Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 17 de diciembre de 2020

Johnny Mnemonic (1995). El futuro ya no es lo que era

Decía un profesor mío que la planificación a largo plazo no resultaba viable dado el amplio margen de error. Bueno, en realidad lo resumió diciendo “En los ochenta pensábamos que en el 2000 iríamos todos vestidos de papel albal”. Que, además de servir para que no se me olvidara el símil en la vida, describe bastante bien lo aproximado los futuros que se han asomado a la ficción: no hemos alcanzado  la Luna en una bala, Metropolis no fue inundada por el doble mecánico de una doncella ni hemos llegado a donde ningún otro ha llegado jamás. Pero, como toda estimación, algunas parecen más cercanas, y al menos durante años 1984 y Un mundo feliz han servido de referencia a las voces más pesimistas. Otras visiones, en cambio, han llegado a envejecer mucho peor en un lapso de tiempo más escaso. Quizá por lo ambicioso de su visión o por estar, sin darse cuenta, demasiado limitados a la tecnología mayoritaria de su época y a lo que se esperaba de la que empezaba a despuntar. Fue el caso del cyberpunk, que empezó como corriente dentro de la ciencia ficción literaria y su escenario un tanto desolador de corporaciones titánicas, piratas informáticos, implantes cibernéticos,  diskettes de 3 1/5 y sobre todo, realidad virtual llegó a constituir un género bastante amplio y asomarse a otros formatos como los videojuegos (al menos, mientras los que siguen esperando la salida del Cyberpunk 2077 no les de un colapso de tanto esperar), los juegos de rol, e incluso con sus limitaciones, el cine, aunque de manera un poco tímida.



Johnny Mnemonic podría ser un escenario de manual del cyberpunk, o si nos ponemos agoreros, un día cualquiera del año que viene: es el 2021, el capitalismo más salvaje se ha convertido en el único modelo económico dominante donde las grandes corporaciones hacen y deshacen a su antojo. La yakuza se ha convertido en el brazo armado de estas y una fuerza del orden en un mundo caótico donde el tráfico y robo de información se ha vuelto tan habitual que se han diseñado nuevas alternativas de transporte de datos: los correos mnemónicos, personas que alteran su red neuronal para almacenar y trasladar información confidencial. Johnny, uno de esos correos que ha sacrificado su memoria a largo plazo (en concreto, su infancia) para alcanzar una capacidad de almacenamiento de la friolera de 180 gigas, recibe un último encargo: un transporte de información que duplica su capacidad de memoria, pone en serio peligro su vida además de suponer la caída de Pharmakorp, una poderosa empresa farmacéutica que durante años ha tenido el monopolio del tratamiento del Temblor Negro, una enfermedad neuronal que afecta a más de la mitad de la población.


Basada en un relato de William Gibson, que además de ser uno de los autores más conocidos del género también se encargó de su guión, este se caracteriza por ser un conjunto de los intereses de su autor. Tanto, que casi parece una colección de tópicos y escenas propias de un género que en muchos aspectos, no ha envejecido bien: los exteriores propios de Mad Max se mezclan con edificios futuristas donde la tecnología punta es una cabina telefónica de videollamadas, los televisores son analógicos y todo en general tiene un aspecto muy de tecnología pesada que hace que hoy pueda considerarse retrofuturismo…pero que también quede muy lejos del noir que podía verse en Blade Runner: todo es muy japonés, porque en los ochenta pensábamos que con sus maquinitas llevarían la voz cantante, y de papel albal no, pero hay por ahí unos cuantos secundarios vestidos con cotas de malla porque si algo bueno tiene el futuro, es que te puedes vestir como quieras. Aspectos que la convierten, dentro de su exceso, en una película muy vistosa, y en la que los efectos prácticos se mantienen mucho mejor que las ridículas animaciones por ordenador empleadas para recrear la visión que se tenía de internet dentro de 25 años.




El reparto, visto hoy, es una curiosidad. Keanu Reeves parece haber decidido que su antihéroe cyberpunk tiene que sonar inexpresivo, o porque directamente, es lo que sabía hacer el pobre (en algunos momentos parece que su Jonathan Harker era el colmo de los matices), aunque desde lejos, constituya un papel de los que sirviera para ir enfocando un poco su carrera. Pero más que el personaje principal, el reparto en general es una auténtica locura de cameos y caras conocidas: Udo Kier es un agente de correos mnemónicos, el rapero Ice –T lleva una resitencia de hackers antisistema, Henry Rollins dirige un hospital ruinoso mientras Dolph Lundgren es un pastor religioso y asesino a sueldo. Mientras, Takeshi Kitano habla en japonés porque es el jefe de la yakuza.

Si hubiera que quedarse con una sola película que resumiera la estética y la narrativa cyberpunk (bueno, tampoco es que haya tantas donde elegir), tendría que ser a la fuerza Johnny Mnemonic. Con todos sus excesos, algunos aciertos y aspectos que por las limitaciones gráficas y tendencias, hoy han quedado ridículos, pero que acaban componiendo una producción de ciencia ficción y acción muy efectiva. Y, a veces inquietante: nada resulta tan desconcertante como encontrarse, en 2020, un supuesto futuro distópico donde los manifestantes portan mascarillas ffp2.

jueves, 10 de diciembre de 2020

Cena en el palacio de la discordia de Tim Powers (1985). Duelo al sol poniente (posnuclear)

 


Pese a dedicar bastantes horas a la lectura, especialmente al género fantástico, acaba habiendo algún escritor reconocido, con obras más que buenas, que acabo dejando olvidado. Bien porque más que la fantasía o la ciencia ficción, me atraiga el terror, o bien porque la primera lectura de un autor recomendado no me haya parecido tan buena, quedan relegados como poco más que la obligación cumplida de leer a alguien que cuenta con una buena carrera y el apoyo de sus lectores. Fue el caso de Tim Powers, de quien Esencia oscura no llegó a parecerme algo extraordinario. Esta era por lo visto una obra menor, y pasarían años antes de que volviera a leer algo de Powers. Curiosamente, otra obra menor y con el añadido de ser un género al que apenas me acerco, como es la ciencia ficción.




Cena en el palacio de la discordia es el título, dramático y que anuncia de buenas a primeras lo que sucederá en el desenlace, de la última redención llevada a cabo por Gregorio Rivas. En un futuro tras una guerra nuclear, olvidada hace mucho, donde la humanidad se ha adaptado a vivir entre radiaciones y desierto, Rivas fue uno de los mejores redentores que el dinero podría conseguir: un mercenario especializado en rescatar y reeducar a todos aquellos que habían caído en la secta de Norton Jaybush, un mesías cuyos seguidores destacan por su fanatismo ciego gracias al uso de una potente droga, conocida como el Sacramento. Retirado, y dedicado a su carrera más o menos estable como músico, debe regresar a su anterior trabajo para llevar a cabo una redención muy personal: el rescate de Urania Barrows, la única mujer que ha tenido peso en su vida. Con la promesa de varias tarjetas de quintos de licor, la que se ha convertido en la moneda corriente, y acompañado por su pelícano (el instrumento musical con el que se ha mostrado más que  hábil) Rivas regresa al desierto, a ciudades que visitó hace mucho y a las comunas de seguidores de Jaybush que pueden encontrarse en cualquier lugar. Y a lo lejos, entre los canales tóxicos de Venecia, el Palacio de la Discordia se erige, como un misterioso club nocturno rodeado de rumores y leyendas.




