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jueves, 20 de abril de 2023

La niña de la comunión (2023). Esto me suena

 


A la hora de plantear una historia de fantasmas, recurrir a niños o juguetes, preferentemente muñecas, es una a puesta segura. O , en la mayor parte de los casos, una excusa para ir a lo fácil, porque parece que nada define mejor una situación manida  que una silueta infantil fantasmal y una muñeca de  porcelana cuarteada por el paso del tiempo, como todos los tópicos, correctamente utilizado pueden servir para narrar una historia que podría considerarse clásica. En caso contrario, este  se queda en lo de siempre, siendo lo mejor que decir que, al menos  la ejecución ha sido correcta. Y este ha sido el caso de una película que decide recurrir no solo a estos, si no a alguno de los reclamos que mejor han funcionado en el cine de terror nacional de los últimos años.


La niña de la comunión comienza con esa celebración en un pequeño pueblo de Tarragona, a finales de los ochenta. Después de la misa, las niñas son fotografiadas con sus familias, que no han escatimado en gastos para el momento. Salvo la de Judith, recién llegados al pueblo tras una mala racha y donde sobreviven con un trabajo en el matadero y pocos medios. La fiesta se ve interrumpida cuando una mujer, visiblemente alterada, pregunta a sus vecinos si han visto a su hija. Poco después, Sara, tras terminar la primera comunión de su hermana, acude a una fiesta con sus amigos donde le hablan de la desaparición de una niña en el pueblo, hace años, y como su madre continúa buscándola cada año. Y que esta se ha convertido en la leyenda urbana de la localidad, donde todos hablan de jóvenes que han visto durante la noche, en la carretera, la silueta de una niña vestida de blanco. Sara se niega a creer en esta versión de la chica de la curva, y cuando en esa misma noche se cruza con una niña que se oculta en el bosque, decide ir a ayudarla. Esta solo encontrará, entre las ruinas, una muñeca antigua que se lleva con intención de devolver a su dueña. Pero este será el comienzo de una serie de pesadillas y alucinaciones que empiezan a perseguirla: una niña, un pozo, y unas extrañas marcas que aparecen en su cuello y brazos. Marcas que también muestran todos los que estuvieron con ella esa noche, idénticos a las que tenían, hace poco tiempo, dos jóvenes del pueblo que, tras sufrir las mismas visiones, deciden quitarse la vida violentamente.


Además de contar con varios elementos que se han convertido en tópicos habituales, la película recurre a un escenario que parece haber funcionado vienen los últimos años: el uso de un pasado concreto y reconocible, con más sombras que luces, donde el entorno se vuelve opresivo y se mezcla la situación familiar de la protagonista. La Vallecas de principios de los noventa supuso un atractivo en Verónica, el éxodo rural a finales de los setenta lo fue, en menor medida, para Malasaña 32 y en este caso, los personajes se mueven en un pueblo de Tarragona, en los inicios de la ruta del Bakalao, donde cada elemento busca una atmósfera claustrofóbica: la familia de la protagonista es una recién llegada al lugar, donde residen gracias al favor de un familiar que les ha conseguido un empleo precario. Lidian con la deuda moral que sus parientes le recuerdan, pero también con su condición de forasteros en una localidad donde escudriñar la vida del vecino y propagar rumores está a la orden del día. Los amigos de la protagonista provienen de un entorno desestructurado (un padre alcohólico o trabajar como camello de poca monta). De este modo, lo sobrenatural se convierte en algo accesorio, casi la única salida posible ante un entorno opresivo y no una irrupción en lo cotidiano. Un escenario que intenta aportar algo distinto a una trama de fantasmas que es todo lo contrario.


Esta, más que familiar, parece haber sido vista mil veces. Se repite la estructura de encuentro con lo anómalo, sucesión de víctimas, investigación del origen de la maldición, resolución y giro final. Esto último, muy deudor del terror japonés en el que la protagonista, una vez han tomado contacto con un ser fantasmal o maldición, se encuentran condenados de manera inevitable. En este caso, en lugar de una maldición de origen incierto, existe un hecho reciente y que da lugar a la leyenda urbana que conocen los personajes (y que, por lo visto, está inspirada en una real), y cuyo origen puede rastrearse den su investigación. El objeto maldito no es una cinta, sino una muñeca vestida de comunión, un regalo muy popular en la época y aunque no se especifique abiertamente, esta inicia una carrera contrarreloj ante el final que los espera…que no queda muy claro. Las apariciones del fantasma oscilan entre las alucinaciones donde se proporcionan las pistas necesarias para su resolución las apariciones de sustos que desde las sagas cinematográficas de James Wan, se han convertido en algo habitual. Estas apariciones resultan erráticas y salvo la búsqueda de sustos gratuitos, no queda claro por qué sucede. La impresión que da la trama y su desenlace son la de ser una fórmula rutinaria, donde se va a tan a lo seguro que no hay espacio para innovar, algo que sí había conseguido Verónica en 2017. Pero no se le puede acusar de ser una producción floja o aburrida porque esta, al menos, está bien rodada. El director, Víctor García, conoce su oficio (lo de Hellraiser: Revelations vamos a dejarlo en que todos tenemos que comer) y su película tiene un buen ritmo, se sigue medianamente con interés, aunque ninguno de los avances de la trama sorprende. Los actores jóvenes cumplen adecuadamente con su papel: afortunadamente, la época de al salir de Clase y Compañeros queda tan lejos como la época que la que se encuentran los protagonistas. El resultado es predecible, pero no flojo, para una trama que podría resumirse en “Sadako y Annabelle se van a un pueblo de Tarragona”.

A La niña de la comunión hay que tomarla como a una película de tarde: entretenida para ver desde el sofá de casa, pero se olvida pronto. Su planteamiento, imaginario y giro final se han visto demasiadas veces, pero una vez más, si no se le exige demasiado, no hace daño. Se nota también la intención de que esta quiera, seguramente, abrir la posibilidad de una secuela inspirada en la criatura que aparece…si es así, espero que al menos la titulen La novia en la boda o El muerto en el entierro.

2 comentarios:

Anacrusa dijo...

Si hay algo que me dé mal rollo de siempre son las muñecas de porcelana de mi madre xD.

La peli la tengo pendiente junto a Malasaña 32 y unas cuantas más de los últimos años. Reconozco que no he visto tanto terror español como me gustaría: Venus, La abuela, Mantícora y poco más.

Curioso el caso del director, Víctor García, del que revisando su filmografía, recuerdo haber visto cosas suyas, como Mirrors 2 y esa miniserie basada en 30 días de oscuridad. La de Hellraiser habrá que perdonársela xD.

Lo de "Sadako y Annabelle se van a un pueblo de Tarragona" me ha 'matao' xD.

Renaissance dijo...

Siempre me han parecido más inquietantes las muñecas más modernas, con ese amarillo hepatítico tan poco saludable que tiende a coger el plástico con el paso del tiempo Xd.

De la hornada de películas españolas recientes, esta es sin duda la más flojita. Veronica es la mejor de todas, Malasaña 32 mantiene el tipo aunque tira demasiado del trasfondo dramático, y esta es un repaso a los tópicos del terror con muñecas, niñas fantasmales, y entorno vintage poco nostálgico.

Y si llegan a ambientarla unos años más tarde, Sadako y Annabelle podrían haber ido a la ruta del bakalao xD.

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