Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 28 de febrero de 2013

Black Mirror Temporada 2. A Charlie Brooker no le convencen mucho los smartphones.



Hace un par de años se estrenaba Black Mirror, una miniserie británica de ciencia ficción que se caracterizaba por dos cosas: sus capítulos de historias separadas e independientes entre sí, y sus guiones que explotaban elementos de las tendencias y tecnología actuales en su forma más pesimista.



Si la clave de la primera temporada fueron la potencia de las redes sociales y la telerrealidad, en la segunda, y queda bien claro con su trailer, es el intercambio de información y la conexión con la red que, gracias a los smartphones, es practicamente permanente y puede compartirse de todo, en cualquier soporte, y en cualquier momento. Si mandar twitters continuamente o grabar con el teléfono todo lo que se mueve puede parecer una costumbre irritante, en manos de Charlie Brooker se vuelve mucho más angustiosa, y en tres episodios ha sido capaz de hacer resucitar a una persona gracias a su información volcada en facebook y sus correos, hacer que una mujer amnésica sea perseguida mientras la gente graba obsesivamente su situación sin intentar ayudarla, y hasta convertir en candidato a las elecciones a un dibujo animado de bastante mal gusto. Esto último no es que sea lo más grave, visto las joyas de políticos que hay últimamente, pero el mensaje sobre lo que es un voto y la libertad de acción que proporciona el anonimato queda bastante claro.



La serie también sigue caracterizándose por la importancia de las situaciones y las relaciones personales en relación a la tecnología, y este es el punto de partida del primer episodio de la temporada: una empresa ofrece la opción de recrear, en forma de programa de conversación, a personas fallecidas, a partir de la información y opiniones que estos publicaban en redes sociales, e incluso volcar este programa en un soporte físico de aspecto perfectamente humano. Para la protagonista, que acaba perder a su marido, parece la opción perfecta en lugar de afrontar la muerte de un ser querido, hasta que se da cuenta que esta no ha sido una forma de recuperar a su marido, sino una copia que actúa siguiendo una programación. Si la primera temporada terminaba planteando una historia sobre la posibilidad de grabar las vivencias de las personas, y el efecto que tenía esta tecnología en situaciones desagradables, es interesante que la segunda comience con el tema de aceptar la muerte como algo inevitable, o en este caso, de poder tratarlo como un bache solucionable mediante una copia de seguridad.


Sí, la chica de atrás es Annie, la fantasma de Being Human


Los futuros pesimistas aparecen en el segundo episodio. La protagonista se despierta, sin recordar nada, y es perseguida por un grupo de asesinos de aspecto extraño, mientras la gente que la rodea se limita a ignorarla y grabarla con el teléfono como si fuera lo más interesante del mundo. Según otros personajes que encuentra, algo ha sucedido que ha cambiado a la humanidad, haciéndolos depender de todo lo que estos pueden grabar o fotografiar. Pero nada es lo que parece, y aunque toda esa gente esté, o bien grabándola o bien intentando asesinar a la protagonista, es por un motivo distinto. Este ha debido ser el capítulo menos típico dentro de la serie, y está mucho más cercano a otros escenarios de ciencia ficción como la amnesia, las distopías y en cierto modo, los finales inesperados.



Black Mirror empezó pisando fuerte gracias a Nacional Anthem y los sacrificios que el primer ministro debe hacer para evitar el asesinato de un miembro de la familia real, y en esta temporada la política tampoco se salva. En el último episodio, se plantea el efecto de los votos protesta a candidatos que se presentan medio en broma, medio en serio, y sus resultados. El protagonista, que pone voz a Waldo, un oso creado por infografía que se dedica a burlarse de forma agresiva de todos los políticos durante las elecciones, se da cuenta de los efectos que puede tener el convertir la política en otra aplicación para teléfonos, aunque también es cierto que los otros candidatos que aparecen solo podrían calificarse, siendo generosos, como el mal menor.

Aún tratándose de capítulos independientes entre sí, cada temporada de Black Mirror parece mantener tres temas que toca de un modo u otro: las relaciones humanas, la telerrealidad y la política. Y también puede que por conocer ya la serie, esta última entrega me haya parecido menos pesimista que la anterior…O eso, o es que las cosas están peor de lo que plantea Charlie Brooker.

lunes, 25 de febrero de 2013

Ghost Adventures: el hombre que gritaba a los fantasmas



Lo reconozco: uno de mis programas favoritos en la tele es un reality. En concreto, un reality sobre cazadores de fantasmas, o al menos, eso asegura su presentador, porque en seis o siete temporadas todavía no visto ninguno.