Comparado con el resto de sus libros más conocidos, como Las puertas de Anubis o En costas extrañas, no es raro que este se considere una obra menor: es mucho más breve, se aleja del género que cultiva habitualmente, y sobre todo, de aspectos que lo caracterizan como son la fantasía  y las referencias históricas muy hiladas. Aquí abandonadas para entrar dentro de la ciencia ficción y de una vertiente que en ningún caso pretende conseguir un atisbo de realismo o de cercanía: es imposible encontrar una referencia temporal en el mundo del Palacio de la discordia, salvo las menciones a ruinas y radiación, el resto ha sido sustituido por la invención pura, desde un calendario propio hasta un sistema monetario, pasando por objetos cotidianos como los instrumentos musicales. En realidad, nada de esto importa porque no es más que un escenario de fondo, quizá uno enloquecido, para lo importante, que sería la narración. Aspectos como la descripción de partes de alguna ciudad, de sus habitantes, y especialmente, menciones casi aleatorias a mutantes o mutaciones, suponen momentos tan desconcertantes como las siluetas montadas en zancos que podían verse en un plano de Mad Max: están ahí, el lector no van a saber más de ellos pero es una parte más de la vida de sus personajes. Una a la que no les dan importancia porque no tiene relevancia para la narración.

Esta, siendo lo más importante, podría resumirse en poco menos de diez días, que tanto para su protagonista para el lector parecen volverse toda una vida, y que, también por el tipo de escenario podrían recordar a un western: un héroe crepuscular, un desierto interminable, unos personajes de moral un tanto ambigua y un enfrentamiento final que acaba recordando a un duelo entre un bueno que no lo es tanto, o que se ha ido encontrando por el camino, y un villano irredimible. Sin que falten los que parecen ser los rasgos más conocidos de Powers, como es el gusto por la aventura, las tramas un tanto enloquecidas, y sobre todo, que sus protagonistas, bastante de vuelta de todo ellos, estén recibiendo palos desde la página diez hasta el final: Rivas empieza con una herida de cuchillo y a partir de ahí, es un milagro que pueda llegar vivo a la última página…a veces, de una forma un tanto arbitraria, y parece que si lo ha conseguido, no es por la narración, sino porque el autor ha decidido meter mano con un deus ex machina.

Su protagonista es también uno de los puntos  más flojos. Con una trama caracterizada por lo alocado, sería fácil ser consciente de no poder exigir unos personajes profundos o coherentes, pero el trasfondo de este no parece más que una colección de rasgos que Powers se empeña en insistir: se supone que este ha sido el viaje del héroe, donde un personaje insensible y carente de empatía conoce la compasión y se reconcilia con su pasado, pero esta parece limitarse a las veces en las que se insiste en que Rivas es orgulloso, independiente y no conecta con otros seres humanos. En un mundo como el que describe en sus páginas, más que alguien frío, parece la forma de ser más lógica y esta no resulta distinta de otros personajes que encuentra por el camino. Es más, lo más despiadado que parece haber hecho en su pasado es no querer volver a hablar con sus exnovias, y lo de su redención como personaje hay que creérselo a base de las veces en que Tim Powers incide en ello.

Cena en el Palacio de la Discordia seguirá siendo una obra menor de Powers, relativamente lejos de varios de los temas que lo caracterizan y con un punto quizá más alocado que sus novelas principales. Pero  esta ha servido para dos cosas: una buena novela de aventuras enloquecidas y volver a despertar interés por el autor de Las puertas de Anubis. Bueno, y para recordar que las ilustraciones de las  portadas de Gran Super Ficción eran de las más vistosas y bonitas que tenía  la editorial. Lástima que el resto de sus colecciones se recordaran por sus cubiertas francamente..ehm…llamativas.

 

jueves, 3 de diciembre de 2020

Pánico en el Transiberiano (1973). El enigma de la vía ferroviaria




En algún momento de los 70, Peter Cushing y Christopher lee abandonaron las brumas londinenses para subirse en un tren a Navacerrada, encontrarse con Silvia Tortosa y Telly Savalas y resolver un misterio digno de los investigados por el profesor Quatermass. Bueno, finjamos que el tren discurría por la estepa siberiana. Y que el entorno forma parte de una coproducción angloespañola que pudo contar con un reparto y una estética que la convirtió en un estreno de éxito fuera de nuestras fronteras.




Pánico en el transiberiano transcurre en algún momento entre el siglo XIX y el XX, en la línea que conectaba Rusia con Oriente y donde una serie de personajes (una condesa rusa y su fanático confesor, una mujer en apuros, un ingeniero y dos científicos británicos) comparten viaje con un cargamento que puede revolucionar el mundo científico tal y como se lo conoce hasta la fecha: el cadáver de una criatura de aspecto humanoide, sin relación con los hombres de las cavernas, que se ha conservado perfectamente en los hielos de Siberia. Pero el viaje se verá interrumpido, al igual que otra línea de tren famosa, por una serie de asesinatos en los que sus víctimas comparten una característica común: sus globos oculares han sido completamente borrados. En un entorno cerrado, y con los científicos debiendo actuar como científicos improvisados, cualquiera puede ser un sospechoso. Salvo por algo que no parece tener una respuesta lógica: el cadáver de la criatura prehistórica, que lleva varios millones de años muerta, ha desaparecido también sin dejar rastro.

La película, producida entre España e Inglaterra, fue filmada en plena época en lo que el llamado fantaterror (termino mucho menos ponderado que el fantastique francés pero donde se pueden encontrar alguna que otra sorpresa) contaba con variedad y bastante éxito fuera de territorio español…además de versiones dobles donde las destinadas al mercado internacional mostraban muchos más centímetros de escote que los estrenados de fronteras para adentro. Esta, en cambio, fue uno de los casos donde la intención del guion era mucho más cercano al cine de aventuras y seguramente evitara muchos cortes que hacían que estas producciones tuvieran cierto aire incoherente o montado de forma brusca. De hecho, evita muchos de los fallos que contaban con otras producciones de misma época y género donde la realización parecía torpe y los actores internacionales, desganados: la factura es todo lo limpia que permiten las restricciones presupuestarias, los personajes de Cushing y Lee no tienen nada que envidiar a sus trabajos realizados en suelo británico e incluso la irrupción de Telly Savalas, con un brevísimo papel como histriónico jefe de una banda de cosacos, resulta divertida y le da al conjunto un aire de película de aventuras y ciencia ficción muy clásica.



Una referencia que no va desencadenada, ya que el guion es una versión muy libre de El enigma de otro mundo, de John W. Campbell, que, si a Carpenter le sirvió para hacer la que sigue siendo la versión más aproximada a En las montañas de la locura que podemos tener, aquí se convierte en una trama de ciencia ficción de estilo muy antiguo, muy cercano a Verne o a Conan Doyle y donde la aproximación a la criatura y su origen se sostiene mediante el sentido de la maravilla, y no el rigor científico.



