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jueves, 20 de junio de 2024

El sótano del miedo (1991). All landlords are psychos

 

Wes Craven fue junto a  Carpenter, Tobe Hooper y Raimi, un director que  acompañaría a los aficionados al cine de terror durante los ochenta y parte de los noventa.  Uno de esos  realizadores que si bien queda un poco a la sombra de su  saga  más conocida, Pesadilla en  Elm Street, y ya en los noventa, mediante la revisión de los tópicos del slasher con Scream, cuenta en su carrera con películas   tan perturbadoras, destacables o clásicas como La última casa a la izquierda, Las colinas tienen ojos o La serpiente y el arco iris. Y también alguna floja, o considerada así  en comparación a las anteriores. Y  es que tanto   La cosa del pantano (bueno, a esta hay que ponerle ganas), como Vuelo nocturno, siguen siendo  igual de divertidas e incluso, una rareza mal interpretada por el público. Como una producción que a principios de los noventa,  merece las mismas oportunidades, o más, que cualquier secuela de Scream.


El sótano del miedo, inspirada  de forma muy libre en un caso real, como ya había hecho con  Pesadilla en Elm Street, cuenta como Dexter, un niño apodado Loco en referencia a uno de los arcanos del Tarot, asiste  impotente al cercano desalojo de su familia y  a la enfermedad de su madre. Animado por uno de los vecinos del barrio,  quien necesita un cómplice que pueda pasar desapercibido a la hora de cometer un delito, se cuelan  en  la casa de sus caseros, sobre los que se circulan rumores siniestros  y de los que también se asegura que guardan en su hogar una valiosa colección de monedas antiguas. Unos propietarios, en apariencia una pareja un tanto conservadora y desconfiada del entorno que les rodea, que esconden en  su sótano algo mucho peor que el  dinero  obtenido mediante la avaricia y la explotación de los más desfavorecidos.



Según asegura  Craven, su fuente de inspiración sería una noticia donde  se revelaba la existencia de un matrimonio que había encerrado a sus hijos durante años. Quizá, algo anecdótico, porque no sería hasta un par de años después cuando  se descubriría  el sótano de los horrores de Fred y  Rosemary West, que todavía le da mil vueltas al punto de partida de su guion (después llegarían los 2010,  Kampusch, Amstetten, y ya dejamos de esperar nada bueno de la humanidad). Pero en realidad lo que está mucho más presente  es la crítica social que este a menudo incluía  en sus guiones. Este muestra los primeros efectos de la especulación, mediante un edificio ruinoso sobre el que sus propietarios no dudan en imponer cláusulas abusivas hasta que  no de más de sí y pueda ser vendido a un fondo inmobiliario. Los responsables de la situación son una pareja  caracterizada  de forma impecable con atuendos de los años cincuenta,  década primero idealizada que pasó después a representar lo peor de la  doble moral, la avaricia y la p paranoia, pero que  tras su aspecto clásico, esconde un secreto que  va más allá de la codicia. El trato a su presunta hija en los primeros minutos, los niños, robados y ocultos en el sótano, desechados al no ser lo que estos querían, algo tan propio de la mentalidad conservadora  como la tenencia de armas o ese detalle cargado de  humor negro como es el grotesco traje sadomaso que Padre, dado que nunca se da el nombre de ambos, guarda en su cuarto y  utiliza para dar caza al protagonista y  a los niños  del sótano.


Detalles que junto a otros que aportan la pareja  formada por Everett  McGill y Wendy Robie, cuentan con cierta comicidad: algunas de las persecuciones, con distintos tropiezos causados por las trampas y mecanismos escondidos en la casa, son más cercanos al cartoon que al cine de  terror al uso, y la película mantiene cierto tono humorístico en los momentos de mayor tensión que puede resultar chocante.

Otro aspecto, uqizá el que hizo que  no fuera de las producciones mejor recibidas e Craven, es  el tono de esta. Concebida más como un cuento de hadas moderno que como una  película de terror realista,  esta emplea diversas referencia a este tipo de narración. El protagonista, además de su apodo, cuenta con una hermana “bruja”, o en su versión actual, lectora de tarot. La pareja de antagonistas es descrita, y caracterizada, como  dos ogros, incluyendo el detalle de comer carne humana, tanto en su sentido metafórico (su sustento es la gente) como el literal. La distribución de la casa es similar a la de una fortaleza, incluso  con la aparición de un foso, o estanque en esta versión. Un planteamiento que si bien  está presente desde los primeros minutos del metraje, su ejecución resulta algo  torpe con un desenlace en el que  el enfrentamiento  final se soluciona mediante  una  carga  de explosivos, de nuevo, más propia del cartoon  que del tono oscuro que buscaban, y un cierre con una pieza musical  hiphop que resulta  bastante fuera de lugar en comparación a la atmósfera que habían intentado mantener hasta entonces.


El sótano del miedo, más que una película fallida, es una producción menor de Craven. Hoy, todavía más recuperable al plantear  temas  que se utilizarían  en el terror moderno, de forma muy similar a Barbarian, aunque con un enfoque este último más realista. Aunque, a estas alturas, todos odiamos a los especuladores inmobiliarios ¡no hace falta que nos convenzan con el añadido tenebrista!

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