Realities y programas sobre el tema los hay a puñados en la tele estadounidense, desde Ghost Hunters y sus fontaneros aficionados a lo paranormal hasta A Haunting, que emitía el Discovery Channel. La principal diferencia de Ghost Adventures con estos otros es lo escaso de los medios con los que trabajan, por aquello de poder moverse sin dificultades por todo tipo de edificios, y sobre todo, su aproximación completamente absurda y subjetiva al tema de los fantasmas y las casas embrujadas: los tres miembros del equipo se encierran toda una noche con unas cámaras, varias grabadoras y algún que otro cacharro, en un sitio supuestamente encantado. Lo mismo puede ser una mansión, que un hospital abandonado, o  los subterráneos de Edimburgo, cuando se les ocurre tomar un avión e investigar sitios fuera de Estados Unidos.  Durante esas horas, recorren las habitaciones y plantas con una grabadora en mano, escuchando ruidos, haciendo preguntas y jurando y perjurando que el zumbido que ha captado la grabadora es una respuesta coherente a lo que ellos acaban de decir. Cuando termina la noche, salen de allí y en el epílogo aseguran que han contactado con algo y hay muchísima actividad sobrenatural, aunque en más de un programa lo que da la impresión es que en la mayoría de edificios, más que fantasmas, debe haber unas ratas bastante gordas. Y unas cuantas tuberías en mal estado.



 En general, esto es habitual en los programas sobre investigación de fantasmas, pero el truco de Ghost Adventures consiste en la particular aproximación de su presentador, Zak Bagans, a lo sobrenatural: a grito pelado y amenazando a los supuestos fantasmas para provocarlos y que estos se manifiesten, ya sea con algún gruñido en la grabadora, o haciendo un ruido en otra habitación. Otra táctica que no falla en ningún programa es abandonar a otro de sus investigadores en la habitación o parte de la casa donde presuntamente hay más actividad, esperando a que, o bien se le aparezca un fantasma y lo mate del susto, o se acabe muriendo de miedo él solo, porque al cabo de tres o cuatro programas, la cara de pánico absoluto de Aaron Goodwin es todo un clásico para quien se aficione al reality (además de ser lo más divertido de los cuarenta y cinco minutos de episodio). Zak Bagans es un presentador completamente absurdo: con más pinta de cachas de gimnasio que de investigador, asegura haber visto un fantasma (en una historia que suena más a haber sufrido una pesadilla que un fenómeno paranormal) y que desde entonces, se ha jurado no parar hasta conseguir evidencias de su existencia. Esto tampoco sería muy raro si no fuera porque se olvida de utilizar cualquier medio minimamente científico y recurrir a su propia intuición (porque él asegura que la tiene) y a baremos tan objetivos para asegurar la presencia de fantasmas como el tener la piel de gallina en un edificio vacío donde él se pasea en manga corta.


La estructura de cada episodio es muy similar: los tres investigadores llegan (el tercero, Nick Groff, es el menos divertido. O el menos ridículo), hablan con algún historiador o guías turísticos sobre los rumores del lugar, se encierran, y después de dar unas cuantas vueltas durante la noche, hacer que Aaron Goodwin se quede solo, grabar psicofonías donde aseguran oír todo tipo de respuestas, y salir de allí asegurando que el sitio está embrujado y que ellos han ayudado a solucionar lo que allí pasa. Esto último, no tengo ni idea de por qué lo dicen, porque tampoco es que aporten mucho más allá de hacer espectáculo y asustar a las cucarachas.


Si la cosa se pone complicada, llaman también a un exorcista

Un programa como este es imposible verlo si se toma en serio: el presentador es todo un cuadro, los episodios llegan a ser repetitivos a base de seguir siempre la misma estructura y en resumen, puede parecer una soberana tontería. Pero tiene algo a favor: Ghost Adventures resulta involuntariamente cómico, y si se ve como tal, es imposible no reírse cada vez que el presentador hace posturita con los bíceps mientras entrevista a algún testigo, cada vez que se pone a gritar algo en plan “Come at me, Ghost” en un edificio abandonado, y sobre todo, cada vez que este le encarga a Aaron Goodwin quedarse solo en el cuarto más embrujado de toda la casa. El potencial cómico, y sobre todo, lo parodiable del programa, es bastante notable hasta el punto de contar con un par de películas, Grave Encounters, en las que no solo se reconoce al dedillo el formato y presentadores de este Reality, sino que son también un par de series B la mar de divertidas.