Comparada con otras producciones, esta resulta mucho más elaborada, y dentro de sus limitaciones, mucho menos torpe y mejor ejecutada vista al lado de la saga de los Templarios o algunas de las realizadas por Paul Naschy. No está exenta de momentos en los que los actores parecen no tener muy claro como tener que interpretar o de incoherencias en su guion (como el plantar por ahí a un villano con una mano peluda, o sacar un ejército de zombies al final…pero no seré yo la que se queje de que algo tenga zombies). Cosas, que en cierto modo, recuerdan que se trata de una película con la que hay que ser consciente de su naturaleza, medios y época en la que se realizó. Y que a pesar de todo consigue ser un ejemplo más que notable de cine de entretenimiento en una época en la que éxitos como El día de la bestia, REC o incluso 30 monedas, todavía estaban muy lejos.

jueves, 26 de noviembre de 2020

La profecía (1.976). Este chico es un demonio




Si hubiera que quedarse con una década conde el diablo estuvo más presente en el cine, y en alguna de las mejores películas de esa época, sería en los setenta. Aunque esta podría haber empezado con La semilla del Diablo, unos años antes, fue entonces cuando el padre Karras llevó a cabo uno de los exorcismos más violentos y peligrosos, y cuando un niño de aspecto angelical comenzaba a desvelar su naturaleza diabólica. 




La profecía, un título equivalente a su original y al menos más enigmático que el que tuvo que sufrir El bebé de Rosemary, hace referencia al destino que llegaría a cumplir Damien. Este es en realidad un expósito, un recién nacido (o, dada la naturaleza del cambio, una versión mucho más siniestra de un changeling),   quien tuvo la suerte de sustituir al bebé fallecido del embajador de Estados Unidos que solo quería evitar que su mujer sufriera el trauma de la pérdida de su hijo. Tras los primeros años que transcurren con normalidad, su quinto cumpleaños se ve interrumpido por el suicidio de su niñera, quien antes de morir asegura ofrecer su vida como regalo a Damien. Es a partir de entonces cuando una serie de sucesos empiezan a levantar las sospechas de Katherine Thorn, y especialmente de Robert, quien conoce la verdad sobre el origen de su hijo. Los animales de un zoológico, aterrorizados ante la presencia del niño, la crisis de este ante la visión de una iglesia, y sobre todo, la aparición de un sacerdote, quien insiste en conocer la verdadera naturaleza de Damien, hacen que Robert, con la ayuda de un fotógrafo testigo de los accidentes que parecen suceder a todos los que parecen saber algo, comience a investigar y descubra que la muerte de su hijo y la oportuna aparición de un recién nacido huérfano, no hayan sido una coincidencia. 


 

Basada en el libro de David Seltzer, esta resulta una adaptación muy fiel al material original, y también uno de esos casos en los que la película supera en fama y calidad al texto. Este, un best seller correctamente escrito, sirve como origen para una producción en la que consiguen construir la tensión de forma gradual, a partir de un desencadenante antes del cual, la atmósfera y tono podrían corresponderse con un drama familiar. Y que, desde entonces, lo anómalos sucede de forma que este deja de parecer una coincidencia para desembocar directamente en una trama sobrenatural. Acompañado a partir de entonces, con la pieza coral de Jerry Goldsmith que se convertiría en la melodía más recordada de la película. 




Además de la realización, esta cuenta con un reparto muy sólido, compuesto de rostros conocidos. Harvey Stephens podrá ser recordado en su papel infantil de Damien, pero es solo una pequeña parte en comparación con el trabajo de Gregory Peck, Lee Remick o David Warner como grupo protagonista. O la interpretación ofrecida por Billie Whitelaw como la siniestra niñera de Damien. Es en los dos primeros, como matrimonio protagonista, sobre quienes recae la tarea de hacer una trama sobre profecías y el anticristo como algo mucho más humano, que pueda resultar inquietante incluso a aquellos a quienes el Diablo no les resulte una figura amenazadora en la película (en mi caso, prefiero que mis antagonistas duerman en algún lugar perdido del Pacífico y que la Humanidad les importe un comino), aportando muchos más matices. No es solo la presencia de lo sobrenatural como algo externo, sino lo que conlleva: la ruptura de la normalidad, la el peligro en el núcleo del hogar e incluso temas bastante controvertidos como el aborto y la depresión postparto, que se tocan de forma muy sutil pero están ahí. 




Aunque tanto su reparto como su director siguieran contando con unas carreras de éxito, y Donner fuera también el responsable de Superman y clásicos de los ochenta como Los Goonies o Arma Letal, La profecía, como buena película sobre el diablo, también cuenta con su leyenda negra: accidentes alrededor de su rodaje y tragedias personales pasaron a alimentar cierta fama de película maldita que, como suele pasar con estos casos, puede ser una coincidencia aprovechada posteriormente. Después de todo, Harvey Stephens no tuvo papeles más memorables que el del pequeño Damien y actualmente lleva una vida normal trabajando en el sector inmobiliario…Pensándolo bien, esta última actividad no deja de tener su cariz diabólico.

jueves, 19 de noviembre de 2020

Murder Death Koreatown (2.020). Algo huele a podrido en el barrio asiático




Desde hace bastante tiempo, es habitual que no falte La Película de Terror del Año. Puede ser un estreno que funcione inesperadamente bien, como Insidious o Conjuring, una producción que venga acompañada de una amplia campaña publicitaria, o que quizá sea un poco mejor entre todas las que se estrenaron por la misma fecha. Pero el 2.020 ha sido un año, por decirlo de algún modo, muy raro, y, en unos meses donde los estrenos y la distribución cinematográfica han tenido que buscar vías alternativas a las salas de cine, la que se podría considerar la producción más novedosa, ha seguido un camino igual o más extraño.




Hace unos años, un usuario de Reddit comenzó a recibir unas grabaciones anónimas donde alguien investigaba de forma aficionada un crimen real que tuvo lugar en el barrio coreano de los Angeles: una mujer asesina a su marido, siendo detenida poco después. El suceso, sórdido pero no inesperado en una zona poco privilegiada de la ciudad, es narrado en varios clips en los que un joven desempleado decide dedicar su tiempo libre a recopilar información y quizá resolver el caso. Las tosca filmaciones que recogen información proporcionada de mala gana por los vecinos van tomando un cariz inquietante cuando derivan en una serie de teorías en las que el detective aficionado, cada vez más inestable, cree haber sido contactado por el hombre asesinado y que existe un patrón, o una conspiración oculta en los interminables textos en coreano que aparecen garabateados en los muros del barrio, los pastores que predican en la calle, y los desvaríos susurrados por los mendigos que descansan en los patios traseros de Koreatown. La película no es otra cosa que el trabajo de edición y puesta en orden que este usuario realizó con un metraje extenso y progresivamente incoherente.

