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jueves, 19 de diciembre de 2019

El monje (2003). Pelea de cables


Después de varios años escribiendo, hay un tipo de películas que poco o nada se asoman por aquí: acció, tiros o golpes, salvo que se trate de una cosa muy especialista como Bunraku o muy puntual como Los mercenarios. Y en esta última jugaba más el factor de ver a los héroes del videoclub, maduritos y combatiendo el mal, que cualquier valor artístico…¡asi de claro! La sde golpes no me empezaron a hacer gracia hasta que no las vi desde una perspectiva nostálgica. Y no hay nada mejor para eso que una tarde de las de frío, manta y dos gatas haciendo su tradicional danza felina sobre una superficie textil mullidita . con este panorama (o más bien, porque nunca debes interrumpir a un gato que amasa mantas) no quedaba otra que agarrar el mando como pudiera y disfrutar de la película de artes marciales que comenzaba..Salvo por un detalle: una producción del 2.003 no se puede considerar nostálgica. A menos que nos demos cuenta que han pasado 16 años desde entonces y es un buen momento para buscarse canas.




Con El monje daría tiempo. De buscarlas, mirar el móvil o incluso quedarse un poco traspuesta, porque la historia de fantasía y artes marciales no da para mucho en cuanto argumento: 1.943, uno de esos nazis que andaban por Asia buscando artefactos para hacer el mal, llega a un monasterio donde se encuentra un pergamino que otorgará la inmortalidad a aquel que lo guarde. Este, un monje recién nombrado protector del texto, consigue escapar, comenzando una persecución que llegará hasta nuestros días. 60 años después ese mismo monje se oculta en Estados Unidos, siendo perseguido por su antagonista, hoy un anciano que oculta sus intenciones tras una organización filantrópica un tanto ambigua. Pero ha pasado ya demasiado tiempo y el pergamino necesita un nuevo guardian, alguien anunciado en una profecía tan críptica como suelen serlo esos textos y cuyo principal candidato no parece el más adecuado: un joven carterista, acostumbrado a vivir en la calle y sin más conocimientos de lucha que los que ha aprendido en el cine.





El cine de artes marciales estaba entonces en un buen momento de público. Tigre y Dragón habían triunfado en los Oscars y al menos a nivel estético, siempre resultaba mejor orquestada una pelea cuerpo a cuerpo que una sucesión de explosiones. Además Chow Yun Fat es el protagonista de ambas, y en el caso de esta última, es su principal reclamo para un guion que parece un poco una excusa para encadenar peleas.


Este no debería ser algo negativo en una película de artes marciales (además de estar basada en un comic que, por lo visto, ha sido adaptado de una forma muy libre) pero en este caso, la historia que la motiva resulta un tanto endeble, sumando clichés y tópicos de la cultura popular que han sido probados eficazmente: los (en este caso el) nazi, villano socorrido donde los haya, que desaparece a los cinco minutos para no aparecer hasta más adelante con una motivación muy cogida por los pelos y una infraestructura todavía menos explicada. La organización benéfica lleva el genérico título de "organización por los derechos humanos" , su única actividad consiste en montar una exposición de fotos siniestras y aportar escenario para la confrontación final, y poco más hace que sacarse una maquinaria cienciaficcionera que..bueno, está ahí porque los nazis no serían lo mismo sin su tecnología malvada.






El resto de protagonistas caerían en este mismo saco: chico de la calle es entrenado para el bien por un misterioso monje. Chica especialista en artes marciales que resulta albergar un secreto que como mucho sirve para recordarnos que estamos a principios del 2.000 (en este caso, hija de un mafioso ruso. Porque tampoco viene mal justificar la presencia de una buena cantidad de armas y explosivos). Ambos un tanto planos y cuyo interés romántico se veía venir desde el minuto uno. No es que la caracterización del protagonista sea especialmente brillante sino que con lo que tiene al lado, le es más fácil sobresalir.

Las tendencias de la década en cuanto a montaje y escenografía también se notan. No solo respecto al cine de artes marciales sino que la trilogía de fin de siglo, Matrix, todavía seguía influyendo: hay bullet time para aburrir, cámara lenta, montajes de peleas a ritmo de videoclip y sobre todo, una cantidad de cables y saltos con estos mismos que roza el empacho. Seguramente el truco de borrarlos digitalmente estaba muy en boga, pero la producción tiene sus límites y la presencia de estos se hace muy evidente en las secuencias donde estos saltan o salen disparados…como si los arrastrara un cable invisible.

El monje acaba siendo una mezcla de fantasía, acción y artes marciales con todas las modas, pero también los defectos de su época. Desde el argumento hilvanado hasta lo típico como la pelea exclusiva de personajes femeninos, además de alguna tendencia estilística de las que sorprende el poder fijarse en ellas y por su comicidad, después de relativamente tan poco tiempo. Pero, con una trama tan esquemática, da hasta tiempo de prestar atención en todos los peinados con gomina y pelopincho, y en los pantalones de campana que se sufrieron durante esos años.


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