos pacientes a los que ha llegado su hora. Pero su día a día, metódico aunque algo apagado, se ve truncado cuando Abra, una niña dotada de un poder similar al suyo, le advierte de la existencia de un grupo de viajeros con habilidades sobrenaturales, que se hacen llamar el Nudo Verdadero, que encuentran y se alimentan de todos aquellos niños dotados de poderes a fin de prolongar su longevidad. La solución por la que Danny ha optado hasta ahora, esconderse antes de que nadie lo encuentre, no parece ser una opción cuando el Nudo se ve atraído por los poderes de Abra, y quizá la única forma de salvarla, y también al resto de niños que estos puedan encontrar, sea regresar a un lugar peligroso para cualquier poseedor de Resplandor, sea este bueno o malo: los muros del hotel Overlook, ya abandonado, pero cuyo interior todavía alberga algo peligroso.




Teniendo en cuenta unicamente las versiones cinematográficas de esta, y del Resplandor (entre otras cosas, porque no me he leído ninguno de los dos libros. La cuarentena cunde, pero no tanto), el cambio de tono entre ambas es muy notorio: la película de Kubrick era una historia de terror, no tanto por los tintes sobrenaturales sino por los efectos de la locura y el aislamiento en un período de tiempo muy breve. Esta, en cambio, es una historia de fantasía oscura en la que se explora el aspecto fantástico y el desarrollo de una mitología que no había estado presente previamente: la existencia de distintos Resplandores, como los llama el mentor del protagonista, de niños, de lugares o seres que se alimentan de esos poderes, y la continuidad de esa mitología en la figura de la protagonista infantil, y en la sugerencia de que puede haber cosas peores que las que se han visto narradas. Una mitología que en realidad, se ve aquí muy limitada, dado que en su contrapartida escrita, King la ha expandido a varios libros y narrativas, existiendo referencias cruzadas a series como La Torre Oscura, pero que en este caso se omiten, por su dificultad de integrarlas, y que en otros se ven limitadas por cuestiones de metraje, como el caso de los personajes antagonistas: estos, un grupo bastante amplio, se ve reducido en caracterización a dos o tres principales, convirtiéndose el resto en secundarios anónimos. Claro que, sería muy difícil dedicar todo el tiempo necesario a desarollarlos como puede hacer King (y muy bien) en cualquiera de sus libros.



Respecto a los protagonistas y sus contrapartidas, Mike Flanagan ha sido la mejor opción a la hora de elegir un director. Aunque más conocido por la serie de Hill House, la mayoría de sus películas vienen marcadas por un importante componente humano y el peso de los personajes y su carga dramática en la historia. Y que, haciendo muy buen trabajo con el personaje interpretado por Ewan MacGregor, o Kyliegh Curran como Abra, especialmente en lo tocante a la hora de presentar sus poderes a aquellos de su entorno que no quieren ser conscientes de ellos, se nota en el caso de los villanos. Aún con las limitaciones, es capaz de hacer en conjunto, un grupo creíble, en el que se intuyen sus propias dinámicas y relaciones y que, gracias a la presentación del miembro más joven de este, estos se caracterizan como seres que han elegido sus acciones como modo de supervivencia, uno claramente sádico y que los convierte en los villanos, pero no dentro de su forma de convivir. Que, por su caracterización de nómadas, y su manera de alimentarse un tanto vampírica, hace pensar en Los viajeros de la noche de Bigelow.



Aunque la historia no sea tanto la continuación de El Resplandor como de la vida adulta de su protagonista, es inevitable que muchos de sus elementos tenga su aparición. Ya en la primera parte de la trama, en forma de los fantasmas que han podido seguirlo, y con la presencia del hotel como escenario del desenlace. Este último, ya convertido también en una parte más de la mitología desarrollada en la película, aunque los lugares y personajes que aparecían en él, siguen presentes (y se agradece que la aparición de Jack Torrance sea mediante un actor y no por digitalización. Y si bien la naturaleza de los anteriores fantasmas aquí se ve modificada de acuerdo a la trama, resulta un poco chocante su presencia más o menos continua. Especialmente, el fantasma de la habitación, una de las imágenes icónicas de la película y que aquí acaba apareciendo tantas veces que su capacidad de provocar miedo acaba quedando un poco lejos: su primera visión en el resplandor me resultó ateradora, incluso más que las gemelas o la naturaleza del hotel embrujado. Después de tres o cuatro apariciones (más una estelar en Ready Player One) en distintas bañeras y recintos, solo podía pensar: ¿Otra vez tú?