 En España también han tenido su ración de parodia, gracias a los comentarios del Intermedioi, donde más de una vez ha aparecido alguna secuencia del programa, especialmente, en las que sale Aaron Goodwin a quien Dani Mateo ha apodado El Cazafantasmas Miedoso. Desde luego, es un reality ridículo como pocos, con ninguna credibilidad, pero también lo reconozco: si no me pareciera tan divertido, ni lo vería regularmente, ni me dedicaría a escribir sobre él.

jueves, 21 de febrero de 2013

Lecturas de la semana. Cualquier intento de buscarles un nexo en común es inútil


Aunque de forma general podría decirse que los dos libros que he terminado en estos días sean de temática fantástica, no lo es tanto si nos ponemos picajosos con las clasificaciones. Y saliendo de ellas, todavía más: uno lo he leído en papel, el otro en ebook. Uno es una novela, y el otro, recopilación de relatos. Y el primero forma parte de una exitosa saga de fantasía urbana mientras que el segundo son escritos que seguramente hoy no recuerde nadie.

 

La Tumba. Jim Butcher. Tercer libro en la serie Harry Dresden, el mago que ofrece sus servicios cual detective cualquiera y al que le cabrea un montón que le pidan filtros y pociones amorosas (de hecho, lo indica claramente en su tarjeta). Tras ir conociendo su trabajo y su historia, no muy feliz, en los dos primeros libros, ahora le toca enfrentarse con una importante cantidad de actividad fantasmal, que, según descubre, no es una coincidencia: los espectros han sido torturados lo suficiente como para manifestarse más, y esto da lugar a la aparición de una criatura a la que se refieren como Pesadilla, con la que Harry Dresden y sus compañeros tuvieron un enfrentamiento hace tiempo y ahora quiere venganza. Además, tiene que asistir a una reunión de una de las cortes vampíricas, en la que seguramente intenten que no salga vivo.

Del tal Dresden no conozco gran cosa, porque no llegué a terminar el primer libro ni leí el segundo, pero lo que tienen a su favor estos libros es lo independientes que resultan unos de otros: aparecen personajes que el protagonista conoce, o hacen referencias a cosas que este ha vivido, pero lo suficiente concisas como para que el lector se entere de lo que pasa, y sobre todo, que estas no tengan una gran importancia en lo que cuenta en el siguiente libro. Aunque el protagonista evolucione a lo largo de la serie, hasta el punto de tener una novia, bastante insoportable ella, en este libro, en ningún momento provoca sensación de confusión o de haberse perdido algo en concreto. Y, tomándolo tal cual, el libro se disfruta bastante por la cantidad de acción que incluye e incluso el esfuerzo a la hora de crear una sociedad propia para las criaturas sobrenaturales.

 En cambio, si se intenta tomar el libro en serio, no aguanta muy bien la lectura: Harry Dresden no deja de ser el arquetipo de detective encallecido pero romántico, con respuestas para todo, que cuenta sus aventuras en primera persona y que se ha visto millones de veces desde la época de Philip Marlowe y Sam Spade. Además, el autor recurre mucho a los diálogos en los que los personajes recopilan pistas y conclusiones una y otra vez, como para asegurarse que el lector no pierda el hilo de la historia que, para qué negarlo, tampoco es tan complicada.

 

Varios Autores. Dossier Negro. Hay gente a la que se le debería hacer el trabajo que realizan mucho más, como la persona a la que se le ocurrió recopilar digitalmente todos los relatos aparecidos en la revista de comics de terror Dossier Negro. Lo más famoso de la revista fue más bien algunos comics, y seguramente todas estos relatos cortos acabarían desapareciendo como lágrimas en la lluvia (más que nada, porque si no escribo la frase, reviento).

Conservo algunos ejemplares en papel, en general los relatos no pasaban de dos páginas a doble columna. El que no recordara ninguna en concreto demuestra lo poco memorables que eran, porque en realidad, no había nombres conocidos, sino que la mayoría eran escritos con seudónimos, más algún texto adaptado de Poe, y los cuentos solían trabajar con escenarios y situaciones tópicos del género de terror para llegar a un final sorpresa: mujeres que engañan a sus maridos haciéndoles creer locos, científicos, selvas y salvajes, nobles despiadados, fantasmas e incluso una historia en los Cárpatos por ser un lugar que no podía faltar en una buena recopilación de terror de consumo.

