En muchos casos, la literatura popular aguanta bastante mejor el paso del tiempo y si no, es un reflejo muy fiel de lo que preocupaba o interesaba a la gente hace ya más de cien años. Generalmente pensamos en el folletín (especialmente, en Francia y su profusión de enmascarados y túneles subterráneos), y en el optimismo y sencillez del pulp. Pero las publicaciones británicas de finales del siglo XIX supusieron un referente posterior para el género de aventuras, y la aparición de una serie de personajes que, bien, por su nombre propio o por sus características, influirían en la ficción posterior.
Bajo la apariencia de un hombre despreocupado y sin más intereses que el cricket, se esconde, en Arthur J. Raffles, un consumado ladrón que se toma cada uno de sus delitos como una mera estrategia deportiva. En el momento de la narración de sus aventuras, este se encuentra a compañado por Harry Bunnny Manders, un antiguo compañero de escuela, caído en desgracia y al que este salva del suicidio ganándose un cómplice y un narrador de sus hazañas. Estas, para desgracia de Manders, ahora convertido en cómplice a su pesar, consisten en distintos golpes en los que los robos se llevan a cabo en entornos en los que nadie sospecharía de su autor. Reuniones de aficionados al cricket, clubes sociales e incluso un viaje en barco. Pese a la reticencia de su socio a ser partícipe, estos se caracterizan por cierto sentido de la justicia: Raffles nunca se manchará las manos de sangre inocente y en muchos casos, sus víctimas han conseguido sus fortunas mediante delitos peores que el robo.
Reconozco que el nombre de Raffles me sonaba al principio por el personaje de 13 Rue del Percebe y no por el original de Hornung, desarrollado a partir del arquetipo de caballero ladrón que, si bien para el público será mucho más conocido mediante Arsène Lupin, sería la referencia que Maurice Leblanc utilizó para su personaje.
El autor crea, a lo largo de varias narraciones (el libro, The Amateur Cracksman es una recopilación de textos cortos, y en el que abarca la historia completa), una especie de reflejo delictivo de Sherlock Holmes: igual de brillante, este cuenta con un asistente y narrador, así como un agente de las fuerzas del orden que aparece de forma recurrente. Salvo que Raffles es mucho más pragmático, menos cerebral pero también más amoral. Su relación con Manders es mucho más desigual, tratándolo a menudo con ironía y condescendencia mientras este, en muchos casos, se ve como una víctima de las circunstancias arrastrado al delito. Del mismo modo, Mackenzie es eses policía que jamás logrará capturarlo. Esta personalidad no está libre de tener una parte más positiva. Raffles es capaz de reconocer el valor y la ayuda que su socio le presta, no duda en ayudar a aquellos que se han visto obligados a cometer un delito llevado por la desesperación o la codicia de otros, como en A Willful Murder. E incluso, pese a delinquir sin violencia, es capaz de vengarse de enemigos tan despiadados como el noble italiano que en uno de los capítulos, asesina a la mujer que ama. Esta última situación es al que muestra el lado más humano del protagonista, y también el más cargado de emotividad y defectos, formando parte de unas serie de relatos que mantienen cierta continuidad entre sí. A lo largo de cinco historias, en las que Hornung hace desaparecer a su personaje de una forma similar a Holmes en las cataratas de Reichenbach, desde The Gift of the Emperor, Non secure, Jubilee Present y The Last Laugh. A lo largo de estos, tras ser descubierto como culpable en un crucero, su estancia en un pequeño pueblo de Italia, y su enemistad con un conde que mantiene relaciones con la Camorra.
Esta trama, además de contrastar con los primeros relatos, independientes entre sí y con un carácter más autoconclusivo, refleja esa visión exótica que parecen tener en la isla de su continente vecino: Italia aparece como un lugar pacífico, pero demasiado simple, quizá poco ambicioso en comparación con la eficiente Inglaterra, que no está libre de costumbres un tanto bárbaras y peligrosas para los ciudadanos del Imperio británico como esos miembros de la Camorra que se infiltran en territorio inglés para llevar a cabo su venganza. Del mismo modo, la mujer de la que Raffles se enamora (su pérdida supone el punto de inflexión y comienzo en una evolución del personaje) es una joven italiana, mucho más libre que las damas inglesas que describe en comparación, y en especial, de la mujer con la que se compromete posteriormente, y cuyos planes para liberarse de ese potencial matrimonio constituyen una de las últimas aventuras, en las que mantiene un tono más cómico.