Aunque desde El proyecto de la bruja de Blair resulte imposible pasar cualquier tipo de filmación como algo real, esta colección de metrajes juega en todo momento a difuminar la frontera entre lo real y lo inventado a partir de un hecho real: el asesinato que sirve como punto de partida es un hecho real, y varias de las entrevistas que aparecen, donde los figurantes aparecen claramente incómodos, son vecinos a los que claramente no les está haciendo mucha gracia que se les pregunte por un hecho tan escabroso. La mezcla entre lo real y lo fabulado hace que el guión pueda estar más cerca de Holocausto Caníbal (donde se usaron filmaciones reales de la selva) que de la película de Daniel Myrick y Eduardo Sanchez. Y de nuevo, intenta mantener en todo momento la baza de una posible historia real al negar incluso la existencia de los títulos de crédito.




En un formato tan sobresaturado como el del metraje encontrado, consigue aprovechar la poca originalidad que a este le queda por ofrecer: recurriendo a una grabación con la cámara de un móvil, esta cuenta con la poca estabilidad y calidad que podría esperarse de un personaje que intenta realizar un reportaje o una investigación, con más ganas que medios, y cuya pérdida de estabilidad queda progresivamente registrada a través del cambio del tipo de personas entrevistadas, de su tono de voz, y en la adopción de unas premisas cada vez más irreales. La filmación, no demasiado nítida, no llega a marear demasiado dado que no llegan a excederse como pudo pasar en otras propuestas, como V/H/S , y aprovechan la falta de nitidez como medio para evocar más que mostrar (porque, en realidad, salvo la película que parece montarse su protagonista en la cabeza, no hay nada que mostrar) un entorno que acaba volviéndose inquietante por sí solo: Koreatown no es un barrio agradable de filmar. No se muestra como una de las peores zonas, pero sí una donde las viviendas no son lo mejor a lo que se podría aspirar, donde la convivencia con las personas sin hogar es una parte más de la sociedad y donde estas, y algo tan anodino como los grafittis en una pared, a los que no se le prestaría atención, acaban convirtiéndose en una realidad distinta, que no llega a verse del todo pero que en todo momento es tratada de forma muy hábil, como los delirios que una persona desequilibrada va construyendo sobre la marcha con los elementos que va encontrando.




De la película debe tenerse en cuenta su origen como historia corta, y no se le puede exigir más: su formato, con un protagonista desconocido, su historia narrada a medias, tramas sueltas e incoherencias son muy propias del creepypasta del que proviene, y no se puede esperar una historia lineal o que conduzca a ninguna parte. Pero sí es capaz de convertir de reflejar en primera persona el deterioro mental, o la revelación, depende de como se interprete, de un personaje central del que el espectador desconoce su aspecto en el último momento, como un entorno cotidiano puede convertirse en algo inquietante de una manera irreal, o el aprovechar en su favor elementos propios de la fantasía urbana más oscura.

Murder Death Koreatown por su formato y ambiciones, no puede competir con la saga de Conjuring. Ni pretender estar al nivel de It Follows ni mucho menos de Hereditary. Pero con su formato de grabación improvisada, lo ambiguo de su punto de partida y el material con el que trabajan, consigue ser aquello para lo que nació: ser la versión cinematográfica más fiel de un creepypasta.

jueves, 12 de noviembre de 2020

Poltergeist (1.982). Fenómenos extraños, especulación inmobiliaria y un adosado embrujado

 


Aunque los ochenta fueron una década clave para el cine de entretenimiento que marcaría a una generación de espectadores, para los efectos especiales cuya evolución podría verse en las décadas siguientes, y desde hace tiempo, para la nostalgia que ha dado lugar a más de un remake con mayor o menor fortuna, también lo fue para el terror. Y, además de ser la fecha de alguna de las sagas para todos los públicos más populares, de los asesinos más insistentes y de unas cuantas imágenes icónicas, esta también vio el nacimiento de una producción que, por los nombres implicados, resultaría inesperada: ¿Qué pasa cuando pones a trabajar a Steven Spielberg, el mago de las producciones familiares, y a Tobe Hooper, el director de la inquietante Matanza de Texas, a producir y dirigir el mismo proyecto?




Poltergeist, término que hace referencia a un fenómeno sobrenatural ruidoso, breve e intenso, y que tiene lugar en un entorno donde no debería suceder nada extraño: una urbanización de construcción reciente, donde los vecinos conviven, discuten, o sus preocupaciones discurren entre ver un partido y realizar las mejores inversiones. Un escenario de promesas y bonanza donde, en una vivienda cualquiera, comienzan a tener lugar fenómenos inusuales: objetos que se mueven, aparatos que se encienden a voluntad y susurros que parecen surgir del televisor y que solo Carol Anne, la menor de una familia de tres hermanos, puede escuchar. Hechos que van en aumento y terminan con la desaparición de la pequeña, ahora atrapada en alguna dimensión situada entre las paredes de la casa. Y que supondrá que la familia Freeling necesite de ayuda muy poco ortodoxa si quiere recuperar a su hija. E incluso cruzar al otro lado.



El tono de la película sorprende por el marcado carácter familiar que mantiene en gran parte del metraje. Algo todavía más evidente en los primeros minutos, donde estos parecen anunciar más una comedia familiar que una producción terrorífica, pero que también se utilizan de forma muy hábil para marcar el tono de la historia, y de paso, para hacer un retrato muy concreto de la época: las primeras secuencias parecen estampas de las ideas de núcleo familiar, estabilidad y bonanza económica de la era Reagan, cortadas, de forma a veces sutil, en determinados momentos (la edad a la que la madre de la familia tuvo a su primera hija, las dispares lecturas del matrimonio o la marca que en un momento dado, exhibe su hija adolescente), y otras, de forma brusca: una tormenta en el medio de la noche, que desencadena la segunda mitad del guión, mucho más oscura, o lo que ocultan los cimientos de la casa, que mencionan como resultado de la ambición desmedida de una época. Aspectos que, en todo caso, suponen mover el relato de fantasmas de los caserones centenarios y los personajes atormentados a un núcleo familiar estable y a una vivienda de reciente construcción. Por no mencionar el uso de la televisión como vehículo de comunicación de los fantasmas y elemento que, de ser un objeto de reunión en el ámbito familiar, pasa a ser un elemento amenazador, que daría para una interpretación más amplia.




Aunque, comparada con otros estrenos, pueda considerarse una película de terror más suave, esta cuenta con momentos que han quedado grabados en el público que pudo verla como una producción para toda la familia: el ruido de la estática de la televisión, utilizado de forma eficaz, el árbol que golpea la ventana y un payaso de juguete de aspecto siniestro, que aunque aparezca por muy poco tiempo, tiene todo el aspecto de haber sido material para varias pesadillas, son los más icónicos en un guión que cuenta con menos efectos especiales de los que podrían esperarse en una película de género fantástico. Esta se sostiene más en el trabajo de los actores, especialmente en las primeras palabras pronunciadas por Heather O´Rourke, que anuncia con un musical "están aquíii…" el cambio de tono que tendría lugar en la que antes parecía una historia para todos los públicos. Y sobre todo, en enfocar la trama hacia los aspectos más emotivos: aunque uno de los aspectos más criticados actualmente es la machacona insistencia en la importancia del núcleo familiar, lo cierto es que todos los personajes están dotados de una gran empatía, desde el grupo de parapsicólogos hasta la médium Tangina, uno de los personajes más entrañables de la historia, y que marcan mucho el tono del guión, muy centrado en los lazos familiares y como estos pueden salvar a sus protagonistas.