A pesar de no tener una calidad para echar cohetes, me divertí un montón leyéndolos. Porque ante todo, no engañan, y no quieren ser otra cosa que historias de terror entretenidas e incluir un final de infarto que haga que las dos páginas de texto merezcan la pena. Hace años leí bastantes novelitas de terror publicadas por la editorial Bruguera, con el mismo estilo, el mismo truco de autores escribiendo con seudónimo inglés y sus mismos escenarios fuera de España porque, como todo el mundo sabe, esas cosas solo pasan en Inglaterra y en lugares apartados de Europa. Y el volver a encontrar este tipo de historias, y sobre todo, conservadas en un nuevo soporte, hace que al menos la lectura merezca la pena por lo nostálgico de esta.

 

lunes, 18 de febrero de 2013

El irlandés (The Guard, 2011). Cuando las películas de policías se hacen con mala baba


En el cineclub se han tomado bastante en serio el tema de hacer un ciclo de comedia, y aunque en la selección que hicieron incluían varias películas con tema social o problemáticas de pareja como trasfondo, esta vez se han tirado a la piscina y optar por una película que ni hace crítica, ni tiene drama, y que hasta incluye temas tan poco sesudos como las comedias de policías. En la presentación juraban y perjuraban que también incluía referencias de actualidad como los sobornos y la corrupción, pero, hay que reconocerlo, hasta los intelectuales y cinéfilos necesitan de vez en cuando un descanso y una película con la que divertirse sin complejos.


El irlandés es el guardia Gerry Boyle, un policía de Connemara que, además de encargarse de un pueblo bastante tranquilo, es un elemento que no da muy buen nombre a la policía: no se corta en robar drogas de los escenarios de un delito (y utilizarlas), hace la vista gorda al tráfico de armas del IRA, es asombrosamente racista y orgulloso de ello, hasta el punto de responder todo tipo de burradas al agente negro del FBI que llega a Irlanda investigando el destino de un alijo de droga que, en unos días, debería desembarcar en la costa Oeste del país. No parece precisamente el mejor tipo con el que trabajar, pero tampoco queda otro remedio cuando uno de los narcotraficantes implicados aparece muerto en su pueblo, y por lo que se sabe, los otros tres andan cerca.



El agente Everett deberá ponerse a trabajar con un policía que se marcha a Dublín de picos pardos en su día libre e intentar obtener información de unos paisanos que pasan de él ampliamente, mientras gran parte de las fuerzas del orden son sobornadas por los narcotraficantes…Pero tiene algo a favor con su compañero: es el único policía al que estos no han conseguido comprar, ni con chantaje ni con dinero. Y no está muy contento desde que estos delincuentes han asesinado a uno de sus agentes (bueno, al que tenía, que el pueblo es pequeño).

Todo el público coincide en lo mismo: ese niño es raruno e inquietante a partes iguales

La película es una versión, más extrema y con mucha más mala idea, de las comedias en las que dos polícias completamente opuestos tienen que colaborar. Y aunque el agente del FBI sea un policía de los serios, que podría aparecer en cualquier otra, a los chistes para todos los públicos los sustituye un humor más negro, que no solo no se corta con los tacos sino con situaciones más escabrosas como el consumo de drogas, el terrorismo, y especialmente, la corrupción policial. Tampoco se cortan en pasar de los estereotipos del país que tanto se promocionan en las oficinas de turismo: el paisaje irlandés será bonito, pero la gente puede estar igual de pasada de vueltas, corrupta y delincuente que en cualquier otro sitio.


El personaje de Boyle, pese a los puntos desagradables, está lejos de ser la versión irlandesa de Torrente, sino que es un tipo nada grimoso, mucho más estoico y metódico, con unas opiniones muy suyas e incluso una parte sensible cuando visita a su madre a la que le quedan semanas de vida. Los narcotraficantes, siendo unos tipos que recurren a las mañas típicas de su oficio como el asesinato, el soborno y cualquier otro comportamiento regulado en el código Penal, llegan a plantearse qué están haciendo con sus vidas durante una visita al acuario de Galway, e incluso se ponen a discutir sobre sus filósofos favoritos, cosa que recuerda un poco a otras películas de mafiosos peculiares como In Brugge o Snatch. Seguramente la cara más conocida de estos tres es la de Mark Strong, que desde la versión de Guy Ritchie de Sherlock Holmes, parece que se ha abonado a hacer de malo (además de quedarse cada día más calvo).