El carácter anti heroico del personaje choca con el destino que Hornung decide darle: este, alistado en la segunda guerra de los Boers, fallece en el campo de batalla no sin antes desenmascarar a un espía enemigo. Un final aparentemente redentor que poco tiene que ver con el Raffles de los primeros relatos aunque seguramente desconcierte, por el tono e intención, al lector actual: nos siguen engañando en muchos casos, pero ahora, por suerte, lo de morir por la patria ya no cuela. Un final que no impediría que, al igual que Holmes, este reapareciera en novelas posteriores, siendo el personaje más famoso de Hornung. El paralelismo con el detective no termina aquí, ya que ambos autores no solo no solo crearían unos personajes que pueden verse como reflejos opuestos, sino que se conocían y eran nada menos que cuñados. No sé cómo se llevarían ambos, pero me gusta pensar que esta ha sido el primer “quita que lo hago yo” entre hermanos políticos del que hemos sacado algo bueno.
Lernet –Holenia, en Marte en Aries, afirmaba en boca de uno de sus personajes que los relatos más autétni9cos quizá sean aquellos que no son del todo fantásticos ni del todo lógicos, porque toda nuestra vida transcurre en ese interregno. Si bien la frase define muy bien al fantástico continental del siglo XX, esta tradición es mucho más antigua. El romanticismo abrazaba abiertamente la aceptación de lo fantástico, la reimaginación del pasado e incluso de escenarios, entonces lejanos, considerados exóticos. Influencias que Jan Potocki empleó para la escritura, en 1809, de su Manuscrito encontrado en Zaragoza. La novela, casi mil páginas en su edición más extensa, retomaba la tradición de narraciones encadenadas a la manera del Decamerón o Los cuentos de Canterbury. Una obra extensa, donde cada relato formaba parte de un todo, y cuya adaptación parecía una tarea ambiciosa. Hoy, quizá imposible. Pero no tan compleja en 1965, cuando Wojciech Has se atrevía a adaptarla en un largometraje en que, lejos de ser una versión lineal, era moldeada según la necesidad de la narrativa cinematográfica, consciente de la imposibilidad de trasladar su totalidad a la pantalla.
Durante la Guerra de Independencia, un oficial del ejército francés descubre, en una mansión de Zaragoza, un manuscrito adornado con extrañas ilustraciones. Este, fascinado con su lectura, olvida incluso a los guerrilleros que los rodean y que también se unen a la lectura del tomo. Uno de ellos lo reconoce como un texto escrito por su antepasado, Alfonso van Worden, oficial de la Guardia Valona que en su camino a Madrid atraviesa una Sierra Morena espectral, poblada por los fantasmas de bandoleros ejecutados y por dos hermanas moriscas que afirman que, como descendiente de los Gomelez y pariente de estas, está llamado a vivir aventuras muy distintas a las de un oficial de la corte. Embrujado por los espectros que pueblan Venta Quemada, perseguido por la Inquisición, este será solo una pequeña parte de las aventuras que aguardan a Alfonso, cuya historia se mezclará con las narraciones con los personajes que encuentra en su viaje: Pacheco, el endemoniado, el cabalista e incluso El Judío Errante, son una parte más de la historia que Alfonso plasmará, para sus descendientes, en un manuscrito cuyo origen es mucho más antiguo.
