Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

lunes, 8 de agosto de 2016


Con lo que aún quedad de verano y un termómetro exterior recordando que no es prudente salir a las tres de la tarde, una opción razonable para pasar una tarde es una película. Una poco complicada, con divertidos enredos, romance y playa…¡Ja! No en mi caso. Una de fantasmas, con caserones oscuros (y fresquitos), pasillos vacíos (y también fresquitos) y con misteriosas corrientes de de aire que sean la envidia de cualquier ventilador casero, parecen un plan mucho mejor.

 


Con Expediente Warren 2 vista hace pocas semanas, y no muchas ideas en ese momento, el argumento de The Remains parecía  prometedor: un padre viudo y sus tres hijos se mudan a una mansión donde no se hacen esperar los fenómenos extraños: el ático esconde un cofre con objetos del siglo pasado. Entre estos, una muñeca, un reloj, una cámara y unas fotografías atestiguan lo que sucedió en la casa hace más de cien años: la antigua propietaria, una renombrada espiritista, fue asesinada durante una sesión. Desde entonces, algo extraño envuelve la casa. Los vecinos la han evitado durante años, y la nueva familia  parece verse afectada por la atmósfera enrarecida: el padre empieza a sufrir pesadillas y cambios de humor, y sus hijos menores muestran un extraño comportamiento desde que descubren el cofre en el ático.



La película prometía al principio ser una historia de fantasmas violentos y escenarios macabros al estilo de James Wan: hay un caserón absurdamente grande y anticuado, muñecos siniestros e incluso un fantasma de aspecto bastante corpóreo y llamativo. El tomar como referencia, o en este caso, imitar este estilo no es algo de lo que me queje: me gusta el director, su estética, y prefiero ver algo que siga esta línea en lugar de, por ejemplo, un slasher. Pero lo único de lo que se han valido es del aspecto exterior, sin tener en cuenta los otros aspectos por los que Insidious o Expediente Warren eran fascinantes: no hay buen ritmo, tensión, y ni siquiera un trasfondo sobre la historia de la casa minimamente trabajado.

 


En el mejor de los casos, para poder disfrutarla, hay que pasar por alto todos los tópicos que aparecen desde la primera escena: ¿Realmente es una terapia adecuada el sacar de su entorno a unos niños que han perdido a su madre? ¿Para qué necesita una familia de cuatro miembros una casa de 500 metros cuadrados? ¿Es que su hobby es pasarse el día limpiando? Y sobre todo, cualquier fantasma preferiría haberse marchado en lugar de aguantar unos inquilinos como los protagonistas de la película. Porque, cuando a los papeles no se les da un poco de trasfondo, poco pueden hacer los actores, y aquí se les nota muy perdidos: el padre pasa de ser un mandado la primera mitad del metraje a una especie de desquiciado, que no llega a serlo, en la segunda. Los niños llegan a ser una presencia mucho más agradable en su faceta de poseídos que durante sus primeros diálogos, resultando repelentes y donde, si no fuera porque mencionan cada dos por tres la pérdida de su madre como excusa para la mudanza, solo trasmitirían una leve irritación al espectador. Y la presencia de la hija mayor oscila entre lo testimonial y el relleno: un personaje que se limita a cumplir de forma apresurada el rol de heroína final, y el resto del tiempo,  representar el estereotipo de adolescente enfurruñada y cuyas escenas escribiendo en el movil, fumando porros o dándose el lote con el novio (el kit completo del cliché “adolescente insufrible”, vamos) podrían eliminarse sin que la historia se alterara.

 


La realización, al menos, es correcta: clásica y la necesaria para contar una historia de fantasmas al uso, siendo el elemento más positivo de toda la producción. Con un poco más de trasfondo, no tanto en el guión, sino en los personajes o incluso a la hora de manejar la tensión y los momentos terroríficos, habría resultado una película mucho más agradable de ver, sin estar a la altura de otras del género.

The Remains, en el mejor de los casos, se queda en la película del domingo para echar la siesta: no inventa nada, no aporta, no está pensada para gustar demasiado sino para pasar el rato, pero al menos, ocupa dos horas con un guión de corte terrorífico.  Una lástima la falta de esfuerzo porque los fantasmas son un género que tampoco lo necesitan. Con un poco más de ingenio habría resultado algo más memorable.

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