Su principal fallo es un comienzo un poco confuso. El hilo conductor de la película es un argumento que podría valer para un guión dramático, pero el tema de la primera investigación se diluye un poco al dedicarse a presentar a su particular protagonista, la trama sobre la desaparición de su compañero, y sobre todo, la colaboración del agente del FBI con el sargento Boyle resulta bastante forzada. Incluso algunas situaciones pueden resultar un poco difíciles de entender como las referencias a las actividades del IRA que, presuntamente, ha abandonado las armas. Pero, tratándose de referencias hechas por, y para irlandeses, no son precisamente un problema.

Tratándose de una comedia negra, principalmente, no va haber situaciones abiertamente cómicas, pero sí diálogos bastante ácidos y una total falta de prejuicios a la hora de meterse con muchos estereotipos, lo que da para unos noventa minutos que, después del principio un poco desorientado, son de lo más aprovechable.

jueves, 14 de febrero de 2013

Lecturas de la semana. Del libro al cine y al revés


Muchas películas se basan en libros que a día de hoy, a penas se conocen. Lo mismo puede ser porque la fama de la pantalla escondiera a la novela en cuestión, o en el peor de los casos, porque el libro fuera malucho y el guión resultara infinitamente mejor….también hay casos, los más raros, en los que un libro es la adapción al papel de una película conocida. Esto último fue bastante popular hace algunos años, especialmente antes de que el mercado del video doméstico y el merchandising de todo tipo se generalizara, y por norma, no eran el colmo de la calidad literaria, sino una versión narrada y accesible para todos los lectores de la película del momento. Esta vez me he encontrado con los dos casos, tratándose ambos de mis películas preferidas. Y si en el primero es la novelita de ciencia ficción que sirvió para la obra más conocida de Fritz Lang, el segundo es la versión en papel del cuento de hadas más conocido (e incomprendido durante muchos años) de Jim Henson.


Thea Von Harbou. Metrópolis. Ademas de guionista y esposa de Fritz Lang, Harbou era escritora, y algunas de sus novelas, como la Tumba India o La Mujer en la Luna acabarían siendo también algunas de las películas que su señor marido filmó entre guerras. Metrópolis es probablemente la más famosa, y tanto los escenarios futuristas como la mujer mecánica (si me apuran, hasta el vídeo de Queen también) harían que hoy la novela quedara como una anécdota. La historia es la reflejada en la película del mismo nombre: la ciudad futurista, la separación absoluta entre la calidad de vida de los dirigentes y los obreros, una chica un tanto mesiánica que intenta mediar entre ellos, y la aparición de su doble robótica creada por un científico para sabotear su misión.

El tratamiento del tema de los trabajadores es bastante simplón y el personaje de María, un tanto irritante con tanta virginalidad y número de seguidores que acumula, y no se trata de un libro en el que se deba buscar ni la parte mas científica de la ficción, ni especialmente, personajes que asombren por su profundidad: y es que en el fondo, la historia de los protagonistas de Metropolis es vodevilera como pocas. Está la tragedia de los enamorados que pertenecen a distinta clase social, la enemistad que mantienen el dueño de Metrópolis y el científico por haber perdido a la mujer que amaban y este último, que aunque en la película es más un científico loco como mandan los cánones, el del libro es más cercano a la idea de los alquimistas. De hecho, tanto las referencias a la magia y alquimia como la mitología antigua, desde la cristiana hasta la clásica, es lo que más influye el libro, porque el funcionamiento de las máquinas se compara con un Moloch que se alimenta de víctimas, y la mujer robot del científico, a la que llama Parodia, recuerda más a los intentos alquímicos de crear vida que al androide que se vería en pantalla. Tampoco es especialmente larga, y pese a la parte pastelosa, lo que mejor defiende la novela es su narración completamente art-decó y más centrada en la tragedia y en el planteamiento un tanto poético de las situaciones.


A. C. H. Smith. Labyrinth. Como decían en la página donde lo encontré: "Espera, ¿¡Hay un libro!? Sí, y aquí está la versión en .txt". El principal fallo de las novelizaciones de películas es pasarse de simples, y al estar trabajando con un canon muy determinado del que no pueden alejarse, no ir más allá de añadirle conectores narrativos al guión que les han entregado. Cuando la novela en cuestión es la mejor película del creador de marionetas más conocido, en la que se depende especialmente de las imágenes, y sobre todo, de los números musicales de David Bowie, me esperaba una cosita sin estilo, como los casos anteriores.