La película fue rodada en blanco y negro, muy contrastado, en el que se marca la luminosidad y los escenarios para poder mostrar el detalle de estos. Algo que ya se anuncia en los créditos iniciales, acompañados por ilustraciones surrealistas muy minuciosas, que preludian esa misma atención que se presenta al escenario. Este, con exteriores desérticos, nada menos que una parte de los Cárpatos haciendo e pasar por los Riscos de Sierra Morena, de cabañas de piedras ruinosas, cuevas donde se alojan moriscas y hechiceros, aparecen sembrados de calaveras y huesos, un peculiar osario al aire libre que ninguno de los personajes les provoca extrañeza y se completa con los cadáveres ajusticiados que durante la primera parte, serán el punto de referencia del comienzo y final de los sucesos y ensoñaciones que vive el protagonista el escenario toma así un carácter irreal, el desea España imaginaria de bandoleros , princesas árabes, de inquisidores enmascarados que poco se parecen a la auténtica (del mismo modo, el Retiro que aparece en la segunda parte poco tiene que ver con el verdadero). No pretenden recrear la realidad, sino la de los personajes y al que Potocki recreaba en su texto.
Esta mantiene la estructura de relatos de la original, aunque sintetizando u optando por un tono distinto al texto. Estos se narran de forma encadenado, comenzando el con el texto que aparece en el preludio para dar paso a la historia principal de Alfonso, en la que se mezcla su propia biografía, narrada por él, la de su familia, pero también la historia de otros personajes. Pese a lo aparentemente enrevesado, el guión marca el ritmo de forma que es difícil perder el hilo en cada historia que se sucede. Como en el caso de Pacheco, cuya historia resultará, en tema y escenario, paralela a la del propio Alfonso. Es también con este personaje con el que se hace patente, por momentos, el humor con el que también cuentan los segmentos que va mostrando la película. Este, capaz de abandonar en un abrir y cerrar de ojos su comportamiento de endemoniado para referir con calma los hechos que lo llevaron a su situación actual. Por no mencionar la comicidad involuntaria que supone el escuchar, en polaco original, a los actores que pronuncian su nombre y palabras sueltas en castellano con mucha vehemencia…ante todo, el humor de niño de cinco años, que no nos falte nunca.
El metraje se divide expresamente en dos partes (algo habitual en las producciones de la época en cuanto superaban las dos horas). Marcando también el cambio de escenario. Mientras la primera parte se mueve entorno a las localizaciones de esa venta espectral, lo sobrenatural y la recreación de una España del siglo de oro casi salvaje, llena de fantasmas, bandoleros e inquisidores , la segunda, acompañada de los dos nuevos personajes, se traslada a la villa de Madrid, adquiriendo un tono más cercano a la picaresca, donde la temática propia de la comedia de enredos está más presente y se recurre en la sucesión de relatos, a una explicación racional que desmonta de forma humorística c cualquier situación misteriosa.
Esta parte, casi una pausa en las aventuras de su protagonista, se convierte también en la más enrevesada de la trama, en la que de un relato surge otro de una forma muy similar a la de una muñeca rusa, para volver, de forma inesperada, a esa primera historia, que, sin serlo en el orden de aparición, si lo es en la vida de Alfonso van Worden: la de su origen. Un bloque, tan ajeno aparentemente al resto de la trama, que resulta igual de intrigante para el espectador, por su desarrollo de esos relatos conectados, y que preceden al desenlace en el que se retoma el componente sobrenatural inicial. Esta vez, mucho menos aterrador y más melancólico, convirtiéndose en el lugar al que el protagonista anhela volver. Y en el que lo sobrenatural se vuelve más sutil: de forma similar al segmento anterior, a las aventuras de Alfonso se les dará una explicación lógica: los espectros serán sustituidos por un plan elaborado previamente, por actores y acróbatas en una conclusión que , por lo improbable, sigue manteniéndose dentro de esa línea entre lo real y lo fantástico.
El manuscrito encontrado en Zaragoza es una película hecha para tomarse su tiempo. Para detenerse en cada uno de los escenarios, teatrales y fantásticos, así como en las historias que cada personaje encadena como parte de algo mucho mayor. Una película que, lejos de ser una versión fiel al manuscrito original, es una visión distinta, pero cuyo enfoque la complementa.
El cine evoluciona, a nivel estético y de contenido, junto con su público. El terror, el suspense, y todo aquel que se separe un poco del realismo, también. Aunque determinados elementos prevalecen, adaptándose a ese cambio y convirtiéndose en cierto modo, en un reflejo de cada época. Si los monstruos los que consideramos clásicos han sido objeto de esa adaptación al medio, también lo han hecho otros elementos presentes en el género. Uno de ellos ha sido la máscara: esta sirvió para ocultar la identidad del malhechor, pero también para esconder la monstruosidad física, no necesariamente moral…que con el tiempo se convertiría en en el rasgo más reconocible de los asesinos en serio que con los años, sustituirían a los monstruos que conocía el público.
