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jueves, 4 de diciembre de 2025

Lecturas de la semana. Putain de guerre! II



Considerar al primer gran conflicto del siglo XX como La guerra que acabaría con todas las guerras fue seguramente el mayor error de cálculo que se cometería en ese primer tercio del siglo. Lo peor, como siempre, estaba por llegar  y los civiles  abandonando sus casas precipitadamente, como Cocteau describió en Thomas el impostor, eran solo un ensayo de lo que vendría. La drôle de guerre  dejaría tras de sí un país ocupado y miles de prisioneros. Una situación de la literatura reflejaría de forma desigual, haciendo real el dicho de “cada uno cuenta la guerra según le fue”. En este caso, dejando de lado  la contienda de Svejk y del soldado Schlump, y a los señores de entreguerras, y damos paso  a lo que el país vecino contaba esos años.



Jacques Perret. Le caporal epinglé.  El cabo Perret fue hecho prisionero junto a su unidad poco antes de la rendición de Francia.  Hacinados a cielo abierto, entre  barro, piojos, lluvia y el hambre constante, comienzan junto a su compañero Pater, igual de desesperado pero no dispuesto a rendirse, y  Ballochet,  un soldado capaz de adaptarse a cualquier adversidad, una serie de intentos de escapar y sus consecuentes fracasos. Entre campos de internamiento temporales, nuevos intentos de fuga y su traslado a Alemania para llevar a cabo trabajos forzados , Perret narra  la extraña rutina de su vida como prisionero de guerra, los encuentros y despedidas con  camaradas que  irán cruzándose varias veces durante  su  encierro y las fugas que a lo largo de tres años, no dejará de llevar a cabo  para poder regresar a su casa.




La novela, con carácter autobiográfico, recoge a lo largo de unas quinientas páginas  la vida como prisionero de guerra que Perret llevaría entre 1940 y 1943.  Esta  comienza con un primer escenario, un campo  embarrado, donde cientos de prisioneros esperan  entre rumores que aumentan con la llegada de nuevos internos, un traslado o una improbable liberación. Este refleja las distintas situaciones de su condición de preso,  desde ese primer campo bajo la lluvia, a un vagón atestado, llegando a la misma Alemania. La narración resultan  muy densa:  a la trama  se le unen las digresiones de su protagonista y un estilo  narrativo en el que mezcla  argot de calle, militar, y un uso caótico de tiempos verbales o palabras intraducibles (o lo que es lo mismo: que es uno de los libros que más me ha costado leer en su idioma original). Una mezcla  muy peculiar de lenguaje de la calle y referencias a la literatura clásica en determinados momentos para una narración que se aleja de la crónica bélica y se acerca a la novela picaresca. En la que el hilo conductor serán los distintos intentos de fuga.

El tratamiento de los antagonistas  por definir de algún modo el  bando de sus guardianes, es tratado con el mismo tono: no llega a mostrar  simpatía por ellos, ni animadversión abierta, sino que se les describe como   personajes que hacen su trabajo,   el de vigilarlos, mientras que el suyo,  como menciona en un momento de la trama, es el de escaparse.  Este refleja con mucho sarcasmo  las conversaciones con ellos,  considerándolas instrucciones   venidas de arriba: la frase  más repetida por los alemanes, e n un intento de a placar a los prisioneros, o de encontrar un punto en común con ellos es “Krieg, gross malheur!”, una mezcla de francés y alemán transcrito  fonéticamente   que  se convierte en un aparte recurrente de las interacciones entre soldados de ambos bandos, así como  lo será el intercambio  periódico de rumores  sobre la guerra y la vuelta a Francia, la rutina de reparto de raciones, los intentos de mercado negro e incluso  la extraña convivencia que se da entre esos prisioneros y los ciudadanos alemanes entre los que se mueven.
En cierto modo, este se convierte en una versión  realista, mucho más sucia, de La gran evasión.  Pero no exenta de humor, es precisamente este tono, entre los picaresco, la resignación y la rebeldía, lo que la convierten una lectura menos dramática de lo que podría esperarse. Y, escrita hacia 1943,  también en un reflejo fiel de la vida de un prisionero militar durante esa guerra.  Una en la que curiosamente, nunca utiliza el término nazi para dirigirse al enemigo: alemanes, boches y otros términos heredados de la primera guerra mundial son los apodos que más aparecerán durante el texto.

La historia del cabo continuaría con  Bande  á part,  sobre su  participación con los maquis, y su historia  como prisionero de guerra sería trasladada al cine en 1962,  con un tono mucho más amable y conciliador que la novela original.




Guy des Cars. L´officiers sans nom. En 1939, un oficial de reserva fue llamado a filas como tantos otros al comienzo de la guerra.  Al mando de una compañía de infantería, su vida militar terminará poco menos de un ñaños después. Durante el cual, conocer a los soldados, algunos de los cuales  no llegarán a ver el final de la guerra, y donde  un breve periodo de formación dará paso  a su entrada en el campo de batalla. Igual de corto, pero  suficiente como para quedara marcados por ellos y  por el sacrificio que sus compañeros asumieron.

Des Cars fue un autor   con una bibliografía kilométrica,  a lo que acompañaba el apodo de  “Guy des Gares” como referencia despectiva a a su volumen de ventas en quioscos  y como una parte de la literatura popular. Algo así como la colección  Reno de Plaza y Janés..¡como si fuéramos a quejarnos de lo que nos supusieron esas ediciones “populares”! Este,  con un probable componente autobiográfico 8 des Cars también participó en la guerra) describe  la carrera militar de ese oficial anónimo,  marcada por una brevedad y una continua sensación de desorganización por parte de los mandos superiores, de órdenes contradictorias y de derrota anunciada.  



Es en este escenario donde  se irán presentando a los personajes que acompañan a ese protagonista sin rasgos. Estos, de distinta procedencia, parecen querer reflejar el mosaico de  regiones y caracteres del país, de manera muy similar al de la narrativa  costumbrista  pero de forma más amable que en otros libros:  en este caso,  desde el enfoque más trágico y cercano.  Pese a su tono antibelicista, el carácter de esta novela  es muy distinta a la de Perret. Mientras  que   la primera se caracterizaba por un enfoque picaresco más individualista, esta opta por uno más conciliador y de corte más patriótico:  Des Cars explica en el prólogo que las lectoras también encontrarán una trama romántica…opero sobre el amor de un hombre a su patria, ahí es nada. Y un epilogo donde expone con el mismo dramatismo que esa derrota sirvió para  que los otros países ganaran tiempo y pudieran organizarse para ganar la guerra.  Hay que reconocerle que quien no se consuela es porque no quiere.

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