Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 25 de noviembre de 2021

Este muerto está muy vivo (1989). Rascayu, cuando mueras qué harás tú.

 


Quizá sea cosa de la nostalgia que se ha enquistado desde hace años, pero a veces parece que sería posible pasar todo el tiempo viendo cine de los ochenta y encontrando algo nuevo. O mas bien, que había quedado olvidado como "una de esas películas que ví en la tele hace mucho". Además de eso, muchas son todo un ejemplo de inventarse un título creativo de forma que este sea mucho más recordado que el original. En el caso de esta comedia, que en la que haya un muerto de por medio, de negra tiene muy poco, recurre a resumir directamente lo que le pasa a sus protagonistas durante un fin de semana. 


El cambio desde Weekend at Bernie´s original, que hacía referencia al accidentado fin de semana de sus protagonistas, se convirtió en un adelanto de  de lo que les pasaría a Larry y Richard, los empleados d euna compañía de seguros, cuando su jefe el señor Lomax los invita a pasar un fin de semana en su casa de la palay como   recompensa por descubrir un importante agujero en las cuentas de la  compañía. Esperando unas merecidas vacaciones, y con que una invitación personal sea  la señal de un ascenso, no se dan cuenta de las verdaderas intenciones de su jefe: la casa de la playa es el escenario perfecto para que sus contactos de la mafia se encarguen de los descubridores de un desfalco del que él es el responsable. Aunque  Lomax se ha hecho más enemigos de los  que sospechaba, y al llegada de Larry y Richard supondrá encontrarse con su cadáver, despachado por un asesino a sueldo que todavía se encuentra por los alrededores...y con un montón de gente con tantas ganas de fiesta  que no se han dado cuenta que su anfitrión ha pasado a mejor vida. 



Lo más recordado  hoy es haber conseguido organizar más de una hora a base de gags con un cuerpo inerte y todo tipo de enredos y esto supone. Salvo el factor macabro y tener que saltarse un poco la leyes de la biología (en un sitio con calor y humedad, a las 24 horas los protagonistas  no estarán muy comodos al lado de los restos mortales de su jefe), el humor era muy básico: malentendidos, picaresca, dobles sentidos muy simples, y sobre todo, mucha gestualidad. la mayor parte del trabajo le corresponde a Terry Kiser, que en su papel de finado acaba teniendo que ejecutar todo tipo de posiciones desmañadas y mantener una expresión completamente satisfecha. Y, aunque la actuación más recordada sea la de quien tiene que  permanecer más tiempo inmóvil, también destaca la de Don Calfa como asesino a sueldo, un tanto breve pero da un repaso a varios tópicos sobre sicarios, disfraces y asesinatos por encargo. Además de  aportar uno de los dos mejores gags sobre equivocaciones de toda la trama: una versión cómica de la víctima que persigue a su asesino. 


Si como comedia, salvo su reclamo principal, se queda dentro de los estándares  de enredo, desenlace optimista e incluso trama romántica donde  uno de los protagonistas consigue a la chica, uno de los aspectos más divertidos es el adquirido con el paso del tiempo:  esta muestra muchos aspectos de la mentalidad de los ochenta. el Nueva York de derribo, la mentalidad yuppie, cierta crítica, muy poca, a la falsedad de la cultura del esfuerzo, donde la recompensa por las horas extra es un intento de asesinato, la visión idealizada de la vida de los privilegiados...y también más de un chiste que sin duda hoy no pasaría el corte a base de meter con calzador estereotipos negativos. Y donde, incluso más que todos los gags  sobre muertos inquietos, resulta mucho más rescatable la secuencia donde los asistentes a una fiesta conversan y bromean con un cadáver sin ser conscientes de ello. Una situación donde la comicidad da paso a una lectura más seria. 

De Este muerto está muy vivo, además de su gag principal, se recuerda un título que se acabaría convirtiendo  en frase recurrente para cualquier situación donde algo no termina de quedarse quieto, siendo una comedia más de la década que muchos recordaremos haber visto. Aunque lo cierto es que más allá de sus gags mortuorios, cuenta con otras situaciones igualmente hilarantes e incluso con alguna que es fácil reconocer actualmente. 


jueves, 18 de noviembre de 2021

Jack Vance: Trilogía de Lyonesse Cuando frente al golfo de Vizcaya había hadas



Durante los ochenta, una gran parte de la fantasía seguía arrastrado recursos y arquetipos que tras el señor de los Anillos se habían convertido en canon. Algunos de forma flagrante (todavía me estoy reponiendo del batiburrillo de tópicos que supuso Dragones de fuego de Richard A. Knaak), otros con mejores resultados pero todos en su mayoría parecían haber decidido recorrer un camino marcado recientemente. Aunque la tradición fantástica va mucho más atrás, y Jack Vance optó por basar la suya en fuentes más antiguas y que parecían haber quedado desfasadas desde hacía años: la novela de caballerías, la mitología y la las leyendas celtas, e incluso los primeros mitos artúricos.