Por sorpresa para mí, el libro que adapta la pelicula es muy competente. No hay grandes ejercicios de creatividad e innovación, y desde luego, muchas descripciones brillan por su ausencia porque el lector ya tiene en la cabeza la cara de los personajes, pero a pesar de todo, el autor se ha esforzado en aportar algunos elementos a mayores, como un poco más de transfondo real para la protagonista (el divorcio de sus padres y la carrera como actriz de su madre), o hacer más presente el tema del paso del tiempo para el rey de los goblins. El estilo es bastante simple, pero bastante mejor que en otras novelas oficiales de la película que he leído, y no se le debería exigir más a una historia que está planteada como un cuento de hadas. Aunque, de todas formas, con un poco más de calma y detalle en las descripciones, habría resultado una novela redonda.

Y además, minutos musicales. Porque para cualquiera que haya crecido en los ochenta es imposible recordar Metrópolis sin pensar en Freddie Mercury.

lunes, 11 de febrero de 2013

Django Desencadenado (2012). Tiroteos, música de Enio Morricone y un diálogo en alemán



A Tarantino deben quedarle pocos géneros por homenajear. Empezó en los noventa con una forma de hacer cine un tanto desconcertante en la que ya no se cortaba en hacer referencia a todo tipo de películas que admiraba. En la siguiente década se atrevió a hacer su propia versión de todos esos géneros, como pudieron ser las artes marciales, el terror cutre, el cine bélico, y finalmente, los westerns. O más exactamente, la versión italiana de estos y del personaje del mismo nombre que apareció en varias decenas de producciones.


Django es un esclavo que, después de ser vendido, se encuentra con King Schultz, un cazarrecompensas alemán que le promete liberarlo si lo ayuda a encontrar a unos forajidos. Tras haber tenido bastante éxito, aprende algo más del oficio junto a su compañero hasta que decide, ayudado por Schultz, recupera a su mujer, que fue vendida a una plantación bastante conocida por organizar peleas a muerte entre los esclavos. Negociar con su propietario parece difícil, y la mejor forma parece ser el hacerse pasar por un interesado en las peleas y su socio, nada menos que un esclavista negro. Pero incluso ese disfraz y la sangre fría de los protagonistas no será suficiente tras encontrarse con el desagradable Calvin Candie, su grupo de matones y su carácter todavía más despreciable.

 

Como suele pasar con los homenajes de Tarantino, la película y el protagonista poco tienen que ver con el personaje del que toman su nombre, aunque Franco Nero hace un cameo en una situación un tanto absurda. La historia puede parecer básica para las dos horas y media largas de metraje, pero también el tratamiento va a ser muy suyo: es una película con secuencias largas, en la que los diálogos se llevan la parte estrella y no van a faltar secuencias acompañadas de piezas musicales, especialmente de Enio Morricone. Incluso hay lugar para situaciones con mucho más humor absurdo del que me esperaba en este director, como una discusión bastante cómica en el que el Ku-Klux Klan se plantea en salir sin los capuchones debido a la falta de visibilidad que les provocan.


Igual que en Malditos Bastardos, lo que más ha dado que hablar han sido las interpretaciones de algunos actores. Si la primera fue por excelencia la película de Christoph Waltz, aquí se lleva la palma Leonardo DiCaprio como dueño de plantación, en el que se debe recoger lo peor de cada casa: descortés, falsamente meloso, sádico y capaz de mostrarse de lo más peligroso. Es un personaje un tanto caricaturesco y eso implica que no sea una interpretación de Oscar, pero esa exageración también hay que saber llevarla. Waltz, si sigue así, va a ser un habitual en las películas del director que lo presentó al mundo, aunque su papel es mucho menos memorable que el coronel Hans Landa, y más bien me recordó a una versión maja y no asesina del oficial nazi, pero sigue igual de divertido y el que se eche al menos una parrafada en alemán por película empieza a ser un clásico. Y como aquí no había excusa, hay papel para Samuel L. Jackson, haciendo de criado viejo y rivalizando con su dueño en cansino e insoportable. Tarantino también aparece en un cameo, aunque de su figura más espigada poco queda...Ya en Planet Terror estaba un poco llenito, pero aquí alguien debería hablarle de los beneficios de las dietas bajas en calorías.

No he visto las grandes de su filmografía (¡que no cunda el pánico! ¡Lo tengo en Tareas pendientes!), pero sí casi todas de la siguientes época, y creo que esta es con diferencia, la que más me ha gustado, incluso por encima de Malditos Bastardos. Los diálogos tienen la extensión justa, la historia es compacta y le ayuda el que sea más lineal, tiene sus puntos de humor, y hasta me atrevería a decir que es menos sangrienta que lo que ha filmado hasta ahora. Pero eso tampoco quiere decir que falten tiros y cosas que explotan.

jueves, 7 de febrero de 2013

The Collection (2012). Habitaciones trampa, insectos, y un asesino aficionado al bricolaje.