Fue precisamente en una época en la que estos cambios empezaban a aparecer en pantalla, comenzando a olvidar los monstruos y escenarios conocidos, cuando una producción francesa recurría a estos últimos coletazos de los clásico para contar, a través de estos, una historia que quizá más más moderna, pero que se movería entre ese mundo conocido, en vías de dejar paso a lo nuevo, y el cambio que se avecinaba.
El doctor Genessier es un brillante cirujano que ha sido tocado por la tragedia. Viudo, este pierde a su hija poco después de que esta quedara horriblemente desfigurada en un accidente de tráfico. Un golpe doloroso para un médico especializado en la recuperación de tejidos y cicatrices, pese a lo cual, no pudo librar a su hija de las marcas que la atormentaba n y al habían llevado a alejarse del resto del mundo. Refugiándose en el trabajo de su clínica junto a Louise, su secretaria, y Jaques, el prometido de su hija, la entereza con la que ha asumido su perdida es solo una fachada. En un quirófano construido en su mansión, el doctor intenta una y otra vez conseguir un rostro nuevo par a su hija, dada por muerta, quien soporta una y otra vez las operaciones fallidas mediante las que su padre intenta trasplantar la piel de distintas jóvenes, de rasgos similares a los suyos, sin que hasta la fecha estos hayan tenido éxito. Christiane, desesperada, se somete a cada operación sintiéndose como un sujeto más de unos experimentos obsesivos que solo conducen a la muerte de inocentes. Y la policía ha empezado a ser consciente de los rasgos que comparten las jóvenes que han estado desapareciendo los últimos meses.
Adaptando una novela corta de Jean Redon, este guion de Boileau y Narcejac cuenta con un punto de partida que sorprende por su simpleza: el arquetipo de científico loco, quien su obsesión por conseguir restaurar una tragedia personal lo lleva a traspasar los límites de la legalidad y al ciencia. La estructura hoy conocida, en al que una sucesión de crímenes da paso a la explicación de su motivo y la consecuente detención o muerte de su autor, se reinterpreta en este caso de forma en al que se da a conocer una parte de los hechos: la película comienza con una secuencia nocturna a en al que la ayudante del doctor se deshace del cadáver que harán pasar por su hija. La trama, a partir de entonces, se centrará únicamente en el mostrar el modus operandi de la pareja formado por el Doctor Genessier y Louise para conseguir material para sus operaciones. La sucesión de victimas como parte de la historia se ve aquí sustituida por la filmación con todo detalle, del proceso de caza que ambos llevan a cabo, así como del procedimiento quirúrgico que no dudan en mostrar mediante una secuencia rodada con lentitud y detalle. Una situación, precedida por la escena en la que se muestra el rostro desfigurado de Christiane, que recrea el proceso de extracción de esa nueva cara para su hija, en una secuencia tan directa que si bien hoy parece de lo más simple, en 1960 supuso un problema con la censura. El tiempo dedicado a este proceso sirve para establecer el tono de la película, muy pausado, y que refleja lo que supone cada intervención del doctor: la captación de una víctima, un complejo procedimiento quirúrgico y el sufrimiento de su hija, para quien se supone que es todo el sacrificio pero que ella misma se reconoce d como una víctima ´más de un personaje megalómano, incapaz de asumir un fracaso personal y que establece sus relaciones mediante la jerarquía y la lealtad ciega. Christiane, dada por muerta, está sometida a un encierro del que solo podrá salir una vez su padre tenga éxito. Louise, su secretaria, le obedece ciegamente al deberle su rostro gracia a una operación exitosa, ocultando las cicatrices con un grueso collar que servirá de indicio para que la policía involuntariamente, ponga en manos del doctor una nueva víctima. incluso Jacques, novio de su hija, no es más que un médico a su servicio. Es a partir de los diálogos entre estos mediante los cuales se podrá con9ocer la situación previa, tal y como la responsabilidad del doctor en el accidente o la existencia de varios intentos previos de recomponer su rostro.