El tono emotivo no impide, de nuevo, que esta cuente con momentos bastante oscuros, no solo los más recordados sino otros como la alucinación que sufre uno de los investigadores o los cadáveres surgiendo en la lluvia y desvelando lo que ocultaban los cimientos de una promoción inmobiliaria de éxito. Y que hacen que en cierto modo se note la diferencia entre los dos nombres principales en la realización de la película: se nota el conflicto entre el productor Spielberg, que hubiera querido dirigirla, y el director Hooper como uno de los responsables del cine de terror moderno. Tanto, que se notan las preferencias e intereses de cada uno, aunque sea más habitual considerar Poltergeist como uno de los éxitos del director de ET. Aunque, esta, como muchas producciones de terror de los ochenta, llegó también a tener su franquicia con dos entregas posteriores e incluso una leyenda negra sobre los fallecimientos de dos personajes que hoy, al igual que la insistencia en el tono familiar del guión, se quedan en algo anecdótico.



jueves, 5 de noviembre de 2020

El resplandor (1.980)….¡¡Aaaaquí está Joohnnyy!!

Hay determinados fotogramas que podrían constituir una enciclopedia visual del cine de terror. Cesare sentado en el ataúd en el que lo guarda el doctor Caligari. La sombra de Orlok deslizándose por una pared. el cuchillo, visto a través de la cortina de una ducha. Los cadáveres deambulando, en la primera vez de muchas, en un cementerio de Pittsburgh. Y, antes de que llegaran, a veces hasta el exceso, las siluetas de un guante con cuchilla y las máscaras de hockey (más otras posteriores, y que merecen estar también a la altura del resto), debería encontrarse el rostro desquiciado de Jack Torrance, asomándose tras una puerta destrozada.





Se cumplen, en el que podríamos considerar el año más desquiciado de lo que va de siglo, cuarenta años de la versión cinematográfica de El resplandor, una de las novelas más conocidas de Stephen King y que continuaría, tanto literaria como audiovisualmente, más de tres décadas después en Doctor Sueño. Una versión llevada a cabo en una época en la que el escritor gozaba un momento de fama pero también una serie de versiones de lo más irregulares: de las más meritorias, como Carrie, hasta otras hechas con tan pocas ganas como medios. El resplandor se encuentra por méritos propios entre las primeras, pero también entre las más controvertidas: dirigida por nada menos que Stanley Kubrick, con unas anécdotas de rodaje donde este llevaba su perfeccionismo al extremo y con la que King nunca estuvo conforme, hasta el punto de rodarse con su aprobación una miniserie que, pese a ser más fiel al libro, es de las que hace pensar "me gustó más la película". Y que, incluso en España llevó manos a la cabeza con el doblaje, elegido por el director, con Joaquín Hinojosa y Verónica Forqué poniendo voz a Jack Nicholson y Shelley Duvall.




 


Se cumplen, en el que podríamos considerar el año más desquiciado de lo que va de siglo, cuarenta años de la versión cinematográfica de El resplandor, una de las novelas más conocidas de Stephen King y que continuaría, tanto literaria como audiovisualmente, más de tres décadas después en Doctor Sueño. Una versión llevada a cabo en una época en la que el escritor gozaba un momento de fama pero también una serie de versiones de lo más irregulares: de las más meritorias, como Carrie, hasta otras hechas con tan pocas ganas como medios. El resplandor se encuentra por méritos propios entre las primeras, pero también entre las más controvertidas: dirigida por nada menos que Stanley Kubrick, con unas anécdotas de rodaje donde este llevaba su perfeccionismo al extremo y con la que King nunca estuvo conforme, hasta el punto de rodarse con su aprobación una miniserie que, pese a ser más fiel al libro, es de las que hace pensar "me gustó más la película". Y que, incluso en España llevó manos a la cabeza con el doblaje, elegido por el director, con Joaquín Hinojosa y Verónica Forqué poniendo voz a Jack Nicholson y Shelley Duvall.




Aunque sea la presencia de uno de sus protagonistas, ya enloquecido, una de las secuencias más famosas, toda la película cuenta con un componente visual que la convierte en una de esas producciones que, además de servir como referencia durante décadas, acaban formando parte de la cultura popular: las gemelas siniestras en el pasillo, el triciclo de Danny moviéndose a toda velocidad, el espectro de la habitación 337 e incluso, aunque sea por lo excesivo, la riada de sangre surgiendo de un ascensor. Imágenes que acaban quedándose aún cuando la trama acabe desvaneciéndose en la memoria del espectador. Algo, poco probable, porque el guión establece de forma efectiva algo a lo que siempre se ha prestado una parte importante del relato de fantasmas: el componente psicológico de sus personajes. Desde los primeros minutos, es posible percibir el deterioro mental de su protagonista, que acaba por convertirse en una amenaza más tangible que los espectros que se mueven en el escenario. Y cuya aparición, aunque escasa, dado que solo uno de los personajes puede percibirlos, tiene un carácter físico que se manifiesta no solo en su caracterización sino en su capacidad de dañar.



Pese a utilizar unos escenarios y exteriores muy amplios, lo desolado de estos, los decorados geométricos y el uso de los pasillos, tanto los de la construcción como los del laberinto exterior, hace que la película tenga una atmósfera, más que claustrofóbica, opresiva: hay una gran cantidad de espacios por los que moverse, pero estos no dejan de ser limitados y el exterior, esta vez por el clima en que se desarrolla, supone un peligro real y objetivo.

Cuando se trata de una película y un director considerado como clásicos, es difícil poder apreciar algo más si no es la impresión que esta ha producido, las escenas más potentes o lo que supuso en su momento y a posteriori. Aunque en el caso de El resplandor, también es posible reconocerla como una de las mejores películas de terror…y también una de las mejores adaptaciones al cine de las novelas de Stephen King, aunque a él no le guste especialmente.




jueves, 29 de octubre de 2020

Suspiria (1977). La pesadilla en rojo

 

Hoy he tenido una pesadilla horrible. Estaba en una academia de baile pero el profesorado era un aquelarre de brujas, Miguel Bosé daba clases allí y…bueno, no. En realidad he visto una película de Dario Argento.

Los setenta y ochenta fueron la mejor década para un director italiano que ha dado algunas de las mejores películas de terror en el último siglo. Especializado en el giallo (un género policiaco propio del país) con títulos tan sugerentes como Rojo oscuro o El pájaro de las plumas de cristal, sus producciones se caracterizaban por una atmósfera un tanto surrealista y la preponderancia de lo audiovisual frente al guion, rodaba, en 1977, una película de terror sobrenatural con un punto de partida cuya simpleza no parecía anunciar lo que supondría: una joven americana llega a una prestigiosa escuela de danza en Suiza. El profesorado, estricto pero amable, parece esconder algo que sucede tras los muros de la academia, cuya directora, Helena Markos, nunca ha sido vista, pero sí escuchada durante la noche, por las alumnas. Varias de ellas empiezan a desaparecer, todo aquel que intenta averiguar lo que está pasando es brutalmente asesinado, a veces de manera sobrenatural. Solo Suzy, la recién llegada, consigue saber algo más del lugar, que esconde una historia sobre un cónclave de brujas y la existencia de tres de ellas, conocidas como las Madres, repartidas por Europa. Una de ellas, la Madre de los Suspiros, parece haber estado ligada a la existencia de la academia desde hace décadas.




