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jueves, 3 de febrero de 2022

Django (1967). El hombre del ataúd.

 

Aunque  hoy no sea uno de los géneros más populares (al menos como tal, porque no ha desaparecido, sino que se ha adaptado a otras narraciones), el western ha formado parte de la cinematografía durante décadas. En él se aprecia una evolución de narración estadounidense por excelencia a  otra muy distinta: el spaguetti western, el desierto de Almería, la música estridente donde los duelos al sol poniente adquieren un tono irreal. Aunque la figura de Clint Eastwood sea el rostro más conocido, este cuenta también con otro que, además de un nombre, aparecería encarnado en varias películas.


Un hombre atraviesa el desierto  arrastrando un ataúd tras él. A lo lejos ve como una joven, a merced de los revolucionarios, cae, con igual fortuna, en manos de una banda de confederados.  Su revólver y puntería son suficientes para  ponerla a salvo y acompañarla al pueblo al que  se dirige. Sin más población que los empleados de un burdel y unos cuantos aldeanos, este se encuentra en terreno neutral para los revolucionarios del general  Rodríguez y los camisas rojas del Mayor  Jackson,  que aterroriza al pueblo con sus fanatismo y crueldad. Aunque, como explica Nahaniel,  el desafortunado barman del burdel, al Django, el recién llegado, ninguno de ellos supone una mejora respecto al otro. Indiferente al enfrentamiento entre  ambos bandos, la llegada de Django  responde a sus propios intereses: en el ataúd que lo acompaña  guarda algo que quizá pueda ayudar a los revolucionarios, pero solo para lo que él ha estado buscando: vengarse del Mayor Jackson y sus hombres. 


La atmósfera de la película queda muy lejos de la claridad con la que se reflejaba el western clásico (aunque este  tuviera sus claroscuros y profundidad psicológica). Este, mucho más oscuro, aprovecha los escenarios más diversos, desde los exteriores de Madrid hasta un parque natural en Italia, ofreciendo un aspecto desolador y tan crepuscular como el adjetivo que  definiría a este tipo de western. El tono muestra un lejano oeste fantasmagórico, que poco tendrá que ver con una recreación real: los villanos y su actitud fanática no desentonarían en un guion  pos apocalíptico. Su planteamiento, con una exposición a la violencia casi teatral, recuerda a las aproximaciones del cine de samuráis, y donde la trama  en la que bandos enfrentados  tienen como principal antagonista a un antiguo soldado  podría ser una versión muy libre de Yojimbo.



Esta cualidad extraña se acentúa debido a los medios de producción disponibles.  Aprovechando los exteriores de los que dispone, los grupos de figurantes son tan dispersos y sus apariciones tan puntuales que aporta adecuadamente una impresión de aislamiento y de zona bélica, junto a un poblado permanentemente embarrado que más que el far west, acaba dándose un aire al Nou Barri en los 60. Unos decorados y exteriores  por los que se mueve un reparto que hoy puede considerarse memorable: Franco Nero, cuyos pálidos ojos azules miran fijamente  a la pantalla en los momentos más dramáticos, y que se enfrenta por igual a los revolucionarios que a sus antiguos enemigos (después de todo, ningún bando es mejor que otro)…de los que sus cabezas visibles son nada menos que José Bódalo y Eduardo Fajardo.



El personaje de Franco Nero supondría entonces el comienzo de una serie de películas en las que este aparecería de forma recurrente. No es para menos, ya que este (cuyo nombre  es un guiño a Django Reindhart, quien pese a una parálisis parcial en sus dedos continuó siendo un extraordinario guitarrista), con su aire implacable y su puntería casi sobrenatural, se convertiría en un héroe carismático al que la tortura a la que es sometido no le impide llevar a cabo su venganza final, de una forma un tanto improbable, pero que no desentona con el resto del tono de la película.

Django se convertiría en uno de los spaguetti westerns más  recordados, e incluso reaparecería  a modo de homenaje por parte de Quentin Tarantino. A veces exagerado hasta el exceso, vistoso y tan irreal como la puntería del propio Django, o como las manchas de color rojo escarlata que aparecen en las escenas más violentas, es uno de las mejores muestras de ese lejano Oeste que existió, por un momento, en un lugar determinado entre España e Italia.

2 comentarios:

Anacrusa dijo...

De lo mejor del cine de explotación italiano, además con Franco Nero, que destila carisma por los cuatro costados. Lo que tuvo que ser el género en la época que además de Italia y España hasta los alemanes (bueno, en ese momento Alemania la mala) se sumaron a la fiesta de los spaghetti western. De la Deutsche Film recuerdo un ripeo hace muchos años de 'Stirb für Zapata'. Creo que fue en la página desdeunlugarmejor donde conseguí descargar a primeros de los dos mil western polacos, soviéticos y alemanes de los setenta. ¡Hasta había alguno yugoslova! No creo que ahora estén en Netflix xD. Todo el cine de explotación movió mucho dinero y creó una industria en España de la que apenas se conserva nada y, lo que es peor, de la que apenas se sabe nada.

Aunque para mí Django siempre será el de 'Acordes y desacuerdos' de Woody Allen xD.

Renaissance dijo...

Me decidí a verla de nuevo porque la recordaba de alguna escena perdida en la tele de mi infancia (es imposible olvidar a un soldado arrastrando impasible un ataúd por el desierto), y que muchas de estas películas se revalorizarian con el tiempo..al menos las que es posible recordar, porque es cierto que quedó olvidada y muy denostada durante mucho tiempo. Netflix...no se como andará hoy el catalogo, pero a veces parece que las películas anteriores a 2005 son demasiado viejas para su público objetivo xD.
Lo de los westerns del Este no sabía, aunque lo máximo que me acerque a cosas del telón de acero fue con la adaptación de los 60 de El Viy. De momento sigue siendo la mejor recreación de una convocatoria de monstruos con el mínimo presupuesto.

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