Gran parte del cine de terror que veo
suele ser en casa. Con esto no me refiero a comprobar aterrorizada
algún estropicio causado por Sabela y Narnia mientras estaba fuera
(que son muy tranquilas, pero cuando la arman, ponen todo su corazón
gatuno en ello), sino a que este es más habitual en la tele o en la
pantalla del ordenador que en un cine. En parte porque para las salas
grandes se quedan los estrenos importantes, y por otro lado porque en
una localidad tirando a pequeña, es raro que lleguen producciones de
terror aunque se distribuyan en España, si no son algo que ya hayan
funcionado muy bien el extranjero, como pueden ser las de James Wan.
Por suerte hace un par de semanas una producción, con un trailer
lleno de anguilas, señores con batas blancas y gente que no ha
tomado el sol en mucho tiempo se coló en las carteleras. No se si
gracias a venir dirigida por Gore Verbinski, el mismo de la trilogía
de Piratas del Caribe..y el que se estrelló con El llanero
solitario. Quizá extrañe un poco viéndolo al frente de una de
terror, pero ya se había encargado del remake americano de Ring hace
varios años.
La cura del bienestar queda bastante
lejos de aquel remake. En temática, estilo y atmósfera, que se
traslada a un aislado balneario en los alpes suizos al que Lockhart,
un ejecutivo, acude para sacar de allí como sea a uno de los
responsables de su empresa y que se haga cargo de una arriesgada
operación financiera. Lejos del ejecutivo agresivo que esperaba
encontrar, este ve a un hombre apagado, obsesionado con la enfermedad
y que se niega a abandonar el lugar. Algo que el protagonista tampoco
podrá hacer cuando, tras sufrir un accidente, despierta en una de
las habitaciones del centro en la que el director del balneario le
informa que se harán cargo de tratar sus lesiones y ayudarle a
recuperarse. Aunque la actitud demasiado apacible de los pacientes,
lo extraño de los tratamientos y la presencia de una joven que
asegura no haber salido nunca de ese lugar hacen sospechar a Lockhart
que algo está sucediendo.
Lo primero que choca, antes incluso de
comenzar la película, es la duración: casi dos horas y veinte, lo
que para un género que funciona mejor con tiempos más cortos y
siendo más conciso, parece un poco chocante. Una vez empezada,
parece que la elección se debe al tiempo que destinan a crear
atmósfera. Hay muchos planos destinados a generar una sensación
determinada, sea el ambiente frío y despiadado de un entorno
empresarial, o el aislamiento y aspecto un tanto intemporal del
balneario y el pueblo que lo rodea. Una parte importante de la
historia acaba siendo la intención de recrearse en el aspecto
visual, que unas veces se aprecia el esfuerzo de crear algo original,
de no quedarse en los cánones típicos de cualquier película de
sustos prefabricados, pero que otras veces acaba resultando
artificioso entre tantos planos de agua y escenas melancólicas. A
pesar de esto, el desarrollar una historia con unos colores muy
marcados (grises, azules y verde muy claro), o el no cortarse a la
hora de incluir planos muy rebuscados y poco corrientes, como el que
anuncia la llegada del protagonista al escenario principal, le aporta
también la impresión de estar viendo algo distinto.
Esta escenografía se basa también en
desarrollar unos escenarios, más que atemporales, muy anacrónicos,
y que a veces no tendrían demasiada lógica para la historia: las
habitaciones del balneario parecen más un sanatorio para tísicos
que un hotel de lujo (incluso en un momento hacen un guiño a La
montaña mágica de Thomas Mann), pero procuran compensarlo
incidiendo mucho en el tema de la obsesión por la salud y haciendo
aparecer en pantalla todo tipo de herramientas médicas de hace un
siglo. El pueblo más cercano está lleno de aldeanos que recelan del
balneario y donde los habitantes más jóvenes van vestidos como
punks de los ochenta. Otra mezcla bastante curiosa pero que también
recuerda mucho a la imagen clásica de los lugareños asediando el
castillo del científico loco. Y una gran parte del metraje, quizá
excesiva, también se dedica a cortar al protagonista con cualquier
enlace que pudiera tener con el mundo moderno, a mostrar la actitud
de los huéspedes, y sobre todo, hasta el último recoveco del
escenario.
El planteamiento de la historia y los
personajes también bebe mucho de las fuentes clásicas. Si el primer
elemento, como el castillo y sus alrededores, aportaba esta
impresión, esta se completa con los personajes: un joven extranjero
llega a un entorno cerrado, marcado por una historia macabra que
abarca varios siglos. Hay una mujer misteriosa y un lugar que esconde
un secreto esperando ser descubierto por el protagonista. Todos estos
son giros y estereotipos reconocibles, que recuerdan al terror
clásico o al gótico. Y que, como pasa a menudo por eso, a menudo se
sacrifica la lógica en favor de la atmósfera y lo fantasmagórico.
Una aproximación que contrasta en determinados momentos con la
crudeza de algunas situaciones más realistas, donde se rompe por
completo el ritmo pausado que se mantenía de la forma más violenta:
es el caso de un accidente donde no se esconde la agonía de un
ciervo atropellado (y que da más pena que un tiburón financiero
accidentado, todo sea dicho), una tortura dental con todo lujo de
detalles o el incendio que marca el desenlace del guión, rodado de
una manera más realista y opuesta a las secuencias anteriores
Es esta mezcla de terror gótico,
escenarios extraños y una historia donde la atmósfera tiene tanto
peso como la historia (también muy clásica, y lejos de lo que
funciona seguro en taquilla), lo que hace que La cura del bienestar
se convierta en una película muy distinta y a menudo, fascinante.
Pero también hace que a medida que el guión avanza, este esté
bastante perdido: en su contra una duración excesiva, demasiadas
ganas de recrearse en los escenarios, y un argumento que en la
segunda mitad, más que avanzar, parece que en la segunda mitad va
hacia delante y hacia atrás con un protagonista que acaba pasando
más tiempo dando vueltas por un pasillo que encontrando una solución
más directa a la trama.
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