No hay visita a librería de segunda mano sin que salga de allí con alguna antología de relatos. Los que hace años aparecían en Todocolección a precios astronómicos han ido asomándose a tiendas físicas a tres o cinco euros, haciendo que me plantee si el acceso a la versión digitalizada de estos libros descatalogados hace muchos ha tenido algo que ver, si hoy no hay tantos lectores interesados en estas colecciones o si los de la mano invisible tenían razón y el mercado se regula solo. En todo caso, Bruguera sigue siendo un poco ese lugar seguro de selecciones adquiridas a editoriales anglosajonas o belgas, troceadas y remontadas en muchos casos haciendo que convivan relatos de Tolstoi con uno de Jean Ray. Y las de Martinez Roca, esa selección de terror de los ochenta donde años después reconocería a muchos de los nombres que a parecen en su índices.

Laurette Pizer. Las mejores historias siniestras. Los nueve relatos de la antología Stories Sinister & Strange son solo una parte de los veintisiete que Bruguera incluyó en su edición. Esta era una selección de relatos marcados por lo insólito, sin que este tenga que ser necesariamente sobrenatural, y por historias donde la suspensión del realismo adquiere un matiz siniestro. A además de tratarse en gran parte, de relatos escritos por autores cuya carrera ha estado orientada hacia la narrativa realista e incluso a la descripción casi periodística. Miriam, de Truman Capote, es la primera que el lector puede encontrar en un cuento donde la aparición de una niña en la vida de la protagonista, sin el menor componente siniestro en apariencia, adquiere un tono inquietante. Qué era aquello, de Maupassant, se mueve entre lo real y la locura propio de su autor, y Lappin y Lappinova de Virginia Woolf relata mediante la huida hacia la fantasía de la protagonista, el final de una relación matrimonial. Una antología en la que ha incluido autores europeos y japoneses, quizá por la tendencia de muchos de ellos a moverse en esa línea que separa lo real de lo extraño. A Tolstoi, Olesha, Ryosuke Akugawa e incluso Borges se le añaden, a la selección de Bruguera, un primer relato de Herman Hesse, narrando una mezcla entre magia y fe, un crimen perfecto de Katherine Mansfield, la visión, casi cercana al eroguro, del arte de tatuar narrado por Juichiro Tanizaki y una selección igual de variada donde si bien hay narraciones abiertamente fantásticas como El ascensor al infierno de Par Lagorkvist o El doble de Susan Sonntag, mantiene una coherencia similar a la de la colección original de Pizer, , con relatos de Thomas Mann, Robert Graves o Roald Dahl.

Si las colecciones de Bruguera siempre tenían ese punto caótico, como de corta y pega con lo que había en archivo, y que esto se haya coinvertido en uno de sus principales atractivos, en este caso, el resultado de estas historias siniestras es sorprendente: los relatos añadidos mantienen cierta línea similar con la primera selección, haciendo que esta mantenga una unidad temática superior a las Selecciones Horror.
Charles L. Grant. Las mejores historias de terror II y III. Aunque había mencionado alguno de los dos tomos en otra entrada, estas dos entregas de Súper Terror de Martinez Roca son en realidad la antología Nightmares, publicada en Playboy Press en 1979. El prólogo, publicado en el volumen II de la edición española, no manifiesta ninguna intención en cuanto a tema sino una aproximación un tanto general a la idea del miedo a y la intención de que los relatos elegidos ”asusten” al lector como lo había hecho el terror clásico.

Esta es una selección de autores recientes, al menos entonces, como el Soportar a los niños de King que da comienzo a la colección, y donde se encuentran escritores conocidos por el lector gracias , precisamente, a las antologías de Roca de esa época: Dennis Etchinson, con un elegante cuento sobre vampirismo, seguido de la aproximación, más ambigua, a al mismo tema por Chelsea Quinn Yabro. Y lo menos conocido, como tan breve como efectivo, de Bill Pronzini, muy deudor del estilo efectista de los comics de la EC, una aproximación a la ciencia ficción con La anacoreta de Beverly Evans (de nuevo, estas colecciones era a menudo la forma de descubrir autoras que no fueran Anne Rice) o los asesinos en serie de Barry N. Malzberg.
La segunda parte de la antología comienza con un relato de Richard Christian Matheson, que recuerda inevitablemente a El diablo sobre ruedas. Una segunda mitad en el que además de otro conocido como Ramsey Campbell, que siempre me ha gustado más como escritor de relatos cortos, se caracteriza por una mayor tendencia al humor negro o la justicia poética: Los amantes fugitivos de Ray Russell recuerda en la ironía de su desenlace a las Historias de terror del ciclo Poe de Corman. El personaje de Lo mató con un palo de William F. Nolan recibe el final que merece todo maltratador de animales, No puedo dejar de decir adiós de demuestra, al igual que el cuento de King, que los niños dan un mal rollo tremendo, y La criatura (The Ghoul en el original), cierra la colección con mucho humor negro y planteando uno de los mayores temores desde que la edad de jubilación empezó a atrasarse por el bien de la economía: ¿y si los gobernantes descubrieran los beneficios laborales dela nigromancia?
La antología quizá es un poco menos actual que las publicadas habitualmente en Súper Terror, que recurría a selecciones con lo mejor del año de publicaciones estadounidenses dedicadas al terror y al fantástico, pero precisamente, esa variedad y un poco, la falta de temática común, hacen que sean de esas lecturas para arreglar una tarde.