De Suspiria podrían sacarse unas cuantas historias de su rodaje: cómo insinuaban que el guión estaba basado en una historia verídica contada por la abuela de la guionista Daria Nicolodi, el uso de un tipo de película concreta para dotar al film de ese color tan particular pero cómo tuvo que ser dosificado dada la limitación de cinta disponible. De la diferencia entre lo que se quería hacer y lo que se rodó (una explicación al comportamiento un tanto estúpido de algunos personajes parecía deberse a que la idea inicial era que estas fueran niñas más pequeñas) e incluso la desconcertante presencia de Bosé en mallas blancas como instructor de danza. Lo más extraño sea quizá la capacidad de hacer una producción de calidad con un guión que no pasaría el corte en cualquier serie Z. Y a este, hay que reconocerle que es el punto más flojo del conjunto: el punto de partida responde punto por punto al cliché de "era una noche oscura y tormentosa", entran y salen personajes que no hacen nada, muchos secundarios se comportan de forma absurda e incluso una parte de lo que le sucede a la protagonista parece no tener sentido ¿por qué sufre una anemia repentina? ¿por qué acaba siendo la más afortunada entre un alumnado que parecía ser más consciente de lo que pasaba? Una serie de situaciones que consiguen superarse gracias a la realización, que al final, es lo más recordado: el uso de colores muy vivos, especialmente el rojo, de los juegos de formas geométrica a través de pasillos, espejos y alfombras, una serie de asesinatos escabrosos en los que no se escatima en los detalles pero que son perpetrados y mostrados de una manera artística que solo puede recordar a aquellos cuadros que se recrean en el sufrimiento de mártires. Y una banda sonora igual de hipnótica, compuesta por el grupo de rock progresivo Goblin, mediante instrumentos étnicos y melodías vocalizadas, muchas veces mediante susurros o cánticos.





La atmósfera, los colores y el sonido hacen que la historia sea un recurso para poder filmar una película estilizada, muchas veces monocromática donde acaba pasando de forma brusca del azul al rojo, y de ahí, a una aparente normalidad, a la que la simpleza, y a veces, la incoherencia del guión le da el aspecto de un sueño extraño pero que también sirvió para perfilar una mitología que se desarrollaría en dos películas posteriores. O al menos, en una de ellas, porque la última entrega, rodada después del 2000, poco tiene que ver con lo que Argento había sido capaz de plasmar años antes. Y también, de ser objeto de un remake más que digno en 2018








jueves, 22 de octubre de 2020

Drácula (1.992). La muerte enamorada

 

El vampiro de Bram Stoker es uno de esos personajes que ha tenido una encarnación cinematográfica casi para cada generación. Desde su nacimiento en 1.897 ha aparecido como el cadavérico conde Orlok, con el atuendo para ópera de Bela Lugosi, con el mismo aspecto heredado por Christopher Lee y llevado por este hasta la saciedad, y aquellos, olvidados injustamente en comparación con los grandes vampiros, más unos cuantos que hay que esforzarse en olvidar. Una lista en las que los noventa también tuvo su representación y que, guste o no por la reinterpretación, se trata hasta la fecha del último conde recordado como tal en la pantalla grande.





Estrenado como Drácula de Bram Stoker, y recordado como Drácula de Francis Ford Coppola, se presenta como una versión fiel al libro, aquella colección de diarios y cartas donde la llegada del abogado Jonathan Harker a un destartalado castillo en Transilvania, propiedad del conde Drácula, supone la entrada en Londres, el entonces corazón del Imperio Británico, de un vampiro que no solo pretende convertir las calles de la ciudad en su territorio de caza, sino también es una amenaza directa para los seres queridos de Harker: Lucy Westenra es una de sus primeras víctimas, pero Mina, su esposa, puede ser la siguiente de muchas. Al menos, lo habría sido según Stoker. Porque este conde, en realidad el propio Vlad Dracul, ha reconocido en Mina a la reencarnación de su esposa muerta hace ya cuatro siglos, con quien una criatura no muerta y ávida de sangre se reencuentra en Londres, sucediendo lo que parecía imposible en un vampiro: enamorarse.




Aunque previamente se había tanteado la figura de Drácula como personaje, más que seductor, romántico, es en esta película donde el tema se trata abiertamente. La pretensión inicial fuera ofrecer una versión fiel del libro de Stoker, pero esta se envuelve en un trasfondo en el que se recurre al Drácula histórico, a partir del cual se desarrolla una trama sobre el amor perdido y encontrado a través de los siglos y la visión del monstruo como una criatura trágica. Algo, en realidad, muy alejado del texto original donde el vampiro es concebido como un depredador, implacable e irredimible. Una vez más, no se trata de Dracula sino de una interpretación de Drácula, más centrada en la estética gótica y la romantización del monstruo.



En su momento presentada como una producción de terror (pero no mucho, que eso no es serio) de "calidad", que para eso estaba dirigida por Coppola, esta ofrece en todo momento una estética artística, a menudo rebuscada donde incluso su banda sonora resulta tremenda y un tanto grandilocuente. Donde parecían buscar ante todo separarse de la estética de las versiones anteriores y ofrecer una igual de imaginaria, pero aprovechando los diseños de inspiración oriental que podían sugerir el pasado del Conde así como una visión muy gótica y estilizada de la época victoriana. Y reflejar de forma más directa la sensualidad de la figura del vampiro opuesto a la visión mojigata de la época victoriana. Un conjunto que a día de hoy no ha envejecido totalmente bien y que hace que la película tenga un aspecto artificioso, a veces excesivo, donde los defectos de entonces se hacen más evidentes: planos con fundidos rebuscados, secuencias a cámara lenta forzadas, y que la idea de caracterizar a Lucy Westenra como joven seducida por el vampiro sea poner a Sadie Frost abriéndose el escote cada dos por tres y emitiendo ruiditos de actriz porno.



