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jueves, 4 de abril de 2024

Karel Capek. La guerra de las salamandras. Que el fin del mundo nos coja pescando salamanquesas

 


El siglo XX  ha dado el término  distopía c como narración literaria (o  como realidad, según tengamos de alegre el día): un escenario en el que una situación improbable se convierte bien  en un reflejo de la realidad o en un relato moral sobre lo que puede convertirse esta si  la humanidad cede a la codicia, al fanatismo o a la l violencia. Si 1984  o Un mundo feliz  son el  paradigma de lo que puede llegar a ser  ese futuro, Mercaderes del espacio, e incluso Neuromante, ahonda todavía más en ese posible escenario en el que el capitalismo y la libertad de mercado  devoran, literalmente, hasta el último de los bienes necesarios. Y si bien estos entran dentro de la ciencia ficción, se aprecia en ellos cierta sorna, muy leve, mediante la que todos los personajes se limitan  a aceptar la realidad que les ha tocado, pero  sin que esta  fuera lao bastante evidente como para que  pudieran ser consideradas una sátira. Tema al que en cambio, sí recurre el checo Karel Capek, , que si bien  ha abordado la ciencia ficción y sido el responsable del término robot, afrontó  con cierto sentido del humor, de una forma que podría considerarse más bien un “me río por no llorar”, y que también está presente en su  novela de 1936, una de las más conocidas en las que se plantea: ¿qué pasaría sin en este siglo, donde nos hemos  peleado con todos, colonizado todo lo colonizable, pudiéramos aprovechar el trabajo de unos  simpáticos anfibios con habilidades motrices? ¿qué podría salir mal?


La guerra de las salamandras comienza con el descubrimiento del capitán Van Toch, en una remota isla del sudeste asiático: una población de criaturas bípedas, similares a una extinta especie de salamandra, que sorprenden al capitán con su habilidad de imitar sonidos humanos, pero, sobre todo, de manejar pequeñas herramientas, y que suponen para este toda una oportunidad en el negocio de la recolección de perlas.  Las salamandras, trasladadas de isla en isla  por el capitán como parte  de su  iniciativa  mercantil, se  convierten primero en una curiosidad circense, en un ejemplar zoológico, y posteriormente, en una oportunidad empresarial  para quienes sepan aprovecharlo, como  ha hecho el Sindicato de Salamandras dirigido por H. H. Bondy y sus socios, quienes a  partir de entonces, dirigirán el  mercado  y distribución de salamandras como fuerza de trabajo para todo el mundo. Pero con la proliferación de estas, a parecen nuevas cuestiones en la sociedad: desde trabajadores  indignados, pasando por ciudadanos preocupados por el bienestar de los bichitos, e incluso  una nueva clase de reptiles educados, gracias a la labor humanitaria y la  preocupación de muchas damas por su bienestar espiritual, que aprenderán a comunicarse con los humanos e incluso uta utilizar con ellos sus mismas técnicas para enriquecerse.



La novela se plantea como una crónica en la que un punto de partida improbable se emplea para mostrar un reflejo muy acido de la sociedad. De una forma similar a la que  Pierre Boulle llevaría a cabo años después  con El planeta de los simios. Salvo que en el libro de Capek opta por un enfoque mucho más irónico, y que oscila entre la narrativa coral, la crónica y la novela experimental. Una parte de la trama avanza mediante las acciones de determinados personajes, como el capitán Van Toch o el señor Povondra, el portero que  en un momento concreto, permite el acceso de este al despacho de quien financiará el comienzo de la explotación de las salamandras. La presencia de estos supone una aplicación muy particular del efecto mariposa: acciones muy pequeñas supones un cambio de gran importancia en el mundo, como el caso del señor Povondra quien llega a  lamentar una decisión que pone en marcha los hechos que condenarían a la humanidad años después. Y es también, a través de los recortes de periódico recopilados por él,  con los que Capek hace avanzar la trama a nivel global. Estos narran el desarrollo del comercio, los conflictos y los cambios en la sociedad que suponen, pero también reflejan  con ironía e imitando un estilo  periodístico complaciente, situaciones que son muy similares a las reales. Los conflictos con las salamandras y la modificación de la geografía global por el beneficio económico no esconden si no el colonialismo, la esclavitud, el racismo y la creencia ciega en el campitalismo como feneficios inagotables que estaban presentes en aquella sociedad de los años treinta, y que casi cien años después, continúan estándolo.

Alternando entre esos  capítulos con personajes identificado, a través de los cuales se puede intuir el paso de los años, y los textos a modo de crónica periodística, la novela adquiere un tono un casi experimental, mitad crónica, mitad narrativa, y gran parte sátira, llegando incluso, en el desenlace, a romper la cuarta pared entre la ficción y el aturo cuando este se plantea que es lo que puede hacer para salvar a sus personajes. La solución de Capek, cargada de reflexiones, no es otra que recordar que la historia siempre se repite, y que las salamandras han aprendido tan bien de los humanos que estas, con el tiempo, acabarán cayendo en los mismos errores. Teniendo en cuenta la fecha de publicación, su desenlace abandona rápidamente ese tono de humor absurdo que había mantenido como herramienta para reflejar los defectos de la sociedad para acabar con una advertencia casi apocalíptica.

La guerra de las salamandras, recurriendo a un sentido del humor muy propio de Capek, y también deudor del Buen soldado Svejk de  de Jaroslav Hasek, es tanto una sátira de ciencia ficción  como un reflejo de una sociedad que, desde 1936, parece no haber cambiado tanto. 


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