Aunque los invertebrados no sean los seres vivos que mejor me cae, las arañas nunca han supuesto a algo inquietante más allá de tener que limpiar sus telas periódicamente. Quizá por no haber visto ninguna más grande que las patilargas o las de jardín, o porque solían presentármelas como un animal benigno, insistiendo en que se comían a los mosquitos que de otro modo, nos picarían (las de mi casa debían de estar de ayuno intermitente, porque no me libraron de ninguno), estos mini centollos de tierra no comestibles resultaban en el cine más entrañables que aterradoras, cuando aparecían mutadas por efecto de la ciencia como en Tarantula!, herramienta de asesinato como en El caso de la viuda negra, pero siempre recurriendo a las variantes más exóticas y peligrosas. Son esta clase las que se colarían en el edificio asolado por una especie invasora en Vermines, y que por motivos similares, acabarían reproduciéndose y suponiendo una plaga igual de peligrosa en esta película de los noventa.
Aracnofobia es, además del título , uno de los problemas que el doctor Jennings encuentra poco después de mudarse desde san Francisco a un pequeño pueblo de California. Su llegada coincidirá con los recelos de los vecinos hacia el nuevo médico, y con la aparición accidental de una peligrosa especie de araña, proveniente de un lugar recóndito de Venezuela, y que se ha adaptado rápidamente al entorno. Tras las primeras muertes, el doctor se da cuenta que algo está sucediendo, y que las picaduras encontradas en los cuerpos de los fallecidos no se parecen a las de ningún insecto local.
La película, más que terror, es una comedia con algún momento de tensión muy bien logrado mediante la aparición de las arañas ante unos personajes que no son conscientes del peligro. El tono, en general, es el del homenaje a las películas de invasiones monstruosas de los cincuenta: muy ligero, deliberadamente inocente, y pensado para toda la familia. Salvo el prólogo donde l se presenta a una parte de los personajes y el punto de partida, gran parte de la trama se dedicará a estos y a a presentar el contraste entre la familia protagonista, urbanita, y los vecinos. Estos, en sus pariciones, resultan caricaturescos, dese la falsa cortesía del médico local hasta los dueños de la funeraria, pasando por secundarios tan divertido como el exterminador de plagas interpretado por John Goodman. Una primera parte que además de presentar a estas potenciales víctimas de las arañas, sirve para ir creando tensión de forma gradual: cada escena cotidiana se ve alterada por la presencia de estas, que se mueven en los mismos lugares que los personajes han recorrido mil veces, y cuyo desenlace, bien salvarse o bien ser la siguiente víctima, se debe al puro azar.
Es este mismo factor el que acompaña al guion en todo momento: este ha sido construido a partir de una serie de coincidencias. La primera víctima enterrada en el pueblo, la llegada con ella de los arácnidos, de forma involuntaria. La aparición, al mismo tiempo de su protagonista, que despertará el recelo inicialmente…incluso que este tenga pánico a las arañas, un añadido a la trama de último minuto, que si bien hace que la situación tenga un tono todavía más cómico, parece olvidarse rápido cuando este tiene que enfrentarse a ellas en el desenlace.
El guion recurre también a una visión de la ciencia , un tanto imposible, propia del cine al que homenajean: esta especie invasora no solo se adapta a la perfección al medio, sino que además de tener comportamientos organizados propios de insectos sociales, empieza a crecer que da gusto e incluso a hacer los chillidos propios de los insectos d en la serie B, donde, a mayor tamaño del bicho, mayor será el pitido que estos emitan a la hora de ser carbonizados…a y que aunque en muchas cinta provoque un resultado absurdo, aquí resulta más fácil de aceptar debido al enfoque que han tomado.
La trama, aunque simple, funciona tanto por el uso de una tensión bien construida como por el reparto. N Encabezada por Jeff Daniles como padre de familia, Julian Sands como científico, en un pale más breve del que haría esperar el encontrarlo como primer nombre en los créditos, y sobre todo, John Goodman en una parición bastante más breve pero mucho más útil que las anteriores, encarnando a ese arquetipo de héroe de cuello azul capaz de resolver problemas.
Una película que, pese a ser de principios de los noventa, todavía conserva ese cine artesanal gracias al trabajo llevado a cabo mediante el uso de insectos reales y marionetas para sus versiones más rollizas, así como varios efectos prácticos a la hora de representar escenarios más vistosos como los restos de las víctimas o el nido.
Aracnofobia lo tiene todo para poder ser hoy una películas “de las de antes”: comedia, homenaje al cine clásico, buen ritmo y mejores actores. E incluso su punto de nostalgia: hoy es imposible no verla como un predecesor, más amable y optimista, de La plaga de Sebastien Vanicek. Ahora, en vez de recurrir tanto a los bichos exóticos de ocho patas…¿para cuando una sobre velutinas carnívoras? A esos engendros no hace falta hacerlos crecer para tener que eliminarlos a cañonazos.
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