El reparto elegido tampoco parece el más acertado en su mayor parte, y la interpretación dada por este, tampoco ha sido la mejor: a Keanu Reeves todavía le faltaban tres John Wicks y una aparición en Cyberpunk para encontrar un nicho adecuado, y su Jonathan Harker es uno de los más sosos que podían aparecer, aún siendo un personaje de por si bastante aguado. El grupo de discípulos de Van Helsing, Holmwood, Morris y Seward parecen caricaturas, y el Van Helsing de Antony Hopkins se presenta como un personaje con un humor un tanto grotesco que, más que humanizar al personaje, resulta fuera de lugar. Los más recordados acabaran siendo Winona Ryder, quien una vez pasada la primera parte realmente tiene un papel interesante que interpretar, y sobre todo, el Drácula de Gary Oldman a quien caracterizan tanto como el anciano descrito inicialmente por Stoker, como en varias formas monstruosas, como al vampiro enamorado que se ve en una gran parte del metraje. Y con el que, al menos, se ofrece una visión de Drácula distinta a las previas, quizá una propia, a medio camino entre el personaje histórico en el que se basa y el monstruo que los efectos especiales modernos pueden ofrecer, en el que se encuentran referencias a Murnau pero también aspectos nuevos, como el vampiro fascinado ante la proyección de un cinematógrafo



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A Dracula de Bram Stoker, de Gary Oldlman, de Coppola…al Drácula de los noventa, se le ama o se le odia. La película, con una realización más que artística, artificiosa en su mayoría, acaba polarizando al público casi tanto como su visión del no muerto en busca de su amada perdida hace siglos y una de sus frases más conocidas, "he cruzado océanos de tiempo…" podrá recordarse como una de las más románticas o una de las mayores ñoñerías. Dos formas de ver una película que, pese a sus irregularidades, ha acabado por convertirse en una de las grandes adaptaciones del vampiro.



viernes, 16 de octubre de 2020

Libros de sangre (2020). La antología escasa

 


Una de las piezas más recordadas que dejaron los ochenta en el género de terror fueron las cinco antologías, recogidas bajo el título de Libros de sangre, escritas por Clive Barker. En ellas, un joven escritor británico plasmaba en una serie de relatos donde temas como las casas encantadas, la locura o los monstruos eran dotadas de una visión nueva, mucho más retorcida y gráfica que las que se podían haber leído anteriormente, pero también dotadas de una sorprendente creatividad. Una narrativa escabrosa que tuvo un par de adaptaciones cinematográficas con poca fortuna durante esa década, y con algo más con el cambio de siglo, cuando en 2008 El tren de la carne de medianoche, Miedo, o Los muertos tienen autopistas fueron trasladadas a la pantalla. En los libros seguía habiendo suficiente material como para poder hacer una nueva película antológica, e incluso más, aunque la decisión tomada en la producción que Hulu decidió sacar en octubre (lo bueno de este mes es que siempre salen cosas de este tipo. A porrillo) era tomar únicamente el título, el arco argumental en el que se englobaban las historias de Barker, y filmar guiones originales en su totalidad.




Más que una antología, estos libros de sangre comienzan con distintas historias separadas en las que no hay un hilo conductor común: una pareja de ladrones se dirige a una de las peores zonas de la ciudad en busca de un libro de incalculable valor. Una joven, atormentada por la hipersensibilidad a determinados sonidos, se refugia en una casa de huéspedes cuyas paredes esconden un secreto. Y un médium asegura poder comunicarse con los muertos y reflejar por escrito los mensajes que estos intentan dejar en el mundo de los vivos. Tres situaciones muy dispares cuyo nexo de unión acaba siendo la ciudad en la que tienen lugar, y unas pocas horas de diferencia entre ellas.




La idea parecía querer cubrir varios campos: el ofrecer un nombre conocido, como adaptación a televisión o como reclamo, el ser una película antológica, que suelen funcionar muy bien durante el mes de octubre en el mercado anglosajón (y en el resto también, ahora que la idea de Halloween como entretenimiento no genera tanto rechazo) y el poder sacar una serie de guiones cuya extensión no sería suficiente para una película. El resultado, aunque visualmente correcto, acaba resultando decepcionante en cuanto a los segmentos que lo componen y su coordinación.

La primera parte viene a ocupar una hora de una producción que no llega a las dos, resultando demasiado lenta y caracterizando a unos personajes que no termina de quedar claro qué es lo que les pasa. La condición psicológica de una protagonista tirando a adolescente insoportable, utilizada como deus ex machina de un guión que parece reunir una serie de ideas cogidas por los pelos pero visualmente interesantes, hace pensar si este guión había estado esperando para poder encontrar su sitio en alguna otra antología, donde podría haber funcionado de haber reducido su longitud.



El mismo problema sufre la adaptación del relato de Barker, donde la trama del falso médium se vuelve tan rebuscada que parecer resultar imposible que esta hubiera podido mantenerse en pie si no es para el giro final, al igual que la última historia que no puede ofrecer nada más que la que sería una de las secuencias más interesantes de la película: un barrio sumido en la oscuridad, devastado por los espectros. El resto, se limita a ofrecer algún que otro giro de guión e intentar encadenar de forma arbitraria tres segmentos que poco tienen que ver entre sí.



A esta versión de los libros de sangre no se le puede criticar el aspecto visual. Una buena factura y estética, interpretaciones más que correctas…aunque acaba resultando escaso para un film antológico, con una primera parte aumentada de forma excesiva y donde una versión más breve habría dado para una cuarta historia. Aunque, dado que todas las creadas para esta antología parecen un poco erráticas, quizá no se haya perdido mucho.








jueves, 8 de octubre de 2020

Temblores (1.990). Monstruos subterráneos para todos los públicos

 

Los noventa no destacan especialmente por el terror o el fantástico en su vertiente más simple. En la época de En la boca del miedo, Horizonte final o Cube, parecía que las producciones más sencillas, la serie B, efectos artesanos y sin complicaciones era algo que se había quedado en los ochenta. Sin embargo, una película estrenada a caballo entre ambas décadas, ofrecía, aunque fuera una de las últimas veces que pudiera verse en los cines, una auténtica historia de aventuras y monstruos gigantes en la que un poco de inventiva y buen hacer sustituía las limitaciones monetarias, que hacían que estos no aparecieran todo lo necesario para impresionar al público.





Temblores traslada la acción a Perfection, un pueblo perdido en el desierto de Nevada. Aunque pueblo es una definición muy generosa para las ocho personas que habitan en un lugar cuyo único atractivo parecen ser las pequeñas reparaciones con las que dos manitas se ganan la vida, el aislamiento, para dos de sus vecinos obsesionados con la supervivencia, y las peculiaridades sismográficas que una de los estudiantes de geología que acuden a la zona acaba de descubrir. En un pueblo donde nunca parece pasa nada, unas pocas horas bastan para tener lugar desapariciones de ganado y varios de sus habitantes, la destrucción de la única carretera que conectaba con la civilización y la aparición de los restos de una criatura monstruosa, que parece tener origen subterráneo. Y que es probable que no sea la única que se desplaza por el subsuelo de Perfection.




Aunque cuente con unos cuantos monstruos, alguna que otra muerte, y un entorno aislado que debería derivar en una atmósfera opresiva, el guion opta por un enfoque cómico y un tono muy ligero. Las escenas más violentas se quedan relegadas a los primeros minutos, en los que se va sugiriendo la presencia de los que, posteriormente, serían bautizados por el avispado propietario del negocio local como Agarroides (la traducción al castellano es mucho más divertida que los graboids originales), consistiendo la trama en gran parte, en los intentos de los protagonistas por escapar o alcanzar un lugar geológicamente seguro. A menudo de forma bastante absurda pero efectiva. Y en menor medida, por unos enfrentamientos entre secundarios derivados de unas personalidades a veces cómicas, a veces irritantes. Pese a que las últimas parecieran estar pensadas para que estos fueran los primeros en desaparecer de la historia, esta es bastante blanca, convirtiéndose en una de las pocas películas de monstruos en las que el reparto llega al desenlace prácticamente intacto. Y que funciona dada la buena química entre los personajes, donde los secundarios se convierten en personalidades lo bastante cercanas como para ganarse la simpatía del público, y destaca la pareja principal, interpretada por Kevin Bacon y Fred Ward, como dos vaqueros sin demasiada suerte pero sobrados de recursos y astucia. Al menos, en gran parte, porque el matrimonio de especialistas en supervivencia y acumuladores de armamento acaban convirtiéndose en los secundarios más divertidos, unos de los más recordados, y al menos en el caso de Michael Gross, el protagonista habitual de las cinco o seis secuelas que aparecerían durante los años siguientes.




