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jueves, 26 de marzo de 2020

T.E.D. Klein. Ceremonias macabras (1.985). Pues se ha quedado buena tarde (para celebrar un ritual)



De la colección Gran Super Terror de Martinez Roca queda, además de un montón de portadas tirando a feillas, un catálogo que, más que bueno, podía considerarse como variado. Compuesta en su mayoría por antologías, contaba también con una serie de autores con los que probaban suerte y que, en el mejor de los casos, continuaban con dos o tres obras más, o se quedaban en un único intento en el peor. Klein ha sido uno de esos casos, pero no por mala suerte, sino porque el hombre tiene una producción tan escasa, que se limita a un par de novelas y a escribir relatos.



Ceremonias macabras comienza con un párrafo de Arthur Machen, advirtiendo de alguna manera lo que el lector va a encontrar: un profesor un tanto neurótico decide pasar sus vacaciones alojado en una comunidad mennonita y con un poco de suerte, iniciar tras el verano una relación con la bibliotecaria que conoce poco antes de irse. Una joven bibliotecaria ve como su vida cambia tras una serie de coincidencias que le llevan a encontrar a una posible pareja, y un nuevo trabajo a manos de un amable anciano que parece demasiado interesado en ser su benefactor. En una comunidad agrícola de Jersey, un matrimonio de granjeros espera que el dinero obtenido con el alquiler de un cuarto sea una ayuda para sacar adelante una granja llena de deudas. Una anciana sabe que hay algo en la tierra, que se aproxima, y en ella recae la responsabilidad de detenerlo. Y en la tierra, una criatura más antigua que los primeros humanos, espera pacientemente que su siervo ponga en marcha las ceremonias necesarias para desencadenar su regreso al mundo. También hay gatos. Pero para varios de ellos la cosa no va muy bien. Y es lo que peor he llevado.



Desarrollada a partir de un relato (Los hechos acaecidos en la Granja Poroth), su primera novela resulta bastante distinta de lo que uno podía esperar en las tendencias del terror popular en la década: lejos de posesiones, satanismo, o clichés sobrenaturales como los que enumeraba Grady Hendrix en Paperbacks from Hell, decide recurrir hacia una temática más primigenia, incluso más que la que estaba presente en H. P. Lovecraft: Machen, quizá Algernon Blackwood también, pero sobre todo el primero, cuyo relato El pueblo blanco sirve como hilo conductor al desarrollar una historia sobre criaturas prehumanas, la importancia de los ritos para poder comunicarse con ellas, y la permanencia de ciertos conocimientos en comunidades aisladas. No es extraño que la mayoría de sus relatos posteriores aparecieran en antologías de tema lovecraftiano.

El estilo tampoco es el que podría esperarse en una novela de la época, o en una producción más de bolsillo: muy lento, donde gran parte del texto va destinado a describir una atmósfera que va volviéndose más agobiante según avanza cada parte del libro y el verano en el el que transcurre: la progresiva aparición de insectos, de la pérdida de la visión bucólica de una granja que en ningún momento fue confortable, y la transformación física y mental de unos personajes donde hacia el final, abundan adjetivos como “blanquecino”, “hinchado”, y a modo de guiño, alguna que otra aparición súbita de gusanos y una transformación donde el entorno rural acaba convirtiéndose en uno igual de podrido que el urbano con el que lo comparaban al principio.



Klein también se toma también ese tiempo para caracterizar a unos personajes que, en la mayor parte de los casos, resultan sólidos. Especialmente en lo que se refiere a la comunidad mennonita y a la pareja de granjeros principales, que lejos de describirlos como fanáticos religiosos, presenta un grupo con sus creencias y estilo de vida separado, ni mejor ni peor que el mundo urbano, y dotados de un inesperado sentido del humor que los aleja mucho de cualquier estereotipo en el que podía caerse. Algo menos cuando se trata de la pareja protagonista, que, quizá por ser un poco las victimas propiciatorias de la trama, su actitud resulta a veces un poco perdida (especialmente en el caso del protagonista involuntario, que se pasa todo el verano comiendo, leyendo clásicos del terror para una presunta tesis y quejándose que no le gusta ninguno), y a veces, un exceso de inocencia que parece forzada: la presencia de una docella, según lo establecido en la trama, es comprensible. Pero no muy creible la panfilez que alcanza en algunos momentos. Claro que si no, sería dificil el justificar que cualquier personaje femenino no saliera huyendo despavorido ante el primer comentario jovial del antagonista. Un antagonista que desde el primer momento aparece como tal ante el lector, asistiendo a los cambios de percepción que los personajes van teniendo sobre él y que, salvo una gran capacidad para ocultar su verdadera naturaleza, va progresivamente desvelándose como una figura siniestra. Y que, de no estar en una novela de terror sobrenatural, su caracterización sería la más cercana a previa actitud jovial de un depredador infantil.

Aunque caracterizada por un ritmo muy lento, y en el que lo monstruoso va haciéndose camino de forma gradual, no deja de tratarse de una primera novela en la que los fallos de una narración narra, o quizá la mano de algún editor dirigiéndola hacia lo comercial, se hacen presente. La atmósfera establecida en los primeros cientos de páginas se despachan de forma apresurada cuando, en las últimas, acaban apareciendo un ritual macabro, una posesión, un engendro prehumano y una turba de campesinos enfurecidos ¿Pero el villano no se había pasado varios capítulos meditando sobre la necesidad de preparar todo con calma, y ahora le entra la prisa? Por no rematar, siendo lo más chocante en comparación con el tono previo de la novela, con un desenlace romántico de lo más forzado en el que, si al principio los protagonistas eran dos marionetas interpretando un enamoramiento a manos de un villano, ahora lo son a manos de un escritor en el que, no termina de quedar claro si esta habría sido su decisión, o si los hechos acaecidos en la granja Poroth hubieran sido distintos.

Ceremonias macabras no es un clásico indiscutible del terror, pero si una buena novela. Una que destaca muy por encima en una década en la que, en cuanto a volumen de oferta no era posible quejarse, pero sí, algunas veces, en cuanto a calidad y variedad.


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