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jueves, 30 de marzo de 2017

The Good Neighbor (2016). Cámaras ocultas y una serie de catastróficas coincidencias



Las cintas de metraje encontrado, o sin que haga falta encontrarlo (porque ahora ya no se usa el recurso de hacerlas pasar por reales), sino las que se han filmado desde el punto de vista de los protagonistas han encontrado una forma muy particular de adaptarse a los nuevos tiempos: la tendencia marcada por los vídeos virales y el éxito que pueden alcanzar, unido a  la disponibilidad de una cámara en cualquier momento y el abaratamiento de la tecnología hacen que muchos argumentos giren entorno al interés  de los personajes, y sobre todo, de recuperar el enfoque un tanto obsesivo, y ahora, también, ambicioso, que se había establecido en El proyecto de la bruja de Blair y que con la masificación de este formato fue perdiéndose. De nuevo, sigue siendo un género marcado por el aspecto barato de su rodaje y una forma rápida de sacar un estreno, pero por el momento la aproximación reciente sirve para frenar el agotamiento que caracteriza este formato.



The Good Neighbor es una mezcla de estas dos características: algo tan propio como unos adolescentes dotados de cámaras que no despiertan ninguna simpatía, y la intención de estos de obtener, en principio, un vídeo viral, algo que no queda bastante claro porque se va volviendo más confusa: obtener un éxito, realizar un experimento sociológico a costa de alguien, o como se sospecha también,  una broma pesada muy cara que un adolescente y su amigo gastan a su vecino. El primero aporta la víctima o sujeto experimental, un anciano huraño y de trato desagradable que vive solo y a quien atribuye todo tipo de actitud y maldades que puedan llevarse a cabo en una urbanización. El segundo, el dinero para adquirir las cámaras y la electrónica necesaria con la que a lo largo de varias semanas, filmarán a su vecino mientras le hacen creer, mediante distintos trucos, que su casa está embrujada. Pero si las intenciones que tenían  a la hora de llevar a cabo no son lo que parecen en un principio, tampoco lo será la reacción que su víctima tendrá una vez empiece a ver cómo en su casa se producen todos los fenómenos típicos de cualquier película de fantasmas. 


La intención de la película es bastante engañosa: en un principio todo apunta al lío en que dos personajes pueden meterse cuando intentan gastarle una broma a alguien que esconde un secreto. Cosa que en cierto modo es verdad, pero que dicho secreto es muy distinto al típico que podía esperar el público. Desde un principio también se descarta todo giro sobrenatural a favor de una resolución no fantástica, y que utiliza los trucos del suspense para llegar al giro final. No solo en la actitud sospechosa del anciano al que graban, quien muestra una actitud desagradable y parece empeñado en que nadie entre en su casa, sino también en los protagonistas. El carácter del autor de la broma, obsesionado por seguir con ella ante todo, su insistencia en caracterizar a su objetivo como poco menos que un mal bicho (aunque no podía serlo tanto: tiene un gatico la mar de rollizo. Y esa forma de ser gruñona era bastante más simpática que dos mocosos con una WebCam, vaya), se complementa con el de su amigo, quien se deja arrastrar por la idea y responde bastante bien al retrato de alguien un poco desesperado por mantener una amistad y no sentirse excluido: adquiere el dinero sin rechistar y sus protestas ante la situación son cada vez más débiles.



El desarrollo de esta trama y de los personaje intenta apoyarse en la propia filmación: la idea es presentar la historia en tres tiempos, a través de las cámaras que filman todo el proceso, las que posteriormente van reflejando entre distintos momentos de la historia lo que sucede después, e incluso lo que sucede en el pasado, mediante flashbacks que emplean el rodaje tradicional. En principio la idea funciona, al menos en los dos primeros, pero es al combinar los tres cuando se hace más confusa. El cambio brusco de formato en una película rodada de una manera muy específica, que no resulta adecuado y hace que el cambio de línea temporal no quede claro.


Los protagonistas, también conocidos como Gilipollas y Gilipollas y Medio 


The Good Neighbor es una muestra más, no solo del género de metraje encontrado, sino de cómo las características de este se han ido adaptando a los cambios de público y tecnología. Tampoco es una película destacable, y de hecho, el énfasis que hacen en la parte lacrimógena para potenciar lo opuesto del giro final respecto a lo que esperaba el público hace que resulte un poco traicionera. Pero al menos, sí ha resultado una historia de suspense un tanto curiosa, y al menos, como parte de la Muestra Syfy, tuvo mejor fortuna que Worry Dolls: sin aplausos ni voces, pero también sin pitidos y con más atención por parte del público. O lo mismo alguno aprovechó también para echarse una siesta. 

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