Son precisamente el conjunto de personajes y el sentido del humor de estos los que hacen que la película funcione, porque el apartado técnico es minoritario: se nota, con la escasa aparición de efectos visuales, que los recursos eran limitados, y estos se sustituyen aprovechando al máximo los exteriores, la luz que ofrece un lugar tan concreto como un desierto en un rodaje diurno en su mayoría, y trucos tan simples como bultos en la arena o mostrar lo justito de un monstruo de latex y movimientos mecánicos. Unas criaturas que, para estar pensadas para aparecer poco, o acabar explotando entre pástico y blandiblub en el momento clave, se han diseñado con mucho cuidado, haciendo que su morfología monstruosa tenga un verdadero aspecto de criatura subterránea pero que a muchos aficionados al fantástico le recuerde a otras creaciones previas (un gusano de arena o un cthonian, dependiendo si nos va más Herbert o Lovecraft).



A Temblores se la recuerda como una de las últimas películas de videoclub como tales: un cartel vistoso, un reparto de caras conocidas pero no demasiado famosas, y un tono optimista. A veces demasiado, intentando mantenerse dentro de la franja para todos los públicos, mucho sentido del humor y una atmósfera muy ligera, por lo que no desentonaría en cualquier pase de sobremesa, por mucho que hoy esa franja tenga una acepción despectiva. Y también su correspondiente continuación, con una cantidad de secuelas, directas a vídeo, que han salido de forma regular en las últimas décadas e incluso una serie de televisión. Dos, si se cuenta el intento de producir una nueva con Kevin Bacon como protagonista de nuevo. Una franquicia a la que, con la desaparición de los videoclubs, se le acabó perdiendo la pista a unos agarroides que, con el tiempo, acabaron siendo capaces de andar, volar e incluso trasladarse de continente.




jueves, 1 de octubre de 2020

Se vende alma (Por no poder atender) de Sergio S. Moran. Pactos con el demonio, especulación inmobiliaria, y una detective en crisis



Poder continuar más de dos veces la historia de un personaje de ficción, puede considerarse un éxito. La primera solo es una presentación, la segunda es un tanteo a partir de una idea que ha tenido éxito, pero la tercera es que realmente ha funcionado. Todo un logro cuando el sistema de publicación y distribución se basa en el interés de su público y una financiación mediante crowdfunding que se ha convertido en lo habitual en dos tercios de la serie escrita por Sergio S. Moran, que acaba de tener su tercera entrega. 





Se vende alma por no poder atender presenta de nuevo, más que a la detective sobrenatural Parabellum, a una Verónica Guerra a la que sus anteriores casos han pasado factura psicológica. Recuperada de una fuerte adicción a la ambrosía, una droga sobrenatural, obsesionada con un delincuente con contactos en el inframundo que se hace llamar el Negociante, y con crisis de ansiedad que se manifiestan en los peores momentos de su trabajo (por suerte, las consultas de psicología astral disponen de acceso en cualquier momento). Pero también reconciliada con su madre, la comisaria Fontenegro, y apoyándose en su amiga Arancha, una competente médium, continúa con su trabajo donde lo habitual es recuperar un fantasma huido de una mansión o investigar las propiedades de un producto deportivo cuyas ventas rozan lo imposible. Pero, como le ha sucedido antes, cualquier caso en apariencia rutinario puede esconder algo mucho peor…desde su mayor enemigo hasta un exnovio salido del infierno. Y, tratándose de Parabellum, esto puede tratarse de algo literal. 


A diferencia de lo anteriores, en esta tercera entrega se aprecia una mayor continuidad: se toma mucho menos tiempo en describir a personajes que han aparecido previamente y que forman parte del transfondo de la protagonista, así como a tramas ya cerradas que conviene conocer para comprender mejor las referencias previas y sobre todo, la actitud de un personaje mucho más marcado por lo que le ha sucedido previamente. Hay una evolución entre la primera, o segunda aparición de Verónica Guerra, como detective conocedora de todas las criaturas fantásticas de Barcelona y Madrid, frente a la de esta tercera aparición, donde ella misma se describe menos en forma (aunque la resistencia física nunca fue uno de sus rasgos), con los restos de una adicción todavía presentes y preocupada por lo que pueda pasarle a la única amiga que, hasta la fecha, parece quedarle en la serie. Pero también un tanto obsesionada con un antagonista al que el lector conoció previamente y que, aunque aquí también tiene su aparición, lo hace de una forma distinta y menos vinculada a las actuaciones de Parabellum de lo que esta hubiera esperado. Un cambio al que acompaña una evolución adecuada del personaje, con menos sarcasmo que en sus apariciones anteriores, algo más paranoico y menos sentido del humor. 


Salvo por la mayor importancia de la continuidad, el desarrollo de la trama es similar a las entregas anteriores: un caso de presentación, que sirve de forma anecdótica para dar una idea de la situación de la protagonista, un año después de Los muertos no pagan IVA, un gancho, en apariencia simple, que irá desvelando algo mucho más complejo y peligroso, y esta vez, un desenlace que podría considerarse el final de una etapa así como el cierre a lo que empezó en los dos libros anteriores. Pero no por mucho tiempo, porque en este se dan indicios para posibles tramas nuevas: las menciones al padre de la propia Parabellum, perdido (voluntariamente) por Bilbao, Daniel, un exnovio infernal (de nuevo, literalmente) del que ni la protagonista quiere hablar, y todo un sistema de rencillas y oposiciones entre distintos demonios que no tiene nada que envidiar a cualquier lucha entre políticos de baja estofa. Porque lo mejor de Parabellum sigue siendo su cercanía. No tiene que tener los poderes de Harry Dresden, ni el atractivo de Anita Blake, y a menudo, es mucho más pupas que el personaje de fantasía urbana medio. Pero con ella se ha desarrollado un mapa del país poblado por criaturas de la mitología local, pero también por las consecuencias de la corrupción, de la especulación inmobiliaria y empresarial y donde casi se agradece un enfoque fantástico al escenario. 





Tras Se vende alma, la detective de Sergio S. Moran se toma un descanso laboral. Por suerte, no por mucho tiempo, como el autor ha asegurado. Mientras, con esta entrega viene, además de un cambio de escenario e imaginar qué es lo que espera a Veronica Guerra tras su descanso, una novela corta, escrita al estilo de Elige tu propia aventura, en el que el lector puede guiar a su protagonista a través de un montón de malas decisiones. 

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