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jueves, 18 de junio de 2020

El ataque de los tomates asesinos (1976). Las frutas de la ira


Hoy vamos a hablar de humor idiota. Por aquí ha pasado la comedia involuntaria, el humor negro, el absurdo e incluso alguno bastante grueso, pero faltaban aquellos chistes que de tan simples, elementales y llevados de una forma tan aleatoria, entran en la categoría de lo tonto. Una que también tiene su arte el llevarla a cabo, y sobre todo, encontrar con el público la sintonía necesaria para pasar de ser un fracaso de crítica a una pieza de culto y una pequeña franquicia. En este caso, solo hizo falta una parodia de las películas de ciencia ficción de los cincuenta y....unas verduras. O frutas, que todavía no está claro.



El ataque de los tomates asesinos cuenta, además de con una canción introductoria de lo más pegadiza, con un punto de partida en el que los lagartos, hormigas y cualquier otro ser vivo susceptible de alcanzar una altura desproporcionada respecto a su naturaleza, son sustituidos por algo tan anodino como un vegetal. Sin motivo aparente, los tomates empiezan a volverse agresivos, móviles y a atacar a los humanos de forma inesperada mientras van aumentando su tamaño hasta dimensiones, que, como intenta excusar el gabinete de prensa del gobierno, solo pueden significar unas pizzas mucho más grandes. Solo un equipo liderado por Mason Dixon del e, e integrado por un experto submarinista (aunque no haya ni una sola playa en toda la pelicula), un maestro del disfraz aunque estos no sean los adecuados según el momento, una nadadora olímpica de Europa del Este y un valiente paracaídista, que no se separa de su sable y equipo de supervivencia, son los únicos capaces de detener una amenaza que poco a poco, va asolando las principales ciudades de Estados Unidos. Todo ello aderezado con entretenidos números musicales y con el hit musical del momento, Puberty Love, del jovencísimo debutante Ronny Desmond.




Concebida como una parodia del cine de animales gigantes, en gran parte esta se desarrolla, como tal, imitando varios de los clichés de ese género: las primeras escenas de la amenaza, reuniones de politicos y militares, la presentación de los protagonistas y la resolución de una trama romántica que aparece de la nada de forma igual de absurda que muchas de sus situaciones. El aspecto paródico se resuelve la mayor parte de las veces con un humor gestual tan simple que funciona: desde la comedia gestual de la primera reunión de expertos, en un diminuto cuarto digno del camarote de los hermanos Marx, al comité nacional que no tiene muy claro sobre qué se está discutiendo. A estos se le suman algunas referencias comprensibles dentro del contexto temporal de la película, como el dotar de siglas a todo tipo de planes de contingencia, o la presencia de un gabinete de prensa para suavizar el impacto del problema que, entre lo tontorrón del resto de chistes, sorprende que se les ocurriera meter algo de humor crítico, aunque a su manera un poco torpe.



Pero, en realidad, para tratarse de una parodia de la ciencia ficción, choca la evidente falta de medios, incluso de los más básicos. Ya algo como un tomate no es que dé para mucho más que rodar y para sacar el lado cómico, pero la producción contó con un presupuesto ínfimo, un reparto con habilidades artísticas tan limitadas que roza lo amateur (el que varios de ellos no volvieran a hacer una película da la impresión que esto fue poco más que una anécdota en sus vidas) y sobre todo, con una estructura de escenas aisladas en las que cada una podía ser el sketch de una situación concreta. La aparición de cada personaje, las persecuciones, los planos de distintas ciudades en las que deambulan minúsculos tomatitos rodando, viene acompañada con un estilo de humor que en la mayor parte de los casos, es tan blanco que roza lo inocente, y en otros, sería difícil que hoy pasara un corte: lo mismo en una escena un buzo se sumerge en una fuente pública, que se marcan un chiste sobre el consumo de esteroides y los deportistas del bloque soviético.



El humor, entre ridículo, inocente y a veces descarado, acaba recordando a algunos de los gags más extraños de la hora chanante y a otros, a un chiste de los que da vergüenza ajena. No es de extrañar que se considerara una de las peores películas de la historia, junto con Plan 9 del espacio exterior, y que la crítica la machacara en su día. Sin embargo, algo tuvo. Quizá fue suerte o esa conexión con el público para que acabara disfrutando de sus efectos inexistentes e interpretaciones pobres, pero también de momentos más cuidados como el componer sus propias canciones o que su desenlace fuera tomado prestado por Tim Burton en Marte ataca. Y que quizá hiciera que no solo se convirtiera en una producción de culto, sino también que contara con tres secuelas y una serie de dibujos animados. Formato al que su estilo de humor le sentaba muy bien, aunque si se llegaron a hacer versiones animadas de Rambo y Robocop, cualquier cosa es posible.

Como todas las películas malas, no tanto de forma deliberada, sino porque parece que les acabó saliendo así, o se aman o se odian. Pero los tomates asesinos parece contar con una cualidad entrañable, quizá por optar por parodiar un género de los cincuenta en el momento en que esa década podía despertar nostalgia. O por ese estilo de humor tonto en su mayoría, un poco crítico en algunas ocasiones, pero que parece resultar más auténtico que muchas producciones deliberadamente mal hechas como forma de parodia. Además, su secuela, titulada adecuadamente El regreso de los tomates asesinos, cuenta con un joven George Clooney en uno de sus primeros papeles, que, seguramente, desearía que nadie lo reconociera. Aunque este, y Abierto hasta el amanecer, siguen pareciéndome sus mejores películas.

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