De todo el cine de terror, los slashers o películas de asesinos en serie son las que menos me gustan. La fórmula es bastante repetitiva, y aunque eso se pueda decir también de las películas de zombies, lo de un tipo con careta o cualquier detalle absurdo que asesina a personajes a cada cual más tonto, no termina de convencerme, y sus segundas partes, todavía menos. Pero muy de vez en cuando, puede aparecer alguna del tema que, por su punto de partida, o incluso su estética, consigue que me olvide de la falta de interés que tenía en un principio y acabe dándole una oportunidad. Este ha sido el caso de The Collection, que aunque empiece como un slasher, va cogiendo elementos de otras películas de serie B y da para un buen rato.



La película arranca con las noticias acerca de un asesino en serie que mata y mutila indiscriminadamente a sus víctimas, y de las cuales una todavía no ha aparecido. Mientras, Helena, la protagonista acude a una fiesta que parece ir de mal en peor: no solo se encuentra a su novio dándose el lote con una pelandusca, sino que en un baúl encuentra al hombre al que el asesino había secuestrado. En ese momento, una serie de trampas empezarán a ponerse en marcha en el local, destrozando a los asistentes a la fiesta. Lo último a lo que tiene tiempo Arkin tras salir del baúl es ver cómo Helena es secuestrada por el asesino. En el hospital el padre de la protagonista le ofrecerá la posibilidad de guiarlo hasta el asesino junto a un equipo de paramilitares y así recuperar a su hija. Pero teniendo en cuenta los gustos a la hora de decorar de El Colleccionista, lo difícil no será encontrarlo, sino poder salir de un hotel abandonado lleno de trampas de todo tipo y un asesino asombrosamente entrenado.

 

Una de las primeras cosas que me sorprendió fue el descubrir que se trataba de la secuela de The Collector, una película del 2009, en la que el tal Arkin era protagonista, seguramente de ahí todo el tema de las noticias que apararecían al principio. De todas formas, no hace mucha falta porque la historia se entiende perfectamente sin necesidad de conocer al asesino en cuestión ni los personajes anteriores: con saber que hay un asesino muy chungo suelto, que uno de los personajes ha conseguido sobrevivir no se sabe como, y que un grupo de mercenarios se va a meter en un sitio peligroso para salvar a alguien, es suficiente para no perderse.



Porque acaba de activar una trampa altamente mortífera, que si no, con esa careta, cualquiera pensaría que se dedica a otra cosa

Lo segundo fue la mezcla de géneros, y sobre todo, una falta de lógica que funciona bastante bien. Porque en The Collection, después de la primera masacre a base de trampas, no hay un patron de personajes haciendo el tonto en sus casas mientras el asesino va a por ellos, sino que estos tienen un objetivo claro, que es salir con vida de un edificio lleno de trampas. El grupo de secundarios, y sobre todo, el personaje de héroe a su pesar de Arkin me recordó más a series B de otro estilo, más cercanas al tema de monstruos o zombies que a los asesinos en serie. Además, el trabajo que han hecho para caracterizarlos es breve, pero competente: si los telediarios sirven de introducción a un asesino que parece no tener motivaciones concretas, con unos cuantos flashbacks, se sabe que el padre de la protagonista tiene recursos suficientes como para mandar a un grupo armado a salvarla. No es necesario saber mucho más, cuando lo importante de la película es que los protagonistas puedan salir del edificio, y sobre todo, ver qué nuevas trampas y salas a cada cual más extraña descubren.


Había pensado en aparecer con un par de gatos de presa, pero lo ignoraban y se echaban la siesta en cualquier esquina

El asesino, y su edificio de los horrores, son de todo menos realistas, pero resulta muy divertido. Un personaje imposible, que parece obsesionado con la taxidermia y los insectos, que utiliza los cuerpos de sus víctimas para diseñar insectos, pero que también es capaz de convertir a algunas en bestias agresivas gracias a una mezcla de drogas y desfigurarlos hasta la locura, de construir en un edificio trampas imposibles, luchar cuerpo a cuerpo y hasta disparar un rifle automático si hace falta. No debe haber muchos asesinos en serie con semejante currículum, pero se trata de un personaje y un escenario completamente pulp, en el que se mezclan todas las neuras posibles de un psicópata y no falta ni el tema de las habitaciones-trampa que desde el famoso Castillo de H. H. Holmes también ha pasado a ser parte de este género.