Cinematográficamente, Doctor Sueño es una continuación directa de El Resplandor: han modificado el material original de forma que los hechos posteriores coincidieran con los cambios introducidos en la película anterior, pero su enfoque y contenido es muy distinto: no es ya una historia de terror y hoteles encantados (o en gran parte, de horror realista con su enfoque de la locura), sino una muy distinta de fantasía sobrenatural, muy bien filmada y que también muestra la evolución en cuanto a las adaptaciones de King al cine. Ahora, yo preferiría pasar ya una temporada sin ver al fantasma de la habitación 237 que yalo tengo algo aburrido.  



jueves, 2 de abril de 2020

Doble Dragón (1.994). Arcades, atrezzo y mitología de saldo



Durante los noventa se vivió una pequeña fiebre por adaptar videojuegos al cine. Entonces aparecieron algunos títulos de los que las malas lenguas dirán que, más que fiebre, fue una peste bubónica, dados los malos resultados de taquilla y calidad. Y que, salvo excepciones por lo marciano de su guión y casting, como el caso de Super Mario Bros, o por las circunstancias de su producción, como Street Fighter, hoy han caído en el olvido y no es posible verlas ni como relleno en televisión. Pero sí, con suerte, haciendo bulto en el catálogo de algunas plataformas de vídeo que parecen decididas a ofrecer algo anterior al 2.005.


Estrenada el mismo año que la esperada (y después estrellada) Street Fighter, Doble Dragón adapta un videojuego de un género similar: en este caso, el beat´em up, que consistía en mover un personaje o dos a través de una pantalla en la que iban saliendo distintos enemigos, cuanto más aspecto de punk o de ninja mejor, derrotándose sucesivamente hasta la aparición del jefe final, con la excusa del secuestro y rescate de algún personaje secundario. En este caso, la película optaba más bien por adaptar el trasfondo del juego y añadir algo más que una historia de rescate: es el año 2.007, casi una década después del terremoto que convirtió a Los Ángeles en una ciudad sin ley dominada por las bandas. En medio de un escenario poblado por pandilleros con trajes temáticos, contaminación atmosférica y corporaciones malvados, los hermanos Billy y Jimmy sobreviven compitiendo por dinero en distintos torneos de artes marciales. Lo que desconocen es que su tutora, Satori, es la guardiana de una de las dos mitades de un antiguo medallón que otorga a su poseedor el poder de aumentar su fuerza física y espiritual. Por desgracia, Koga Shuko, el magnate que tiene en su mano gran parte de los recursos de Nuevo Los Ángeles, tiene también la otra mitad del medallón y no parará hasta completarlo y obtener el poder necesario para dominar toda la ciudad.





Es difícil describir una película así como buena o mala…bueno, no. Es mala como ella sola. Del mismo modo que lo son las de Van Damme repartiendo estopa, las de ninjas y muchas otras de la época del videoclub, pero eso no evita que la mayoría sean tremendamente divertidas y que más bien deba hablarse de si están peor o mejor hechas. En este caso, ha sido una de las afortunadas, porque es una producción muy resultona, que por desgracia no tuvo el favor del público (se estrelló en taquilla), pero muy consciente de sus limitaciones y capaz de tomarse con humor las situaciones de su guión. Los medios, justitos, dan para unos decorados que vistos hoy, y teniendo en cuenta su presupuesto, no han envejecido demasiado mal. No puede decirse lo mismo de unas secuencias infográficas que se empeñan en meter en determinados momentos, seguro que para recordar que en el 2.007, todo el mundo tendría ordenador, tres dimensiones y cosas de esas que en los 90 sonaban a futuro improbable. Secuencias que acentúan la cutrez de una producción que habría resultado mejor de quedarse en un estilo artesano en lugar de hacer evidente unos años en el que las películas más modestas se debatían entre los efectos prácticos y una infografía que todavía estaba en pañales. Y que en su mayoría consisten en algunos exteriores bien aprovechados y unos decorados y vestuarios muy chillones que, en cierto modo, no desentonan nada con la estética de un juego de  bits.


El argumento, un armazón bastante pillado por los pelos para justificar la licencia del videojuego, tiene a su favor una cantidad muy alta de sentido del humor en el que, pese a tratarse de una historia de artes mariales en un futuro postapocalíptico, se toma muy a broma un entorno en el que aparecen escenas donde esa catástrofe es poco menos que una broma: el informe meteorológico sobre las posibilidades de lluvia ácida, un río inflamable o un vehículo alimentado con una caldera y papeles son parte de un escenario bastante colorido por el que se mueven los personajes, caras medianamente conocidas en producciones pequeñas, como Mark Dacascos, algunas que se harían una carrera en televisión, como Alyssa Milano, e incluso Robert Patrick con un papel de villano que es una de las partes más divertidas de la película: su caracterización, sin duda con el aspecto que se creía en los ochenta que tendría un malvado ejecutivo en un futuro cyberpunk, interpreta su personaje con bastante humor  y un punto ridículo: en este caso, no es más que un trabajo más, uno divertido, por el que pagan, y que quizá, en el contexto de la película, carece por suerte del tono crepuscular que le tocó a Raul Julia.

¿Y las peleas? Porque técnicamente están adaptando un videojuego de artes marciales…Bueno, más que peleas, lo que abunda son unas cuantas persecuciones, en unos vehículos propios de una versión de cartulina de Mad Max, por unos decorados imitando callejones y edificios, y finalmente combates, los justos pero al menos correctos, al contar en su reparto con Dacascos como especialista en artes marciales. Muy poco vistosos y escasos, quizá lo esperable para una producción con bastantes limitaciones. Pero que, como muchas otras que tampoco tuvieron fortuna en las salas de cine, acaban ganando con el tiempo, y quizá con ayuda de la nostalgia, algo más de simpatía entre el público de sofá.

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