 

En la trilogía de Lyonessse, formada por El jardín de Suldrun, La perla verde y Madouc, narra la historia de uno de tantos reinos de las Islas Elder, situadas en algún lugar entre Inglaterra y las costas de Vizcaya (esto último y las menciones a Galicia fueron algo que me hizo mucha gracia), y cuya  existencia no difiere de la de otros lugares: hay reinos en guerra, alianzas formadas mediante pactos y matrimonios, traiciones e invasiones de pueblos nórdicos. El cristianismo intenta abrirse camino, poco a poco, donde todavía se cree en los antiguos dioses. Y donde tienen motivos para hacerlo, ya que las hadas son una realidad más  en sus vidas, así como la magia, aunque sus practicantes, conscientes  del poder que ostentan, han acordado no inmiscuirse en los asuntos de los mortales. Es en Lyonesse donde nace Suldrun, primogénita del rey Casmir y la reina Sollace, cuya rebeldía desespera a un monarca que la ve como una oportunidad de hacerse con más señoríos mediante un matrimonio ventajoso. Su terquedad ante las decisiones reales la lleva a ser recluida en las ruinas de un antiguo jardín, donde el destino la llevará a encontrar a un príncipe víctima de una traición, y donde comenzará una historia que a través de más de una década llevará a sus protagonistas a la pérdida, la desesperación, viajes a través del mundo y del de las hadas, pero también a través de la sutil lucha de poder entre magos, así como a conocer la vida de los niños que han sido raptados por las hadas. Mientras, el rey Casmir continúa sus planes de reinar sobre las islas Elder, atormentado por la profecía que escuchó poco antes de la desaparición de su hija: el heredero de Suldrun se sentará en el trono.


La continuidad entre los libros se basa en la coincidencia de personaje y un hilo conductor centrado en la trama planteada desde El jardín de Suldrun, de modo que hay cierta independencia entre ellos, convirtiendo cada tomo en una historia autoconclusiva, …donde también hay cabos sueltos que se resuelven de forma tan apresurada hacia el final que hace pensar que Vance no la concibió como una trilogía desde el principio.


El prólogo en la edición de Gigamesh menciona su similiaridad con las novelas de aventuras caballerescas, un estilo que consigue dominar  para esta trilogía haciendo que más que una obra continuada, sea similar a la narrada en un ciclo, con todo lo que lo caracteriza. Hay una fuerte presencia del azar, haciendo que muchos personajes entren y salgan sin que su  motivación sea resuelta ni afecte a la trama principal. Estos solo so una parte más del viaje de los protagonistas, que tiene mucho de iniciático, hasta el punto de incluir referencias al Grial en Madouc, el último libro de la serie. Y el enfoque de lo fantástico se basa en una concepción de la magia como algo incomprensible, cuyos hechiceros son conscientes de su condición sobrehumana y su forma de comportarse, muy similar a la de dioses menores. Y sobre todo, la presencia del mundo féerico, que tiene una gran importancia y constituye una de las partes más extensas de las aventuras de los personajes. Casi podría considerarse una novela de hadas más que de fantasía épica, al describir con detalle las reuniones, su comportamiento y su particular forma de ver el mundo y de relacionarse con los mortales.

Al tomar como referencia principal este tipo de novelas, supone que la serie flaquee en cuanto a continuidad de los hilos de cada personaje. Durante muchas páginas se pierde la pista a unos para pasar a hablar de otros durante varios capítulos. Y la caracterización de estos  no es la más profunda, siendo una sucesión de príncipes muy valientes, doncellas muy hermosas y forajidos muy malos, haciendo que las historias de algunos de ellos resulten aburridos:  avanzar a través de los primeros años de Suldrun resulta pausado y tedioso, y salvo servir como desencadenante de lo que moverá al resto de personajes durante los años posteriores, su carácter y actuaciones no son precisamente memorables, haciendo que el comienzo resulte muy estático. Y que por comparación, el antagonista tenga muchos más matices:  Casmir no es un villano. Al menos no más que el resto de nobles y reyes de las islas, y su maldad proviene de una rencilla personal y la venganza que deberá asumir. Sus otras acciones tienen una ambición puramente política y es fácil imaginar cómo hubieran sido las simpatías del lector si Vance hubiera decidido narrar las vicisitudes de Casmir a la hora de unificar las islas, y no la tragedia de Aillas y Suldrun. Es a partir de Madouc donde parece querer corregir esto y desarrolla con su protagonista y un personaje con más profundidad, que se aleja de las limitaciones de los presentados anteriormente y donde aprovecha todo lo descrito acerca de las hadas para caracterizar a una protagonista con mucha rebeldía y un particular sentido de la lógica, en el que está presente su naturaleza no del todo humana. Aunque este último sea el que adolezca de una mayor prisa a la hora de atar todos los cabos sueltos que fueron apareciendo previamente, llegando a tirar de soluciones que parecen sacadas de la manga en el último momento.