Esta película se encuentra a caballo entre lo clásico y el enfoque moderno que empezaba a verse. Era la época en la que los monstruos de la Hammer sustituirían a los de la universal, cuando Psicosis supondría un antes y un después en el cine de sus pensé pero también cuando Mario Bava presentaba su reinterpretación de la bruja con La máscara del demonio. Los ojos sin rostro juega de la misma forma con la figura del mad doctor, sin escatimar secuencias escabrosas, pero a la vez con un escenario tan clásico como la mansión en al que este lleva a cabo sus experimentos y donde transcurre gran parte de la trama. A través de escenarios decorados con muebles propios dé otra época, de grandes escalinatas, de pasadizos y espacios abiertos que contrastan con las secuencias urbanas, de planos más cerrados y escenas más bulliciosas, se mueve unos de los personajes principales: Christiane, interpretada por Edith Scob que oculta en todo momento su cara mediante una máscara que pretende reproducir sus rasgos, pero carece de expresión a haciendo que esta solo pueda manifestar su estado de ánimo mediante su minada y sobre todo, su expresión corporal. Esta, ataviada en todo momento con vestidos blancos y vaporosos, le dan un aspecto fantasmagórico (y que la fotografía en blanco y negro, muy contrastada, se encarga de resaltar), desplazándose mediante movimientos lánguidos, muy exagerados, que la convierten una criatura extraña, casi un fantasma en ese caserón pero también en una figura cargada de simbolismo: la última escena del personaje, desapareciendo en el medio de la noche acompañada de los pájaros ha los que ha liberado de su jaula, es más propia del fantastique, de un relato donde lo irreal tiene un mayor presencia, que de una película de suspense al uso donde, seguramente, al policía habría sido un poco más perspicaz que esos dos agente que no dudan en descartar cualquier pista. De este modo, la historia se salda de una forma más poética y personal, con al liberación de las dos últimas víctimas y el final del médico a manos, de forma indirecta, de su propia hija por la cual había sacrificado varias vida, así como la de ella misma.
Pese a la simpleza del argumento, al menos en apariencia, la carga simbólica de esta y el impacto de sus imágenes supusieron una influencia para el cine posterior. La máscara de su protagonista, sencilla pero inquietante en su inexpresividad, sería una referencia en la de Michael Myers. Guillermo del Toro la reconoce como una de sus películas favoritas y La piel que habito, de Almodovar, se inspira más en Los ojos sin rostro que en la novela de Thierry Jonquet que adapta. Incluso Billy idol la usaría como inspiración para su canción del mismo nombre.
Los setenta se consideran en l fin del sueño americano. La imagen idílica de abundancia y seguridad ficticia, daba paso a una realidad más sucia, donde los veteranos de Vietnam deambulaban abandonados por el estado, la droga era una realidad en unas calles i llenas de inseguridad, reflejo de un sueño que nunca había existido, y la supuesta bonanza económica seguía el mismo camino. El cine reflejaría esta situación así como el cambio de mentalidad que supuso. Pero esto también vendría acompañado por un lenguaje audiovisual nuevo, con el uso de planos más expresivos y a menudo tomando prestados tomas propias de la televisión. En este entorno, un director todavía no consagrado, cuyos primeros trabajos venían precisamente de la pequeña pantalla, dirigía un thriller policiaco donde la línea entre la ley y la delincuencia estaba claramente marcada pero no lo métodos empleados por ambos.
En las calles de Nueva York, los detectives de la brigada de narcóticos Jimmy Doyle y Buddy Russo, Popeye y Cloudy para sus compañeros, descubren durante un trabajo rutinario las pruebas de uan operación de tráfico de heroína que comienza a planearse entre la red de narcotraficantes de al ciudad y Alain Charnier, quien dirige desde Marsella una de las mayores organizaciones de tráfico de drogas. Los informadores que Popeye y Cloudy mantienen en las calles confirman la realidad de un plan que tendrá lugar en unas pocas semanas, suficientes para organizar los efectivos necesarios para detener el intercambio. Durante los siguientes días, ambos mantendrán un esa estrecha vigilancia sobre los sospechosos, aunque esta supondrá arriesgar sus vidas e incluso enfrentarse a con los miembros de su departamento, a quienes los métodos del detective Doyle han supuesto la pérdida de varios compañeros.
