El héroe, o antihéroe como figura al margen de la sociedad es uno de los arquetipos que ha aportado más posibilidades narrativa al cine. Bien como el personaje solitario y al margen de cualquier estructura social, como el hombre sin nombre que encarnó Clint Eastwood, o bien como alguien que vive según sus propias reglas, pero no que su elección de convertirse en un extraño al resto no es algo deliberado sino consecuencia de su percepción de la realidad. El mejor ejemplo sería sin duda las múltiples reinterpretaciones del quijote como alguien cuya locura le permite moverse dentro de la sociedad siguiendo una serie de normas propias que, pese a guardar coherencia interna, lo convierten en un elemento discordante de un entorno regido p por la lógica. El anacronismo de un código antiguo, bien el de la caballería, o en este caso, el de los samurái, sirve a Jim Jarmusch para crear a un personaje que al igual que esto, se moverá a de forma paralela a un entorno real, tan a punto de desaparecer como su propio código de conducta, y en el que por un momento, se cruzan el mundo del Japón antiguo, la mafia y el rap.
Ghost Dog es el apodo del asesino a sueldo de uno de los miembros de un clan mafioso local. Este, eficiente e implacable, parece regirse más por una lealtad inquebrantable hacia Louie, quien considera su señor, que por el interés monetario. La suerte de ambos cambia cuando uno de sus trabajos sale mal, eliminando a un miembro de la familia caído en desgracia ante la hija del jefe. Ghost Dog se convertirá en el objetivo de los miembros de un clan, que para qué negarlo, han visto mejores días y que ahora exige tanto la cabeza de Louie como la suya. Pero al igual que los antiguos gánsteres, este también se rige por su propio código: siguiendo las normas del Hagakure, Ghost Dog se ve a si mismo como un samurái que ejecuta las órdenes de su señor sin cuestionárselo. Y, al igual que estos, estará dispuesto a eliminar a todos aquellos que se opongan a su señor. E incluso a dar su propia vida.
Jarmusch es uno de esos cineastas caracterizados por una visión muy particular que ha demostrado en distintos géneros: el western en Dead Man, los vampiros de Solo los amantes sobreviven e incluso la comedia de zombies, muy marciana y referencial de Los muertos no mueren, y que con Ghost Dog lleva a cabo una reinterpretación del cine de samuráis. Aunque ese eso lo una parte de un guion lleno de referencias.
Esta es a primera vista, la más destacada. Rodada con un tono muy lento e intercalando distintas citas del Hagakure, uno de los textos principales sobre el concepto de samurái, que comienza enunciando el desenlace, ya previsto: el camino del samurái es la muerte. Así como la lealtad, en términos absolutos, que ese guerrero, como se considera, debe a su señor, y que supondrá el detonante e hilo conductor de la trama: cada una de las decisiones tomadas por su protagonista se deben a la relación casi unilateral, que este mantiene con Loiue y la deuda de honor que considera mantener.
Es la relación de ambos lo que desarrolla otro de los temas: su protagonista no solo como homenaje al cine japonés, sino como una especie de Quijote que se rige por un código anacrónico en un entorno que no lo entiende, pero que a diferencia del caballero andante, es tolerado como uno más en un mundo donde todos están un poco locos ya. Bien la locura metódica y funcional de Ghost Dog o la excentricidad de uno de sus vecinos empeñado en construir un barco en el patio de su casa. Y, pese al anacronismo de su forma de vida, señalado por su propio jefe, desconcertado por su actitud o su insistencia en comunicarse con palomas mensajeras, él mismo reconoce ser también una reliquia. Uno de sus compañeros reconoce sentirse orgulloso por ser eliminado a la antigua usanza, como los gangsters que fueron. Un detalle que también se pone de manifiesto mediante los secundarios integrantes de la mafia: casi ancianos, achacosos y sin una sola muestra de relevo generacional, intentan defender lo que queda de la familia como pueden. El único personaje nuevo en el linaje es la hija del jefe, casi una versión negativa del propio Ghost Dog (la locura funcional frente a la incapacitante: esta ha pasado por varios centros psiquiátricos y parece estar colocada todo el rato). La primera aparición de los cabecillas, entrados en años y con una actitud igual de desconectada de la realidad, además de recordarme un poco a tres prejubilados de caja de ahorros echando la tarde en un bar, sirve también para aportar una parte del humor que a ratos, aparece. Diálogos anticlimáticos, situaciones que reflejan el absurdo del contexto o el despiste de sus personajes, así como la particular relación del protagonista con su entorno, un vendedor de helados que no habla una palabra de inglés y una niña aficionada a la lectura, o el resto de vecinos de su barrio. Que reflejan esa realidad en la que sus integrantes están acostumbrados a convivir con la violencia como una parte más, pero también con lo absurdo.