Entre las estanterías de la sección de género en aquella época en la que los mundos fantásticos parecían idénticos entre sí, la Trilogía de Lyonesse, con sus aciertos y fallos supuso un enfoque distinto donde la fantasía, a veces y lógica y un tanto arbitraria, le ganaba terreno a la épica y la descripción de grandes batallas.

viernes, 12 de noviembre de 2021

Halloween Kills (2021). El (eterno) retorno de Michael Myers



Desde que el 31 de octubre de 1978 un peligroso maniaco aterrorizase a los habitantes de Haddonfield y dejara varias víctimas a su paso, la figura del asesino enmascarado, imparable y sin motivo aparente se ha hecho un hueco en el cine. En el que, su primera aparición, el implacable y silencioso Michael Myers, también ha tenido varios regresos. Tantos, que ha resultado imposible seguir creyendo que un ser humano fuese capaz de reaparecer tantas veces tras ser apuñalado, tiroteado y churruscado. Un progresivo fallo de credibilidad que fue eliminado en 2018 cuando se estrenaba una secuela que optaba por borrar de la continuidad (por llamarlo de algún modo) las anteriores y retomar lo sucedido 40 años después, con un pueblo todavía marcado por la tragedia y una superviviente principal, Laurie Strode, que arrastraría lo sucedido durante toda su vida.




Pero es difícil mantener quieto por mucho tiempo a un asesino mitificado, porque tres años después se estrena la secuela de esta secuela. Halloween Kills continúa inmediatamente después de lo sucedido a los Strode en 2018, un poco antes de una nueva noche de Halloween donde algunos supervivientes recuerdan entre escalofríos lo que vivieron hace décadas y mientras Laurie, su hija y su nieta, conducidas al hospital, descubren que una vez más Michael ha escapado. Salvo que esta vez los que  huyeron de él por muy poco están dispuestos a cobrarse venganza. Y un solo hombre, por peligroso que sea, no puede hacer mucho contra una turba enfurecida. O si. Porque, ¿qué se puede hacer frente al auténtico hombre del saco?


La continuidad entre ambas películas es casi inmediata, de forma similar a lo que se llevó a cabo en Insidious y de manera que podría tomarse como una sesión doble. Salvo que si bien su primera parte se plantea como una actualización realista de la figura del asesino, insistiendo en las secuelas psicológicas que arrastra su personaje principal, esta es mucho más referencial y con un intento de tener una mayor carga metafórica. Los primeros minutos dan paso a un flashback de lo sucedido hace 40 años,  que viene adelantado por unos títulos de crédito idénticos a los originales, y donde se dan a conocer los personajes que tendrán un papel coprotagonista: policías, niños que se salvaron por poco e incluso quienes solo conocieron los hechos años después, y que hace que estos cuenten con un trasfondo, intentando que la historia tenga un carácter más coral: no es solo la de la final girl, sino la de todos aquellos (incluso el pueblo en conjunto) que vieron sus vidas afectadas…y que pese a sus intenciones, a Michael no le duran ni un asalto.


Porque, aunque el guion intente salirse del slasher habitual y desarrollar algo más ambicioso, como el efecto de las olas de pánico en un grupo de gente, la actuación de la masa buscando un culpable e incluso las referencias a las patrullas de vigilancia vecinal, este trabajo acaba sirviendo para poner cara, nombre y dar empatía  a unos personajes que mueren muy rápido ante un Michael Myers cada vez más invencible, al que es imposible superar en fuerza, velocidad ni número, y al que de forma definitiva convierten en la personificación del hombre del saco, dando una explicación casi sobrenatural sobre su naturaleza e invencibilidad adquiridas de la noche a la mañana. Pero que acaba chocando con el intento de la entrega anterior de normalizar la saga devolviendo a l asesino su condición de ser humano, no de criatura capaz  de regresar una y otra vez. Y que en todo caso, parece una explicación un poco traída por los pelos para justificar que este pueda levantarse y acabar con la docena de personas que hace un momento le estaban dando la paliza de su vida.

Halloween Kills, intentando separarse de lo derivativo de la franquicia, se arriesga a caer en ella de nuevo, convirtiendo a su antagonista en una figura imparable y dispuesta a aparecer una y otra vez. Tiene a su favor al menos el contar con Jamie Lee Curtis una vez más para retomar el personaje que la dio a conocer en 1978, y que Blumhouse sea mucho más eficiente a la hora de hacer películas de terror efectivas o que no caigan en la desgana absoluta. Y sobre todo, el intento de dar a la figura de Michael Myers un enfoque más global, como algo que marca a toda una comunidad y no como un mounstro aislado que persigue a la heroína repetidamente sin más consecuencias. Que, teniendo en cuenta el desenlace, es probable que si las haya, y que todavía haya algo más que  contar sobre esa noche de Halloween de 2018. Aunque, como hicieron en su día con Halloween 3, y dado el guiño que hacen a esta en un momento dado, me gustaría que esta se olvidara por un momento de Michael y volviera a contar que es lo que estaría pasando con las máscaras de Silver Shamrock.


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