Contra el imperio de la droga es el título en castellano de The French Connection, que adapta el texto de Robin Moore del mismo nombre. Siguiendo también la investigación real de dos agentes sobre una operación de tráfico de heroína en Nueva York (como Fariña de Nacho Carretero. Pero sin Morris y sin ser denunciados por un narco de poca monta). Una narración de no ficción dela que la película toma también una realización casi de documental, con secuencias rodadas cámara en mano, siguiendo a sus protagonistas como si esta fuera un personaje más y mostrando de forma muy realista los escenarios en los que se mueven. Sin exagerar el tono sucio, este muestra, con luz natural, a veces tan luminoso que resalta todavía más ese escenario, los edificios desvencijados y transportes públicos que funcionan por inercia, donde las zonas más lujosas quedan separados de ese entorno mísero apenas por una pared o una ventana desde la que la vista de un restaurante ostentoso es la de un exterior de humo, frío y suciedad. Una técnica donde la realidad se refleja en todo momento, pese a los arreglos narrativos que suponen una banda sonora o las secuencias de acción propias del cine policiaco.
Esta realidad es la que acompaña a los protagonistas, para los que la violencia es un recurso más en su trabajo diario: detener y patear a un traficante, hacer una redada con violencia en un bar donde se trafica…son simplemente cuestiones de su oficio, mostradas también de una forma imparcial. La violencia en las calles solo se combate con violencia. Algo que sus protagonistas han asumido. Estos, caracterizados únicamente a través de su trabajo y su condición de detectives, carecen en la historia de ningún trasfondo personal. Su vida se reduce a su trabajo, al que se entregan en todo momento, incluso durante el ocio. Pero que les da la personalidad necesaria para poder comprenderlo, incluso cierta profundidad (como el saber qué tipo de chicas le gustan a Doyle o su tendencia a actuar por intuición). Un trabajo llevado a cabo por Gene Hackman en el papel principal, como ese policía encallecido, sin un atisbo de vida personal pero dotado de la astucia y recursos necesarios para llevar a cabo su trabajo, así como leal a sus compañero. El papel de Roy Scheider es mucho más discreto, su personaje parece más sereno al lado de la expresividad y violencia del interpretado por Hackman, pero ambos se complementan como esa pareja de policías en las que no hay ninguno bueno, sino como mucho, uno de los dos será el menos malo.
Al tratarse de una película donde la importancia recae sobre los hechos que narra y no tanto sobre los personajes, estos apenan comparten tiempo en pantalla con sus antagonistas. El personaje de Alain Charnier, interpretado por Fernando rey, aparece n escena tras uno primeros minutos de una secuencia en Marsella, propia de un polar francés, y cuyo entorno y modales supondrá la otra cara de la moneda de un policía brusco en las calles de una ciudad al otro lado del Atlántico. Charnier es caracterizado como un personaje calmado, cómo en ese escenario mediterráneo lleno de luz y evocador de esa “vieja Europa” tan distinta al lugar donde se desarrolla la trama. Este responde más a la idea de caballero ladrón que a la de narcotraficante violento que sería habitual en los años posteriores. La secuencia de persecución en el metro, donde este da el esquinazo tranquilamente a su perseguidor para saludarlo irónicamente antes de irse, su velada en un restaurante de lujo mientras Doyle se congela en el exterior durante su turno de vigilancia, supone el retrato más profundo de dos personajes opuestos, de los que el espectador no sabe nada más allá de su vida profesional. Pero cuyo entorno y gestos son suficientes para comprender que ambos vienen de mundos muy distintos.