Reunión de empleados de la Caixa de Aforros Provincial de Ourense. Promoción de 1965
La música se convierte también en un elemento más: existe una relación un tanto extraña, pero que parece casar bien, entre la estética y teoría de los samurái con el mundo del hip hop, que aquí sonará como banda sonara (de la que se encarga RZA quien tiene un cameo) que hace también que el escenario, esa Neva Jersey desvencijada, llena de edificios que han conocido mejores tiempos, donde la delincuencia forma parte de lo cotidiano y convertida en una mezcla de culturas, de población afroamericana, hispanos, italianos e inmigrantes recientes en el que la filosofía de su protagonista encaja como una parte más a la hora de concebir el undo.
El ritmo pausado es representado por el personaje interpretado por Forrest Whitaker, quien mantiene un gesto inexpresivo compensado por su expresión corporal, la interpretación más destacada junto, por el guiño lingüístico de Isaach de Benkolé, cuyo personaje se comunica en francés en todo momento sin que ofrezcan doblaje ni subtítulos. Así como los encargados de poner cara a unos mafiosos en vías de desahucio…literal y metafórico.
Bien como homenaje al cine de samuráis, de gánster, como reinterpretación del Quijote, o incluso, la historia de una locura inofensiva pero funcional, Ghost Dog funciona con esa extraña mezcla de personajes un tanto al margen de la realidad, que siguen tanto el ritmo de su propia música como el de sus propias reglas.
Otro de los clichés habituales en la fantasía es la figura del héroe. Este, caracterizado a menudo como un joven, carente de experiencia, tomado poco en serio por su temprana edad, y cómo a lo largo de su correspondiente trilogía acaba convirtiéndose en una figura legendaria. Frodo Bolsón tendría 50 años cuando se marchó de la Comarca, pero los años hobbit no cuentan y el personaje más habitual es ese jovenzuelo (o peor, la jovenzuela que no es consciente de su poder y belleza) que emprenderá la aventura que lo transforma y lo hace madurar. Que este camino no es tan épico, ni simple como dicen las narraciones, es algo que los lectores saben y también ha sido explorado por autores que, como Barbara Hambly, sabe que la historia no tiene por qué terminar después de matar al dragón y quedarse con el príncipe. Y que también puede ser más complicada.
Hace mucho tiempo, un guerrero y una hechicera derrotaron al dragón que asolaba el reino. Años después, otro de su especie ha regresado, ocupando las cuevas de los gnomos y quedándose con su oro. Gareth, el hijo del rey, acude en busca de aquellos héroes. Pero en las tierras de Invierno, la realidad es muy distinta a las canciones de los bardos: Aversin, el señor del lugar, desea saber si repetir su hazaña será compensada con la ayuda que sus tierras necesitan. Jenny, su compañera, se encuentra dividida entre su familia y perseguir los conocimientos mágicos que no es capaz de alcanzar. La capital del reino también es muy distinta a lo que la corte cree: el rey, convertido en un títere, sigue las órdenes de Zyerne, hechicera y amante de este quien, pese a sus poderes, ha decidido pedir ayuda a unos héroes a los que desprecia.
Hambly es una escritora con una carrera muy extensa dentro de la fantasía, siendo varias de sus sagas publicadas en España por Timun Mas (que, pese a su fama de ser una editorial más de consumo que Minotauro, y su especialización en Dragonlance los últimos años, tenía un catálogo mejor de lo que recordamos). Desde su incursión en el tema del vampirismo con Cazadores nocturnos, y su aportación al tópico de los viajes a mundos fantásticos con la trilogía de Darwath, en Vencer al dragón plantea una historia de fantasía un tanto crepuscular, con héroes cuyo momento ha pasado hace años, y que ha sido menos legendario, y con más sombras, de lo que las leyendas cuentan. Y en el que los dragones, inspirados en las leyendas tradicionales como guardianes de tesoros y acaparadores de oro, cuentan con un trasfondo para esta característica que sirve para que estos tengan un carácter un tanto amoral, no siendo malvados sino simplemente, no humanos. Y, por tanto, ni comprenden a estos o les importan muy poco.
El uso del estereotipo fantástico como es la lucha contra un dragón se utiliza aquí para plantearse el verdadero sentido del s héroes, la diferencia entre la verdad y la leyenda, y sobre todo, la dicotomía entre las relaciones concebidas como la pertenencia al otro o el complementarse el uno al otro. Algo que se presenta a través de los protagonistas, especialmente mediante Jenny: una hechicera, frustrada por un talento mediocre y la imposibilidad de mejorar sus capacidades, dividida entre un compañero e hijos a los que ama pero a los que no puede vitar ver como aquellos por quienes ha sacrificado la posibilidad de progresar en la magia. Su dilema, paralelo al enfrentamiento con el dragón, será resuelto por ella misma, suponiendo una contraposición a las escisiones de la antagonista, una hechicera más competente pero consumida por la ambición y el deseo de poseerlo todo.