Con toda la acumulación de escenarios, elementos siniestros y trampas variadas, ha acabado importándome poco que la historia se centre en la huída de los protagonistas y poco se sepa del asesino, lo que lo motiva, y sobre todo, de dónde ha sacado todo el tiempo y dinero para el hotel de los horrores que se ha construido, pero a una serie B tan divertida como esta no le voy a exigir más coherencia de la que tiene.

lunes, 4 de febrero de 2013

Ruby Sparks (2013) El escritor neurótico que se materializa una novia


Debe ser una tradición que a los cineclubs se vaya a pensar y no a pasar el rato. Bueno, según qué películas, si se trata de algún documental iraní, lo que sí se va a pasar es un mal rato. En resumen, que en cualquier ciclo que organicen, lo más normal es que se trate de dramas o documentales, y que géneros más ligeros se queden fuera de la cuestión.

De todas formas, algo hay que variar, y la comedia también sirve en películas fuera del circuito comercial, cosa que demuestra Ruby Sparks, una historia de esas en las que sin mucha explicación, la fantasía y la realidad se mezclan cuando Calvin, un escritor bloqueado descubre que una chica llamada Ruby, sobre la que lleva escribiendo varias noches acaba de materializarse en su piso y parece bastante feliz de ser su novia. Aunque en un principio el protagonista crea estar volviéndose loco, se olvida de todas sus preocupaciones cuando comprueba que ella es tan real que todo el mundo puede verla, además de caerles bastante bien. Pero alguien creado por la imaginación de un escritor tiene una desventaja: este puede ser modificado según lo que el novelista escriba, desde sus acciones hasta su carácter. Y aunque la posibilidad de controlar de esta forma a una persona sea algo a lo que el protagonista se niegue, cuando este teme que su novia acabe cortando con él, acaba planteándose lo contrario con algunos resultados graciosos y otros un tanto más desagradables.



Aunque se plantee como una comedia, cosa que ayuda lo absurdo de la situación, y sobre todo, muchos de los ridículos que hace el protagonista cuando se encuentra con la chica que él ha inventado, la película va derivando hacia un tono más dramático y un tanto angustioso desde el momento en que este decide volver a escribir sobre su novia para evitar perderla. Las primeras secuencias son abiertamente cómicas, con una Ruby convertida en una persona insoportablemente mimosa incapaz de separarse de su novio, a provocarle un estado permanente de alegría también bastante difícil de aguantar. El devolverla a la normalidad, y que la posibilidad de romper se haga cada vez más real, hará que su siguiente modificación sea mucho más agresiva y tan violenta como una secuencia de violencia doméstica.


De hecho, el protagonista pasa de ser un simpático escritor bloqueado, un poco neurótico, y que todavía sufre por su exnovia, aun tipo tan insoportable que hasta sus propios personajes cortan con él, y con una fijación por controlar a los demás que acaba cruzando la línea de la violencia. Ruby, la chica imaginada por él, empieza como el estereotipo de chica alocada y un tanto complicada que suele gustar en el cine independiente, para convertirse en una persona mucho más real, con sus defectos, sus cambios de humor, y muy pocas intenciones de pasarse la vida sin más horizontes que ser la novia del protagonista. El resto de personajes también tienen sus detalles, que se irán viendo a lo largo de la película, y en un reparto de caras poco conocidas (uno de ellos es la novia de la guionista), aparece Antonio Banderas al que el cine independiente parece gustarle bastante.

Con el cambio de tono la historia mejora bastante, porque la primera parte, más cómica, resulta tan hipster que parece sacada directamente de un manual sobre el tema: el personaje con pinta de geek, la chica con pasado un poco turbio pero alocada y excéntrica, y hasta una máquina de escribir que el protagonista utiliza hasta que se acuerda de cambiarla por un portátil…Mac, obviamente. Y hasta una banda sonora de temas sesenteros y canciones en francés. Ruby empieza como el estereotipo de chica que le gustaría a un personaje como el protagonista, completamente estrafalaria y divertida (para él) hasta un punto que parece una caricatura del estereotipo popularizado por Zooey Deschanel. Tanta alegría y buen rollo se va deshaciendo a medida que el protagonista empieza a aparecer menos neurótico y más desagradable, a la vez que la historia pierde un poco el tono un poco artificial y gana puntos con el drama que empieza a desarrollarse.

Lo que empezó como una comedia que no me convencía, acabó como un drama que terminó por gustarme, tanto por la evolución a mejor de la historia, como el encontrar algunos parecidos (salvando las distancias) con historias sobre relaciones peculiares como pueden ser los comics de Scott Pilgrim.

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