Ni la fuente realista ni su rodaje, directo y sin artificios, impiden que la cinta cuente consecuencias de acción memorables. Esta se convertiría en una influencia para producciones posteriores, y se nota en la ejecución de estas: desde la sencillez de una persecución a la carrera de sus protagonistas, sin más añadido que lo que aguanten los pulmones de estos, hasta la aparición de un francotirador, su huida a través de un tren elevado y la persecución por carretera en un vehículo donde vertiginoso de un trayecto en un coche cada vez más destrozado por los choques se le suma el secuestro, e inminente choque de una línea de tren llena de pasajeros. Situaciones aparatosas, cargadas de tensión y violencia, pero sorprendentemente minimalistas en un medio donde las explosiones y las lluvias de tiros se convertirían en la norma. Una espectacularidad que aquí es sustituida por la posible realidad de estas escenas donde no se esconden las consecuencias: la mujer asesinada por el francotirador que busca a Doyle, las víctimas de este en el vagón de tren, suponen consecuencias tan poco espectaculares como reales inquietantes por su posibilidad de ser una noticia más en la prensa.
El desenlace, donde de una forma brusca, se niega al espectador un cierre cinematográfico, sustituye el final de al persecución que se ha ido desarrollando por uno casi documental, donde se limita a informar del paradero posterior de sus protagonistas, tan simple como una ficha policial y en el que con esa misma frialdad, se da cierre a esa conexión francesa reconociendo que en realidad, los malos no siempre pierden.
Chaplin, como una de las más influyentes desde los inicios del cine, fue partícipe de las etapas más decisivas de este. Del silencio al sonido, evolucionó desde su personaje más famoso, el entrañable vagabundo representación de la comedia gestual, a otro más oscuro, donde el humor se convertía en una herramienta de defensa contra una realidad hostil. Una personalidad tan decisiva como cuestionable en lo que se refiere a su vida personal. Una dualidad que de forma involuntaria se reflejaría en una de su últimas películas, planteada, rodada y considerada como una comedia, pero que se sustentaba en un humor mucho más oscuro que el de las aventuras de vagabundo que lo dio a conocer.
Henri Verdoux es un próspero hombre de negocios en la Francia de la gran Depresión. Tras ser despedido del banco en el que trabajó durante treinta años, decide convertirse en emprendedor, asumiendo el riesgo de llevar a cabo diversas inversiones…un ejemplo de como adaptarse a un entorno de crisis, sino fuera porque la fuente de financiación de Verdoux no es otra que la bigamia y el asesinato. A provechando su encanto, este ha dedicado los últimos años a encandilar y casarse con distintas viudas y solteronas acaudaladas de cierta edad, a las que no duda en eliminar en el momento adecuado. Una actividad que este considera en todo momento como un negocio necesario, que le ha permitido mantener durante todo ese tiempo a su primera esposa enferma, y al hijo de ambos, en una posición de seguridad económica ajenos a la verdadera naturaleza de su negocio. Aunque, tras más de una docena de muertes sospechosas, la policía ha dado con el principal sospechoso y comenzado su búsqueda y captura.
Inspirado en una idea de Orson Welles y llevada a cabo por Chaplin, la película adapta el caso de Henri Landru. Este, aprovechando la falta de efectivos policiales durante la primera guerra mundial, asesinaría al mismo número de mujeres que su homónimo ficticio, siendo conocido como el moderno Barba Azul. Un apodo al que también se hace referencia en el prólogo, aunque la primera aparición de este no será inmediata: Verdoux será presentado mediante un monólogo inicial, adelantando el destino que lo espera, y por referencia a sus actos previos, mediante la indignación de una familia que desconoce el paradero de una pariente que presunta mente, ha huido para sacarse, las discusiones y enfrentamientos entre estos personajes, quienes no volverán a aparecer, contrastan n en ese escenario costumbrista con la primera aparición de Verdoux, en su faceta de caballero apacible, amante de las plantas, incapaz de hacer daño a un ser vivo. Y que ha mantenido durante días el horno del jardín encendido, dando cuenta de esa mujer desaparecida, encargándose de liquidar su última inversión mediante la venta de la casa de ambos. Una secuencia que en muy pocos minutos, da a conocer al púbico el impacto de su carrera delictiva, la personalidad del protagonista, y el modus operandi de este, quien no duda en intentar seducir a una viuda a la que considera una nueva víctima. Así como la presencia de la policía, quienes conociendo ya la identidad del sospechoso, sirve como advertencia que lo que se narrará serán los últimos pasos del asesino.