Son precisamente los personajes, y el desarrollo de un mundo muy poco heroico, hostil pero sin llegar a los extremos del realismo sucio del grimdark, lo que hace que la novela de Hambly se convierta en una propuesta de fantasía distinta. No solo por contar con una protagonista femenina muy realista, consciente de sus limitaciones mágicas y físicas, sino por el desarrollo de esta, un epílogo al viaje del héroe que todavía no había terminado. En este caso, la aventura de los protagonistas a la que se hace referencia es solo un trasfondo n comparación con la que viven durante su madurez, teniendo esta última mayores consecuencias tan to para su hogar, como el reino, y para ellos mismos. Y que, en un género donde lo habitual es contar con héroes e n la veintena o menos. El que la edad de ambos quede lejos de esa horquilla de los 18-25 habituales, sigue resultando un enfoque más fresco, tanto hace tres décadas como hoy…o por lo menos, algo que los lectores que peinamos alguna cana, agradecemos.
Dentro del fantástico, uno de los géneros más derivativos es la fantasía épica. El típico de los magos, guerreros, dragones, un par de razas de aspecto humano y tamaño variable y la repetición con las mismas herramientas de los viajes heroicos hace que sea uno de los primeros subgéneros más dados a la repetición, pero también una zona de confort para cuando queremos volver a leer lo que recordábamos de épocas más despreocupadas, y también, la posibilidad de trastear con todos esos elementos trillados para rescribirlos desde la comedia, lo paródico…y también lo subversivo y como vía para contar algo con mayor profundidad y más cercano a nuestras preocupaciones que un simple duelo de magos.
En algún lugar del Londres contemporáneo, John Daker escucha una llamada. Ereköse, como se le conocerá a partir de entonces, emprenderá aun viaje a oro plano del tejido de la realidad, que conoce como el Multiverso, invocado por un reino que precisa su ayuda contra los eldren, una raza de seres cuyo aspecto exterior es lo único que los hace similares a los humanos, y que deben ser destruidos. Ese será, en su primera encarnación como Campeón Eterno, la que cree que es su misión, pero esta cambiará cuando descubre que el concepto de enemigo y supervivencia, y que lo monstruoso, es algo distinto a lo que creía y hará que dude de sus lealtades como campeón de la humanidad. Esta será solo la primera de sus encarnaciones lo largo de varios planos. Intentando regresar con Ermizhad, la dama eldren por quien ha sacrificado a quien debía proteger, llegará a un mundo helado y moribundo, a naciones formadas por navíos en perpetuo movimiento, a regresar, pro un momento, a una de las mayores guerras que sufrió su propio plano de existencia e incluso a enfrentarse a los dioses del Caos.
El libro, en la edición de Gran Fantasy de Martínez Roca, se compone de las tres novelas del ciclo , lo bastante breves como para recopilarlas en tun tomo de tamaño medio, sin que, salvo el hilo principal de la búsqueda de John Daker, exista continuidad entre ellas. Un recurso que, junto a la teoría, o más bien, falta de esta, en todo lo correspondiente al Multiverso, permite un cambio de tono y escenario completo de una novela a otra. Además de justificar las incoherencias que pueden darse dentro de la saga. Que, tratándose del creador del campeón eterno, son habituales.
Esta saga se centra en uno de sus personajes principales: el Campeón Eterno, bien este mismo o uno de sus avatares (no queda claro), esa manifestación de la idea del héroe, capaz de moverse entre distintos planos y que según s u destino, se podrá de parte de los dioses del orden, del caos, o contra ambos, representando el equilibrio. Un arquetipo que de nuevo, más que un fin o una intención reconocible, sirve para enlazar distintas series que se caracterizan por una imaginación desbordante y un tanto lisérgica. Los héroes de Moorcock, y e Ereköse en no es un excepción, están más cerca del Metal Hurlant que de la fantasía de espada y brujería clásica.
En esta se encuentran referencias a otros de sus personajes, además de recuperar como secundario a alguno de ellos (en el caso de Von Bek) y sobre todo, la subversión de tópicos que ya había utilizado en la primera aparición de Corum: una raza de series, sospechosamente parecidos a los elfos y despreciados por la humanidad que resultan ser más humanos y merecedores de simpatía que los que parecían ser los héroes de la narración (aunque también tienen su versión más oscura en los Melniboneses). Y que aquí sirve para desarrollar tanto la naturaleza de su protagonista como para presentar a al que será su interés romántico en los siguientes libros. Si bien esta parte de la trama está más cuidada que en otras ocasiones que lo ha planteado (y no llega al nivel de simpleza, casi absurdo, de los malvados residentes de Granbretan combatidos por Dorian Hawkmoon), acaba teniendo un peso menor en comparación a las novelas posteriores, sirviendo más bien como muestra de rebeldía hacia los cánones tradicionales que da paso a la narración propia de Moorcock.
Narrativa muy rápida, poblada de una imaginación desbordante y muchas veces un tanto surrealista, donde él mismo aprovecha la ausencia de reglas que se ha inventado para que encada página tenga cabida cualquier giro…aunque precisamente esa falta de lógica en muchos casos es simplemente, la marca de Moorcock, un tipo de fantasía con un carácter tan suyo que se ama o se odia…aunque paradójicamente, sea a este Campeón eterno al que decide, en la última aventura, dotarlo de un desenlace más tradicional pero con cierta melancolía ¿quien puede tener ganas de volver a s ser quien era cuando te has enfrentado a los dioses?