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jueves, 23 de marzo de 2023

Lecturas de la semana. Hasta el ciberespacio, y más allá

 



Hoy toca ciencia ficción. En concreto, un género que acertó menos cosas de las que le hubieran querido sus autores pero  trajo con el toda una estética y recursos que se convertiría en en una referencia más, especialmente en los últimos años: el cyberpunk, donde  era posible reflejar de una manera exagerada los excesos del capitalismo y de la entrada de las corporaciones en la gestión del estado, que  enrocarse con el uso de la realidad virtual y el concepto de ciberespacio  como lugar al que acceder mediante conexión ( mira, igual que el pesado de Zuckerberg esta temporada) o estar convencidos que Japón sería la potencia y cultura dominante. Esa mezcla de ideas y tecnología se convertiría e con el tiempo en un escenario retrofuturista  al que es posible ver como un reflejo distorsionado de nuestra realidad y que William Gibson dedicó varias colecciones de relatos y trilogías durante los ochenta y noventa. Y del  podemos decir que es una s suerte que no haya acertado en lo de la guerra nuclear. Al menos, de momento. 



Luz virtual. Primer libro de la Trilogía del Puente, apelativo por el que se conocen una serie de construcciones improvisadas en las ruinas del puente de San Francisco en un futuro no muy lejano. Una joven mensajera comete el error de robar algo tan anodino como una gafas de sol a uno de los invitados de una fiesta a la que debe hacer una entrega. Un antiguo policía se gana la vida como puede en una empresa de seguridad privada. Un cronista visita a uno de los residente más conocidos del puente con el fin de registrar de primera mano la transformación de ese núcleo de supervivientes y chabolistas. Y en un momento, los caminos de estos se cruzan cuando una  corporación es informada que un dispositivo que tiene información vital para sus próximas operaciones, ha sido robado. 

La novela es más cercana al noir y la acción de lo que podría haberlo sido sus predecesoras. Esta, a partir de un macguffin como son esas gafas de luz virtual, que dan el título, robadas y repletas de información valiosa, sirve para presentar a una serie de personajes al límite de la sociedad, una completamente polarizada y donde la sola idea de la clase media ha desaparecido. Estos solo pueden acceder al contacto con el sector más privilegiado  por pura suerte, o por moverse entre ambas clases como el caso de los asesinos a sueldo que hacen su aparición en determinado momento. El ritmo de la narración, es, mas que rápido, acelerado, especialmente en los capítulos de la mensajera Chevette donde parece que todo es tan apresurado como sus carreras en bicicleta a través de la ciudad. Más interesante que la trama, que resulta bastante sencilla, es el trasfondo desarrollado por Gibson. Entre personajes obligados a subsistir, huir o pelear, se describen escenas como la vida cotidiana en el Puente, de una manera casi costumbrista y que sirven para desarrollar el lore de ese mundo sin que resulte intrusivo con el desarrollo de la acción. Este sería el papel principal de Yamazaki, el estudiante de sociología existencial que recoge la historia de sus habitantes. O los retazos del mundo leídos a través de los diálogos entre el agente Rydell y su compañero: los primeros pasos del ciberespacio que llegaría después, comunidades religiosas que creen en la manifestación de Dios en películas antiguas, la erradicación del sida como eventos histórico. Un mundo tan extraño, absurdo y posible como los personajes que se mueven por el. 



Idoru. Segundo tomo de la trilogía, aunque independiente en su contenido: al igual que en el ciclo del Sprawl, lo que tienen en común cada historia es su escenario y determinados personajes que reaparecen. Esta no podía parecer más alejada de la anterior: los fans del grupo musical Lo Rez asisten atónitos a la decisión de su cantante de contraer matrimonio con Rei Toei, vocalista de éxito en Japón y una Idoru, una creación de software cuya existencia es únicamente virtual. Chia Mackenzie, representante del club de fans de Seattle, es enviada a Tokio a investigar sobre la veracidad de esa información, del mismo modo que Laney, contratado por la seguridad de Rez para averiguar  lo que sucede mediante la capacidad de este para analizar puntos de información. La tarea de ambos  no será fácil cuando Chia es utilizada por una contrabandista para introducir un objeto en el país, relacionado con Rez, y el que la mafia rusa intenta apoderarse. Mientras, Laney es perseguido por su antigua compañía, especializada en fabricar y destruir ídolos de acuerdo   a lo que necesite el mercado. 


Mucho más orienta da a la ciencia ficción que la anterior, esta presenta personajes muy distintos: miembros  del mundo corporativo y de clases acomodadas, así como traficantes que se mueven entre ambos, y Tokio como escenario lleno de opulencia, donde la frontera entre el mundo real y el virtual se hace más difusa. Donde una creación informática puede convertirse en un ídolo de masas, los clubs de moda desaparecen de la noche a la mañana, o donde una pieza de material informático puede despertar tanta fascinación y parecer tan bella cómo una obra de arte. En palabras de uno de los personajes: la luz se cuela por todas partes, incluso al cerrar los ojos. 

La importancia del ciberespacio y la inteligencia artificial  es aquí mucho mayor, siendo las situaciones decisivas aquellas en las que los personajes pueden o no pueden conectarse a la red o establecer contacto con la Idoru. La separación entre el espacio físico y virtual hace que el desenlace transcurra en un entorno cerrado y aislado (en este caso, algo tan hermético como la habitación de un Love Hotel) en el que los personajes principales acceden haciendo una última aportación a la resolución. 

Si en Luz virtual  el personaje más  llamativo era la mensajera Chevette, habitante del Puente, en este caso lo es Chia Mckenzie, una niña de catorce años en una situación tan extraña como la de tener que llevar a cabo una investigación para su club de fans o capaz de emprender un viaje transoceánico sin que nadie repare en ella. Hay, también, una separación entre mundos, esta vez entre la vida de los adolescentes y unos adultos que parecen ajenos a ella. la libertada con la que empieza un viaje o  se queda en casa de una de las fans de japón, explicando esta a sus padres que se trata de una alumna de intercambio, pone de manifiesto ese desconocimiento o indiferencia entre ambas generaciones. y hace que, en cierto modo, la trama de Chia sea una suerte  de aprendizaje, donde esta madura y pasa a interpretar el mundo que conocía con otros ojos. 



2 comentarios:

Anacrusa dijo...

¡Qué poco han acertado y qué viejunas se han quedado algunas de estas obras del cyberpunk! De Gibson he leído 'Neuromante' y 'La máquina diferencial'. La primera no me gustó y a la segunda me costó pillarle el punto. Me apunto estas dos novelas, que además veo que no son muy largas, para cuando acabe 'El cuerno de caza'.

Con Gibson me pasó un poco como Kim Stanley Robinson, el de la Trilogía marciana, que sobre el papel tiene todo para gustarme por los temas que trata pero que luego una vez leído no me acaba de gustar su estilo.

Renaissance dijo...

Para lo serio que se tomaba todo el cyberpunk, el hombre no es que anduviera con mucha puntería. Por lo visto ahora se ha metido más en el techno thriller y se centra más en el tema de la geolocalización, pero hoy es divertido leerlo como una visión distorsionada de la realidad, un futuro que podría haber sido y no fue.

A Kim Stanley Robinson lo recuerdo sobre todo de cuando me iba por la librería local y en la sección de ciencia ficción tenían varios de su trilogía marciana, y que con lo poco que renovaban esa estantería, siempre tenían ejemplares por allí. Bueno, esos y los de Myst.

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