Estas primeras escenas han sido concebidas con un tono cómico, en las que Chaplin desarrolla un personaje muy gestual, de modales impecables y cortesía un tanto falsa. Un retrato caricaturesco que ayuda a mantener todavía ese tono de comedia física aunque se trate de la historia de un asesino metódico. La personalidad de Verdoux se irá desarrollando progresivamente en las siguientes escenas, caracterizándolo como alguien con una gran capacidad de improvisación, dotado para el engaño, y extrañamente encantador para sus víctimas. Estas también han sido caracterizadas, en principio, desde eh humor: todas ellas responden al arquetipo de solterona, como mujeres poco agraciadas, de carácter avinagrado e inconscientes de haber sido engañadas. Un retrato propio d la época que sin embargo no impide que estas sean dotadas de una personalidad y profundidad distintas entre sí, pudiendo comprobar las distintas situaciones de cada una: la primera, ya harta de un marido ausente, del que emplea a sospechar. Una segunda, todavía enamorada, crédula y víctima de estafas paralelas a las que sufre en manos de Verdoux, y una tercera víctima potencial, con la que apela a una pasión reprimida como método de conquista. Serán precisamente estas dos las que dispondrán de un mayor tiempo para ser caracterizadas más allá del estereotipo, suponiendo también el final de su carrera delictiva.
El elenco femenino se contrapone al personaje más joven, quien también representa esa caída en desgracia cuando la economía falla, de la que también ha sido Verdoux una víctima. La actitud de esta servirá no solo para salvarse de su papel de víctima sino también a la hora de sobrevivir, de una forma similar a la que su protagonista ha elegido, pero sin cruzar la línea moral de este.
El elenco femenino se contrapone al personaje más joven, quien también representa esa caída en desgracia cuando la economía falla, de la que también ha sido Verdoux una víctima. La actitud de esta servirá no solo para salvarse de su papel de víctima sino también a la hora de sobrevivir, de una forma similar a la que su protagonista ha elegido, pero sin cruzar la línea moral de este.
Frente a las personalidades falsas elegidas por el protagonista, se encuentra la familia de este. La seguridad de estos constituye el motor que lo conducen a una carrera delictiva ejecutada con la eficiencia de un director de empresa (el mismo considera su actividad como un negocio lucrativo y no algo reprobable) a la que procura mantener en la inocencia de una manera que hará más evidente su naturaleza criminal oculta, pero que sirve como motor de sus acciones hasta el desenlace, donde una vez desaparecido el motivo por el que continuar, Verdoux asume el destino que ha estado eludiendo. Una gran parte del metraje mantiene el tono de comedia ligera, ayudándose en la expresividad corporal y en los sketches de equívocos cuyo tono, sorprendentemente alegre y acompañado por lo luminoso de los escenarios, resalta todavía más lo siniestro de su trasfondo. La velocidad a la que Verdoux cuenta los billetes, con la práctica de un empleado de banca, el intento de seducción de una de sus víctimas, entre escandalizada y desconcertada, el duelo de bofetadas que mantiene con el estafador de una de sus esposas (demostrando que él no es el único en esta actividad comercial) o los aparatosos intentos de asesinato de esta última, el único que veremos en pantalla y que muestran consecuencias más hilarantes que catastróficas, suponen una gran parte de un metraje que irá derivando hacia un tono más desengañado, arcado por la primera aparición de la joven a la que Verdoux ofrece refugio, y que tras una secuencia final de enredos y persecuciones, verdadera conclusión de la parte cómica, dará paso al final de su protagonista, victima junto con su familia de una nueva crisis económica y al que solo le queda asumir su derrota y las consecuencias de sus actos. Las últimas palabras de Verdoux puede que no sean tan recordadas como El gran dictador, pero su concepción de si mismo como hombre de negocios cuyo plan ha fallado, del valor de la vida como algo relativo en términos económicos y la referencia a una situación política que solo ha beneficiado a algunos afortunados, resulta mucho más realista e hiriente que el mensaje esperanzador de su personaje de 1940.